F L O R D E C A N T U E S O
De Antonio García Montes
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(Al Creador) Señor, ¡tan uniforme, tan impasible, tan lisa, tan blanca, tan vacía, tan silenciosa, como era la nada, y tuvo que ocurrírsete organizar este tinglado horrendo, estrepitoso, incomprensible y lleno de dolor!
RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO
En recuerdo a Pepe Góngora;
a quién le debo su reconocimiento
ofreciéndome, entonces,
subvencionar me para crear una editorial
donde yo podría publicar mi obra.
Cuando murió yo andaba enredado en esta historia.
De Antonio García Montes
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(Al Creador) Señor, ¡tan uniforme, tan impasible, tan lisa, tan blanca, tan vacía, tan silenciosa, como era la nada, y tuvo que ocurrírsete organizar este tinglado horrendo, estrepitoso, incomprensible y lleno de dolor!
RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO
Primer Capítulo
Tocante a calibre y alcance, el relato que nos ocupa podría pujar hasta en las ferias más concurridas, vistosas, de campanillas...; imprimir huella en los asfaltos más sólidos de la cultura tradicional, donde siquiera dejarían marcas de pasión las modernas morenas con garbo; abrirse camino, contracorriente, en las sendas selváticas de las letras más actuales, rasuradas, escuetas; hasta despuntar sobre aquellos de tono más insólito, almenado, sofisticado, sorprendente... Tal despilfarro de circunstancias, disloque de geometrías, contraste tanto de lugares como de espacios, olores, temperaturas... y, sin embargo, en tiempos tan anacrónicos, que uno se ve más abocado a porfiar que a mantenerse al margen... Para no andarnos con remilgos, pongamos de referencia el sin par advenimiento del cometa Halley; o el hecho sucinto, pero elocuente __y eso sin mediar más datos científicos que meramente la estadística__, de que con relativa frecuencia resulten más huevos de dos yemas en ecuador que en polos.
O en orden al discurrir propio del relato ande absolutamente despistado ¡no lo pongo en duda!, y tanto requiera éste de pluma más prolija, docta y enjundiosa, como, al contrario, de silencios dignos de respeto; pues tan sólo dar entidad al primer hálito de resplandor que fecundará al núcleo, al eje... de donde brotarán simultáneamente las almas a cuyas voces aludiremos, en tanto y cuanto con orden vayan entrando en conflicto, ya se resienten las redes que albergan en vilo a mis entrañas, como gato preso en pellejo de perro tiembla el tomo de mi pensamiento... y, a la sazón, se tiñen las expectativas de manera confusa; cada intríngulis del meollo se abastece de circunstancias tan hueras que más bien barrunto que todo resultará descabellado, quimérico.
Digamos que, según cristaliza el primer indicio de esta historia __de madrugada, en un ambiente tan preclaro y benevolente que, salvo por ecos agonizantes de sirenas de ambulancia y policiales, y cierta pestilencia con pedigrí, en verdad supondríamos hallarnos en campo abierto__, sería lícito anotar que el gótico reloj de la Iglesia más próxima acababa de sentenciar las tantas; en cambio, de contemplar este mismo detalle una hora más tarde, desde la inefable aurora __al son de los chirridos de las primeras puertas... ya el satinado de las aceras algo más burdo, salvaje... las siluetas, a punto de tornarse dúctiles, mansas, amables... los vampíricos y rezagados automóviles rozando furiosamente neumáticos acolmillados contra ávidos pavimentos, antes de permitir que sus dueños sean ungidos con los oleaginosos flujos de la mañana__ y, consecuentemente, con los sentidos trastabillados por los bostezos, se enturbien un ápice los hechos y algo se truequen las esencias. No obstante, por qué no comparar esta con la claridad límpida, trasparente y desveladora de aquellas otras horas vírgenes, mojigatas, inmaculadas...; aunque, y a riesgo de errar, afirmásemos que precisamente entre tal y cual fuese cuando Anita apareció... sin rumbo, acera abajo y frotando el vuelo de su falda roja de capa con oscuros y mohosos enrejados... que, así de refilón, más parecían empalizada cochambrosa que verja... de la ladera mustia y pajiza de un destartalado jardín, en cuya cumbre se alzaba un grotesco palacete con reminiscencias, tanto de aquel como de cualquier otro estilo, mas algo retintos sus fúnebres contornos... debido a que sobre el cielo protector ya se intuían los primeros clareos opalinos del alba.
Puesto que transcurría el otoño ¡bien nos consta que de un instante a otro despuntaría la mañana!, y dado que habitualmente, verano o invierno, Anita se conducía algo ligera de ropa, no ha de asombrarnos que, tanto la brisa de poniente como el relente norteño, la obligasen a caminar entumecida: brazos cruzados, codos violáceos y prietos a la cintura, dedos guarecidos bajo las axilas de nido de golondrina, pulgares clavados en los acericos prietos de su pechera bizca y moderada... y la imaginación, como suele diagnosticarse a voleo: in albis. Sin embargo, tras superar el último tramo de la reja, un volunto súbito, inexplicable, pero eficaz, la hizo detenerse, retroceder..., alzar el mentón y, sin ladear la cabeza, conducir la mirada hacia el esquinazo acristalado del palacete... como si persiguiese el rastro liviano de la felicidad. En cambio, en absoluto sintió quebranto alguno; más bien, firme cordura al comprobar que precisamente aquél no sólo era uno de tantos lugares privilegiados donde la luz estampaba sus primeras huellas, sino también muladar inmundo adonde, por sistema, el céfiro o la ventisca acarreaban desperdicios sonoros: fruto del trasiego nocturno de la ebria y, supuestamente, colindante ciudad... "Es más __recalcó la voz atiplada de su inconsciente, ahora oportuna y cauta__, aquí, en esta frontera sin alambradas ni rejas, de seguro es donde han mediado, median y mediarán circunstancias aún más oscuras y sospechosas que las de suma notoriedad..." No sería descabellado augurar que brazos no muy ortodoxos de las fuerzas del orden, para sus fines más perentorios y en extremo secretos, se valgan de insurrectos soldados: aquéllos que, ante insinuaciones arrabaleras, sucumben... o, sin más, por el simple trasiego se van desmoronando de las ya romas esquinas de los distintos escuadrones que engrosan estas sospechosas hordas... o ¡qué se yo! si mejor y más acertado sería tildarlos de huestes fantasmas...; para que, dichos soldados, de nuevo adoctrinados, en vereda, instruidos, alborozadamente apañuscados..., pero, sin dilación, arremetan... __en detrimento de quebrantar, con estruendos gratuitos, los nítidos, frágiles e intangibles silencios del más allá, y, con el vaho y pestilencia de sus alientos, capaces de enturbiar fragancias horizontales...__ contra todo deshecho humano que se precie...: infelices que, aprovechando la disolutiva oscuridad, de una vez por todas se dispusiesen a cruzar la linde...
Tan inmersa en conjeturas, de todo punto categóricas, distraída en aquel otro bisbiseo de su adversa e inestable conciencia... que ni siquiera echaba cuentas de haber superado la máxima altura en la reja y que, a horcajadas, entre un barrote en lanza y otro, procurábase la postura menos comprometida para su falda roja y más cómoda respecto a sus nalgas magulladas...: desde donde, primero avistar, y luego escudriñar mejor aquello que, a pesar de la rémora del resplandor, de manera irrefutable, ya empezaba a restallar tanto en el haz como en el envés de la gran cristalera del esquinazo del caserón. También, aunque ahora con mayor diligencia y prestancia, advirtió que desobedeciendo órdenes indeterminadas sus pies habían descendido a la maleza, en otro tiempo frondoso romero, abrótano, lavanda..., mas sin desgarrarse siquiera una prenda íntima, ni el mínimo desollón o tronera nueva en las rodillas; y, como sonámbula, verse por sorpresa desplazada junto a los pilares del ruinoso palacete.
Allí, frente a la mampara, tuvo la dicha de resarcirse de viejas suspicacias..., de suerte ya tangibles, de carne; ser testigo de cómo cierta sombra: así emparentada con trabazones etéreos, traslúcidos, livianos..., filtrábase de dentro a fuera del cristal, mas no como espectro recurrente, rutinario... __que sin vehemencia, aunque con propósitos perversos de espantar a la primera víctima en candelero, pretendiera tomar viento fresco__, sino como ser invicto, enigmático, ponderable...: profesional que, con tino, maña... o seguro del buen pulso de su izquierda amaestrada, pudiera descorrer cortinas, tanto de cristal como de terciopelo rojo. Es más, una vez hubiéronse presentado recíproca y cortésmente: a la exquisita manera francesa, tanto una como otra..., mas ni siquiera entonces revelaron muestra alguna de conocerse a conciencia, de muy antiguo...; en definitiva, que en absoluto... __como cualquier ajeno afirmaría__ reflejaban la circunstancia de ser... ¡más viejas amigas que la tos!
__Tienes execrable el aliento; el cutis frío..., pegajoso como quien supera una difícil prueba y, de forma imprudente, luego se ensimisma entre corrientes. A ver; conjuguemos: de la manera que vienes descuidando tu aseo personal, llegará el día en que parezcas..., sabe Dios qué __estimó Anita; y, conmovida en grado sumo y al tiempo que desgranaba un mechón cualquiera de la larga y frondosa cabellera de su amiga, lisonjeó en tono menguante__; ¡con lo mona y distinguida que eras antes...!
__Anita, no debieras mostrarte tan meticulosa, melindre; siempre con esos arrebatos de sensibilidad artística: al fin y al cabo, mera intolerancia. Criatura, sólo es debido a la humedad ambiente: las altas presiones, las bajas nieblas matutinas... Y que el empeño indiscriminado en instruirse, al amparo del relente y bajo las estrellas, tiene un tanto de romántico, pero también mucho de abnegación, de disciplina... de riesgo. Por otro lado: no hay nada tan denteroso y al contrario de suma belleza como si, ya al clarear el día, una vez has barajado posibilidades tanto de disentir como de emparentarte con las ideas descabelladas de Ludwig Wittgenstein respecto a su hermana, te das de bruces con la textura satinada de la pita... cuando su color pálido aceituna, con el rocío, se torna aún más decaído, exangüe... ¡La dichosa planta pareciese que cada amanecer, y en detrimento de expiraciones de almas como la mía, enfermara de tisis...! ¿No crees? Sin embargo, de intentar amagar a esta amarilídea, sin más intención que inocentes caricias, cualquiera estaría expuesto a sus sanguinarias mañas..., aún peores que las de la ortiga.
Claudia, una vez húbose relamido los labios, haciendo alarde de sus perfilados contornos __que bien mirado y sin degenerar en entusiásticos arrebatos, propios tanto de falta como de exceso de sueño, eran sencillamente armónicos, esculturales, sobrios, adustos, graníticos..., quizá hermanos de los de aquellas remotas beldades en mármol__, quedóse unos instantes embelesada, presa del lucero del alba. Entretanto, Anita se agachó compungida y, dando un ligero quiebro a su talle de cañizo verde, cuyo aire hizo que su falda roja de capa luciera tendida en la maleza pajiza como amapola entre rastrojo y tronchada por el tajo certero de un romántico y bigotudo espadachín, arrancó a llorar sin consuelo.
__¡Alma cántaro...! ¿Por qué sufres inútilmente; a caso sospechas que me guío por caprichos acerbos? __interfirió Claudia, y, a tenor de las regañinas, fue interiormente moderando el tono conmiserativo... del que rara vez podía prescindir__ ¡Lejos de mí tamaño egoísmo y desconsideración! Mira: quienes, por intolerancia, ignorancia, prejuicios..., denigran... o sencillamente desprecian nuestro talento para la creación literaria o el ejercicio de otras artes y, no contentos, hasta determinan calificarnos cuando poco de canallas, jamás... ¡fíjate hasta dónde alcanzo! jamás podrán eludir el bagaje de sensibilidad extrema, quebradiza, hojaldrada, sin canalizar... que nos distingue. Nadie, desde que el mundo es mundo, ha contemplado objetivamente las grandiosas o míseras peculiaridades de estos sujetos. Con mucha potra se nos tacha de tunantas, de excéntricas, de marginadas... cuando no de indeseables. ¡Anita, no le des más vueltas: reprímete; estamos abocadas al más oscuro ostracismo! ¿Quién va generosamente a considerar que nuestro punto de equilibrio está en la cuerda floja; que el abismo es nuestra base más firme...; que tanto el pasado como el futuro jamás puede constreñirse frente al ejercicio de la razón, aunque sea purísima? Ni siquiera sospechan que carecemos de recuerdos... o que, de lo contrario, estos se mezclarían con realidades tan caprichosas y absurdas, que, más que infundirnos seguridad..., darnos un soporte, firmeza, aplomo, más bien nos procurarían incertidumbres... de todo punto patológicas. ¡Anita! ¿Tienes una goma? Te juro, que un día de estos me chamusco la melena y... ¡pa los restos! apechugo con ella monda y lironda... !Si no, al tiempo!
Claudia, igual que en tantas otras ocasiones, y siempre que atajaba de súbito un exaltado discurso, afectadamente cayó de bruces ante su amiga... e, igual que siempre, llevóse después las manos abiertas al cutis ligeramente pegajoso, grasiento, y comenzó también a gemir. Anita, aún convaleciente, temblorosa __pues jamás se acostumbraba al singular comportamiento de la otra__, por contra, se irguió y, con docilidad, parsimonia..., pero sin desestimar que, frente a ellas, ahora la cristalera relumbraba más que mil espejuelos o charcos al amanecer..., en detrimento de su propio peinado se anduvo hurgando atrás, en la nuca... quizá para desprenderse una goma elástica; luego, en un pispás, dueña de un brío inusitado, redujo la cabellera de la otra a una simple y moliente cola de caballo. También se ensalivó las yemas de los índices... y, una vez húbose reclinado ligeramente hacia su derecha, fija en ambas imágenes delimitadas en el espejo, perfeccionó el ejercicio:
__¿Te sientes más aliviada?
__¡No! __contradijo rotundamente Claudia, en tanto escudriñaba los magníficos y rasgados ojos azules de su amiga en el espejo...__ Y, por favor, atúsame mejor el vello rebelde de atrás de las orejas... Pero no tanto; que si además de grasiento...
__Tú dirás lo que le pete a tu miguelito, pero... ¡dónde va a parar!
__Mira Anita, por mucho que te empeñes en transformarme en Señor de Murcia, nunca lo lograrás; te he repetido cientos de veces que, en épocas retrospectivas, quizá, hasta haya sufrido un matrimonio... ¡del todo, no lo pondría yo en duda...! Con exactitud no acierto a conjugar entresijos, pero noche tras noche, recurrentemente y al ir a coger el sueño por las orejas, imágenes traslúcidas cabalgan sobre alféizares indistintos y a la sazón, éstas, aun soslayan el reverbero de un océano superpuesto...: niños de azul huidizo, nimbados por el crepúsculo, que se conducen de la manita hacia el recodo de un malecón; luego, igual que pensamientos, se afligen, se disipan... o los engullen las olas. Indefectiblemente, y del mismo seno, brota el rostro descarnado, pueril, pero carismático, de un chico treintañero. A medida que, en proporción directa, mi mente se debilita y confunde con la cerrazón del sueño, el artífice de este recuerdo crece, se magnifica..., se desproporcionan de tal forma sus contornos que alcanzo a percibirlo, acaso, como coterráneo más que como amigo...; sin embargo, al instante, y sin otorgarme la sonrisa más nimia... ni siquiera un visage de galantería, se repliega de espaldas..., silbando y entremezclándose con el vaho añil que asciende a ráfagas..., en oleadas dulces desde el abismo... ¡Me deja tan hecha polvo, tan perdía! Un sueño de todo punto inextricable... y a la par muy marino...; un sueño cuyo aroma se aprecia salpicado de penas diversas, contradictorias... Aunque jamás he alcanzado la linde aludida en el sueño (intangible; quizá en un futuro y con renovada paciencia pudiera vislumbrar la inmensidad fluctuante que ahora siquiera intuyo; pero que, según arrástrome día a día y sin escrúpulos... tras pistas de personajes tal vez inventados, confío superar), tampoco ninguna de estas acuarelas reporta a mis pajarillas más dolor ni mayor punzada de desasosiego que el experimentado otras veces cuando, en los lugares más insólitos, me encapricho de "propensos maniquíes"... incluso conociendo de antemano la futilidad del evento...; segura también de que ni el más descarado de todos, nunca transgrederá la linde de lo fortuito... Es más, la mayoría, aunque sin advertir una grieta siquiera en la membrana de lo mágico, desde su cobarde mutismo y ante la ventanilla de mi autobús en marcha, ya se apresuran a brindar su último adiós con la corbata en bandolera.
__De todas maneras, qué imágenes tan lindas y estilizadas ensoñáis aquéllos dotados de talento... ¡aunque no sea del genuino, del mejor...! En mí, sin embargo, temo que los recuerdos desgalasados, tanto de tiempos remotos como presentes, infíltrense... o de mala manera se adhieran a residuos del sueño: esos que arremeten en el instante mismo de hallarse desprotegido nuestro cerebro... Sí, temo precipitaciones en remolino, en tornado, en huracán, tifón... También envueltos en troncos, en ramas, en panochas..., entre ropa sucia, entre condones, entre calcetines y leotardos... A veces, ni consigo determinar siquiera si son recuerdos: jirones de vida, o simplemente despropósitos, locuras, majaderías... afinando mucho, hasta podría apostar por unas singulares instantáneas carentes de sentido.
__La diferencia estriba en... (y perdona que, a costa de cortar los flecos variopintos de tus desvaríos, también aduzca) en que tú eres más visceral y yo, a pesar de condicionantes circunstanciales y estilos adquiridos: genuinamente más burguesa; al no disponer de esos espacios (loft) para decorar con gusto, de los que toda persona refinada cuenta hoy, me entretengo zurciendo y remendando los escasos guiñapos de mi pasado, con objeto de colocarlos después de la manera más primorosa posible... incluso almidonados. Jamás, ¡fíjate!; jamás he hallado algo, no digamos flamante, pero ni siquiera aprovechable. Anita, perdona; no te he disparado lo de visceral en sentido peyorativo... ¡Dios me libre!, iba dirigido precisamente a subrayar tu notoria y envidiable disposición respecto a la música... y de seguido poner de relieve que, aun siendo tan idénticas y amigas como somos y a la sazón nos comportamos, yo siquiera he dado el DO en estribillos..., apenas reproduzco, entonces, el chillido de la rata cuando la tiran del jopo. Y no digamos tocante a la comida; ahí sí que no hay medias tintas: soy la tipa más carente de papilas gustativas del mundo: tú misma, bien que te explayas acusándome de mis escasas preferencias: que si ¡anda que no gustarte la canela...! En cambio, tú, si está al dente, serías capaz de jalarte una cazuela de lombrices intestinales, creyendo que son angulas... No repliques, Nena, que menuda desgracia acarreo... Y qué bien me vendría, aunque fuese una muestra... ¡con los tiempos que corren!
__¡Vamos...; ya alcanzamos, como siempre, el punto de cochura donde difícil es determinar si menguaremos o creceremos..., si esponjearemos o apelmazaremos...!
__Como todas las residuales, por otro lado..., ¡coño, qué severas!
__Claro; es que te dilatas, te embrollas... y nunca advierto qué insinúas siempre cuando disertas sobre comida, o canto...
__Mira, Anita..., y para que de una vez por todas te cerciores de que en absoluto media en mí vanagloria alguna, sino más bien afán demente de verdad: desde hace no sé cuánto sostengo la teoría... (claro, con muestras muy reducidas; hazte cargo que siquiera cohabitamos con refugiados y mendigos) de que, tanto el canturreo está en relación directa con quienes hacen de su capa un sayo, como a mejor disposición, ante copiosas viandas, menores prejuicios. En una palabra: todo individuo proclive a la música (y no señalo a los Divos; son harina candeal de otro costal), aunque le asaeteen el corazón a disgustos, siempre dispondrá de cualquier coplilla para resarcirse... ¡Y ya me dirás si, así, no luce cualquiera con mejor talante!
__Escúchame tú ahora, Claudia: yo, para nada me ando con tanto remilgo, pero, si te he de ser franca, cualquier otra teoría al respecto podría desbancar a la tuya; ten en cuenta que alondras mil trinarían si estuviésemos hasta el repulgo, ahítas de lo mejor... __Anita tuvo que soportar un inciso, pues con sus ocurrencias Claudia había arrancado a reír como una loca__, sí, y vestidas como Dior manda..., de lo más caro, de lujo... Y estáte quieta que... ¡así te hinco el peine y te dejo tiesa!
__Me parece trivial... __contestó Claudia, una vez le hubo remitido la risa__, hasta una falta estimable de soberbia, que aportes datos tan insignificantes... sabiendo que al mundo en general ni lo delimitan ni distinguen siquiera la paja del ojo ajeno; que, tocante a teorías, no son más fidedignas aquellas dotadas de impecable empaque, sino esas otras producto de estadísticas prolijas... aunque sean de pacotilla ¡Y dirás que la mía es manca...! ¡Jesús, Anita! Ay, no sé; pero, y por demás, ya me gustaría encontrar casillero adecuado dónde clasificar esta perversión tuya de peinarme y peinarme... ¡Qué vas a consentir que, no muy tarde, cuente con menos pelos que el chocho acartonado de una muñeca antigua!
__Te advierto, Claudia, que bien está que entresaques, desfleques, relativices..., que hasta deshilaches, pero de ahí a relacionar los tales con aquellos otros... ¡al fin de cuentas, más propensos al mundo ordinario...! Vamos, tonta no soy; puedo detectar que allí donde imperan despropósitos, por no contradecir el orden de lo inverosímil, debiera prevalecer lo diametralmente opuesto: algo de todo punto regio... cual penitente ataviada con harpillera de hábito franciscano. En definitiva, considero que estás ladeando nuestra alineación interna y que, consecuentemente, más y mejor nos determina.
__Anita, no desvaríes... ¡tu dices que yo, pero anda que tú...! De ley es que la estadística es una ciencia abyecta, espuria.., pero enormemente paternalista, condescendiente... tanto que, con las mismas, puedes embaucar al más pintado y quedar como eminente catedrático: Bien sabes que por válidos, por dignos, por científicos... con tal respondan a pautas dictadas por la consabida estructura Pentagonal o solamente vengan avalados por cierto lustre de modernidad extraoceánica, consentimos se filtren hoy trabajos... con salvoconductos aparentes, pero ilustrados siquiera de ejemplos centrados en sectores o muestras más bien insuficientes, estériles...; trabajos que, por el mero hecho de nutrirse de tales muestras y sistemáticamente excluir a otras tan significativas o más que aquellas a las que se recurrieron sin mayores escrúpulos, deberían ser derrocados. Por ejemplo, desde la psicología... (manejando exclusivamente bancos de datos, específicos de quién los compila; y en individuos sospechosamente vulnerables) osan determinar, clasificar, etiquetar, e incluso tildar de tal o cual a personas más sobrias y templadas que aquellos legendarios mieleros, copleros y a la par capadores y esquiladores de ganado. Propagando trabajos, cuya matriz... ensamblada y aun engordada sólo con carne de cañón, han llegado a quebrantar la salud y equilibrio de muchas personas, de por sí frágiles; por el mero hecho de ser, estos, salpicados con tales detritos (propios de quienes persiguen como meta sólo notoriedad, y no esmero por enmendar lo deficiente), hoy la mayoría va a terminar como el grueso de la población de aquellos países donde imperan teorías obsesivas: por ejemplo, en la Pampa. Resumiendo: han creado patologías muy perniciosas en individuos hasta de mentes rollizas... Y, aunque no fuera así, por qué conceder crédito a aquellos resultados, producto de los cuatro sumisos de siempre que incurren en juegos tan peregrinos; ¿evidentemente, no es más sospechoso aquél que se presta a encuestas...; y más de fiar toda muestra resultante de sectores que se abstienen...? Por favor... y por lo que más quieras, Anita, no me subvalores; en la ciencia me ha ganado siempre lo inusitado, la cerrazón..., lo peregrino más que aquello que se nutre de repeticiones infectas... Aunque, si te he de ser franca y ahora que no nos oye tanto espabiladillo como anda suelto por las constelaciones, también me aterra lo contrario; el más insignificante científico me aflamenca los vellos del cuerpo... Hoy, debido a mi locura o a este batiburrillo de experiencias sin nombre, he acertado a concluir que hasta las más inocuas lumbreras son muy dañinas, perniciosas, contraproducentes...; no digamos ya aquéllos que con alegría disertan sobre el manso, y hasta ayer ilimitado universo..., los que después de inducirnos, con base indiscutiblemente científica (según ellos), a creer que todos los órdenes (metafísica y derivados) giran en torno a la existencia del increíble infinito, vengan ahora proclamando que, según últimas investigaciones de la NASA (también con argumentos irrefutables), de firme no exista ya el trasnochado infinito: aquél derivado de un universo ilimitado, sin fondo, sin forma... Y, así, referido siquiera de pasada en cualquier canal vía satélite: "Laddis a yeltenmen, por la ciencia del birlibirloque y tras no sabemos cuántos hallazgos galácticos y otras tantas zonas oscuras más... se ha concluido que no seguirá expandiéndose el universo, sino que, como una vulgar goma elástica, cuya resistencia tanto diera de sí tiempo atrás, consecuente y evidentemente tenderá día mediante a contraerse... ¡oiga!" (¡vamos; confiemos que dicha goma no sea tan frágil como las de sujetar moñetes... que nos propine tal latigazo que vayamos todo a parar al guano!) ...Sí, así, sin más, seguramente nos impondrán nuevos criterios... tales que nos veremos empujados a arrojar por la borda todo lo relativo al infinito: ¡Sí...!; que, alegremente, toda la energía derrochada en centenas de años y en millares de cabezas sea erradicada de un plumazo: ¡carpetazo! Ahora, con cierto desasosiego, me pregunto: quién va a resarcir a las madres de tantos como perdieron cordura y media vida intentando comprender las complejas, peregrinas... y de todo punto indescifrables cuestiones místicas imperantes...; quién restituir de los palmetazos que aquellos acérrimos y ofuscados profesores impartieron a inocentes...; y quién reponer de la energía que, en detrimento de una buena masturbación, desperdiciamos y desperdiciaron menganos y zutanos...
__¡Jesús, cuánto cataclismo... y qué manera de sacar las cosas de quicio... o los pies del plato! __interpoló Anita, con el rostro demudado__ Pues chica, en absoluto luces tanto como aparentas; si no fuese porque de tarde en tarde funcionas como los cencerros con badajo largo, nadie lo diría; es más yo, que creo conocerte bien, a veces, hasta sospecho si no serás una infiltrada... espía doble... una filósofa enmascarada. Concluyendo: de estar en tu sano juicio... ¡otro gallo daría las cinco!
__Demagogias aparte, si todo individuo demente fuese razonable... o a la inversa, el orden de lo sagrado respondería a cánones muy distintos.
__De lo que se colige, en una palabra, que no hay nada que rascar... ¡Mira, entre esto y aquello estamos abocadas a quedarnos sin la poca enjundia que albergan nuestras circunvoluciones meningíticas; si no al tiempo...! Date cuenta que nosotras, aún más que el resto de los humanos, carecemos de los apoyos y cimientos propios de vidas ordinarias; estamos sin pasado y con un futuro que... ¡allá, ya! Es más, de seguir así, de esta manera, a la intemperie, terminaremos peor que topos; en este preciso momento, a mí, esos destellos desaforados, que como sangrantes maldiciones despide el cristal, me están... cuando menos provocando un desprendimiento de retina.
__¡Anita...!
__¿Qué...!
__Referente a lo que has apuntado...: relativo al pasado y al futuro, se me acaba de ocurrir algo completamente aprovechable, fuera de lo común, inusitado...
__Arroja... Y apremia Claudia, que me tienes en ascuas...; ya sabes que siempre que me hallo en tamañas circunstancias se me enhiesta el empeine.
__No se discuta más... Por cierto: ¿traes hatillo?
__Claudia, cuántas cosas demandas; si me detengo en conseguir un equipaje decente, nos agarran como a mariquitas... Sé cauta; ¡acuérdate de la vez anterior!
__Pues atiende: yo me he abastecido hasta de sesos de mosquito; me desvié por la cocina y arramplé con estas dos copas de cristal tallado, esta botella de Valdepeñas... __en tanto le mostraba a Anita cada variedad del botín, con lágrimas adiamantadas surcándole el rostro... notoriamente empolvado, churretoso..., y un recogimiento digno de sacerdotisa moderna, una a una iba alzándolas; de manera caprichosa..., a estas sí a los otras no, les prodigaba suspiros profundos..., después las cedía... para que la otra, convertida circunstancialmente en acólita, las fuese depositando como en una vitrina__, una tarta de chocolate, dos latas de espárragos extralargos, una piña al punto...; lo de aquí, envuelto en papel de plata, es chorizo cular, pimientos fritos, pijotas en adobos, pan de higo, aceitunas manzanillas y Campo Real, polvorones... ¡Toma esto! Y mira; sostén también esta fiambrera: dentro hay pollo al doradillo, que aún se mantiene templado.
__¡Qué lujo! Claudia, eres diablórica; a poco te das con el cierzo y la solana... Pero ¿a que no dispusiste de arrojo para hacerte con pan de pueblo?
__¿Por quién me tomas?; ahí tienes dos hogazas... y colines. Dentro de esta caja hay también un tú-y-yo en lino de Holanda y bordado a mano por las hermanas mejor dotadas y habilidosas de las Hijas de María Asunción, que es un primor.
__¡Si de ésta no explotamos, vamos a coger más lustre que el miguelito Pura...!
De pie, anegados los ojos, el mentón erguido y el índice acusador, Anita proclamó al viento:
__ ¡Dios es testigo de que somos personas cabales, buenas, honestas, corrientísimas...; ésta, si cabe, aún mejor que yo! __exhausta y con la falda roja inflada, de nuevo cayó de hinojos. Claudia aprovechó el inciso para ordenar y recoger los bártulos y, con ellos al hombro, cual mielero de otrora, conducirse hacia el palacete; y aún, antes de filtrarse por la vidriera, de ardid suficiente para recriminarle a la amiga:
__¡Como vuelvas a salirte del tiesto, juro que...!
Mas no desahogó la arenga que prometía; sujeta, presa, prendida... ¿a qué? Embargada, sin embargo..., hizo acopio de disciplina suficiente para observar aquel nuevo panorama, a todas luces desgarrador...; sufrirlo cuarta a cuarta y, según lo repasaba, con vista cansada y notoria melancolía, descubrir:
Cómo a un terraplén rocoso, descarnado, horadado, poroso, volcánico..., que además sufría las inclemencias despiadadas de una arrasadora tormenta, aquí y allí se aferraban las grandes y pequeñas pitas que, a lomos de la furia, el propio vendaval transportaba; a las que, sistemáticamente, aun se prendían retales de gasas o tules de diversos colores, modas, texturas...; y no de mala manera, sino como si un mago hábil, elegante, internacional..., aunque invisible, las fuese extrayendo de la manga de su chaqué, para ensartarlas de seguido en las felinas y negras uñas de las hojas pálidas de las pitas en cuestión. No obstante, algunas de las... digamos "gasas más finas y modernas", de manera sutil espoleadas con soplos propios de hada buena, fueron una a una desprendidas de aquellas garras y, ya por su propia inercia, cada cual... ¡sabes! remontábase autónoma, hasta conseguir quedar suspendida, enlazada, amalgamada, extendida, tensada... formando juntas un palio lujosísimo, ricamente trabajado y con gracia superpuesto sobre el azul límpido del cielo otoñal, y tras alegres nubes de algodón acaramelado... Es más, y aún antes de cerrar Claudia los párpados __temiendo que su frágil sensibilidad reventase como bellota a la candela__, creyó ver cómo decenas de piedras, en grado sumo desproporcionadas para ser preciosas, se engastaban sobre capullos... o sobre primorosas pajaritas surgidas del lazo, entre pico y pico de cada dos velos.
Anita, ajena a tan suntuoso decorado, mas algo molesta debido al comportamiento mohíno de su amiga, abrió alas, corazón y pestañas para exclamar:
__¡Claudia; escúchame con atención, por favor!: pasemos por alto, que apenas me consideres... siquiera como a un apéndice que tuvieses de más en el cuerpo... válido sólo como asidero para, en verano, colgar el botijo; que más que amiga me estimes sólo como acólita, como fiel escudera... __referida tal valoración se le cubrieron los ojos de ira y el rubor le afloró a los pómulos de nácar... y hasta comenzó a rebullírsele la crisálida que invernaba bajo la piel roja de sus labios__; pero que nunca acabes tus reflexiones me saca de quicio..., ¡no pienso seguir tolerándolo!
Claudia, sin inmutarse, descolgóse el hatillo, se aproximó hacia la pita más desplegada, amenazante, fiera __curiosamente, equidistante de ambas mujeres__ y con voz templada, pero con cierta aura fulgente en la mirada, replicó:
__Mira, Anita, referente a los gustos, retiro lo dicho; pero, al menos, mantén que jamás has aprendido a diferenciar dientes de ajo de otros de oro, ni siquiera a considerar esa conclusión tan trasnochada de que todos los gatos son...
__Y... __al quite y a viva voz, reflexionó Anita mientras se ajustaba el elástico de las bragas, el repulgo del sostén y, por último, se arrebaña las posibles postas carmesí solidificadas en comisuras bucales__; y puesto que, según comentarios tuyos, van a derogar el infinito..., pues, ¡qué menos! Bueno, tampoco hay mal que por bien no venga: ya que el universo será limitado..., al fin y gracias a Él... __levantó el dedo corazón, con índice, anular y meñique de la mano derecha mesiánicamente doblados__, los que necesitan pruebas palpables, podrán rastrear punto por punto, átomo a átomo, mácula a mácula..., hasta luna por luna cada entraña o rincón; de una vez por todas conocerán dónde se ubica el verdadero Firmamento, cuál la galaxia afortunada donde los elegidos se relamen, retozan y, por siempre jamás, siguen y continuarán disfrutando de su bien merecida eternidad... de manera imperecedera adornados de blanco vaporoso; orgullosos e inefablemente contentos... y marchando de la mano y sin rumbo, igual que la Santa Compaña sobre los umbríos y verdes campos de Galicia..., pero sin tamaña melancolía, sin tanta morriña ni tanta gaita.
__¡Venga; adentro que... __propuso Claudia desafiante y curtida de abnegación hasta las uñas; aunque con signos de positiva disposición, apostilló__, en tanto nos atiborramos de lo mejor, te pondré al cabo de la calle...; discutiremos esto, aquello..., del infinito, de lo inhumano..., sin descanso, hasta la extenuación, hasta que nos emane por poros, boquetes, rajas... Y expondremos nuestras biografías de manera tal... que si fuésemos sociólogas.
Segundo Capítulo
Según Anita __Juno despejándose musarañas... propias del trasiego a la oscuridad, persistentes tras largo tiempo sobrecogida, suspendida, de puntillas...: en el umbral, con igual virtuosismo en contorsiones, piruetas, gambetas... (arrogante cervatillo en tules, a dos palmos de los bigotes de un fiero león dormido); debatiéndose entre garras de implacables tempestades (a los talones prendidas... ¡sabe Dios desde cuándo y dónde!), y el inminente abismo que ¡a gritos! la exhortaba...: éste, sin discusión, más vertiginoso aún que cualquiera de tantos como habían superado ambas amigas__ Sí; según tanteaba Anita texturas, dimensiones, alcances, requiebros, envites... de los muchos que pudiera ofrendarle el ambiente, también se obstinaba, con el pie, en mantener medio entornada la puerta __a cuarterones... y, como el de mares imaginarios, de un tono desvirtuado...: más equívoco y nacarado según el sol otoñal va a duras penas encaramándose__, con el fin gratuito de permitir que, a través de la holgura __exacta al diámetro de su frágil talón desnudo__, penetrase una vaharina gélida, fulgente, mansa... que se propagara con uniformidad y, a su abrigo, fuese arropando decenas de fardos latentes, andrajosos, que... de frente y tendidos, yuxtapuestos, contrapuestos, a pares, a tríos, apañetados, drapeados... empedraban la extensa y diáfana superficie. "Que, hasta la niebla pertinaz, no conforme con planicies, en absoluto se arredrase; superara toda suerte de inconvenientes, quicios, paredes... __rumiaba Anita, incapaz de frenar el caudal de sus estampas fantásticas, pero estáticas__, dotando al entorno de un cariz taumatúrgico..." No obstante, y según ésta huía de las garras de su propio y terco ensimismamiento, Claudia fue despojándose precipitadamente del hatillo...; luego ligera, como flotando: suspendida, pero aún chapoteando descalza sobre la niebla, se aproximó hasta acabar velada por el fulgor... que más bien parecía dimanar del propio vidrio, y no a través de él y procedente de la mañana; y una vez reclinada sobre aquél __aún frío, a pesar de su cálida apariencia__, mientras desvariaba, sobrecogida por el trasiego latoso del devenir, a la sazón ir deshilvanando esencias propias del espacio... que, según y cómo, iba imponiéndole su recalcitrante cerrazón:
__¡Anita...!
La voz de Claudia zumbó en la estancia... y, como tábano o gato aherrojado, de manera caprichosa botaba sobre cristales, cuerpos vivos, esquinas amenazadoras y frías...; no obstante, para ésta escapar, aunque algo distorsionada, inarmónica y sumisa, condújose palabra a palabra, unas tras otras... en hilera hacia la ranura: persistente aún debido al caudal de la niebla. En tanto Anita, a su talán, ya se desplazaba adonde su amiga había arrojado el hatillo: círculo todavía en sombras..., sin ser alcanzado por el resplandor: ¡entraña! __así de rotundo acudió este vocablo a la imaginación de Anita__, ...cuyo eje, al mínimo sonar de pitos y flautas, comenzaría vertiginosamente a girar.
__¡Anita...! __insistía Claudia procurando más veracidad en el timbre de la llamada que en la lógica del empeño. Sin embargo, se mantenía atenta, más bien aferrada al mínimo cambio, tanto de su interior como de afuera: cuánto y cómo arreciaba la lluvia; cómo y cuánto sus gotas, nimbadas de artilugios nupciales, inmaculados... dotaban al ambiente de percepciones cuando menos inquietantes; y, de qué manera, tanto blanco lácteo iba recalando los rincones y poros más recónditos y a trasmano del jardín..., y aun los de su propia alma. Sin embargo, las púas de la pita (sin cubrir: ¡espeluznantes!) resaltaban sobre el blanco como un sinfín de ornitológicos picos curvos, en tono brea. "Tal vez... (recapacitaba cerrando sus pesados párpados) de supuestas manadas migratorias que irrazonablemente hubiesen perecido bajo la inclemencia..., en un sueño de invierno".
__¡Despierta...; Anita, escucha!: al hilo de aquello que apuntaste sobre espacio y tiempo, y en tanto sufro cómo de manera irreversible, y al margen mío, va precipitándose el porvenir, he estimado oportuno que, sin falsa modestia, deberíamos considerar..., inventar un pasado... y también ¿por qué no, un presente...? ¡Mientras nos damos el festín, resultaría fácil...! ¿no crees? ¡Hasta podríamos echar mano de los vestigios que nos fuesen procurando los distintos manjares... o a tenor del mínimo cambio, por muy insustancial que se presente; lícito tanto lo espiritual como lo material, lo sublime como lo pedestre...!
Con voz queda, envuelta en gasas livianas de ensoñaciones post-siesta..., Anita expelió un ex abrupto:
__¡Mecachis...!
__Anita, no te muestres perezosa, inexorable...; ¿podrías apostar, acaso, por ese otro discurrir a machamartillo, grandilocuente, pero tardo e impreciso... que, a través de la historia, el hombre se ha empecinado en defender, y aun en aceptar como filosofía...; si no, por qué periódicamente y en manadas vienen suicidándose ballenas y más ballenas?
__¡Mira, Claudia, sin desacreditarte...; pero, al menos, no desquicies a estos individuos con tus guilladuras...! ¿no ves que cabecean como gorriones bebiendo? Es más, hasta sería ingrato soliviantar a tantos seres, aunque se trate de despojos... Y piensa que aún es más inverosímil que un volcán permanezca siglos dormido y un buen día... ¡zas! estornude... y espute sin haber siquiera agarrado un maldito resfriado.
__Sabes qué te digo: que siempre pretendes ir bajo palio; que, fuera de tal amparo y a pesar de promulgar día a día tus instintos de aspirante a starlette de la paz, te conduces con profunda arrogancia..., sin la mínima consideración ni generosidad. Estos, a los que aludes, necesitan más de la imaginación que del aire que respiran. ¿Podrías asegurar, acaso, que tienen cubiertos sus instintos burgueses..., tan necesarios? ¡Quítatelo de la cabeza; no son más que fracasados, oligofrénicos, cretinos..., aunque no inapetentes!
__¡Estos, siquiera necesitan dormir la mona... y déjate de pamplinas! Además, no sé qué sentimiento de culpa se cobija bajo tus propuestas, pero, si te he de ser franca... ¡a chamusquina apesta! En mentes intrínsecamente reaccionarias, tanto miramiento bien denota cierto ocultamiento de lo más esencial...
__¡Escucha, Anita, no devanes el bramante, que no se trata de ensartar los pecados que escapan a las redes tendidas por los obreros de los prodigios! Tan sólo intento superar contratiempos, delimitar circunstancias, extraer lo mejor de entre todo aquello horrible que despunta en la vida: ser optimista... ¡cipote!
__Pues, con menuda has topado. Siempre abogo por el más puro pesimismo..., pero nunca en menosprecio del elixir de la vida; quiero ser consciente de junturas..., más que del adoquinado propiamente dicho.
__Y ¿qué ganas por tanto; si es lícito preguntar, y si con ello no quebranto la sempiterna noche polar ártica... el descanso de los justos?
__¡Salvo sucumbir bajo atroces despropósitos, nada en absoluto! Sin embargo, jamás me recreé en bailes como el chotis; nunca evité argamasas..., en tanto que éstas dan... ¡así de veces! __y con tres pitos cristalinos y aflamencados subrayó la interjección__ ...más juego que cualquier piedra.
__Pero, Anita, si precisamente se trata de eso; de elegir nosotras mismas los ingredientes... Y no como rebaño de cabras... que, por una perrita bravucona y caprichosa, acceden a ser de manera indigna vapuleadas.
__¡Claudia..., Claudia...! ¿por qué me atormentas; acaso desconoces mi torpeza... hasta para formar pompas con chicle o con jabón; que, a la hora de elegir, me transfiguro en la persona menos hábil del planeta...? ¡Decididamente, careces de caridad...!
__Por favor, Anita, no llores ni gimas, ni malgastes esencias... __y con entereza lisonjeó__ ¡Si en estos casos, al menos, tuviese ardid para autoconvencerte de que quizá eres el ser más vistoso, luminiscente e imponente del mismísimo globo terráqueo...; rutilante cual pámpano verde tras una fugaz tormenta de verano!
__¿Pero qué insinúas; es que osas siquiera parangonar tangibles fisonomías con esas otras que los pinceles misericordiosos de tu incondicional deseo restauran; o es que albergas esperanza alguna de contemplar nuestros rasgos, con amplitud ponderados fuera del ámbito del amor...? Extírpalo de tu discurrir; no es más que... ¡nena! puro instinto de supervivencia, fábulas... o simples parches a la peor injusticia que le hayan perpetrado a la mujer. Te seré franca: jamás nadie consiguió desbancar a esa niñata de Blancanieves; por mucha sangre que a través de la historia se haya vertido... por infinidad de argucias que aún reservemos para seguir urdiéndole... (aunque luego éstas sean arrojadas, mezcladas con nuestro aliento, ante pozos o albercas donde tarde a tarde, de manera sistemática, acudimos a penar..., a resarcirnos... y aun a insistir...: "luna mágica ¿quién es ahora la más bella del lugar?"), siempre... sin dilación, de entre nuestra trémula fisonomía, resurgirá su angelical y fresca dulzura... Y no con sumisión ¡la muy marrana!, sino acusándonos de impostoras, carcajeándose de carencias, defectos... y hasta de nuestra sombra.
En la charca donde el haz de resplandor vertía su flujo, Anita fue introduciendo los pies descalzos..., consciente de que la luz podría teñir de nácar sus uñas... largas y planas como paletillas de pintor..., aun sucias, resecas, descascarilladas. Aunque... quizá debido al transcurrir del tiempo o al contraste de temperatura, ella comenzó repentinamente a adoptar ciertas posturas estrafalarias, inusuales... que la emparentaban con determinadas especies de paraísos soñados: A medida que en sus labios trémulos precedíanse preguntas y respuestas, conjugadas cada vez de manera más incuestionable, y el colorido de su voz adquiría tintes melódicos, sus manos, dotadas de hiperestesia, exangües, húmedas, rugosas __de bailarina anoréxica debatiéndose en su lecho de muerte prematura__, aún más titubeaban... ante su propio cuello sarmentoso y estirado, ante su frente fruncida..., luego, más crispadas, descendían hasta palpar su vientre contraído, palpitante... Consecuentemente, Anita advirtió cómo se le agarrotaban los músculos flexores de ambas piernas...; y, no sin horror, también una considerable y creciente laxitud en las pantorrillas. Debido a esta inestabilidad fue, ella misma, quien no dudó un instante en conferirse (por supuesto, mentalmente) cierto parecido al perfil del pato común...: ese trazo en la imaginación que, tanto nos procura solaz, como nos incita a albergar ilegítimas esperanzas de vuelo... Y su falda roja, a sazón del propio meneíllo...: ya ígnea por el sol..., ya cárdena por la sombra; ¡ora llama del infierno, ora paño episcopal...! Sin embargo, a Claudia, toda aquella tramoya más bien la traía al pairo..., o siquiera la instaba a desahogarse, a recriminar, a explayarse a gritos, fuera de sí:
__Dios mío; carecéis de entrañas. ¿Qué, nadie cuenta con redaños suficientes para cegar algún ventanal? Tal profusión de color, contrastes, temperaturas, fragancias... que conseguiréis... ¡no ha de tardar! desgarrarme los centros...; y que, debido al propio estallido, el néctar meramente poético de la cuestión... ¡de ley! termine derrochándose de manera gratuita..., desprendiéndose..., desgranándose cual pétalos de margarita, a piano, sobre estos cerdos...¡No lo consentiré! Así que..., mejor será dispongamos la mesa... ¡Me estáis tocando el coño! ¡Bueno, desata el hatillo; yo te ayudaré a extender el mantel; pero no lo ventiles demasiado: prefiero verte nítida, que tras un tamiz de polvos orientales!
Uno de aquellos bultos __el más próximo a Anita, aunque curiosamente inconmovible a tal tropel__, al ser en sus párpados herido por un destello furtivo, entornó con cautela los ojos; y, mientras se desperezaba, fue despojándose las gasas de niebla que lo envolvían: mosca atrapada entre telarañas..., pájaro en un mar de mercurio... o, si cabe, ¡más artefacto metálico, que persona! En cambio, se trataba de una muchacha frágil, asustada, desgreñada, roñosa, andrajosa, aterida de pies a su cabeza menuda..., aunque con cierto telurismo... elegancia y refinamiento a la hora de unir los dedos..., en la manera de conjuntar sus desgalasadas y marchitas prendas: el tono azul del suéter, armonizaba con las listas de sus medias cortas, y el amarillo lustroso de su falda estrecha desfondada, con el de su cinta o banda a la cabeza: tocado a manera de las parisienses de la Resistencia. A duras penas de pie, encorvada, bamboleándose, pero con coquetería... se atusó el despeinado de estopa, se deslegañó sirviéndose de los nudillos prietos, renegridos..., arremangóse la falda y, con desgarbo, se bajó las bragas sucias y con troneras... Acto seguido, se acuclilló de frente... apuntando a las presuntas comensales amigas... Éstas ya, con la boca llena de aceitunas negras, se afanaban en colocar los alimentos sobre el mantel impoluto. Una vez hubo defecado aquélla, sin limpiarse siquiera el culo, dio un respingo, una queja, un gruñido... y se tumbó sobre el mismo pavimento de antes, aún calentito..., pero de espaldas a la escena. Al instante ya resoplaba con notoria felicidad.
__¡Qué manera de cagar! __profirió Anita, dando un bufido y al tiempo de descorchar con manifiesto alarde la botella de Valdepeñas. En tanto Claudia, rebanando el pan con suma meticulosidad, adujo:
__¡Y qué oportuna! Seguramente, anoche, algún desalmado le pasó una papelina... ¡Qué horror! ¡Qué escalofríos me acosan! No debería estar permitido que una psicótica se drogue..., y menos en público. Luego ¡pasa lo que pasa! Sí, mujer; después, siempre hay alguien que nos malinterpreta; sin reflexión, sin recato... y de todas todas, achacan nuestro deterioro al consumo de tóxicos..., y nunca a los estragos causados por la propia enfermedad.
Con la mirada velada por pinceladas impresionistas de diamantes líquidos, Anita atestiguó:
__¡Es que..., decididamente, el ser humano es superfluo por naturaleza; carece de rigor alguno! __con un muslo de pollo al doradillo, enarbolado con gracia como si de un trofeo se tratara, y la boca en ratonera, se mantuvo un momento quieta y ausente ante la actitud inquisidora de Claudia... que no tardó en aprovechar la coyuntura, y el luminoso inciso atmosférico, para alzar su copa hacia químericos destellos próximos y lejanos a un tiempo. A continuación cogió las riendas y emprendió la propuesta, varias veces postergada:
__Como en la mayoría de las ocasiones, yo debí ser engendrada de manera furtiva y a contrapelo; en esos momentos de tontuna, ebriedad, abandono, desidia...: tras varios julepes, unos tragos de ron, almendritas tostadas y pipas de calabaza. Como cualquier pareja de entonces... infectada por la corriente de modernidad más radical (asidua a lencerías finas importadas, a autores transpirenaicos de dudosa reputación, a los cigarrillos mentolados y superlargos de estraperlo, a collares de dos vueltas y de cuentas de colorines...), estoy por jurar que mis futuros padres cayeron en la trampa de un sofá de tres plazas... frente a un ventanal orientado a poniente, y a un ciprés como la copa de un pino... De manera algo impúdica debieron arrullarse; como en tantas otras ocasiones terminarían recitando poemas de Baudelaire... o de algún otro loco... ¡no diría yo que no!, y quizá estrofas sueltas de la Divina Comedia... Y ¡zas; mi padre armado... y que, con el cipote tieso, pretende ensartar a mi madre que anda ya por séptimo círculo...! "¡Andrés, no...! ¿Pero qué haces? ¿Ni respetas siquiera la memoria de mi difunto padre... muerto en el paredón... y que, tal vez, nos custodie desde la Gloria Mariana?" Le reprueba ella, al tiempo de ponerse de pie y con rabia alisarse su traje charleston de talle largo, plisado fino... y de medio luto. Mas él, sordo, sudoroso, los pantalones grises de espiguilla trabándole... a la altura de la corva, y persiguiéndola como rucho empalmado o niño con cacharro sorprendentemente vivo, va y, justo detrás de un pendiente margarita de plástico y con aroma de unto gallego, le rezonga..., con vehemencia: "¡Anda, chata, no te obceques; relaja las ingles...!" Entretanto, y a riesgo de descolocar algún pañito almidonado, no dejaba de atosigarla alrededor del sofá de tres plazas; de arrinconarla hacia la vitrina repleta de copas tintineantes y botellas medio vacías; de pellizcarla tras las cortinas de piqué a tres tintas; ni cesó un instante de arremeter, en puntillas, presionándola el culo... ¡Cómo perros! Sin embargo, hasta notar que su juguete furioso iba abriéndose brecha contra natura... ¡como un jabato!, no estuvo satisfecho... ¡el gachó! Pero entonces la ultrajada, soltando un alarido recamado de cotidianeidad, se vuelve y se encara al otro a media voz: "Vale; ¡si no hay más remedio...! Mas al menos ten la valentía de violarme con decencia... por delante". "De acuerdo, Carmencita, como tu pocholo proponga...; pero, sinceramente, lo hacía de esta guisa por precaución" Se apresura a responder el resignado y ofendido amante... Y en tanto, sin cesar de mordisquearse el labio inferior, mi madre se relajaba... ¡es un decir! y acuclillábase aun al tiempo de apartarse la braguita de encaje malva con el dedo corazón de su mano izquierda (pues con la otra se arremangaba con cuidado la falda de plisado fino), él, para reforzar el impulso, asido a uno de tantos anaqueles de la inmensa librería, atestada de ejemplares variopintos, irregulares y apolillados, se contorsionaba, gatuneaba, resoplaba con furia... se ofuscaba: dispuesto estuvo... ¡si Dios le hubiese marcado el sendero! hasta de introducir su lengua espumosa en la misma boca del lobo... Mas, para entonces, el cabello de ambos, y sus propios resuellos, campaban sueltos, rebeldes, enmarañados, desbocados, sedosos... ¡valga la contrariedad!
A tenor de estas declaraciones, los bultos latentes, pero dormidos, que remolinábanse en torno a Claudia y Anita, de manera disciplinada, fueron mostrando su identidad; todos, al unísono..., como por mandato, estiraron sus cuellos roñosos, endebles y nervudos; e, igual que manada de avestruces obnubiladas... o de gallinas cuando barruntan tormenta, procedieron a rotar rítmicamente sus cabezas. Sin embargo la desarmonía, tocante a tamaños y conformaciones de éstas mismas, era indescriptible..., de todo punto irregular y grosera: ¡que si apepinada una, la otra como meloncitos de invierno; que aquélla aberenjenada, la de más allá tan hermosa y oronda como las sandías florentinas...: mondas, o con melenas medias o enteras, y barbas de coliflor!
Dada la idiosincrasia de las comensales, y como réplica a tanta desmesura en el entorno... y a su complejidad respecto unos movimientos de otros, éstas adquirieron la actitud más estática que cupiera concebirse; o una como otra frenaron de forma tal sus amaneramientos, constriñeron tan férreamente el mínimo gesto o pensamiento, atesoraron de tal manera su avidez... que ¡de un quítame allá esas pajas! las dos habían quedado inanimadas cual Hornaditas Navideñas...: ¡tanto las miniaturas por tales, como las de tamaño natural por reales...! Máxime, cuando aún las presentes están dispuestas... con igual gracia que las aludidas en los belenes... y con esa solemnidad y donaire que las caracteriza: Anita en el instante mismo de írsele a dormir la sonrisa; Claudia justo cuando, con desafío, intentaba repudiar la mirada descarada de un adolescente frescachón... que, desnudo de cintura hacia arriba y reclinado sobre otro pecho inerte, pero aún más mastodóntico, viril, maduro, fibroso, roñoso, hirsuto, gris..., empinaba un tetrabrik de vino peleón... El joven, el muy insolente, ni siquiera resentíase cuando copiosos chorros de vino tinto rebosaron de su boca para luego chorrear con abundancia por los cuatro costados de sus pechos barbilampiños, groseros, insultantes... hasta desembocar sobre el otro pecho... tanto o más insensible, pues tampoco ni un pelo se le erizó entonces.
__Debió cruzar un ángel... __acertó a sugerir Claudia, mientras vertía también vino sobre una copa.
__¡Más bien un arcángel __contradijo Anita, ipso facto, irritada, sin pararse a reflexionar...__; que son los que, a tenor de tales acontecimientos, suelen merodear!
De la misma manera que a punto estuvo de precipitarse cierto cataclismo... o algo de tinte similar, de nuevo cada cosa volvió a su cauce; cesaron los movimientos rotatorios de las cabezas erguidas; el muchacho insolente derrumbóse sobre su amigo como asestado por algo contundente; y hasta la luz viró hacia ese rubio de tarde que tanto agracia y engrandece cualquier narración. No obstante, fue Anita la que primero se sintió inspirada...; quién sin ningún miramiento ni escrúpulo desbancó a Claudia... cuando más embebida se hallaba ésta ante los ríos de su propia imaginación, de caudal siempre imprevisible; súbitamente, entre bocado y bocado de pan de higo con colines, emprendió la busca y captura de aquellas evocaciones... que bien pudieran ser recuerdos olvidados en el fondo estancado del océano de sus sueños naufragados.
__No sé por qué..., pero me pega que mi familia materna atendiera al mote de lucentinos: sinónimo de guapetones, flamencos, pintureros... A veces, pero siempre tras una buena jodida, y entre la nebulosa que dimana de las palpitaciones febriles resultantes, de manera anacrónica surge la imagen cálida de cierto señor de gris, camisa impoluta, sin corbata ni siquiera chaleco de trabillas flotantes..., sombrero de ala ancha vencido hacia el lado justo donde su mano derecha, y la parte del corpachón colindante, se insinúan sobre un bastón de vara nudosa de olivo nuevo y mango de carey con abalorios de plata... De la otra mano, aún más marmórea, más fría, más muerta... y en cuyo ademán se decanta un ostentoso e imperecedero saludo, pende y da vueltas un reloj de bolsillo, argentino..., numeración romana en relieve y de color verde esmeralda. El chispear de sus ojos profundos... de sultán, se atenúa bajo la sombra que proyecta el ala del referido sombrero. Sin embargo, su sonrisa, libre de sombras, y no de cientos de arrugas que delatan su manifiesta vejez, resalta fresca, prometedora..., hasta con matices blandos, relucientes, lascivos..., propios de galanteos adolescentes.
__¡Vamos, Anita; a ti, porque nunca te ha cedido pie tu propia inteligencia... que, si no...! __interrumpió Claudia con sonrisa burlona, en tanto se desataba la coleta. Luego, más severamente, con el cabello vivo y según alzaba la copa de vino, arguyó__ ¡Y eso, que has pasado por alto los derechos de veteranía...; el que yo empezase a narrar primero...!
__¡Chiquilla, no te pongas así... que no es pa tanto; si te cuento, no te lo vas siquiera a figurar...! ¡Vamos, vamos, vamos...! __se apresuró a explicar Anita__ Pues, ¿y si te confesara que nunca antes me había ocurrido? Ha sido como una súbita revelación, de igual magnitud que aquellas remotas leyendas de musas, proclamadas y vapuleadas por sus propios poetas... o quizá... ¡tampoco sería descabellado pensar! mucho que ver con nuestra propia e ineludible cruz a cuestas... O como con tanto acierto has apuntado tú: que quizá se me despertara el talento narrativo. Sin embargo, y en contraste con tu verborrea, más estático.
__En cambio, así de primeras, no me explico cómo te fluye con tan esmerado orden, sin...
__Porque se trata de algo repentino, extraordinario... mágico... y, al mismo tiempo ¡tan real! Meramente podría tratarse de alucinaciones, confidencias, señales... Verás; si concentramos toda la intención en un punto cualquiera, al azar... __por un instante se ensimismó Anita, fija en el pecho peludo del mendigo aquel que soportaba al referido muchacho insolente y frescachón..., luego prosiguió aún más exaltada__ ¡Nena...! ¿no ves, como a través de un extraño calidoscopio?: informes partículas de recuerdos que sin disciplina fluyen, se apiñan, forman filigranescos conjuntos... se quiebran, se dispersan, se debilitan... y ¡se van!
__Escucha Anita... ¡a mí con pamplinas, ni lo sueñes!; eso te lo ha revelao una servidora... ¡así de veces! __entonces mostró las dos manos que al unísono cerraban sus dedos como flor comemoscas ante una suculenta propuesta__ ...y me tachabas de loca perdía... ¡con que...! Y más, por añadidura, un agravante: momentos antes de liberarme de tales figuras y palabras, mi cabeza sufría y, a pesar de la práctica, sufre aun considerable presión, tensión, abotargamiento... como si la masa encefálica creciera sin tino... o una olla exprés hirviera sobre un volcán en ascuas vivas.
Anita se puso en pie, de un salto; distraída, flexionó una pierna; a la sazón giró el cuello con arrogancia, se humedeció tres dedos en saliva... y, tal que si pretendiera detener un punto traicionero en una media de seda, se palpó con ellos la pantorrilla desnuda. Entonces, preguntó en tono desafiante:
__¿Y por qué no puede ocurrirme algo parecido...? ¡Mira qué gracia! Ahora, bien..., ¿me puedes explicar por qué estallan ciertas granadas..., y otras no? ¿Y por qué la excepción que confirma la regla se contempla siempre con aprensión...; si sólo es cuestión de números?
__¡Anita, Anita!
__¿Qué...?
__¿No aprecias una débil fragancia como... de alhelíes?
Lanzada la pregunta, Claudia fue presa de infinita tristeza..., mas pronto se repuso; con nuevos bríos y de puntillas corrió hacia la mampara __ahora dignificada por el rescoldo ambarino de un atardecer inveterado, de finales de marzo... ¿o acaso de septiembre...? donde, y después de luchas encarnizadas, convalecientes nubes yacen sangrando alrededor de dicho rescoldo__ a descubrir con ojos inocentes todo aquello que presentía su alma alicaída. Mas, para avistar macizos de geranio a punto de plagarse de ramilletes exuberantes, no tuvo que alargar ni ensanchar mucho la visión...; ni tampoco para descubrir aquellos inconmensurables arriates, festoneados de cantos rodados grises, o arena, o marfil... y repletos de pensamientos con enfermizas manchas de mariposa en sus cerúleos pétalos..., de primaveras insultantes, de margaritas huevo, de camelias exangües, de tulipanes negros... Sí; ¿quién, desde marco tan propicio y con imaginación a galope y sin bridas..., no asperjaría de colores todo cuadro de naturalezas muertas e incoloras; aunque con la superflua intención de mancillar al arte en general?
__En cambio me asombra... __prosiguió Anita, ajena a pugnas florales, a retos de fragancias__ que mi futura madre, siendo morena y por demás sosegada y altiva, le concediese mérito alguno a un mequetrefe..., anacrónicamente tan rubio, sanguíneo, atrabiliario... como debía ser mi padre entonces. Pero, ¡a capitales razones debió corresponder mestizaje tal!; en tanto y cuanto, y al menos tres veces diarias, su misterio y evocación insisten de manera caprichosa en mi presente...; sí, en mi presente confuso, incierto, deshilvanado... Supongamos que, sin más, mi padre se presentase... ahí, suplantando a ese imponente Polaco de cabello revuelto y pecho canoso...: sí, el que sirve de almohada al joven insolente de pecho desplumado... Pues, sin dilación, y según me detengo en su boca, ya advierto cómo su sonrisa burlona dificulta la solemnidad de un gesto auténtico, puro; cómo, por la misma sonrisa, se le ahueca a éste (no a mi padre), el labio inferior exuberante... y también le mancha (a mi padre) de ironía el liviano arqueo de las cejas hirsutas y rubias. Su pelo, hacia atrás (tanto en uno como en otro), luce sedoso, a reflejos, y ligeramente ondulado... en cambio, un singular remolino en la sien izquierda media para que un bucle del frontín se le revele... y caiga imperativo e interrogante entre ceja y ceja... como una vírgula... como un signo. Los ojos, más bien pequeños, pero de mirar intenso, chispeantes, limpios... denotan cierta picardía y un tanto de irritabilidad, pronta a descontrolarse tanto en uno como en otro. Sin embargo, si admiramos su barbilla sensual, torneada, orgullosa... o su nariz aquilina y con carácter, podríamos atenuar el impulso de aprensión primero... e incluso sustituirlo por un beso en su frente prominente, perlada, fría, despejada, franca, de reminiscencias eslavas... ¡Siempre me jacté de proceder de Rusia!
Entretanto, Claudia había sucumbido a la trampa de otro artificio; quizá quedóse prendida en ese andén de vía muerta... adonde difícilmente... ni a lomos de locos milanos siquiera... acudirían parientes próximos ni lejanos, a defenderla de las garras de la pita... como lo hicieran entonces: solazados y dispersos en interminables horas de remotos veranos de infancias elásticas e inciertas; en cambio ninguna de aquellas escurridizas imágenes alcanzaría ser ya algo más que rutinarias perchas de la memoria... reductos biográficos en la recopilación última. Para ella, y como otrora, la débil evocación de tales parientes, cualquier brote impuesto a su cordura, una sinuosa vía muerta... __ya en tiempos perfumada con... y puesto que las deshabitadas dependencias aledañas servían de cobijo a pájaros migratorios, a parejas en celo, a borrachos furtivos, a maricones de ocasión... sí, y por añadidura perfumada con fragancias de pajas secas, grano húmedo, polvo ligero..., saliva espesa de golondrinas obreras__, no le suscitaban mayores energías que simples instintos de aferrarse a lo más inmediato... al mínimo dolor súbito, finísimo... con tal que la librase de otro mayor...
Tercer Capítulo
Según Claudia regresaba de nuevo al presente, hasta el último recodo de la estancia, atmósfera incluida, parecía germinar con reflejos cedidos por la flor de la balaustra... Sí, todo... __salvo manchas pajizas o traslúcidas burbujas que dimanan quizá de un descalabro en el cielo: ligeras, insustanciales, flotantes, vagarosas... y próximas a la pared más desvencijada, derruida, agrietada, desconchada... donde también un boquete considerable muestra cómo ramas, presumiblemente de morera, retozan instigadas por enconados vientos e, igual que perros las pulgas, sacúdense racimos de procesionarias aún verdes__ ...todo tornábase cárdeno, funesto, amenazador... Todo... "a excepción, si precisamos, de aquel charco de luz que, allá lejos, con suma lentitud ahora se desplaza... __convino para sí, Anita__; si cabe, más rutilante a medida que la oscuridad se prevé irremisible, irremediable..." O ¿serán espejismos?; formas que en momentos críticos mineralizaron, pero que, según remiten ciertos intereses, con igual fuerza nos merman ardides... destensamos riendas, consecuentemente suplántanse distintas realidades, si apuramos, aún más imprecisas, fantasmagóricas... O se trate, sencilla y llanamente de manchas enfistuladas, apostemadas... que, ya maduras, pretendan verter al fin su
humor sobre el correlativo pavimento... ¿por qué no?..., como obsequio... o en aras de los últimos inquilinos: De rasgos sesgados y de singulares trinos de pájaro agorero al cantar; salvedad que, igual en Anita como en Claudia, no dejaba cuando menos de suscitar extrañeza... en tanto que ni siquiera revelábase ya en la memoria sus orientales facciones... Y, sin embargo..., ¡vaya! ¿por qué de súbito se cristalizan formales presencias... más vivas e intensas ahora cuando ¡tiempo ha! desapareció la parva aquella de peruanos emponchados y enflautados?
De rodillas, la falda inflada e inflamada, los carrillos hinchados y atestados de polvorones, el pelo encrespado, la frente contraída y cierta perplejidad en el abismo de sus ojos azules, Anita, conforme acercábase más y más a la mampara incandescente donde Claudia apostada a contraluz ofrecía con alegre desinterés otras exquisiteces que, con manifiesto amaneramiento y las manos rebosadas en azúcar cristalizada en grano fino, iba retirándose del bolsillo de atrás del raído y sucio pantalón vaquero..., se detuvo un instante sobre la rodilla izquierda; la otra pierna, en ángulo recto, servía de sostén o cojín al brazo contiguo; firme la base, atornillado el codo al muslo...; en tanto, ejercitaba los dedos a expensas de voluntades o caprichos más solícitos de su barbilla: ave mansa y enamorada planeando hacia su nido, a empollar; luego clueca rebulléndose entre dedos de manos de paloma; languideciendo aquélla sin motivo; ensimismándose la otra sin razón... Mas tal vez ambas siquiera orgullosas de imponer o granjearse el mérito de lo que ya apuntaba como plácida sonrisa en sueños ligeros de siesta. Y, en tal privilegio, ora hacia la actitud quieta y generosa de su amiga, ora hacia la mansa y descarnada del joven insolente __habida cuenta, éste, sin piedad y a la sazón, desprendióse del torso del mendigo de aires polacos, pelambrera híspida y gris...; seguidamente, en calzoncillos holgados, rotos, deshilachados..., a gatas, con sigilo, textura y precario pelaje de ratón cazador, huyó... hacia los desperdicios de la opípara merienda__, que aún acertaba Anita..., aunque con la inercia reducida por el trajín y cierta desazón causada por un guijarro incrustado en la rodilla postrada, a contemplar otros cambios, tonos o movimientos sobresalientes:
Al fondo, bajo una escalera que no ascendía a cielo alguno __truncada__, descolló una música dócil, monocorde, melosa, turbia, cálida, muy aromática... quizá la adecuada para subrayar los típicos ritmos de hermandades o tribus siempre hacinadas y en danza: idénticos vellones negruzcos en torno a radios desproporcionadas, aparatosas, de cromados estridentes y plásticos chillones. Despuntó también... en oleadas, a ráfagas, poseída por arrebatos súbitos e intensos, rayando el delirio, aunque procurando sostener el ritmo de tales melodías atirabuzonadas, una inglesa romántica...: angarillona, estrafalaria, lívida, pecosa... y lacia, cual lechuguina desclorofilada al sol. Y cómo ésta, de un extremo a otro del recinto, comenzaba a retozar vapuleando una porosa túnica aceituna verde limón, que sobre los hombros y sujeta con argollas acardenilladas a sus escuálidos brazos de egipcia atípica..., y a riesgo... ¡la muy pendona! de destronar uno a uno todos los bultos que aún permanecían durmiendo ocultos bajo sus harapos... y hasta de aventar nuevamente la vaharina que, como lastre intransferible... azúcar glassé o polvo de cristal, habíase posado con mansedumbre sobre el pavimento, a modo de lienzo hiperrealista. Sobrepasando al grupo de la música, las manos a la cadera de su esqueleto dúctil, pero abnegado en perlas de sudor frío, esta danzarina enclenque rió a carcajadas; a unos pasos de allí desplomóse sin dignidad ni acierto ni compostura... y, mirando en derredor... como quien vigila mariposas aerodinámicas, se durmió.
Propicia coyuntura ésta, y favorable al mendigo de la pelambre gris; aun en provecho para que éste instase al joven niñato barbilampiño: quien hace escasos momentos huyera de su vera dejándole un vacío inconmensurable en el alma... y en el pecho aún el rodal de sudor pegajoso y tibio de su nuca... Sin embargo, tuvo arrojo para insinuarle, con ademanes confusos, y no demasiado tarde, que también él creíase con derecho a la vida...: ¿por qué derogar apetitos..., por qué soslayar perfiles de sobras con tan buen aroma y pinta, sin asomo de putrefacción? En cambio, fue Anita, adelantándose al más joven, quien descubrió el mensaje cifrado que el otro pretendía trasmitir a éste; la que asintiera con un gesto impreciso, al tiempo de rezongar indiscriminadamente:
__¡Como si no estuvieseis más vistos que La Giralda!
No obstante, Claudia, en vez de condescender, de atenerse al presente, contemporizar..., como en tantas otras ocasiones aún más se contuvo, ensimismándose; parecía percibir la realidad afrutada, a manchas mutantes, nerviosas, de colorines... que en todo caso se deslizaban de una esquina a otra, a capricho... o se eclipsaban conformando litografías abstractas, monstruosas, infantiles...; a tenor de la palpable midriasis, de la sudoración más que estimable, de la sequedad característica en los ya de por sí convulsos y distorsionados labios __mayormente común en crisis de índole de todo punto histéricas__, no era de extrañar que las sempiternas y rutinarias voces acusadoras y dominantes, que en cerco o a coro... o al oído, hasta podrían amenizar sus otras ensoñaciones tanto razonables, ahora más bien la estuviesen imposibilitando, quebrantando su precaria iniciativa, inercia, anhelo... ¡Tal caquexia parecía sufrir... y grado de rigidez en el tegumento que la protegía de la enajenación absoluta que, cuando Anita le aceptó la onza de chocolate, ya diluida por el sudor tibio de sus dedos, algo quebrósele en alguna coyuntura... o se le desmoronó tanto centros como alrededores!: en ese preciso instante parecía haber acariciado al fin la clave o matiz de por qué o cómo, igual que a ella de manera atropellada se le sucedían alaridos varios... sin orden ni concierto, agudísimos, desgarradores..., pero que jamás llegaban a consumarse extradientes, en cambio, en los demás __enemigos múltiples y variados: palomas, cuervos, golondrinas, gorriones... por docenas y especies apiñados entonces sobre flotantes vigas del techo sin tejas ni adobe__ dichos alaridos fluyesen con facilidad..., incluso acompañados de chispas, destellos, graznidos, zureos, trinos... Y aunque ahora ¡distintos unos de otros, al fin y al cabo! pero en tropa... y todos quebrantados, fúnebres, enteramente insatisfechos..., también todos ellos entrenaron aleteos modernos, estrafalarios, desconcertantes, desabridos, superfluos, siniestros, amenazantes...
Entre tamaño alboroto, despliegue y profusión de plumas, palominas..., o a su pesar, acudieron dos mastines negros, membrudos, breosos, engominados, con sus carlancas de plata de ley... que, sin titubeos, a ritmo de milonga, se desplazaron hasta donde los mendigos apuraban y roían los cartílagos de las últimas sobras. En silencio, arrogantes, y a un metro del lugar de su destino, la animal pareja frenó en seco; sus hocicos, rebosantes de babas densas, viscosas y elásticas, humeaban como cráteres ensimismados; sus ojos restallaban por instantes igual que ascuas fatuas..., y sus orejas, no sin manifiesta dificultad áspera, en cambio se agitaban sincronizadas. El mendigo más hecho y membrudo, en silencio... y por deferencia o reparo tanto hacia los perros como al resto de la concurrencia, levantó la cara; sin embargo, con perplejidad y cierto recelo enfrentó la mirada a la de su amigo, eludiendo la de ambas bestias torvas. Luego, aunque con parsimonia, dio media vuelta... y, cual célebre matador que hubiese reducido a la fiera, sin volver la cara, de soslayo, mohíno..., desdeñosamente, el flequillo vencido en la nariz y bufando como quien juega al amor prohibido y loco, arrastraba su capa ruana, a la espalda: para unos tal vez demasiado tieso, envarado..., para otros hidalgo, seguro de su plante y tronío... Sin embargo, él creíase siquiera ridículo y algo mezquino, según se encarrilaba hacia el mismo lugar de donde partiera; y allí, prendado del cuadro que ofrecían Claudia y Anita, se arrellanó..., bien envuelto en la manta. Entonces, los dos animales, que hasta ahí habían permanecido expectantes y sin iniciativa, aprovecharon para unirse al más joven de los humanos... que, a fe de todos los presentes y principalmente del Polaco, en ningún momento había flaqueado en su empeño..., ni de escudriñar tampoco las migajas que aún quedaban por engullir.
De contemplarse ésta escena desde un punto estratégico: bajo el influjo acaparrosado de la cristalera __en tanto que por momentos ésta iba siendo a ramalazos pintada de colores vivos, brillantes... en pugna o contraste con fuegos agoreros y mortecinos; y más aún si hasta allí alcanzaba nítido el eco melancólico del batir de las lengüetadas jugosas del trío hambriento__, posiblemente, el singular espectáculo aquél recordaba la más genuina estampa de un pasado remotísimo: mono desfallecido que, sujeto a la suerte, a la luz flava del crepúsculo... y a la desgana posingesta de las otras fieras vigías, hubiérase descolgado de su pelada rama_hogar... aún a riesgo de jugarse el pellejo.
Y mientras acontecían... minucias para el instinto del mendigo mayor, preso en su manta, inconexos sucesos para el alma cándida de Anita, ahora algo soliviantada y en grado sumo desencantada, trágicos acontecimientos para la mente siempre atormentada de Claudia..., el cielo se ennegreció por entero, las imágenes se difuminaron... y, salvo sinuosos contornos aureolados por inquietas y lívidas llamitas de rescoldos dispersos y a punto de extinguirse, el ánimo de muchos llegó a resentirse... dolerse de que, tras un plumazo, todo pudiera borrarse de la faz del sueño. Pero no procedió así; es más, a medida que cuajaba la oscuridad... que tanto enflaquecían formas como engordaban apreciaciones, la ilusión de ciertas muecas en los rostros de quienes hablaban se fueron acusando más y de manera más intensa... Y, en cuanto y tanto, éstas iban adquiriendo magnitud en la imaginación de los que más embelesadamente atendían, hasta descubríanse perfiles de precisas fisonomías. Para el Polaco __con anterioridad ya fue bautizado... o insinuamos que tal vez debiera así apodarse el susodicho mendigo de la pelambrera híspida y gris, liado en la manta__, cuando Anita discurría, absorta y dándole viento y fantasía a cada inciso de su invento biográfico, no sólo su rostro tomaba magnitudes y líneas inimitables, inefables..., sino que aun la gracia de las curvas, que por entero la configuraban, adquiría virtudes excelsas. Quizá por eso... y porque su voz se quebraba a cada paso... en cada punto y aparte de su pasado..., o sencillamente porque... ¡según se petrifican corazones, delátanse lenguas!, fuera que él notara irrefrenables deseos de exponer también esbozos, bosquejos, retales, flujos, semblanzas... de su propio galimatías:
__¡Presten atención, por favor! Siento envidia. Me embargan sentimientos contradictorios... Pero no sería de extrañar que dichos sentimientos fueran parientes de aquellos otros que a vosotras os empujan a porfiar... También uno necesita explayarse, aunque no esté del todo chaveta... o al menos de la manera que lo sufren ustedes... ¿No creen? Bueno, sin más preámbulos diré que...: En el momento más crítico de mi existencia, quizá equiparable al grueso de la adolescencia o aledaños, conocí a una chica que, para describirla ya entonces a unos amigos __la verborrea peculiar del Polaco se desgranaba cansinamente, a tenor y capricho de un monótono hervor en su garganta... o al son del zurear de las palomas en su lucha cotidiana y con los demás pájaros, por un puesto preferente en el alero__, y ya fuese porque no encontraba palabras precisas... o porque las que hallaba me inflamaban el pecho y la laringe, el hecho elocuente fue que no tuve otro remedio que desplegar de par en par brazos, dedos..., fruncir ceño y barbilla, y ocluir y amoratar los labios. Desde la distancia, aquí en la oscuridad de la memoria, la veo ahora flotar, mas rozando el pavimento..., con su sedosa y lisa melena al viento, sus abundantes libros y apuntes presos bajo la barbilla... y aquella mirada firme, cálida, inteligente, despejada, ambarina..., aunque quizá algo encañonada hacia lejanos puntos o agujeros negros, tras nubes de tormenta..., posada en porvenires desconcertantes. Su conversación era, cuando menos, como un banquete dispuesto con esmero, copioso, múltiple, colorista... hasta grosero tocante a la generosa e indiscriminada elección de muchos de los alimentos. Con grácil desenvoltura aristócrata gustaba de conjugar apetencias mil a un tiempo; tanto, que no dudó en elegirme a mí también; y aunque yo fuera algo burdo en esencia, en cambio, potencialmente, también debía reunir... (pienso ahora) ciertas... ¡No sé cómo las definiría...!
Claudia, que hasta el momento sólo había procurado indiferencia... reticencia y distancias infranqueables respecto a los demás, aceleró el resuello y, aproximándose cavilosa... a paso tortuga hacia la voz, concluyó:
__...Ciertos elementos moldeables: propuestas que con empeño podían hermanarse a lo quimérico...
__Y ¡coño! unos ojitos, una nariz y una boca... __desde su sitio adujo Anita con voz que le brotaba ya rota desde las entrañas__ Y un aire... de esos que perturban al más firme; muy pinturero y, además, con aromas y cierta pluralidad de raza, de estirpe...
__¡Qué va...! __se apresuró a rectificar el Polaco__ Para nada; yo entonces era un notable paleto, evitador de la más simple propuesta; que eludía insignificancias y, sobre todo, miradas sinuosas... dueñas de sonrisas quizá demasiado insistentes, indiscretas, variables, tristes... y pícaras a un tiempo. Pero, ¡decididamente un palurdo! Aunque para ella, visto ahora desde recientes consideraciones y perspectivas, lo más destacable que debió hallar en mí fue sólo reminiscencias... sí, algo dúctil que modelar; algo para mostrar después a otro u otros... y no un valor absoluto por el que sucumbir a la cerrazón, a la enajenación, al enamoramiento. En definitiva, y valga la metáfora, una rama o leño corriente y moliente que, tras un buen injerto, pudiera lucir cual hibisco doméstico... __el Polaco cortó el hilo del relato y preguntó a Anita, imperativamente, a bocajarro, con cierta sonrisa turbia__ ¿A alguna de vosotras les queda siquiera una colilla de tabaco arrumbada en el morral...? __una mano anónima, abotargada, artrítica, le brindó un cigarrillo arrugado; él, expectante, aunque muy diestro, lo agarró, estiró sin dilación su piel de papel, acercóselo junto a la oreja izquierda: reproduciendo para la ocasión el clásico ritual del puro habano..., y luego hacia la nariz. Risueño... Palpablemente exultante y satisfecho de lucir el cigarro enhiesto entre los labios, aproximó el morro al rescoldo de una fogata a punto de palidecer y, tras exhalar con avidez la primera calada, continuó..., ahora modulando las sílabas humeantes..., con mucha precaución y esmero, casi declamando__ ...La rama en entredicho fue plantada en un arriate próximo al pozo situado en el centro del patio de la casa de la inefable chica de la melena sedosa y tocho de papelajos a la barbilla altiva: mi mentora... ¡Jesús! En días sucesivos fue (fui) con generosidad regada, cuidada, abonada..., mas siempre oculta bajo un plástico no muy limpio ni trasparente. ¡Creía yo, entonces, que para protegerme de la inclemencia de febrero; en cambio sospecho ahora que sólo se trataba de impedir que me descubriesen antes de atender y proceder correctamente, con autonomía, a derecho: replicar y conducirme como matojo de lujo! Cuando hube prendido, a pocos días de superar el típico asentamiento, aun de saberme fuera del ecuador primaveral, con una albaceteña navaja chivera y sin ayuda alguna de profesional titulado, ella misma me acertó un tajo; me amuescó... y allí, en savia viva, me injertó el esqueje virulento de un rosal. Después me cinchó con una de esas vendas propias para dislocaciones. Al principio me mostré furioso, impertinente... hasta temí desfallecer hecho un leño, o afligirme...; oculto en brumas generadas por mis propias lágrimas de savia, llegué incluso a vacilar sobre si sería o no capaz de soportar tantas y sofisticadas flores... Pero adivinando de antemano sus ardides variados: que tanto sus dedos me servirían de guía... como aun me conducirían al margen de malezas y cristales rotos, me sentí, enormemente esperanzado, dichoso y hasta optimista ¡No había transcurrido un mes cuando ya me palpaba las primeras protuberancias y aguijones con la mayor familiaridad del mundo... como chaval que pinta bigote; me expresaba, creo, con auténtico piquito de pitiminí...! Y siguieron sucediéndose los días, las horas, los minutos... hasta que, sin pensar... ¡zaca!, precipitóse el momento convenido: el día acordado... al que, de manera frecuente y con resuelta familiaridad, pero sin excederse en mayores explicaciones, ella, tiempo ha venía pronosticando con una mueca sospechosamente estudiada. No es de extrañar que, en principio, ni siquiera me inmutara..., y máxime cuando para mí cualquier nueva propuesta traducíase en cómo yo percibiría al fin la luz directa, el aire, la lluvia, el rocío... Sin embargo, para ella (no lo dudo), todo iba encaminado hacia un fin concreto: orgullosa, señorearme ante los ojos de aquél que, allá en el último piso, planeaban tras los cristales de un ventanal tornasolado..., y para quien debí ser proyectado desde el comienzo. Más tarde escuché, aunque indirectamente, que aquél, de quien sólo percibía el brillo severo, preciso... y crítico de sus ojos a media asta, me honraba con excelsos halagos...; en secreto, pero a conciencia, se interesó por el primer brote floral de mi estrenada rama; e incluso persuadió a mi guía espiritual para que, en tiempos perdidos, no reparase en atenciones, mimos, esmeros, abonos, estiércoles... aunque en detrimento de su cuenta bancaria... y, si fuera menester, hasta de su preciado..., mas escaso tiempo entre ambos compartido... Ni de extrañar, por tanto, que llegasen a mí rumores estrafalarios; que el tal Crítico de ojos severos, escrutadores y medios, pero tan generoso, en público y refiriéndose a mis singularidades, hubiese mascullado lo siguiente: "Considerando que, de ley, de cajón... y siempre que jamás de una rama sin nombre pudo ni puede brotar un capullo... Sin embargo ¡caballeros! volvámonos crédulos: más bien modernos..., sin prejuicios. Aventurémonos a titubear... Preguntémonos ¿por qué en un futuro..." __en este punto, el Polaco bajó la voz y como reflexionando intercaló: "a la sazón, y según corroboré con posterioridad, aquel escozor que sentí entonces sólo podía ser causa de su índice imperativo, señalándome a través de los cromados cristales... ¡derrochaba tanta sensibilidad por entonces!". Hecha la salvedad prosiguió con igual tono imperativo__ "...sí, por qué en un futuro, aquel de afuera: el aprendiz de rosal, no podría competir con matojos más dignos, hasta de campanillas...; destacar como el más atípico de cuantas especies hemos investigado?" No sé qué fue antes, si la liendre o el piojo, pero ahora puedo dar fe y acotar que precisamente entonces algo irreparable presentí; parecían debilitarse los buenos propósitos; que enfermara el hechizo. Por tanto, y como fuera de temer, yo crecí con la duda propia de quien se considera un impostor bien nutrido. Advertía, no sin cierto regocijo, cómo me observaban con mayor o menor escrúpulo... y a la sazón era encumbrado tal que un Dios; el mundo de fuera enfermaba de envidia... y máxime si advertían mi procedencia ordinaria, humilde, marginal; para el Crítico en cuestión, hasta llegué a despuntar tanto como promesa inusitada como amenaza de cuidao... Pero, en tanto mi flor definitiva estaba en vísperas de abrir, de reventar... y ser por consiguiente admirada también por otros críticos coetáneos y amigos del mentor de mi mentora, ocurrió lo inevitable, éste murió de repente, sin avisar...; huyó como sota de cartas de destino incierto. Es más, a partir de ahí fue cuando sentí por primera vez cómo se resquebrajaba el mantillo entre mis raíces... Hasta entonces estaba por ver que mi guía y mentora me dirigiera el mínimo reproche, desaire..., que percibiera en ella duda alguna en cuanto a mi primer brote... o ¡qué sé yo! En principio, no obstante, toda anomalía manifiesta fui atribuyéndola a trastornos propios de la referida catástrofe... y a sus posteriores e ineluctables consecuencias. Luego esperé hasta hubiéranse superado los típicos períodos estipulados por las normas y claves del luto. Mas cuando nunca volviera a percibir fragancias de resuellos... (tanto o más reconstituyentes que el riego del sustento), ni siquiera olores propios del ajetreo que levanta todo interés, aunque solapado... Sin embargo, no existía duda: por esto, aquello, lo otro, lo demás allá... la expectación de la chica de la melena (mi mentora) fue, ante nuevos y prolijos tallos, decreciendo... degenerando en absoluta indiferencia; en cambio, y siendo privado del influjo de miradas tan competentes..., no alcanzo a estimar cómo no me remitió consecuentemente la inercia primera, helóseme la savia, o me volví estéril pedido? En cambio, ahora que desde nuevas perspectivas lo reconsidero, quizá nunca ella me repudió por completo... o sería que no me prodigaba lo bastante. Aunque, estimaciones aparte, jamás veré con buenos ojos que la del cabello sedoso no se dignase siquiera, cuando menos una vez por semana, a regarme, a empaparme..., en tanto y cuando sólo por y para ella fui rosal; ni que, tras loables sospechas de ser tocado con la flor de cantueso, y abocado a la intemperie más cruda, se extrañase luego... ¡el colmo! de que me hubiese con alegría precipitado... ¡a la zarza mora!
__Pero usted, ¡en absoluto abdicaría... __objetó la voz de Claudia, más erosionada que nunca..., pero quizá la única que se mantenía interesada, expectante; cuando a alguien se le muestra el significado absoluto de las palabras, nunca retorna a su ser genuino..., aunque en vida vuelva a considerar otros pergaminos!
__No obstante, de qué le serviría... __enérgicamente, desde su proximidad... o tal vez por epatar con su amiga, sentenció la voz de Anita__; si no se hace la luz, mejor la noche eterna...
Según acariciaba el lomo trémulo del más estoico de los mastines, con voz queda y cierto rasgo de galantería en los tonos, modos e inflexiones, increpó a la zaga el jovenzuelo barbilampiño:
__¡Pregunto...! ¿Y nada más; al fango sin apelativos ni remedio?
__¡Sí, por el momento, es suficiente...! __repuso la voz nasal y encabritada del Polaco. Después, aún más colérico, apostilló__ Además a ti, ¿quién te ha dao vela en esta incineración...? ¡Anda, puerta; vete y reclínate luego en el coño de tu puta madre, si no te escurres; o en alguno de los tronchos que la apalancan!
El joven, dolido y quebrantado por el estallido de improperios que, a ráfagas y a la cara, el Polaco amigo... ¿o enemigo? le fuera lanzado, por lo bajito consintió se agotara el flujo de su cólera interna... porque, de lo contrario, siquiera le hubiese conducido a peregrinas disputas. No obstante, y mientras sopesaba la increíble expectación ambiental, y de paso aun la cerrazón imperante, atrajo hacia sí a los dos mastines... con sus lenguas terciadas, calientes. Cronometrado el tiempo oportuno y con mansedumbre desmedida en el timbre de la voz... más bien propia de un nocturno comentarista radiofónico, impelió:
__Ya me gustaría conocer... !y a qué tales ínfulas!; siempre y cuando más que limón resultas madroño...
__Eso mismo rebinaba yo __adujo Anita conmovida en grado sumo y escudriñando hacia donde podría hallarse su amiga Claudia__: si antes parecían precisos y perfectos engranajes del mismo reloj acuátil ¿por qué sin causa aparente y de manera recíproca ahora son capaces de saltarse las manecillas?
__Mil veces te he advertido que... __adelantóse a enjuiciar Claudia, con voz un tanto farragosa, sucia..., propia de quien, a punto de adormilarse, es intimidado por fantasmas absolutamente desconocidos y arbitrarios__, que no hay por qué cegarse en pasiones superfluas... ¡ni que te hubieses desplomado de un guindo! Aunque, sin faltar a la razón... ¡todo hay que decirlo! debemos también considerar que, de disponer las estatuas de almas intransferibles, más de una se hubiese ya fajado con su compinche vecina... o con otro cualquiera de la comparsa. Con rotundidad... ¡no debe su aire ni ligereza a la ilusión de movilidad otorgada por el cincel del artista, sino presumiblemente a tácitos, propios e irrefrenables deseos de libertad!
Un golpe de risa estridente, estrafalaria, mas no carente de melancolía, irrumpió en la atmósfera... con tal resonancia que hasta los que dormían, a base tanto de drogas duras como de blandas, se sobresaltaron; jamaicanos y homónimos de raza, como otros africanos más o menos oscuros, achocolatados... y hasta absolutamente negros, de manera espontánea consintieron en moderar actitudes, atenuar músicas, reprimir cabeceos; la inglesa enclenque, en adoptar posturas y requiebros más humanos..., contrapuestos a los de muchos búhos cuando se eclipsan en plenilunio...; en cambio, la mendiga de cierta elegancia __quién antes defecara... así, por las buenas__ convino en aplaudir... y hasta en proferir ¡vivas! ¡olés! ¡vítores! propios de la más forofa de cuantos asisten al primer estreno de la temporada operística. Consecuentemente sucedióse una expectación tan singular, contagiosa, unánime, dilatada y muda a un tiempo... que, ante cualquier estímulo o amenaza, pareciera que todo iba a desembocar en desidias sin retorno... o, por el contrario, en enlaces indestructibles. De suerte que el dueño de esa risa __no otro que el joven vilipendiado por el Polaco; amigos antes, entre sí, ahora enemigos sin apelaciones posibles__, y tal vez mediado por la unánime expectación que también advertía en derredor, convino alumbrar esbozos de su historia soñada... ¿por qué no; ya puestos...?:
__¡Dios me valga...! de pronunciarme a favor o en contra del alcance del discurso de esa individua... ni del de aquélla... ¡hasta ahí podía llegar! Sin embargo, y puesto que a todos les consta, no hay por qué despreciar ni por tanto descartar ciertas reminiscencias ¡un tanto así...! ni otros recovecos de mi pasado. Verán, así, a modo de garabato... como si dijéramos, yo provengo del grueso de un monumento. Fui parte integrante de una de tantas alegorías grandilocuentes, grises, frías, amarmoladas..., alzadas en honor a familias de orden, y a derecho..., bien nacidas y de proceder intachable: representaba a ese retoño que, de la mano de su dulce madre y al amparo de la sonrisa sinuosamente bigotuda y varonil del padre, pretende con buen aire y buen pie emprender sus primeros pinitos... y a continuación echar a correr; mas no persiguiendo fines altruistas, sino para despegarse de la piedra, y huir sin rumbo ni trabas. Como canta el poeta: "Harto ya de estar harto, ya me cansé..." Sin saber cómo ni por qué... de hoy para mañana descubrí que aquellas sustancias tan sólidas y ponderadas, de las que presumiblemente estaban compuestos los pilares de mi vida, y a quienes por siempre y de manera incondicional profesaría obediencia, de súbito no sólo restaron vuelos... o ínfulas propias de la niñez, sino que aun acabaron imponiéndole trabas a mi desarrollo; de otorgarme sin mesura vanaglorias infinitas, todo se redujo a un simple montón de piedras amazacotadas, argamasadas. A partir de entonces... ¡normas e instituciones olían a fiambre que echaba pa atrás...!
Mientras se explicaba el joven, con cierta rareza, abulia, exceso de engrudo según iba pegando las palabras sobre la conciencia plana de los demás... y no menos aturullamiento en la manera de ensamblar las frases, algo debió trabar el ambiente..., siempre que, sin móvil consecuente ni evidente, la expectación de principio ardorosa y en masa declinó hacia la indiferencia más absoluta e inerte; tanto para él: "cuentista", como para el resto: "receptores", aquella retahíla les traía cuando menos al fresco... De lo que se deduce que nunca está uno absolutamente a cobijo... y menos en candelero. Sin embargo, me inquieta pensar sobre... ¿qué sería aquello que de manera paulatina iba interfiriéndose en la sensibilidad de todos, hasta llegar a transformarlos en insignificantes cantos rodados, en agua de borrajas..., tanto que a continuación fueran, consecuente e irremisiblemente abocados a la deriva? ¿Sería que los cabecillas del grupo, al prever la agonía de la noche, optaron entonces por penitencias descabelladas e incluso estrafalarias...? En tanto y cuanto de muchos es temida aquella máxima: "Siempre que barruntamos mañanas, ciérnese la incertidumbre sobre nuestras almas ávidas". ¿O tal vez la remolona luna, tras alzarse sobre el tejado árabe, proyectara un claror enigmático, amenazador... dotando al entorno exterior de dimensiones ilimitadas, inhumanas, sorprendentes..., aunque no fuesen tangibles ni creíbles? No obstante, de dudar que se hallaban en el familiar lugar de siempre... a las afueras de la ciudad, hasta podrían haber temido ser con violencia trasladados al desierto...
En cambio, las incertidumbres fueron solventadas en un suspiro; después, y superados los mil suntuosos y fugaces despliegues de estrellas errantes, volvieron al unísono las cabezas, pero de manera sosegada, una a una... como quienes de un plumazo fueron liberados de los más atroces sufrimientos... o por la simple gracia de autoelegirse peregrinos de Caminos sospechosamente Jacobeos. Y también a un tiempo... contagiados por fuerzas intangibles..., pero malignas e implacables, todos aventuráronse, más cejijuntos y malencarados, si cabe... y con trazas de retar a quien fuese y por lo que fuere, hacia el intransmudable devenir de cada cual. Sin embargo, una voz masculina, fresca, limpia, cosmopolita, pero anónima..., de la siguiente manera brindó la posibilidad más y mejor adecuada para que, y con tal no prorrumpieran en discusiones gratuitas, siguiesen desbrozando cuentos, sueños, suposiciones... o crudas realidades... !pues era tan lindo y entretenido... y más cabiendo la posibilidad de que todo fuera verdad!:
__¡Vamos, por favor, que de gente que ha levantado el rostro, sin antes reflexionar, se hallan las cárceles repletas y las tumbas hasta el repulgo!
__Pero primeramente... __exhortó Claudia, procurando autoridad en la voz__, y sobre todo aquellos quienes hubiésemos protagonizado anteriores relatos, debiéramos ¿por qué no? orillarnos en torno a candelas más ardorosas..., para acceder, así, al puesto de honor y disponer, siempre que a la concurrencia le venga en gana, del verbo del vecino; resumiendo: replicar al punto y despotricar lo que pete, sin esperar turno siquiera... como en coloquios democráticos; o de lo contrario a condescender como corderos silenciosos... ¿Qué os parece? ¡Tengan presente que, tratándose de gente proclive al descarnado enamoramiento, a la oscuridad, casi siempre se la desvirtúa, se daltonizan filosofías...; incluso tómasela por lo que nunca fue...; llegado el caso, hasta puede manifestarse con cierta crueldad!
Anita, sin cesar con ahínco de airear su falda roja __siempre que su amiga, tras expulsar la máxima de rigor en tono igualmente autoritario, tampoco hubiera concluido su estipulado y postrero suspiro reparador__ ya se apresuraba en convenir aquello que primero le saltó a la lengua:
__¡Por mí, estupendo; a estas horas tengo ya los pezones como pedernal, como puntas de lanza... y, como exclaman los valencianos, la figa cual cabás!
Dicho y hecho, sin tantear otros puntos de vista, Anita se deslizó a cuatro patas, y entre bulto y bulto se detuvo a olisquear... con la esperanza de localizar ese aroma característico que desprende cualquier sexo maduro, sucio, desnudo, dispuesto a enfurecerse... Cuando creyó detectarlo, con buena maña se arrellanó, inclinó la cerviz en actitud torva de toro mancillado y herido, adecuó la pompa del culo cárdena de obispo como si tratárase de un telescopio que encañonara constelaciones inquietas, ludió las nalgas con nerviosismo, rabia, persistentemente, y esperó a que el flujo de su coño abierto, ávido y palpitante desprendiese el característico e ineludible perfume de reclamo. Sin embargo, sus esperanzas no debieron ser contagiosas, ni siquiera estimables para alguno de los presentes; pues sólo se oyeron rumores sordos, murmullos muy remotos, aullidos propios de luna llena..., quizá de allá entre los mastines amigos... O tal vez todo fuese soñado al sopor de conciencias colectivas.
Cuarto Capítulo
No obstante, a la mañana siguiente, cuando el viento aún permanecía quieto y siquiera granaban auroras __la nitidez, generalmente, se recrea tan pacífica y pura a esta hora que incluso el panorama se acusa irritante... o increíble; la alondra despereza entonces sus alas con mesura... o como señora, absorta, las varillas de su abanico de plumas..., mas tal vez extenuada aquélla tras lanzar gorgoritos rutinarios, recurrentes... en cambio soliviantadores tanto para amantes furtivos como para otros cualquiera de la índole que fuere__, cada uno de los desclasados, en secreto y bajo sus harapos, pámpanos ocres de otoño, prensa exangüe del corazón o cartones de mudanzas..., sentíanse satisfechos, pletóricos..., hasta sus ojos desprendían el brillo rojizo, propio de quienes recientemente han practicado el sexo a ultranza, en toda su salsa, variantes, y... ¡mojando!; sin embargo, apenas intentaban enderezarse, aquí uno y más allá otro, de nuevo se afligían, se tronchaban..., se desplomaban igual que cochambrosas marionetas de cuerdas deshilachadas. También, y tal si de improviso hubiesen despertado a una realidad... cuando menos distinta y enigmática en esencia, todos comenzaron a escuchar cómo diferentes vientos inventados ululaban, retozaban, bramaban o entonaban melodías por doquier: esquinas, recovecos, recodos... con tal duende, pellizco, requiebro... que hasta levantaban ampollas en las almas más insensibles e impías... tal que si sonasen a lo lejos martinetes... o meramente por el Este viniesen desatándose tormentas con gota fría de otoño caliente..., hacia el Oeste en paz. Pero igual que vino se fue; volvió a oírse el silencio, ese silencio espeso, compacto, áspero, dramático, ancestral, inerte... que precede al amanecer... cuando el mínimo sonido se vuelve amenaza y cualquier destello es mal augurio. Entonces Anita, con el afán de superación que tocante a ciertos dengues la caracteriza, incluso dentro de su estrafalaria confusión, aprovechó para lanzar un suspiro, imitación a los de Claudia; presa del pánico, como si pretendiera expirar por última vez...: se aproxima las manos, ya enlazadas y temblorosas, hasta el corazón, luego permite que el aliento sofoque todo el ardor de su interior, su ansia, su brío, fuerzas, quimeras... y después, con un característico ¡ay Jesús!, remata la acción.
Mas nadie respondía al señuelo; ni se inmutaron pájaros e insectos; ni se conmovió siquiera el pendejo insolente y barbilampiño: siempre alerta y más ahora que se hallaba despatarrado y panza arriba como un niño... junto a los dos mastines también sosegados, satisfechos, adormecidos, pero de costado, derrengados... Sólo Claudia consintió germinase un amago de burla recriminatoria cerca de sus labios de esfinge en mármol, pero cuya intención nadie supo descifrar, puesto que parecía simularla según iba pausadamente recorriendo con la vista las aristas donde ella intuía que se posaría el inminente resplandor... Aunque ¡seguía estando tan oscuro! Sin embargo, una vez que por ventoleras típicas de su patología atípica creyó de veras despuntaba el sol, de súbito se puso en pie, con cierto desplante; luego giró en redondo su talle de vara de olivo aún cruda, pero algo maltrecha debido quizá a posturas inusitadas; y esperó, fija en su amiga, hasta presentirse a sí misma y por entero humedecida con el reverbero que muy pronto proyectaría la mampara de cristal... siempre y cuando, y de parte a parte, llegara a ser nimbada por un sol de ensueño. Ampliamente satisfechos sus propósitos supuestos, procuró paz a su sucia y desordenada melena, relajó la postura, el gesto, la mirada... y se puso a caminar con alegría, sin rumbo ni norte ni tino, hendiendo los inventados efluvios de oro... y, a la sazón, evitando tropezar con los cuerpos yacientes, inertes..., pero tibios y reales..., aunque, por el husmo sinuoso y fatuo que exhalaban, pareciera que fuesen, de manera ineluctable, a trocar su estado sólido por gaseoso. Mientras, también Anita daba rienda suelta a sus ordinarias intenciones, al meneíllo de su falda roja a capa, pero no al de sus pies descalzos; con ojos rasos de angustia y lágrimas de cocodrilo echó mano a la fiambrera, donde aún quedaban restos de pollo al doradillo, y, despreciando cualquier norma de decoro, con dedos percudidos se puso a exfoliar una tajada de pechuga reseca; entretanto, de hito en hito, a través de las vigas repletas de pájaros y del brillo de sus propias lágrimas, regodeábase con un cielo de azul intenso..., pero vacilante, salpicado de graciosas y perfectas anatomías... copia de aquellos rosados sesitos de cordero... o de otros cerebros de animales más sesudos y estimables, pero enormemente groseros, gruesos y blancuzcos: por tamaños y matices, con armonía expuestos en distintas bandejas de cristal, cuya limpieza impoluta consentía se trasparentase la inmensidad del firmamento... como si tal cosa..., tal si la casquería de lujo estuviese suspendida en el abismo. Con prontitud, quizá alertada por su insolente y desordenada voz interior, bajó los ojos, ahora sorprendentemente pícaros, risueños, limpios, luminosos, inmensos... hasta posarlos sobre el cabello despeluznado de Claudia... ya rota de andar, de saltar... y apostada con desaire en la cristalera. A pesar de los pesares, Anita propuso jubilosa, algo excitada, azogada:
__Nena... ¿quieres que te peine? __Y sin esperar respuesta condújose hacia ella, ya amenazándola con el peine, como si de una daga mortífera se tratase__ Mientras, puedes seguir largando hasta que te aburras...; tú te expresas con mucha más fluidez, de corrido. En cambio yo, respecto a mis exposiciones, me prodigo y comporto de manera parca, de lo más innoble. Además ¡puedo esperar, ni me corre prisa ni pan! Los últimos serán los elegidos... para recolectar siquiera frutos materiales, mas no indulgencias, que, al fin y al cabo, sería lo verdaderamente rentable.
Según lanzaba Anita los primeros golpes de peine a la desgreñada melena de Claudia, el Polaco trataba de adecuar la mejor postura para escuchar: en cuclillas, pero sin abandonar cierto aire desinteresado, mientras se liaba y desliaba la manta ruana... y, como estilográfica sujeta muy delicadamente entre sus dedos, con una brizna dorada andaba desmoronando esqueletos de una candela ya convertida en ascuas frías, inconsistentes, frágiles... Mas no satisfecho aún dirigió de manera imperativa dicha pajita __untada en ceniza__ hacia Claudia, al tiempo de retar con ira desaforada y cierta censura implícita... a la de la falda roja, que entonces, turbada, aún se afanó más:
__Tus buenas intenciones quizá respondan a las dudas que albergas respecto a encontrar o no el cabo de hilo del cadejo de tu historia inventada... ¿A que no ando mal encaminado?
Anita, el peine floreado de pelo muerto y sujeto entre los dientes, asintió confusa, temerosa, con desidia... __pues, a consecuencia de prestar al padre ciertos rasgos y atributos requisados furtivamente al Polaco, notaba ella, en tanto éste siquiera la exhortaba, un respeto hacia él, un miedo... y por contra un compromiso casi familiar, turbio, incestuoso__; mientras, con suma severidad, Claudia intentaba replicar, pues dentro de su frágil discernimiento sospechaba que tales retos no eran totalmente párvulos, sino típicos ardides masculinos, urdidos para embaucar y emputecer a toda desgraciada que se precie; si no, cuando menos, a confundirla:
__¿Acaso podrías tú erigirte en moderador, después de la sarta de sandeces que anoche brotaban de esa boquita, por demás reseca, oscura, abismal, escalofriante...; cuando en resumidas cuentas sólo alegaste celos, sin más... contraídos a consecuencia de un abandono que, aunque improcedente, quizá tratárase sólo de un vulgar e insignificante desprecio pasajero..., y subsanable al fin? ¡Así qué...! ¡Vamos, anda ya...! Mas... ¿no te insinué esta madrugada, pero respecto a diferentes cuestiones, que otros muchos más diestros aún que tú lo han intentado y fracasaron...? Conque... ¡no me hagas reír, que me sangran los labios!.
A pesar de verse inmersos en esa penumbra característica del amanecer, aún cuando en el exterior reinaba ya un claror deslumbrante, el Polaco se esmeraba en colocar la postura más arrogante posible, dadas las circunstancias: muy erguido, a la manera de los dioses del Olimpo o de los rejoneadores jerezanos, dejó al descubierto, para bien accionar, una mano entera con su correspondiente hombro membrudo; mientras con la otra, de vicios muy infantiles y portadora de la brizna de oro, intentaba ceñirse a la cintura lo que prometía ser su túnica talar... En cambio, fue la voz forzadamente gutural del niñato barbilampiño __éste consideró oportuno, entretanto, y según se hallaba, ponerse de pie: aún sólo con los calzoncillos holgados y con troneras, y el clásico pollón amenazante, digno de cualquier adolescente soñoliento__, la que, suplantando a la nasal del Polaco, saltó a la palestra..., no sin manifiesto resentimiento siempre que se enfrentaba a la mirada de ambas mujeres, mas sí ramalazos de dulzura en instantes fugaces, intermitentes; no obstante, la esporádica dulzura apenas era apreciable, ya que sólo se manifestaba siempre que las miradas ávidas recaían de soslayo sobre el Polaco..., pero que la bruma cobriza aún impedía descubrir, de no ser a los propios implicados... ¡menos mal!:
__Permítanme, en mi modesta opinión, contribuir con otro punto de vista quizá no tan enriquecedor, pero válido al menos: no se confíen dejándose arrastrar por penumbras viciadas... ni por arrobamientos propios del despertar... ni por abatimientos y desidias clásicas de una resaca peleona; tengan sólo en cuenta y muy presentes vuestras más que peculiaridades... patologías; que, por ejemplo, ustedes dos son un tanto... o muy contumaces respecto a vuestra postura vital de mendigas locas y proscritas...; que mi protector, y almohada blanda para mis sueños inquietos... ¡y para los de cualquiera que se exponga!, se vanagloria... e incluso se jacta de su (según él) recurrente mala pata; que yo mismo también debo solapar anomalías estrafalarias..., cuando no simular el que sólo soy un cuerpo sin alma...
__¿Te refieres... __Anita intervino al punto, en tonos floridos y altisonantes... e impregnando de malévola intención, de perspicacia, ironía, su propia pregunta__ a tu corazón de piedra... o a tus, como canicas, broncineos ojos juguetones?
Claudia, para abundar en la pregunta de su amiga, pero no desmerecer con ello esencias, matices... ni la incipiente hilaridad general __sublimada en la muchacha... de cierta elegancia e incontinencia intestinal, que literalmente se retorcía cual bicha despellejándose viva__, circunspecta, avanzó unos pasos hacia el inquirido:
__¿O insinúas que tu pétrea idiosincrasia es, a caso, la más digna y dura de la reunión...; así, por las bravas? Mira, tú despiertas tanto desprecio y aversión como nosotras, como el grueso de los marginados blancos... y, en su defecto, negros; el que seas asequible hasta para las bestias, no te confiere ningún distintivo especial... Además, en estos tiempos ¿a quién no le han lamido su cipotito..., aunque sirviéndose de algún que otro canino fiero... y hasta de lujo?
__¡Por favor __interrumpió con velada antipatía, o malasombra, la silueta de la túnica talar, ya en movimiento hacia la mampara, pero sin la arrogancia que hubo desplegado con anterioridad, y sí con algo de su acostumbrado abandono, añejo romanticismo, languidez... casi aniñada tocante a actitudes donde más bien debería imperar cierta compostura viril; resumiendo: procurándole excesivo vuelo a la túnica talar__, dejen de presumir, porque quién más quién menos incurrirá, tarde o temprano, en alguna falta... ¿o no? __y acercó el rostro a su propio antebrazo vigoroso y desnudo, de antemano extendido sobre el cristal incandescente..., con ese aire, donaire, grandilocuencia, aparatosidad y afectación que marcan profesores teatrales proclives al método Stanislasky; después se volvió sin despegar el brazo, sólo la cabeza de él... surgiendo ésta, ahora nimbada por un hálito ígneo: igual que la de un santo o, si precisáramos más, como la de un Dios__ Y perdonen la observación. Siquiera trataba de mitigar fuerzas; poner de manifiesto que siempre debería proceder primero quién más motivado se halle... ¡defiendo que ése estaría más próximo a la verdad que cualquier otro! Y es por ello que intimidé en principio a la Srta. Anita, así, sin reflexión aparente... Además, la otra... ¡siempre muestra el lomo erizado como el de una maula gatita con arestín! __la última frase la expuso mirando al suelo con la cara grana__ Sin embargo, ahora que recapacito, podría yo con mi perorata proseguir el primero... para subsanar cuanto antes las dudas respecto a mi mala pata, incluso ampliar y reparar la primera entrega de mis semblanzas (en el ánimo de ustedes, podría asegurar, bastante confusas... ¿me equivoco?) con datos más afortunados, enriquecedores... y específicos de mi propia condición. Por ejemplo: ¿Sabían que la del tocho de apuntes, presos bajo su barbilla, no fue la única que entonces se disputaba mi porvenir, ni la más sobresaliente dentro de las aspirantes? Por supuesto, tampoco yo era para ella el principal artífice de sus ensoñaciones... ¡qué va; ni mucho menos!; en cambio, tanto ella como yo nos empecinamos en lo contrario.
__¡Ande, no presuma de veleta, de promiscuo... __atrevióse a intercalar Anita, con algo de arrobo y la mirada un tanto ausente y ladeada hacia la melena de Claudia__, ni tampoco se reboce entre ambigüedades..., ni en el fango; las verdades absolutas, como bien reseña aquí mi íntima, ni son ni dejan de estar..., pero al menos ¡pienso yo!, tanto las que son, como la que no, deberían relucir con más ardor... como en la ficción __y mirando al cielo mostró su más exultante sonrisa; unos instantes después dijo a modo de conclusión__ ¿Dónde si no iban a dar con sus huesos los múltiples cometas descarriados..., ésos que se desprendieron de sus lías, estando éstas sujetas, aún por mucho tiempo más, en la mano del niño que gratuitamente sigue manejándolas con singular alborozo?
El niñato, que a cada golpe de nuevas palabras propendía hacia un plano cada vez menos lucido... más insignificante e inadvertido, con la última frase, de nuevo optó por reclinarse entre los mastines..., pero no sin cierto recelo, abatimiento, romanticismo..., mas sin perder un ápice de burla en su perenne sonrisa __alguien perspicaz, retorcido, malintencionado... hubiese diagnosticado que hallábase bajo los vapores de cualquier opiáceo: con el rictus ambivalente del narcodependiente__. En tanto los demás, bajo la actitud imperativa de Claudia, la titubeante de Anita y la edulcorada del Polaco, pero los tres quietos en sus respectivos lugares, convinieron dar la espalda y acudir en tropel a recibir al sol... ¡a tomar el fresco! Al menos, así de reconfortante se lo prometían todos en principio... y máxime cuando, según iban franqueando la puerta, uno tras otro fuera milagrosamente bautizado con resplandores de embeleso, de ilusión, de ensueño... y, a la postre, ungidos todos con la brisa más cariñosa, amable y balsámica de cuantas habían recibido en su perra vida... ¡incluso el resuello abrasador del primer galanteo infantil de algunos quedó velado! Pero todo fue simple ilusión, una quimera, un lapso... ese instante mágico que católicos y sucedáneos atribuyen a soplos divinos, pues siquiera observaron juntos cómo por el cielo __aún salpicado de sesitos de cordero, por defecto ya putrefactos, sin color: desintegrándose__, y en continua formación, cruzaba una de tantas escuadras de retintos pájaros bulliciosos y jaraneros... en masa y a barullo se precipitaron los otros... __quienes con tanto ardor disfrutaban de la naturaleza__ sobre una matraqueante fila de impasibles motoristas... __tatuados algunos, todos con uniformes estrafalarios, y descamisados como legionarios radicales de pechos violáceos y rostros demacrados... con barba incipiente la mayoría... cuando no muy crecida y poblada... o portaban una cola de caballo de lo más sandunguera; cada cual estaba flanqueado por dos negrazos de miradas mansas, aunque aviesas... de estridentes sonrisas y prendas de inusitados colores, de diseños arriesgados...__ a mendigar polvo de cualquier especie de estimulante o droga... según ellos, para resarcirse al menos de los terribles dolores y sufrimiento, fruto de la que quizá fuera su noche más aciaga. Después y bajo la polvareda que levantaba toda escuadra de mercenarios, a galope sobre sus caballos orgullosos, desaparecieron aquellos que habían salido afuera... e incluso quienes por condiciones de minusvalía transitoria: brazos y piernas con edemas súbitos y sembrados de pústulas gangrenosas..., habían entretanto permanecido rezagados: pálidos... y hasta un buen rato irracionalmente recelando a trompicones, a galope, a saltos, chozpantes, salvaguardándose de la posible agresión de los mastines sumisos, de la dudosa inclinación de éstos a cualquier herida, escara, pústula... que ostentaban: como aquellos píos y solícitos perros sin rabo de San Roque. No obstante, el aroma almizclado y férreo que toda redada desprende, aun cuando nadie haya sido blanco de las balas, recaló en el ánimo de cuantos quedaron a la sombra, y fuera de todo aquel trapicheo: inertes, inseguros, desconcertados, con la mirada insulsa, vítrea... como familia de británicos victorianos típicos que, en su protocolario paseo __ya de anochecido, aún con el té de las cinco en los labios__ y al volver la última esquina del itinerario acostumbrado, por casualidad, de milagro, por sorpresa... hubiesen descubierto un puerto fantasma donde, precisamente entonces, botara humeando, bramando, histérico... un trasatlántico fabuloso, desproporcionado y rumbo a paraderos exóticos, cálidos, desconocidos, con palmeras, con tambores, con banjos...
Y así, en tal actitud de letargo, fue que sucedíanse los momentos conflictivos, las horas vacilantes, los días agridulces... incluso las estaciones inefables. Nadie, sin embargo, supo cómo, quiénes, ni cuándo unían fuerzas tales alfeñiques para saltear al primer caminante que se hubiese desviado por semejante páramo, arrabal...; por supuesto, y siempre y cuando éste respondiera de manera exacta al tradicional viandista, encargado de acarrear su ración diaria a un grupo de carcelarios mineros hambrientos, extenuados... o sin más sólo quisiese disfrutar de un día de fiesta allá en el límite, degustando lo prohibido... El caso es que, según volvemos a rondar o reparar en esta historia, nos sorprendemos delante y al tiempo de observar cómo los desclasados recurren a surgir despavoridos __con la inocencia primera__, de nuevo a mendigar sus dosis de heroína... o ¡de lo que surja!, igual que aquella vez; exactamente como el amanecer de entonces cuando los protagonistas de esta historia detenían la aparente incontinencia de su devenir gratuito, a cobijo frente a un cristal... junto a la luz y bajo el influjo de un aire con actitudes hipnóticas. Por el manifiesto jadeo de algunos, instantes antes de precipitarse los disturbios, se podía afirmar que quizá más de uno presintió, por su gracia, que un numeroso ejército vivaqueaba ¡y a saber desde cuándo! en derredor...
Sin embargo, deberíamos advertir que no es todo oro lo que relumbra; ni siquiera, como aquel amanecer, presumen todos del regocijo de verse libres de la pesadumbre de los pesares..., de tanta inmundicia; a penas son conscientes algunos de que la mampara de cristal... __ahora destrozada__ quizá estalló a consecuencia de aquel trasiego de caballos bayos, ejércitos bigotudos, negros, blancos..., o debido a la onda expansiva de un atentado perpetrado por la inglesa exangüe __de rigor referir que, según fueron aquéllos recuperando memoria, también advertían que, de tantas imágenes como despreciaron, debido quizá a situación tan extrema, sólo algunas de tantas perduraban en su recuerdo... y hasta persistían ahí: de la vaharina cobriza que la caballería castrense traía prendida a los cascos, emergió la figura estilizada de la susodicha inglesa sin sangre, justo cuando ésta desvirgaba una granada de mano; estampa ocre y épica de una revolucionaria típica, pero pelirroja, inmortalizada en la memoria de unos dementes atípicos__; y, ni mucho menos, que los dos mastines negros y engominados habían declinado sus afectivos y dudosos instintos hacia un estoicismo severo, religioso..., a prueba de estampa.
No obstante, Claudia siquiera veía la circundante y estéril explanada... con sus radiales surcos interminables, armónicos, infinitos, de crestas opalinas, fertilidad casi nula..., aunque relativa tocante a la mala hierva: jaramagos, retama, cardos rastreros, pitas de color aceituna verde...; que incluso las feroces hojas de las pitas en cuestión se hubiesen retorcido, revuelto... dobladas como garfios, como garras..., o, indistintamente, también afligidas tal que alegrías al sol abrasador... ¿acaso debido al destrozo, aún perdurable horas más tarde cuando no quedaba ni sombra de la caballería?; ni que el tiempo hubiese procurado a los objetos y a los seres vivos un barniz... a veces reparador y otras destructor, corrosivo: de manera que el Polaco, de improviso, parecía más tostado, moreno, percudío, enjuto, enajenado, roto, envejecido; alguien distinto... ¡Aun el espacio muy diferente! Y Anita..., como si regresara de uno de sus sueños epicúreos, estremecíase con manifiesta voluptuosidad; en puntas y presa de albores tan esperados, zarandeaba con rítmica armonía el vuelo rojo de su falda a capa... abrazada a sus propios pechos como témpanos. En cambio, el niñato barbilampiño, aunque cubierto por la pesada niebla matutina, y aparentemente en la inopia __después de un encuentro tan prometedor, damnificado por animales... por indiferencias femeninas... y aun, en dudosas circunstancias, repudiado por el Polaco__, fue quien mejor y de manera más sabia infirió en los confusos acontecimientos; de espaldas a los demás dedicó extrema atención a los mínimos detalles... desmereciendo valoraciones más que estimables... y de capital importancia para el rigor de la historia. "Porque a conciencia... lo que se dice ¡a conciencia! quizá nunca se aplicó nadie..., si no, y si se atreven... __dijo para sí el Niñato__ ¡que vengan a chismorreármelo!.
Así, rumiando..., rememoraba el niñato barbilampiño, aún bajo la niebla y prendado del incesante temblor de la morera __ahora ya sin fruto, deshojada, descortezada... a resultas de la inclemencia de las últimas tempestades__, cuando llegó a la conclusión de que... no éste sino cualquier incidente, una vez ha cristalizado en el discernir de quienes no fueron afectados directamente, sufre continuas y múltiples metamorfosis... espectaculares mutaciones... atroces cambios... y máxime si el suceso fue cruento; de manera contraria a lo que piensan muchos. Aunque era curioso y singular que la imagen más indeleble en él, por casualidad, correspondiera también, y de igual forma, a la que persistía en el recuerdo de los otros: inglesa romántica a punto de desencadenar, con la dichosa granada de mano, lo que a la postre descubriríamos como una masacre execrable, un suspiro de guerra, un hálito bélico... Aunque, ¿podría suceder que no aconteciese más que aquello: recurrente, velada y estática garambaina envuelta en polvo asalmonado...? ¿Y que las vaguedades pululantes y anejas sólo fuesen meras especulaciones: salsa, guarnición, adherencias, estimaciones, conjeturas, fortuitas interpretaciones... o residuos de ensueños que jamás podrían ser extirpados de la vacilante realidad?
¡Para qué especular... ni dudar de aquello, quizá tanto o más estimable que la ponderable verdad...! ¡Basta de arrojar pétalos inmaculados sobre cabras con piel de cordero pascual! Nadie se avenga a engaños..., cuando cada sujeto de este cuento, casualmente, vaya arrellanándose __mejor pertrechados uno respecto de otros__ sobre el mismo espacio que anteriormente tuvo asignado..., con igual temeridad, mala cabeza e idéntica actitud a la mantenida... antes y según se desencadenaban los atroces sucesos. ¡Qué curioso! Tal vez imitasen, sin proponérselo, la actitud estrafalaria... y de manifiesta irresponsabilidad, temeridad, abandono, inmunidad, despreocupación... como la que sostiene el joven Fabrizio del Dongo ante peligros de toda índole... según se pasea a lo ancho y largo de la irrepetible narración de la batalla de Waterloo en la Cartuja de Palma... O la de su homónimo... __mero homenaje y admiración a Sthendal, de su discípulo, crítico, novelista y ensayista Giuseppe Tomasi de Lampedusa__, en esa otra narración, no menos singular, cuando, en pleno, la familia de Il Gattopardo, capitaneada por el insinuado Príncipe Salina, se empeña __con diferentes artes que aquél, aunque con idiosincrasias comparables y hasta permutables__ en cruzar sus extensos latifundios... eludiendo todo género de responsabilidades, precauciones estrategias; uno y otro Fabrizio, bajo el mismo salvoconducto y gracia, sarteaban intercambiables cañonazos; indistintamente, y tanto en la narración genuina como en ésta.
__Aprovechemos ahora que se han marchado... __advertía Claudia, como si prosiguiera una rutinaria conversación, interrumpida sólo hacía escasos instantes. Y, como en tal, mantuvo suspensa y vacía la mirada... y aun la conclusión de la propuesta apuntada__; destruyamos todo vestigio, cualquier huella que denote sospecha, amenaza. Hay que prender fuego a los harapos, despojos, cartones, periódicos... incluso a los manteles de hilo de Holanda. Y estrellar las copas. Por el bien de muchos; ¡en alza las hogueras! ¡Fuera las caenas! Y tú... __sirviéndose de los pitos y con el cuello sarmentoso y amoratado, trataba de soliviantar al niñato descarado__, puesto que has reñido con los perros, deshazte de ellos; no consentiré que vuelvan a participar en esta pantomima.... ¡Hale, hale...! ¡Cabrones...! ¡Qué jamás se inmiscuyan en mis recuerdos!
Aunque con singular diligencia, en principio y en silencio, cada uno se atuvo a las estrictas recomendaciones que, explícita o de manera implícita, imponía Claudia...: ella misma dispuso con esmero un fantasmal desayuno, en tanto Anita rebuscaba colillas con maestría y buena disposición, y el Polaco arrastraba inmundicias evitando los cristales rotos..., pero no absolutamente conforme; en un momento, hasta pretextó alegando quehaceres más imperiosos; el sentirse presa siempre que concedía atención a órdenes __aunque reiteradas, y nada contundentes__ de ir a por café a la cantina más próxima... o a las alforjas del viandista en camino, quizá fuese la clave de tan extraña indisposición... Es más, hasta se detuvo con enorme quebranto..., iracundo, la mirada inerte; en cambio, al momento y de manera caprichosa, ya optó por un dinamismo forzado, elástico, animal... el cual fue decayendo hacia oscilaciones cíclicas: de la alegría a la tristeza, del optimismo al pesimismo, de lo fútil a lo magro... Y otra vez. Sin embargo, la auténtica causa de su desconsuelo generalizado, de su presión asfixiante bajo el esternón, no cesó... sino cuando hubo incitado al niñato barbilampiño con su sonrisa más indulgente y dulce; condújose __tras abandonar la manta en el suelo__ muy decidido y vivaz a fajarse contra él: antes enemigos, ahora de nuevo amigos. El oponente, como cabía esperar, accedió sin más, sin rencores, sin reservas... en tanto asertaba la última patada al mastín más rezagado y gruñón. Incluso se oyó cómo balbuceaba muy irritado y, de soslayo, aun cómo mantenía la mirada en Claudia:
__¡Anda; y tráelo tú con el coño!
Para quien nunca presenciara una de esas refriegas fortuitas, aunque frecuentes entre cachorros fogosos, hubiese temido que llegaría la sangre al río; era tal la rabia que se advertía en sus rostros, tal saña la que desprendían sus ataques... y tal pavor reflejado en los ojos del púgil que caía postrado ante el contrincante... Mas sobradamente todos entendían que aquello no era más que otra modalidad del carantoñeo, del gatuneo, del juego lícito... esa manera anacrónica que ejercitan los hombres ¡de una vez! para saldar rencillas sin llegar a los besos. No obstante, en toda la refriega, Anita no pudo substraerse a la trampa de la pantomima; mostraba excesiva preocupación en el rostro... reflejo del de tantas despampanantes rubias oxigenadas, del brazo del gorila de un gángster, a horas intempestivas y frente a un combate de lujo, pero amañado... Y Claudia, de principio desfavorable por razones obvias, aun hizo honor a su condición andrógina: hasta hubo veces que adoptaba actitudes de preparador... y otras de árbitro.
El sol favorecía y lustraba los perfiles, y recamaba de brillantes, zafiros, rubíes, amatistas... las aristas de los cristales rotos, amenazadores; las sombras errantes mitigaban por momentos el lujo grosero y gazmoño, empañaban de pesimismo la ilusión más pura y pía, doblegaban la histeria estridente..., pero, respecto al ambiente general y a los sentimientos excelsos, también mantenían la intriga a flor de piel; el viento vapuleaba cada impureza que se interpusiera a la nitidez de las imágenes soñadas..., a la paz inerte y silenciosa del recuerdo; y el perfume animal que exhalaban dichas imágenes, rebajado por ráfagas perfumadas de azahares remotos y luneros, quién procuraba en todo momento la ecuanimidad y armonía perfectas.
Una vez todos los presentes __asolazados y bien dispuestos a la evocación de sus vivencias imaginarias__ hubieron reducido sus instintos más genuinos, se dispusieron en torno a un impresionante fuego... cuya furia atizaba Claudia con un tizón de capricho: pues, debido a su mango de carey, no sería descabellado mantener que tiempo atrás sostuviera o paliara vacilaciones de alcohólicos, de gotosos, de reumáticos... genuinamente aristocráticos..., y en cambio ahora sirviese sólo para brindar lumbre a la canalla; ¡lo que son las cosas! A la sazón, Anita se mantenía alerta, respetuosa, rozando el fervor, la beatitud...; el Polaco, con el juego seductor de su manta ruana, pretendía adoptar una postura romántica... tal vez viciada en las maneras de su sospechosa bohemia de antaño, pero que a la par sirviese de almohada mullida para que el niñato insolente y de mirada pícara pudiera recostarse de manera confortable, y en la misma postura de antes: cuando, bajo influjos impactantes y relativos a la visita de los dos mastines o al candor de músicas tan dispares y bailes tan insinuantes, comenzaron tal vez a granar... a desencadenarse los insólitos y soporíferos acontecimientos.
__Recuerdan ustedes que dejamos a mis imaginarios padres jadeando en un sofá de tres cuerpos, una vez hubieron retozado por cada rincón del gabinete de mi abuela viuda (pues mi abuelo materno, como insinué, ya había muerto víctima de un fusilamiento delirante), mas prendidos del embrujo que desprende todo ciprés azotado por un aire de lo más molesto y desapacible. Pues bien, los bramidos de eso que degeneró en huracán impidieron que mi abuela oyese los no despreciables gemidos de mi madre: aún ésta saboreando las mieles de su primer éxtasis...; y también los estertorosos resuellos de mi padre, ya durmiéndose, satisfecho, la boca abierta, un hilo de baba deslizándosele fluidamente hacia la oreja... Aquella dulce y oronda mujer, siempre que silbaba poniente, temía desatárase la furia dormida de su esposo acribillado... Entonces, víctima de un ensimismamiento patológico, rotaba su robusto cuello como una muñeca de china a cuerda. Pero no fue aquello todo lo que desbarató la furia del viento; consecuentemente descargaron las lluvias... germinando con su frescor eso que a su paso veían con buenos ojos: la simiente del trigo, cebada, alfalfa..., a mi madre. Después, la melancolía del invierno hizo mella en la presencia de ánimo de la embarazada... y, de refilón, en la de mi abuela. Ésta, presa del miedo, de la vergüenza al oírse implicada en los comentarios más soeces del vecindario, rezó un rosario completo, ofreció un Te Deum al Sagrado Corazón de María y murió mientras obraba. Mi padre, viéndose posible mártir de aquella procesión de contratiempos, milagros, inconvenientes, malaventuras... y sospechando que con la rutina aún más podía agravarse su suerte, tomó las de Villadiego y nunca jamás volvió a dar muestras de su pellejo; es de suponer que todo aquello lo fue rebinando frente al espejo y según se anudaba la pajarita de seda negra al cuello encaretado de su nupcial uniforme gris marengo. Mi pobre madre, mientras libraba sofocos súbitos debido al ultraje (pues más tarde ¡otro gallo cantaría!) y frente al ciprés cimbreante, se empecinaba una vez y otra en planchar con primor el magnífico vestido blanco satinado, inmaculado... ya que el aroma a palomitas de maíz que desprendía la tela, bajo la plancha achicharrante, era lo único eficaz que paliaba su rabieta... lo único que otorgaba rigor al desorden del mundo... lo necesario para enmendar su engaño inextricable, mas en tanto aquello correspondiese con su estado de buena esperanza: su embotado pensamiento, con la rutina de la plancha, se descongestionaba dando paso a sueños específicos... en los cuales tal vez su novio padecía, como la mayoría de los gallegos, amnesias superficiales, transitorias... y que después, hastiado de aventuras, regresaría alegando morriña; pero otros vientos llegaron a delatar que el intelectual andaba trapicheando en una cárcel modelo... ¡cuando no drogándose; eso sí, aplicado en la lectura de las obras completas de Dostoievski! ¡Pues dónde iba a dar con los huesos (atrevióse a maldecir mi madre el día que por fin prendió fuego al vestido nupcial) un individuo que se arredraba por tan poco... y además, tan proclive a las malas compañías, al alcohol, a las drogas, a los dogmas... y a todo vicio por muy execrable que fuese! Según rumores más fidedignos aún, y antes de ser detenido, fue hasta proveedor de morfina en la casa de un ilustre y afamado duque... y, por la noche, víctima de bailes de salón, de billares, saunas... vicioso de sopas de ajo, chocolate con churros en San Ginés... Al parecer, toda aquella pantomima de intelectual de gustos singularísimos, brillos mundanos, cataduras de índole dudosa y vicios extrapirenaicos, una vez sació su prurito de macho tradicional... poseyendo a mi madre, quedó más que deslucida... en dos patadas fue a dar con ella al diantre... ¡Chulo, pendenciero, farsantón...! __según Claudia esgrimía improperios contra su imaginario padre, a cada paso más delirantes e insidiosos, con los ojos cuajados de lágrimas y mesándose el cabello dirigióse algo recelosa hacia las aristas de la cristalera hecha añicos... a mitigar con un dolor más tenue y pasajero otro más profundo e indeleble, pero Anita, sospechando las típicas e inminentes autoagresiones de Claudia y viendo que ni el Niñato ni el Polaco condolíanse lo más mínimo de ella, corrió despavorida a socorrerla; después, una vez se abrazaron fogosamente, con pasión... silenciosa y pandamente, volvieron en torno al fuego; ahora ambas lloraban sumidas en el delirio, felicísimas..., aunque, por el temblor en los labios de una y la manera de torcer los ojos la otra, se les apreciasen, a ambas, firmes deseos de reanudar sus truncados discursos... Aunque, con posterioridad, en las palabras de Claudia (pues fue quién llevóse primero el gato al agua) se apreció cierto deslucimiento musical debido a los hipos__ Mamá, nunca te lo he dicho, pero fuiste más tonta que Abundio... !Anda que... no caer en la cuenta! Tanto brincar de la mesa, por torronteros abruptos; investigar con hierbas y perejiles de todo tipo y verdor; en dos palabras: inconscientes chifladuras... y total, !para nada! Pero ¿saben lo mejor? __buscando asentimiento, uno a uno fue Claudia escrutándolos a todos__ Mi madre, la pobre, no sólo frustró toda práctica de aborto, sino la más simple incursión al suicidio; reiteradamente fue sorprendida a punto de ingerir buenas tazas de fósforos en infusión, al pucherillo... o de otros aún más sofisticados venenos caseros... ¡Qué ilusa; qué retontísima!
__O, por contra..., ¡qué artística! __convino muy reflexiva Anita, en tanto los otros contertulios asentían a la par y ceremoniosamente, y Claudia, sorprendida, iba con la vista persiguiendo el revoloteo de un moscardón... de un verde tan intenso como la esmeralda en bruto__ Pues, me sorprenden sospechas de que mi madre, siempre que la acuciaban ganas de abortar, con una simple lavativa de agua tibia y aceite de oliva virgen, se aliviaba alegremente. Mas ahora, de improviso, me asalta a la memoria una imagen, cuando menos, ilustradora... y, cuando más, insólita, aislada... que quizá nunca ocurriese, pero de ser cierta debió despistarse tras cualquier pliegue de mi desorden mental. Pues verán: en una ocasión (a esa hora tan española de las cinco de la tarde, en un día de otoño y en tanto yo pintaba trece tiernecitos y fragorosos años, y en mis bragas cierto husmo) y atraída indistintamente por risas y lloros que denotaban cierto nerviosismo, acudí a un cuarto donde el resplandor verdoso que proyectaba una cortina de cretona plagada de hojitas primaverales también alcanzaba el rostro impenetrable y cetrino de mi madre, acuclillada en el suelo y tratando de impedir, con su falda extendida e inflada, que cualquier intruso apreciara un inmenso charco de sangre con cuajarones... que, pese a las extremas precauciones, el grana sobresaliera de manera generosa fuera de la tela amarilla como el trigo... con esa textura e intensidad propias de recuerdos tumultuosos. Un grupo de mujeres, de negro y circunspectas, afanábanse a su vera, con cierta diligencia, pero más bien sin función precisa, sin rumbo; con unos cubos al brazo daban vueltas arbitrarias, como aturdidas... víctimas de una repentina fiebre... o moscas moribundas tras ingerir azúcar adulterada. Al advertir mi presencia, congeláronse sus miradas, adoptando esa expresión estúpida que muestran, precisamente todo grupo de mujeres ignorantes... cuando, presas de ese pavor irracional que generan las catástrofes familiares, son incordiadas o asediadas o asaltadas o agredidas por la televisión. Después se aplicaron en torno a mi madre... farfullando algo que entonces no entendí, pero que no cesan a coro de repetir musitando en mis sueños: "¡Ay, Dios mío, pero si está hecho migas...; esta mujer debe poseer una revolvedora en vez de entrañas; pero si expulsa los niño hechos jabón!".
__¡No dejas hablar! ¡Anita, por favor; algo de miramiento, de pudor, de decoro! __Claudia, para detener la verborrea de su amiga, mostró su perfil más inquisidor, luego adecuó la sonrisa según proseguía con su propia cháchara__ ¡A saber, ahora, dónde se hallaba mi madre! Mas, qué más da; sigamos por senderos más frondosos. La pobre tuvo muy mala fortuna, aún cuando yo nací sufrió lo indecible; fue uno de esos partos... lo que se dice canallas, canallas... __y alzó la vista al cielo, donde las nubes deshilachadas seguían persiguiéndose sin tregua, con alboroto, jugueteando; no obstante, los pájaros, en comparsa, permanecían impertérritos... quietos y atónitos como de cerámica, salvo dos palomas como la nieve eterna que con enconada furia se arrullaban... nunca mejor dicho: a ala partida.
Quinto Capítulo
Repentinamente y según quedó Claudia embelesada con las alturas, los demás fueron presa de algo que podría responder ¡afinando mucho! a un ardor... o comezón punzante y de resonancia ilimitada e insospechada, y cuyo eco fuera expandiéndose de norte a sur del mediastino: tal como si, con saña, a todos les hubiesen atizado un empellón en la boca del estómago. El Polaco, con su desidia mansa, llegaba incluso a tachar los síntomas... de irreductible Delirium Tremens, debido a una considerable deficiencia de nicotina en los pulmones, pues hacía un buen rato que la última colilla fue ¡aprisa, muy aprisa! consumiéndose en los labios mórbidos de Anita... según atendía, absorta, pero meciendo el rojo de su falda a capa al compás del repiqueteo de un dúo de pájaros carpinteros, que se intuían quizá arriba de la morera pelada, descascarillada, leñosa, carcomida... En cambio, el Niñato, menos reflexivo, contradijo la propuesta con otra más contundente: "¿Saben cómo se alivia el cuerpo?: tirándose un pedo". Esta solución fue con gratitud acogida por todos; mas sólo quien la propuso tuvo la fuerza, valentía y recompensa implícita de llevarla a cabo.
Entonces Claudia, dando un liviano coletazo de yegua torda, volvió hacia ellos la cara fustigada en el apogeo de su arrebol, y mirándoles con descaro propuso:
__¡Anda; aire! Salir afuera y saquear al primero que invada nuestro territorio... Y, quién ose aplastar las pitas tiernas, lo fulmináis. ¡Cenutrios; no os percatáis de nada! ¿Acaso no acertáis a desenmascarar vuestras propias apetencias? Esto que sentís sólo es gazuza; que la charla levanta el apetito... y el alma inflada demanda pan... y también, que padecemos demasiado calor para seguir frente a brasas tan ardorosas. Conque..., ¡a la calle!
Y con tanta potra; pues nada más exponerse a la intemperie, tanto el Polaco sin la manta como el Niñato sólo con los calzoncillos a jirones... y ambos con manos aviseradas a sendas frentes... para mejor proteger la vista de la luz canalla del mediodía, a lo lejos divisaron una motocicleta harley_halley estilizada y fúnebre cual cigarra de luto humeando nieve, levantando polvo... con ese tono ambarino propio de los cuerpos vaporosos cuando son fecundados por rayos de sol audaces..., y despidiendo el mismo desapacible chicharreo. El primero, según liberaba su mano abierta para que serena y con gracia planease en picado desde la frente al bolsillo correlativo, advertía al amigo:
__Mira; un TELEPIZZA...
Éste, exprimiendo mejor la vista y sin retirarse la mano de la frente, asintió... en tanto las dos mujeres, risueñas, expectantes y muy juntas tras los restos espejeados y amenazantes de la mampara... con la actitud mohína y luminosa de las parejas de conejos blancos, orinando o cagarruteando al acecho tras unas zarzas, esperaban a que frenase la motocicleta y de seguido __mientras con pie ligero y largo acudían a saludarlo sin cesar de propinarse recíprocamente codazos entre risitas, guiños y chasquidos de lengua suelta, y que el polvo en torno a él y al vehículo aun se posara sobre esto y lo de más allá__ poder apreciar las facciones del recién llegado, que por buenas venían ocultas bajo el casco reluciente y tras unas gafas específicas de buzo de antaño. No obstante, y según el muchacho con recogimiento y en estricta ceremonia iba despojándose de los múltiples y sofisticados artefactos, el deseo irrefrenable de ambas mujeres __ya muy próximas a él, expuestas también a la polvareda... tanto que hasta podían oler el agrio perfume que exhalaba el motorista por la abertura de su pecho descamisado, mientras también sus pestañas se impregnaban de polvillo__ fue acrecentándose... mas luego cesó de golpe... Y con creces fueron resarcidas sus expectativas, pues aquello que se preveía ordinario, milagrosamente resultó de lo más novedoso: al liberarse el muchacho tal del casco aerodinámico, su melena apelmazada se ventiló con el propio remolino __en activo y virulento, aún desde cuando frenara con brusquedad__, esparciéndose después en crenchas de seda cobriza sobre su gabán marengo y acolchado; en un principio su arrogancia, corpulencia y pose, en extremo varoniles, sufrieron una devaluación considerable debido al contraste con unas facciones tan moderadas, dulces..., aunque, según iban siendo evaluadas, pudo apreciarse... en el conjunto armónico de sus rasgos, cierto estigma en ebullición, de fuerza, de singularidad, de picardía velada...: delicado y plácido color beige, a rodales rosáceos y aderezado con graciosas pecas, servía de fondo a la turbulencia marina de sus ojos como ciénagas ajunqueradas y al cárdeno de sus labios agrietados, orgullosos, abotargados... instigados quizá por dientes feroces, pero manchados de nicotina.
En cambio, todo se resolvió a pedir de boca; nadie pudo quejarse ni dolerse de herida o menosprecio alguno, infligido en carne viva..., o en su pundonor; tanto a unos como a otros les fueron satisfechos sus fines... sus ansias desproporcionadas: el motorista, sin apearse del vehículo siquiera, obtuvo de manos de Claudia __entretanto brindábale a Anita ciertas cucamonas de doble filo__, y según él también y con la otra mano le alargaba un cartón de cigarrillos, una papelina con varias dosis de una mezcla imprecisa de restos de diferentes drogas y polvos... tal vez antagónicas, y que en un descuido y por entretenerse Claudia misma había substraído del pavimento; los otros, cada cual con su triángulo de pizza a la cebolla en candelero y una sonrisa de hoyuelo a hoyuelo, se excedían en adioses anticipados, en amagos fortuitos, muecas extravagantes, carantoñas voluptuosas... Otra nueva ráfaga de polvo, de diferente índole a la recientemente aludida, alertó a los presentes de que el muchacho se había marchado sin despedirse; ahora como una flecha hendía la calina de regreso al lugar de origen. Los demás, una vez dentro, por inercia... o porque no sabrían de otro sitio adonde acudir o... ¡Dios sabe por qué! los cuatro en fila volvieron a replegarse frente a las cenizas, ahora esparcidas y frías.
Sin embargo, aún tardaron en proseguir su cháchara; aplicados a sus humeantes cigarrillos, a la sabrosa pizza... y, mientras se distraían velados por una luz arrasadora y sofocante, cada cual subrepticiamente a disponerse a ensoñar con aquello que le permitía su conciencia en cuarentena... No obstante, fue fácil comprobar... __puesto que todos adoptaban la misma mueca de hastío__ que coincidían, según iban amodorrándose, en advertir a lo lejos cómo, entre la nebulosa y en declive por anfractuosidades mágicas, una pareja de narcodependientes acudía de la mano, cabizbajos __con andares tan característicos... de inestabilidad, de vértigo, de debilidad, de incertidumbre: igual que si pisasen huevos con los zapatos desabrochados__ a resguardase bajo la escalera truncada. Y según se acercaban con toda la parafernalia inherente, preparaban cachivaches con parsimonia extrema e incluso tras inyectarse la dosis pertinente y con voz de sensibilidad gangosa y quebrada, uno a otra y ésta al uno, no cesaban de runrunearse:
__¡Hijoputa; eso es lo que eres, un hijoputa con pintas! ¡Mamón, Chulo; tan sólo pretendes... sí, tan sólo ambicionas conseguir más caballo, psicofármacos, ácidos, hachís, farlopa; arrebatármelo de mis propias venas; dejarme con una pizca de miseria agria en los labios... y no poca amargura en el alma... Si pudieses, me chuparías la médula, el jugo gástrico y hasta el pancreático... Si tuvieses cojones, me arrancarías las entrañas de cuajo... Aunque, ya intentas arrebatarme a nuestros hijos ¡mis hijos!, que, al fin y al cabo, son mis auténticas entrañas; con esa manera estrambótica y violenta de comportarte provocarás... ¡pronto será demasiado tarde! que, esas buenas y ¡con dos cojones! samaritanas que responden al nombre de asistentes sociales, nos los requisen sin apelación posible.
__¡Cállate, puta! ¡Pendejo... pendón, que eres un pendón desorejado... y desportillado! Viciosa, ¿qué insinúas, que yo no me lo ponga... pa ponértelo tú? ¡Egoísta...! Además ya sabes que para sentirme templado y sosegado ante los niños necesito consumir más mierda y con mayor frecuencia que tú... ¡Coño, tengo mi sensibilidad... y como, amparado por la razón y la experiencia, bien pronosticó el psicólogo del Centro de Salud, de una perentoria y retardada asimilación del mundo de las luces... no exenta de deficiencias interactivas a la par que desordenadas y arbitrarias respecto a los principios más primarios! Pero... ¿qué pretendes, que un día de estos, cuando menos te lo esperes, me sienta empujado a voltearlos a todos por el balcón del comedor?
No obstante, una vez consumados con generosidad los ritos de la ceremonia en cuestión, uno a otro, con buen tino y no menos saña, frisábanse los respectivos puntos asonantes, flacos... __recíprocamente buscábanse las cosquillas... las vueltas, para terminar antes__: aquéllos más propensos y que pudieran aportarles el empuje suficiente para una pronta reactivación de energías; luego, de la mano y aún más despacio y vacilantes que antes: como volatineros por los hilos flojos de su porvenir ya previsible... o precipitándoseles ferozmente y sin remedio sobre sus temores, emprendían el viaje... pendiente arriba por idénticas y neblinosas montañas... todavía más sinuosas, si cabe.
__Como iba diciendo... __según Claudia reemprendía su relato, pero sin apenas contemplar que a quienes se dirigía podrían ahora no disfrutar de las entendederas de entonces... ni siquiera descifrar con acierto a qué coño aludía ésta... (como ejemplo para suscribir el caso, pongamos al Niñato vistiéndose como para una boda; incluso se esmeraba liándose al cuello un fular de rango elevado), se irguió cual caña, bambú, junco, vela... en tanto adoptaba mayor displicencia en sus ademanes, e ínfulas nuevas en los matices de la voz__, vine al mundo un día de junio, entre los vapores a morcilla de cebolla con pringue y especias de la "olla gitana" que muy de mañana compuso y dispuso mi madre misma sobre unas trébedes... para que fuera cociéndose a su talán talán en una lumbre de troncos de encina vieja, bajo un calor, añadido, de justicia... y los graznidos histéricos y exasperantes de una rezagada bandada de golondrinas... y en tanto inspeccionaban éstas cada escondrijo de la pequeña ciudad, disputándose los voladizos que aún andaban sin invadir. Mi madre, debido a su condición de huérfana reciente, al hecho sucinto de quedarse compuesta y sin novio el mismo día del casamiento... y más estando encinta, a los frustrados intentos de aborto..., y aun para ser medianamente atendida y aliviada en el parto, tuvo que confiarse a las manos de la vieja más desaprensiva del contorno... y, por contra, la más diestra y audaz tocante a menesteres propios de la mujer...; experta en todo tipo de hernias, depresiones, desgobiernos, fracturas, verrugas, herpes, menopausias... como nadie por estas lindes haya despuntado jamás; ya que ella fue la única que de manera abierta y sin intereses de ningún tipo, para deshacer la barriga (como con insistencia puntualizaba entre dientes) intervino aun en la recogida de las hierbas y aguas... ¡pues, mejor si caen del cielo!, y en algún que otro asuntillo o apañejo de índole también escabroso... siempre y cuando, alardeaba: "los trapicheos, en cuestión, respondan cuando menos a naturalezas mágicas... Y con ellos, de suponer..., que ¡tampoco hay por qué pisotear demasiado a la tradición popular...!"
__¡Calla, por favor, Claudia...! ¡Y tómate esto! __en un descuido, aprovechó Anita para meterle una píldora en la boca, que anteriormente y con cierto disimulo se había substraído de abajo de la falda... de una especie de faltriquera__ Mira cariño, que nos vas a volver... ¡nunca mejor dicho! tarumbas de remate; no te das cuenta, además, que, con esa profusión de ideas y mentiras descabelladas, has impulsado a la concurrencia a ponerse firme... ¡Chitón!
Efectivamente, los ojos ariscos, atónitos e inyectados en sangre de Claudia, tras plantar cara al azul de los de su amiga... __en la luz, ahora remansos de aceite virgen adonde hubiesen resbalado por casualidad unas turquesas__ y a continuación desviarlos para que errasen por en derredor, no sólo extrañaron el recinto, hasta los topes, sino a sus miembros integrantes, todos de pie, aborregados, arrobados... El sol de la tarde, con sus rayos oblicuos y azafranados, había dotado a las musarañas de una luminiscencia volátil, fugaz..., de consistencia evanescente...; había carcomido sin pudor las facciones de los individuos más inexorables..., los otros, ocultos entre las sombras de aquéllos, acusaban su mirar vítreo, insulso e impenetrable; aun las cintas de humo de los cientos de cigarrillos se alzaban... se estiraban adoptando caprichosos colores, texturas, formas... y, en las sombras proyectadas, en la pared deslumbrada por el sol directo, sólo amagos chinescos... bisbiseos entre mudos: un taraceado en la pared de apariencia valiosísima, mas efímera. El Niñato, que hasta entonces tampoco se hubo percatado del ambiente, según escudriñaba alrededor le vino a la mente otra escena aún más imprecisa y extraña; se figuraba..., pero como si de veras lo estuviese presenciando, que todos aquellos seres respondían a una comparsa de refugiados diversos que, en una estación devastada por las bombas, muy angustiados, asustados, vencidos... esperaban a un tren de mercancías... y de dudoso itinerario... y... ¡decididamente, improbable!
El Polaco, en armonía con los demás, cayó en las redes tupidas del paño de melancolía que paulatinamente iba embargando el rostro de sus amigos...; máxime si cualquier contratiempo ajeno, como siempre, le era de utilidad para su propio regocijo...; incluso con los peores ardides apropiábase de todo aquello a su alcance, sin escatimar matices que pudieran endiosarle... Y en tal estado quedó sumido que apenas invertía ardid y fuerza para, ensimismado, apaciguar a masajes el galope de su propio corazón.
__De todas manera, ¡Anita... y los demás!, no sé cómo os las componéis para interrumpirme siempre... __tras una pausa, Claudia exhaló un chorro de humo argentino y furioso, luego continuó con reticencia__, aunque a mí... ¡qué más me da! Sin embargo, no sé por qué me empecino tanto en perpetuar la luz de mis semblanzas imaginarias.
__¡Coño; pues... __interfirió Anita muy enérgica__, porque todos necesitamos patentar y rubricar nuestro pasado; sentar bases, aunque sea sobre terreno escurridizo. Además, siempre que se empieza, no se hallan formas de terminar...; de ahí que se prolonguen de manera indefinida las terapias, los análisis, los coloquios, las conferencias... incluso los chismorreos entre vecinas..., entre los supuestos enfermos de una sala de espera...; sí, porque a veces la irracionalidad de sus propuestas puede provocar un motín absurdo e irracional.
__Y, a quién no __convino el Polaco, haciendo caso omiso a la retahíla de Anita, y una pausa a su voluntario y pertinaz ensimismamiento__, si, aún no siendo patrocinador, o vocal, ni emprendedor de este juego siquiera, me tiran... me arrastran enormes deseos de esplayarme, de...
Una oleada de voces, en creciente efervescencia, vino hasta ellos, deteniendo ipso facto el flujo de las palabras del Polaco. Entonces, los cuatro al unísono volvieron la cara. El sol había trocado el tono azafranado por un púrpura casi clerical; ahora la muchedumbre hacinada y ebria, pero quebrantada, parecía desangrarse dulcemente... como suicidas inmersos en charcos tibios y trasparentes..., próximos a recibir la visita del ejecutor que les asestará la definitiva puñalada trapera... y, si fuera preciso, verse reducidos al típico clamoreo que todo reconocimiento rutinario de la policía oficial o mercenaria lleva anejo. Sin embargo, cuando verdaderamente se enfrentaron a la revista reglamentaria de las cinco parejas de policía municipal __idéntica sarta de hombretones (discurría Anita, muy enfrascada y orgullosa de sus propias disquisiciones espontáneas) de mirada torva y huraña..., aunque afinando mejor podría descubrírseles cierto centelleo delator de chanza reprimida y primitiva; embutidos en uniformes de faena azul marino, con sus gorras enormes, aviseradas y caladas hasta las cejas... hirsutas como bigotes de guardia civil..., surtidos de rodilleras, coderas y pectoral acolchado y equipado de planchas antibala... ¡recuerdan meramente a pavos en celo! y de pares de botas con hebillas y punteras rechinantes; dotados de andares contenidos, elásticos, aprendidos, impuestos, artificiales..., pero frágiles; de amaneramientos no menos singulares, engolados, floreados... y quizá un tanto osados tocante a la manía de apañuscarse con insistencia tanto la porra enhiesta y bien lustrada, como las esposas que, igual que cencerros abrillantados, penden atrás del cinturón: algo colgante y holgado..., o como la pistola, a la que va o viene rebulléndose vivaracha sobre su cadera grácil... O ¡mira, mira ése! ¡y el otro...! cómo también se manosea la bragueta: con qué oficio, con qué premura...; van a conseguir que el contenido de entre piernas se les hinche, se les desproporcione... que empiece a manifestar su orgullo, envergadura y potencia a ultranza..., a pesar de sentirlo sujeto y deprimido dentro de esas jaulas de fibra modernísima... porque ¡mejor pájaro suelto, que pájaro muerto!__, todos y aun nuestros protagonistas, sobremanera, permanecieron inmóviles, mudos, sordos... e incluso... __según los esquejes parejos de la ley y el orden iban y venían progresivamente más arrogantes, circunspectos, tiesos... hasta dispuestos ¡por cojones! a no tolerar, en esta tarde, que el capote lívido del anochecer los fuese confundiendo, arropando, hermanando y sumiéndolos, como era habitual, en las tinieblas dulces de sus propias pesadillas... ¡qué insensibles! (aducía el Polaco, también en silencio, sordo y quieto como un muerto)__ quedándose dormidos.
El encantamiento al que fueron sometidos nuestros artífices __quizá bajo el influjo de la autoridad__, debió ceder ya bien anochecido y según iban desplomándose... tal cual estaban: como estafermos que, tras vacilar a un lado y otro, en una acometida más intensa quedaran adheridos al pavimento... Sí, notáronse libres del influjo en el instante mismo cuando el castrense taconeo de las cinco parejas se fue extinguiendo diluido en la bruma última del día...: parecían dirigirse al mismo pozo candente donde el sol se precipita de cabeza cada tarde... No obstante, Claudia retuvo el eco en su cerebro; perpetuó su música monótona y recalcitrante para que ésta subrayarse los recurrentes pensamientos que tanto la martirizaban... aquéllos que ineludiblemente precedían a sus sueños...: por los márgenes baldíos de un espigón, a doble acantilado, paseábanse, primero los niños risueños y fogosos... después aquel rostro inquietante e impreso sobre el azul brumoso que ascendía de manera indistinta según se miraba hacia uno de dichos acantilados u otro; mas tampoco ahora pudo descubrir con exactitud a quién correspondían esas facciones tan enigmáticas y canallas a un tiempo, mas, sin embargo, acertó vislumbrar o precisar que el tal sujeto pudo entonces haberle hecho mucho daño. Por un instante temió que se le desprendiera el corazón... que impulsado por la revolución de su propio movimiento hiperacelerado ascendiera hasta su garganta para asfixiarla... ¡como cada noche! Pero de improviso ¡como siempre! cedió la angustia; un hecho no muy singular, en cambio silencioso, vino a sustituir todo rastro perturbador: la refriega muda de dos hombres a contra luz; la súplica degradante y anacrónica de una de las figuras, la de más envergadura, hacia la otra menos corpulenta, por momentos cubrió las sucintas expectativas de Claudia. Después de un instante de reflexión, casi de letargo, resolvió considerar que, tales figuras, sólo podrían corresponder al Polaco y al Niñato..., y puesto que, como era evidente ¡no cabía duda!, tampoco se hallaban en sus lugares respectivos, pues ¡mejor que mejor; menos quebraderos de cabeza! Ahora bien, una vez puestos en evidencia, de boca en boca... aún más se acusaba la sospecha de que, por sus ampulosos aspavientos, estas dos sombras inquietas y chinescas estuviesen tramando algo irreparable... o ¿quizá tratárase, sin más, del juego inofensivo que ya antes y en el mismo lugar practicaron?
Por sí o por no, Claudia se vio en la necesidad imperiosa de requerir la ayuda de su amiga Anita, mas, y puesto que ésta yacía como un leño... o como muerta, no tuvo otro remedio que comenzar por besuquearla en la frente, en los ojos, en las mejillas...:
__¡Por favor, despierta; que esto va de mal en peor!
Anita primero se desperezó sin prisa y luego precisó muy enfadada, aunque callandico:
__¡...Pero no ves que estoy despierta! __tras una pausa, que a duras penas conseguía perpetuar a pesar de aplicar su mano abierta a la boca contraída de Claudia, conminó a ésta a que atendiese mejor..., pues, de lo contrario, y para bajarle la histeria, se vería impulsada a propinarle una buena bofetada__ Y es más, si no te quedases pasmada tanto tiempo, te hubieses percatado del porqué de la riña... ¡Escucha atentamente; recapitula y vuelve a recrear el tiempo aquel, cuando irrumpen las cinco parejas de policías...! ¡Sólo se trata de una introspección sencillísima...! Verás, repite conmigo...: el sol se acercaba al ocaso... ¿Recuerdas?
__Sí... __convino Claudia con suprema reflexión, mientras Anita la miraba toda radiante de arrobamiento y candor__ sí, el sol enrojecido y soñoliento paseaba hacia su morada dispuesto a zambullirse ceremoniosamente, como cada tarde. Recuerdo que, por contra, el cielo en el Este se acusaba muy bajo, amenazador, extraño...: techo, en lona gris, de una carpa, que flojease vencido por la furia de la gota fría; océano dado la vuelta, de aguas tan cristalinas que permitiesen observar una manada sin fin de boquerones en continuo trasiego, inquietos, coleando... donde el manifiesto y elegante gris oscuro de sus lomos contrasta, según retozan y se giran al unísono, con el plata de sus barrigas... Cuando, de improviso, entró un ejército... o mejor dicho, un grupo de policías jactanciosos... (¡Anita, Anita..., se ha desvanecido una de las sombras peleonas; se ha esfumado...!) Bueno, a lo que íbamos: En este instante consigo ver cómo uno de los policías, aquél de mirada atrabiliaria, ojos algo saltones y vítreos, cabello endeble y castaño claro muy pegado atrás de las orejas, aunque con un discreto frontín pringoso, y boca de esas que parecen de fieltro rojo superpuestas en sonrientes hocicos de cerdo, tras la escalera truncada comienza a timarse con el Niñato... y, por momentos, a sonrojarse como un camarón al vapor..., tirando a centolla. Además, cuál mi sorpresa cuando veo que el otro __el Niñato__, sin dudarlo, con toda ligereza, impunidad... y no menos complacencia, le baila el juego, le corresponde..., aunque con premeditado recato, a señas y guiños que denotan cierto significado implícito, de cita, de concierto... de promesa...
__¡De compra, y de tejemanejes, especificaría yo! __ya en cuclillas, el Polaco se adelantó a concretar, en el mismo tono de confidencia que ellas dos mantenían, pero enormemente irritado y dispuesto a despotricar del Niñato todo lo necesario, y más__ ¡Hacerme esto a mí...; yo, el único que había conseguido apartarle de ese vicio execrable...! __hasta aquí duró su desaforado enojo; ahora volvía a procurar su sempiterna dulzura__ Por si aún no lo sospechaban, tengo a gala el jactarme de haberlo retirado del arroyo. Sí, un día lluvioso de otoño, corriendo cruzaba yo una de las plazas más concurridas y cosmopolitas de la ciudad, cuando de soslayo observo cómo a lejos y apostado junto a una jardinera gigante, donde florecía un madroño esbelto y enclenque, se inquietaba un chaval pálido (aunque sus ojos canallas y la sonrisa burlona y fresa, tras aquel tamiz de lluvia copiosa y en tanto lo permitía el meneo incesante de su lacio flequillo a la cara, parecían acusar sobremanera un atractivo y desenfreno sin parangón), que es requerido, con un simple guiño, por un viejo decrépito y diminuto, tocado con chapela vasca graciosamente ladeada..., mal encarado, bigotito fino y cejas depiladas, y dueño de dos diminutos y enclenques perrillos de ojos desmesurados. Al instante, y como impulsados por algo eléctrico, los dos humanos echan a caminar con paso torcido, receloso, dubitativo... Junto a mí se detienen ambos para enrostrarse, pero con ojos huidizos y bajos; a ajustar precios, y lugar de la cita: "¡Cinco mil; el resto en la calle Valverde, una vez hayas quedado como una rosa... y bramando como una morsa del Canadá!". Entonces yo, perplejo, le guiño otro ojo al joven y con una sonrisa lasciva le propongo, por encima del hombro húmedo del carcamal, que el Menda podría pujar hasta seis mil. Como bien sabemos todos, tanto los chaperos como las putas sólo los estimula el tufillo agrio del dinero y las drogas; ese gremio, más aún que otros, se presta a las mayores humillaciones... y sólo por dos pesetas. Sin embargo __aquí su voz se fue enturbiando con matices distintos, ironías diversas y contradicciones variopintas... y hasta cómicas__, desprecian la belleza sutil, el sentimiento sublime, los buenos modales... aquello de lo que tan generosamente podía yo echar mano; en cambio, y como ustedes podrán deducir, entonces no era dueño ni de un maldito duro siquiera; aunque sí de un bocadillo de queso manchego, del cual ofrecí una parte considerable a él..., por supuesto ¡con mucho gusto! ya que eso era un adelanto a sus servicios de esa misma noche: el único beso de lengua que ambos tendríamos el gusto de intercambiar. Con ese gesto, propio, frecuente y consecuente en intoxicaciones etílicas, quise sellar dos cosas: que comenzaba una intachable amistad y que terminaba un galanteo nada recomendable para un hombre tan poco emotivo y, por contra, tan excesivamente confuso como entonces lo estaba y lo sigo estando... y además hacia un niñato que cuando le introduces la lengua no deja de reírse. No obstante, desde allí hasta los soportales de una plaza desierta (aún no frecuentaba esta magna parroquia) donde unos cuantos mendigos y borrachos de cazalla y vinazo nos resguardábamos de las inclemencias de la noche, agucé lo más posible el ingenio; todos mis ardides y mañas conocidas, y muchos que hasta un experto desconocería, se me manifestaron azarosamente. De manera tal, que pude conseguir, y perpetuar hasta hoy, el que no se drogase ni se prostituyera, si no era por una suma considerable... o por irrefrenables impulsos de su propio sexo enhiesto. ¡Ustedes lo han visto, lo han podido observar desnudo...! Sinceramente, creo que él merece alcanzar tasas más altas... ¿no creen?
__Perdone contradecirle... __susurró Anita muy cerca de su oreja derecha__, o crea con ello que trato de enmendarle la plana; pero no puede ni figurarse cómo anda la oferta y la demanda en estos ámbitos y en estos tiempos de crisis perpetuas... En sentido ascendente crece cada día el listón de la oferta: tipos más vigorosos, mandíbulas más cuadradas, ojos más verdes y chispeantes, negras pestañas más rizadas y largas; mientras el de la demanda, aún más deprisa degenera hacia la degradación absoluta: seres inmundos a los que estas bellezas aludidas, en honor a su profesión, no determinan bien si deben follárselos o lanzarles una propina... o, de buena gana, propinarles una contundente patada en el culo. Y tocante a las putas, ¡no le digo más!; éstas, a veces, se ven obligadas a acostarse hasta con su tío de Murcia.
En este preciso momento, la luna, que quizá anduviese al acecho tras una nube negra y de tul por la orillas, a modo de parhelio comenzó a desgranar sus rayos sobre nuestros tres protagonistas; de tal suerte que uno de ellos cayó sobre el rostro casi inmóvil de Claudia. Sus lágrimas, hasta hora ocultas, entonces restallaron sobre sus mejillas en sombra... como dos diamantes que se escurrieran por un lodazal en cuesta hacia un laguito en ebullición, a borbotones... y del cual, al romperse una de sus burbujas, comenzara a fluir el néctar de sus pensamientos... traducido en expresiones contenidas, en palabras amargas:
__De algún modo, siempre fue así; salvo escasos matices, las putas, tanto como los chaperos, han estado abocados a libar en los excrementos más inmundos de la sociedad... ¡Y a la sazón..., ahora que lo pienso, quizá ahí estribe aun su atractivo irrefrenable, incomparable e inextricable! ¿No creen? Sin embargo, hay ocasiones en las que una sospecha que debe o debería ser diferente... ¡Atiendan! __la luna, que vareaba la corriente nubosa, tal vez fue víctima de un boquerón gigante; de improviso el entorno se sumió en las sombras__ ...Cuando yo era una mocosa, y acompañaba a mi dolida madre por esos andurriales de Dios (según ella, huyendo de las cruentas amenazas de mi padre desde la cárcel; porque... ¿cómo no iba un hombre de esa condición, y que además acometía lecturas de autores que incluso amparaban y defendían propuestas harto delictivas, a urdir planes para arrancarnos nuestras entrañas de cuajo, una vez saliese indemne de la cárcel), llegué a presenciar actos y pruebas verdaderamente espectaculares, insólitas, inusitadas... hasta delictivas. Recuerdo que una noche, después de una larga caminata, de camino hacia el fin del mundo, y según descansábamos exhaustas en unas cuadras malolientes a las que accedimos bajo el amparo y consentimiento de un rudo, feo, obeso..., pero aparente hombre cabal, vino a importunarnos la que suponíamos esposa de éste, y que andaba ya por el séptimo mes de embarazo; muy sumisa y derramando dulzura hasta por las orejas, de rodillas frente a nosotras atrevióse a plantear o proponer que, ya que a ella le era totalmente imposible, debido a su condición de embarazada, por qué no consentía mi madre, con buen talante, en sufragar el dolor agudo y punzante que... "al pobre ése (y volvió un instante la cara hacia la puerta por donde ella acababa de entrar; aún su único batiente blandiendo entre corrientes) se le ha ido desencadenando... desde punto y hora en que vuestras protuberancias y turgencias usurparon la paz de nuestro hogar..." Y al que, al parecer, no había forma humana de acometer ni paliar (y repitió) "...por la mala pata de hallarse una en trances tan inoportunos y poco ágiles". A pesar de las sospechas, dudas, incertidumbres, miedos... ¿por qué no confesarlo?: también sana curiosidad, evidentemente aceptamos la propuesta, pero siempre y cuando nos fuese ella misma ampliando detalles, según nos dirigíamos al lugar donde en principio pensamos se hallaba postrado el cachifollado..., pero rollizo cazurro. Con voz y trazas de niña zangolotina nos fue diciendo: "Mi papa es un hombre muy güeno, muy güeno..., pero acusa una pega: que cuando de vez... muy de vez en cuando se empalma, se pone bellaco... como un mulo ¡ja,ja,ja,ja!, no quea otra solución que agachar las orejas y ceder ante sus lamentos y su empecinamiento; de lo contrario, en tal guisa, podría seguir penando todo el invierno ¡no le digo más! Además no puede el pobretico ni faenar ni andar de corrío ni atalajarse siquiera... ¡calza una verga...! Así que he pensao que usté, ya que ha parío (si no, ni se lo hubiera mentao) y en tanto sospecho que dispone de más holgura que nosotras dos juntas: que la niña suya y que una servidora, sea quien esta vez socorra a mi padre en su calvario". Entretanto llegamos al umbral de un cuartucho de techos muy bajos, sin revocar... de viga al descubierto, un ventanuco sin cristal... donde soplaba un aire de lo más afilado: como cuchillos, un camastro desportillado y en el que las troneras del colchón consentían enseñar las panochas de maíz ya putrefactas, y un hombretón... (quién antes había salido a nuestro encuentro), en pelota y con un cipote que rozaba el candil encendido que pendulaba en el techo... como un badajo, como un botafumeiro chiquitito...
__¡Qué exagerada eres! __atrevióse a interferir Anita, ya de pie y aireando la falda; la cual exhalaba un tufillo no muy católico__ A veces, tú respondes mejor como andaluza típica; en cambio yo puedo pasar por castellana vieja ¡así de veces... y en tanto me lo propongo!
__¿Y que sabrán ustedes __especificó el Polaco__ si, según tengo entendido ni saben hacia dónde van ni de dónde viene, es más, siempre que reemprenden la conversación apostatan las dos hasta de su sombra?
La luna volvió a esconderse, pero al instante asomó impetuosa y fiera... como una novia en fuga; con la frente iba acometiendo cada nube de tul que encontraba al paso: arrollándolas, apartando de sí cualquier inconveniente con tal no oscureciera ni la tierra, ni quedase desmerecido tampoco el firmamento estrellado. Sin embargo, para nuestros personajes, tamaña inestabilidad resultaba de lo más molesto, incluso había veces que, a consecuencia de ello, se quedaban sin habla... en cambio otras, tal juego de luces servía de incentivo. Este fue el caso específico de Anita que, tras un período de oscuridad donde permanecía embotada y torpe, nada más hacerse la luz, prorrumpió alegremente, con docta prosopopeya, casi declamando:
__Me consta que la lluvia, contrariamente a lo que se viene creyendo desde que allá nuestros primeros padres se pusieran como sopas bajo aquel manzano del diantre, es algo muy sobrenatural y mágico: erradica prejuicios, endulza penas, ablanda corazones como cántaros... y los aligeran tal que si hubiesen perdido peso, y, pienso con sinceridad, que doblega las almas impías otorgándoles toda suerte de buenas intenciones...: de tal forma las enmascara que uno puede confundirse como un chino.
Pero cuando más enfrascada hallábase Anita, esgrimiendo verdades como templos, de nuevo sucumbió a las tinieblas. Coyuntura que un "Alma Cándida", no muy alta ni muy gorda... __tocante a estatura y fisonomía__, pero algo embotada, aprovechó para explayarse con creces, sin cortapisas; arrogóse todo el mérito... __también la ráfaga de luz procedente de un rayo de tormenta propició aún más su estrella, y facilitó el que por un instante todos apreciasen su rostro jovial, franco, afable... con esa mirada intensa e incisiva que algunas personas adultas arrastran desde edades muy tempranas, pero con el lastre añadido de una inteligencia muy superior a la de su entorno; aunque la voz, debido a cualquier tipo de fármacos, se apreciase de algún modo afectada, distorsionada... o tal que si llevase aplicada una mascarilla a la boca...__, sí, como dueña de la situación, atribuyóse todo el mérito... ¡la muy infeliz! Y proclamó:
__Me llamo Pilar, Pilar... ¡Pilar, coño! Vengo de platicar con el Sol. Y me he metido los dedos...; ¡puf, no saben lo que he arrojado...: sapos y culebras! Mañana mismo me compro o me agencio un lápiz negro, así de largo... (quedó callada, los labios fruncidos... y, en un estado de absoluto letargo, alzó mecánicamente su mano rígida... cuyo movimiento grácil perfiló la gráfica precisa del palo de una escoba rural; así..., y aún más ausente, si cabe, regodeábase con el silencio..., sus ojos centelleaban imitando la luminiscencia que todo lobezno adopta cuando persiguiendo a un felino erizado le sorprende la luna llena; sin embargo, su aliento se infectó con las pestilencias más ácidas y repugnantes__ Pero, por el amor del Sol, ¡denme un cigarro; algo que llevarme al coleto!
La luna, que acababa de librar la más encarnizada batalla con las nubes, que incluso había sido capaz de arrinconarlas fuera del ámbito que nos concierne... ¡qué más da si llueve fuera!, fijó su intensidad y brillo sobre los cuerpos expectantes de nuestro artífices... otorgándoles ese grado de fantasmagoría propio de los arcángeles que se alzan desafiantes, espada en mano, y sobre las cruces en mármol que soportan las tumbas de toreros célebres... Aquéllos, no obstante, en todo el entorno no hallaron rastro de la muchacha que antes se jactara de ser la novia del sol. Quizá fuera sustituida, sin más, y sin pudor siquiera, por una música procedente de la radio... que había sujeta sobre el regazo de un negro con semblante de enajenación, mirada de gallina pitañosa y dirigida hacia el boquete donde la morera se desleñaba viva..., a dos pasos de la escalera truncada. Pero tampoco nadie mostraba excesiva congoja, al respecto; ni preocupación... ni siquiera los acostumbrados escalofríos suscitados por los primeros compases de "I'VE GOT A CRUSH ON YOU" en las voces de Frank Sinatra y Barbra Streisand; salvo cierto eco que transcendía en las palabras de Anita, pareciese que nada hubiese ocurrido:
__¿No discurría yo sobre la lluvia? ¡Corríjanme si me equivoco! No recuerdo con certeza si ya mi madre había desaparecido huyendo de los malos tratos que aquel rubiales fogoso y rufián le venía asestando a la primera que llegaba más borracho que un bizcocho a las ocho de la mañana, mas por contra podría suceder que mi madre aún rondase por aquellos andurriales; para el caso es lo mismo. Bueno, llovía... y ¡cómo llovía! Diluviaba, más bien. Mi abuelo (ese viejo que, inclinado hacia su bastón de empuñadura de plata y con el reloj de bolsillo, también de plata y de rubíes, penduleando ante él, recurre a mis sueños para que nunca le olvide... aquél, que yo misma bauticé con el apodo de Lucentino), siempre rezongaba en días de temporal crónico, cubierto con las mantas hasta la barbilla; los chorros de los canalones cruceteaban un oeil de boeuf abierto en la pared, frente a la cama: un simple boquete cegado con un trozo de cristal viejo. Mi abuela, a esta hora temprana, ya andaba repartiendo maíz a los pollos, carihuela a los conejos, afrecho a los mulos, bellotas a los cerdos ibéricos... y hasta había colocado en la lumbre el cotidiano puchero, pues su olor característico ya hacía rato lo venía cantando el aire iracundo y húmedo del invierno. Sin embargo, yo, en un catre situado a la derecha de mi abuelo, según se hallaba él boca arriba observando el tomo de la lluvia, fingía dormir... acusando los temblores y sonidos propios de un sueño mal emulado. Entonces, creo que como en tantas otras ocasiones, mi abuelo se apiadó de mi desconsuelo nervioso e incierto, y con su voz cálida y aguardentosa me requirió: "¡Sultana; ven a calentarte a mi cama!" Desde mi escondrijo le sonreía con malicia: "Pero, si me cuentas un cuento". Él, siempre relataba el mismo: uno donde la heroína, vestida con galas propias de princesa, y costumbres cedidas directamente de mi madre, se erigía capitana de una comisión que, noche tras noche y por los tallos de un habal gigante y frondoso, trepaban al cielo, salvando los más floridos inconvenientes y cortapisas, a mendigar felicidad, salud y pan blanco para toda la familia. Entretanto me acariciaba con mucho esmero; con su mano áspera y pajiza de tabaco barato rozaba el reborde a ganchillo de mi braguita minúscula... hasta conseguir que el perlé se empapase... y, no conforme, se chupaba su dedo meñique con el fin de aliviar mejor aquel dolor que... ¡hasta me hacía temblar de gusto! Si fuese una experta en sensaciones, incluso podría describir el perfume que desprendían nuestras sábanas; cómo aquel reducido cuartucho se iluminaba con brillos vacilantes... propios de cuando en los castillos encantados de los cuentos celebraban una fiesta; cómo la musicalidad de la lluvia sobre los lebrillos, que tanto arreciaba como amainaba, en momentos caprichosos alcanzaba notas irreales, sublimes...; y el bienestar general que, tanto henchía nuestras almas, como embotaba nuestros sentidos, se propagaba inflando también la estancia entera... hasta conseguir que sus paredes y el oeil de boeuf se desplazaran..., se dilataran y embellecieran de manera tal que, al evocarlas hoy, ni siquiera con la imaginación consigo parangonar, barajar, abarcar, ni representar tanta riqueza de lujo... Pero, ahora que caigo, ¡usted, el Polaco, o como coño se llame! ¿cómo no va a buscar al Niñato; no le remuerde la conciencia? Se avecina tal tormenta, que puede que no escampe hasta el amanecer. Además, a veces, creíamos estimaba tanto al Niñato...; mirábale usted con tal candor... que parecía meramente su padre.
__Bueno... __interrumpió Claudia resolutiva, pero un tanto quebrantada; luego, con las palmas de las dos manos comenzó a palparse, primero el pelo, luego las respectivas sienes pegajosas... como pretendiendo impedir que un atronador ruido le estallase en el cerebro... o como si con ello frenara la enigmática turbulencia de una tormenta en ciernes..., mas amenazante, majestuosa...__, ahora que, tal vez por alusión, se aproxima el temporal... ése que parece embestir la quietud de nuestro infrecuente sosiego, mejor nos vendría si..., con gracia y destreza, dispusiésemos recoger leña de la morera muerta; también resultaría muy aprovechable si diéramos de mano con alguna pita seca... ¡No saben cómo prende; es pura yesca; dinamita en rama!
__De todas formas... __propuso el Polaco algo nervioso; procurando darse a entender con unos gestos tan filigranescos y encabritados que siquiera simulaban los de un bailarín que padeciera un ataque epiléptico: de tener en cuenta que tamaña espectacularidad, variedad y riqueza de formas también eran debidas al incesante chorreo de partículas plateadas que la luna generosamente vertía sobre él... y también de las sombras de su ausencia intermitente__, antes de atender a vuestra propuesta, permítame retroceder en el tiempo, para así concretarle algo a la joven: ¡Anita! Sin más le diré que ese Niñato... ¡bastante se ha reído ya en mi jeta! __una sonrisa malévola comenzó a juguetear en torno a sus labios, por demás sensuales; después, esa misma sonrisa voló a posársele en la mirada soñadora... en el instante justo en que un mechón de su cabello rubiáceo caía sobre su frente prominente, como una vírgula, como una interrogación__ Ahora vayamos a por leña, que también yo estoy sufriendo cierta desazón; presiento... así como destempladas las entrañas... y la boca seca.
Cuando Anita y el Polaco se condujeron, en silencio, a cierta distancia uno tras otro, con la cabeza gacha y el gesto adusto __como penitentes que, poseídos de una fe en efervescencia perpetua y sin fin, pretendieran expiar culpas y pecados arrastrando cadenas en una tradicional procesión de Semana Santa__, todavía no era palpable la lluvia, pero ya en el ambiente se intuían perfumes diversos...; el aire exhalaba esa característica fragancia a tierra mojada que, procedente de las capas alta de la atmósfera, se digna bajar, aunque sólo en determinadas y excelsas circunstancias..., hasta el pavimento mismo, para deleitar a aquellos más propensos y sensibles respecto a estrafalarias formas de sufrir la vida: como si dijéramos, a los más desprotegidos. Después de todo, ¡en algo tendrían que ser agraciados! Claudia, prendada del luminiscente firmamento... o cielo, aprovechó entretanto para desvariar a sus anchas.
Sexto Capítulo
Pero Claudia, con manifiesta connivencia, no sólo atendía al flujo de sus desvaríos, contaba con ardid y luces suficientes... __siempre y cuando la tan anunciada tormenta conservara su resplandor y siguiera el curso reglamentario__ como para localizar el lugar más idóneo donde resguardarse del temporal. Los demás concurrentes, dentro de su caos interno, de una confusión inherente a sus patologías, y en tanto arrastraban penas y harapos por doquier, también parecían acusar el inminente peligro; alguno de ellos, sordos al inquietante revoloteo y gañidos intermitentes de pájaros enloquecidos por los truenos, se empeñaban en exhibir la actitud más intransigente y adusta dentro de lo humanamente permitido... y, según se decidían a huir deprisa, comenzaban desde el umbral, tras la mampara, junto a los restos de la morera... a proferir alaridos en diferentes tonos y acústicas, y a la postre brindar, antes de desaparecer al fin, impertinentes aspavientos y muestras de amenaza a aquellos que se resistían a seguirles; sin embargo, estos otros, ignorando tan singulares requerimientos, se arrinconaban desarmados, tristes, asustados... espantando supuestas moscas, arañas, telarañas, musarañas... bajo los tramos del techo que aún se mantenían sujetos entre vigas. Y en medio de tal trasiego, desconcierto y atronador ruido, aparecieron por la puerta grande Anita y el Polaco; los batientes, forzados por el viento, convergían hacia un ángulo en proyecto, por cuya holgura se permitía el acceso, como mucho a dos personas del brazo. Es por ello que la hilera de gentes que escapaban pavoridas tuvieron que detenerse unos instantes para ceder el paso a los recién llegados: Anita, primero en aparecer alumbrada por relámpagos de tormenta, en progresión más intensos, tuvo a bien, con lucido e inusitado requiebro, mostrar sobre su espalda grácil un haz de leña tan bien confeccionado y proporcionado, que nadie __de ser obligatorio decantarse__ se atrevería a poner en cuarentena... o en tela de juicio el esmero, exquisitez, dedicación... con que se suponía hubo elaborado dicho haz; del segundo, en cambio __el Polaco__, se apreciaba todo lo contrario: en la manera al arrastrar de una mano el tronco reseco, renegro, retorcido, retinto... con trazas de viejo animal embalsamado, y de la otra mano el hatillo de hojas secas de pita, se le acusaba un desgarbo exagerado, una malafollá granaína... por demás impersonal y propia de esos aficionados al flamenco, no oriundos de la geografía andaluza, empero, muy llamativa según venía con la barbilla alzada y esa sonrisa rayana con la típica de la edad del pavo..., escudriñando la envergadura y luminiscencia de los rayos, y desatento al desbarajuste general, al griterío en alza...
Claudia, allá en el rincón más apartado y opuesto a la gran puerta, y mientras se obstinaba en disponer, con singular capricho y gracia, cualquier artefacto con tal que, de un vistazo, su apariencia le recordase a los impersonales enseres que, directa o indirectamente, pudieran corresponder a alguien de su grupo, aún pudo advertir cómo Anita y el Polaco daban revuelos, despistados allí entre el gentío... los relámpagos... los truenos...; entonces, en un destello de lucidez, Claudia batió las manos con cierto regocijo, y acusó una risita conciliadora, de chanza... con esa complicidad propia del que espera a un amigo, y éste, envuelto en una confusión absurda, mariposea en torno a él. Anita fue quien primero se percató de que su amiga no cesaba de hacer visiones, que incluso, si no se dirigía, ipso facto, a su encuentro, era muy capaz, la otra, de trocársele el ánimo y arrancar a llorar sin consuelo, como una tonta... El Polaco, contagiado del impulso de su guía, pero sin reflexión manifiesta, condujo tras ella la languidez de sus pasos, el tronco renegro, y las hojas de la pita seca.
Una vez hubiéronse felizmente arrellanado, tras encender fuego... y una ronda más de cigarrillos, que con orgullo sostenían entre los labios risueños, descargó la lluvia; primero, y ante el estupor de todos los presentes, lució un rayo esplendoroso seguido del consecuente trueno, después una ráfaga de lluvia violenta y copiosa asoló el recinto; por un instante el estruendo era tal que cualquier sonido, por muy agudo que fuese, se reducía a un simple murmullo... hasta las ratas, a las que siempre se las supone chillando como tales, ahora bajo la lluvia __ora plateada, ora cenagosa__ y ante los truenos, parecían sosegadas, mansas, fácilmente domesticables...; que sus uñitas afiladas y en puntas respondiesen a los acordes de una música celestial resultaba de lo más simpático, artístico... y por demás apropiado.
...Y entretenidos en el singular proceder de estos bichejos andaban __evidentemente también amenizados por el melodioso tarareo que Anita ejercía, rumiando entre dientes, con los ojos entornados..., y cuyos arreglos emergían del centro de sus entrañas: una nana melancólica y de reminiscencias celtas__, en cómo sus ojillos astutos, sus hocicos embigotados y sus incisivos ávidos se lustraban con el resplandor de la tormenta, cuando la voz de Claudia despuntó, queda, de entre el estruendo, ya algo atemperado:
__...Observando esta escena, que no hay tampoco por qué encumbrar, pero que, al fin y al cabo, ha conseguido meternos indistintamente el corazón en un puño... o los cojones en la barriga, me ha venido el barrunto a la cabeza de que esos retazos de imágenes que pueblan mi cerebro: como estampas que pululasen a barullo dentro de él, no presumen mayor envergadura que la escena que nos ocupa... ¡Cipote; qué triste!
__Pues, aún es menos racional lo mío __deteniendo la melodía, pero sin remitir la actitud soñolienta, adujo Anita, no con menos amargura en la voz__; porque tú, al menos, detectas y contemplas esos retazos de imágenes... Yo, sin embargo, sufro cómo las escasas instantáneas, o jirones virulentos, que conforman mi vida pasada, mis recuerdos..., poco a poco se van alejando... remontando inconvenientes, cuando no tornándose tan ambarinos y borrosos... que no sé qué da mirarlos; a veces son imperceptibles, se extinguen, se disipan... Creo que a partir de que cumpliera catorce años, pizca arriba o abajo, mi vida se precipita hacia una confusión absolutamente difusa, inextricable, incomprensible...: a la deriva.
La lluvia, al fin, adquiría tal grado y tempo de musicalidad y armonía que la conversación y otras muchas manifestaciones, en sí enriquecedoras, comenzaron a fluir casi como hilo, o base, de la supuesta melodía; ese rumor armónico fue, respecto a las sensaciones más primarias de algunos presentes, capaz de soliviantar... y vapulear hasta esas de talante más insensible y fiero que imaginarse quepa: incluso estimuló a la muchacha de vientre flojo, y que ¡tiempo ha! vagaba hacia el olvido __en cambio en mente de algunos aún sobresalía la gracia singular respecto a la conjunción del colorido de su atuendo estrafalario: también ahora, tamizada por la lluvia, surgió como una flor, aunque ajada y mohosa, pero de cáliz y tallos todavía verdes de hoja mustia; por corola, una falda volandera a harapos de diferentes tonos de púrpura; y por estambres, dos medias tupidas de algodón amarillo azafranado con dos remates en loneta marrón__, a que diera más alaridos y marisquetas que una bruja atrapada en un tornado. También el Polaco advirtió en sí el prurito de algo emparentado con el movimiento, pero que en absoluto llegaba a timarse con las gambetas de aquella individua..., ya fundiéndose de nuevo en el anonimato... en el olvido; pero, ajustándolo mucho y sin desestimar el ambiente, más bien podría identificar estos pálpitos extraños con ciertas inquietudes del alma, con bailes del espíritu... o, por el contrario, minués de la razón:
__No es quejarme de forma gratuita (ahora que la paz parece hacer mella en todas las almas dolientes y al retortero), pero permítanme desentrañar aquello que, aunque solapado por la impronta de quien malvive a la intemperie... aún no siendo psicótico... o por su lejanía en el tiempo, fuera la causa o armazón para que hoy día me vea sumido en la más absoluta y manifiesta insensibilidad... y a la postre indigencia; tengo cierta noción de que mis sucesos capitales, la mayoría al menos, se agolparon ante mí a la edad temprana de mi frágil adolescencia (recalco lo de frágil porque me consta que entonces albergaba menos luces que un rucho en celo); que todo se precipitó en mí cuando aún el proceso de madurez no andaba siquiera en ciernes. Además no cabría duda alguna si procediésemos a ordenar también los más significativos y traumáticos acontecimientos acaecidos en mi honor y regocijo: la muerte súbita y estúpida de mis padres, a una edad muy verde y debido a una simple, injusta e impropia gripe..., según rumores, oriunda de los Balcanes..., y a consecuencia de la cuál me vi obligado a vivir con mis abuelos paternos, para más adelante ingresar en lo que, según ellos, era la única alternativa: un seminario en un pedregal cercano a Cáceres, de lo más inhóspito, destartalado... y sórdido en cuanto a su postulado; el perenne vacilar tanto hacia lo pío como hacia lo perverso... que a punto estuvo de encarrilarme, bien hacia paraísos anticipados y ¡a gritos! proclamados por los educadores, como días más tarde de pupilo del padre prior... y, de paso, aun de su secretario: éste, rechoncho, altanero, estrafalario...; y el que llamativamente despuntara ora como cretino, ora como genio... Sin embargo, puedo porfiar que aquello que de manera más radical marcó mi sendero fue lo que ya os relaté al principio de la conversación; sí, lo relativo a la muchacha del tocho de libros bajo la barbilla, aquélla que me concedió, alegremente, y recién salido de las garras de la iglesia, alas de marabú y después, ya en vuelo, pretendiera arrancármelas a tirones, no cabe duda que afianzó aún más esa inestabilidad mía tan atípica... Tanto que un día, tras superar una depresión sin fondo ni fundamento (y mejor que andar todo el día postrado en una cama con la mirada de pájaro enjaulado), opté por fugarme de su vera y deambular de aquí hasta la otra punta; entonces debió anidar en mí eso que vulgarmente pía como el impulso irrefrenable del aventurero común..., que no es otra cosa que tragarse la sensibilidad y los sentimientos y tirar millas adonde indique la flecha de una veleta cualquiera.
__¿Quién diría... __se apresuró Anita a refutar en tono de pregunta__ que no está usted más descompensado que nosotras? Y no es por dármelas de esto ni de lo otro, ni tampoco es que usted se regocije con requiebros y maneras propias del demente al uso... ¡válgame Dios!, pero es tal el galimatías que se desprende de su desorden... tanto interior como periférico, que por momentos una no tiene más coño que llevarse las manos a la cabeza y exclamar...: ¡cipote; por María Santísima! Estoy... ¡mire usted! por jurar que, sin darse apenas cuenta... o por contraste con el mundo que le rodea, se ha ido encabritando sin razón, no obstante después... (parece como si yo misma lo fuese experimentado), y por idénticas razones, se fue conformando con aquello que paulatinamente se iba perpetuando sin mayores aspavientos, enquistándosele, encronizándosele... hasta adquirir ese tono que bien podría propender hacia el autismo absoluto como, al contrario, hacia una simple y llana actitud payasa. ¡Si yo le dijese cuánta gente acusa síntomas equiparables! __en espera de proseguir la perorata, Anita, con mucha firmeza, lo sostuvo de la muñeca, hasta que un nuevo relumbro de las llamas delató el gesto de sorpresa que aún en la oscuridad ella presentía en él__ ...Usted se ha autodefinido como aventurero, pero yo, de manera más valerosa y precisa, lo tildaría ¡y no se mosquee! de atronado trotamundos..., como hubiese sentenciado mi abuelo ¡que en gloria esté!, nada más reparar en usted.
El Polaco, como respuesta, esgrimió un pérfida sonrisa; después, para resarcirse, estimó oportuno increpar a Claudia, que ¡sabe Dios a quién andaba respondiendo con tales ademanes... y tan desmesurados gestos!:
__¡Señorita...! Me temo que si no dispone usted... __primero se dirigió a Anita, después detuvo la mira ante los ojos extraviados de Claudia__, o ella misma, de la medicación adecuada: de una buena dosis de neurolépticos, pronto tendremos que amarrarla aunque sea con una media de seda negra...
Claudia desdeñó la propuesta sólo con la displicencia de un ademán lánguido y moroso, pero inequívoco..., luego continuó escudriñando las llamaradas, mas sin abandonar la réplica constante a sus propias voces interiores. Sin embargo, Anita sí dispuso de cordura para contestar con entereza y de manera razonable:
__En peores circunstancias nos hemos visto; aunque, por el tiempo que ha transcurrido, desde la última vez..., y la hora que marca el reloj... __se fijó entonces en su propia muñeca desnuda; de suerte que, en ese preciso instante, las campanas de la iglesia más cercana dieron las mil y monas__, no ha de tardar mucho para que nos atrone y soliviante la sirena de la camionetilla del reparto: Por si acaso no dispone aún de las noticias más frescas y puntuales, tocante a nuevas técnicas de acometer la psicosis en general... (¿se ríe?), bueno, le adelantaré que recientemente y en secreto se ha puesto en marcha, aquí en España, empezando por Madrid y Barcelona, un plan fantástico, el cuál viene avalado por resultados espectaculares, sorprendentes... con amplitud ratificados por los mismos expertísimos profesionales que habían llevado a buen recaudo el susodicho proyecto, allá en las Américas... ¡Y no le digo más, si le descubro y amplío que uno de estos magníficos profesionales, que llevaron a cabo la idea genial y original, es un psiquiatra español, y por más señas sevillano...! Verá, el plan al que me ciño no es otro que éste, al que todos los de esta zona y aledaños somos ya adictos: enfrascados en él como la mayoría de nosotros andamos ya, pronto se erradicará la locura... ¡zas!; por supuesto, siempre y cuando este dichoso plan no sea abortado o trapisondeado por las mentes más reaccionarias y envenenadas de este país..., como ya es costumbre. ¡Va a ser la caraba!
El Polaco, sin escatimar guiños ni gestos de sorpresa, optó, según se hallaba en cuclillas, por envolverse en la manta ruana; al final, con el atuendo y la actitud beatífica, a la que se vio abocado debido a tan espectaculares afirmaciones en boca de Anita, llegó a parecer... ¡más que polaco, un arcángel! Con un ademán histriónico, pero comedido para lo que era habitual en él, exclamó:
__¡Cóooooño!
Las ratas, que entretanto habíanse acostumbrado al rumor reinante desde que la lluvia había adquirido trazas de temporal y no de tormenta, como por mandato imperativo se replegaron en fila, silenciosas, displicentes, el rabo entre las patas..., y pingando de agua.
__No quiero reparar en tamaña grosería, ni siquiera en la ironía implícita que lleva anejo el tono; si tiene algo que objetar, vaya a protestarle al Ministro en persona... ¡a mí qué me cuenta; hasta ahí podíamos llegar...!
__¡No se enfurruñe de esa manera; y, por favor, prosiga... si no quiere que sufra el mayor desencanto de mi vida... y consecuentemente un derrame cerebral!
Anita se sonrojó en exceso, y ya fuese por la desaforada llamarada, que a punto estuvo de abrasarla viva, o por el tono meloso de la respuesta del Polaco, por demás aderezado con una sonrisa ensalivada..., el caso fue que aún estuvo un buen rato sufriendo la dentera álgida de sus pezones en punta..., la sequedad en la lengua, las chiribitas ante sus ojos, el temblor en las rodillas y en el mentón... Luego se asió del brazo en jarra de su amiga Claudia, que, ligeramente erguida, alerta, pero entumecida, encañonaba la gran puerta con una mirada del más genuino estupor. Y dijo tras remontar la risa al cielo:
__¡A mí estas coñas me ponen de un talante...; pero que muy nerviosa...! Bueno, a lo que íbamos: se trata de una revolucionaria forma para llevar a cabo, de manera equitativa, la distribución precisa y equilibrada de la medicación de aquellos psicóticos, epilépticos, cretinos y demás mendigos callejeros que, no pudiéndoseles administrar dicha medicación... por negarse a acudir, por las buenas y de forma reglada, a algún Centro de Salud o en su defecto a otro de régimen ambulatorio, se han visto obligados a inventar formas varias para que estos desgraciados anden más derechos que juncos y por senderos rectilíneos, pero... ¡y éste es el quid de la cuestión! sin dañar su respetable intimidad e indiscutible libertad: con sumo esmero.
__Evidentemente __repuso el Polaco en el mismo tono apagado de su oponente, mas advirtiendo, de antemano, que para nada pretendía quebrantarla con lo que fuera él a expresar a continuación__ Y suponiendo que dichos individuos (los cuales, por mero capricho u otras fruslerías, como refirió usted con anterioridad, ya se habían negado entonces a presentarse, ni con sus familiares ni solos, a recibir respuesta apropiada a su locura), estén dispuestos cada semana, o cuando le pete a la unidad encargada de la distribución de los fármacos, a aguardar con paciencia y en el lugar acordado, a que unos enfermeros anónimos y ebrios vengan a administrarles la dosis estipulada... ¡vamos, ni que no conociésemos a los locos... ni a los enfermeros... ni a sus putas madres!
__¡Mire, mire..., que no pretendo entrar en polémica; si lo estima oportuno, ya le sugería... y ahora le indico de manera rotunda: váyanse a quejarse al Maestro Armero! ...Por otro lado, es cuestión de potra; si coincide que a esa hora está Una un poco lúcida y recuerda que pronto se acercarán los dichosos enfermeros, con sus lecheritas a rebozar de psicofármacos, pues mira: mejor que mejor. No obstante, si anda ya con la cabeza como un mirlo harto moras y ¡a saber dónde..., a qué hora!, pues mira: más se perdió en Cuba...
__Ahora que casi es inapreciable la lluvia, que cae diseminada y suave como una recompensa divina... __el Polaco se adelantó, consciente de que con ello dotaba a sus frases de mayor verosimilitud, brillo, fuerza, atractivo, calidez...; sin embargo, aun advirtió de soslayo que la gente aterida y rezagada bajo los tramos de techo y voladizos, que todavía perduraban sin derrumbarse, comenzaban a deambular con cierta ceremonia, monotonía..., pero sin norte__, mejor sería que volvieses al remanso de tus recuerdos; aunque sólo sean insignificantes destellos..., fantásticos despropósitos... ¡Te lo suplico!
Anita, consciente de la actitud incondicional del Polaco __más que notable en su sonrisa dormida__, adoptó un talante plácido, con cierta prestancia, pero antes de decidirse a proseguir con sus semblanzas imaginarias, dedicó una mirada conmiserativa... de Piedad tallada en cerezo, a Claudia, que en ese instante buscaba su regazo para recostar el barullo bravo de sus ideas.
__Pues, la verdad, no es la mansedumbre de la lluvia lo que mejor aplaca el quebranto perenne de mi alma... __según discurría Anita, procurando en el timbre de la voz cierta cadencia, con una mano iba acariciando el cabello de Claudia..., despacio, con extrema delicadeza__, ni lo que más procura fluidez a las imágenes distraídas en mi cerebro; casi discurro mejor ante un buen plato de cocido... ¡no le digo más! No obstante, me vienen a la mente, aunque sólo por un momento, instantáneas difusas... quizá, ya en vías de extinción: no sé si he referido antes que hoy en día me flaquea la mente, que, de ponerme a concretar una imagen, no hallo siempre la forma ni el objetivo adecuado...; en una palabra, que va quedándome menos enjundia interior que a una gallina en la calor... sobretodo en lo relativo a la imagen; porque lo que es la lengua: ¡cada día más suelta...! ¡Es, la mía, sospechosamente, una locura extraña! ¿No cree...? __como respuesta sólo obtuvo un destello en la mirada del oponente, entonces ella, para resarcirse, encendió un cigarro con un tizón y siguió divagando__ ¡Algo que, según se desarrolla, va adquiriendo posturas, formas y maneras tan estrambóticas, no debe albergar nada benigno!
__¡La naturaleza es muy sabia: perfecta! __convino el Polaco con excelsa humildad y un hilito de voz..., pero sin escatimarle a su apostura ni un matiz de la dulzura implícita. A continuación, casi drapeando las palabras del solícito oponente, infiere Anita..., conservando idéntico talante que anteriormente, pero con algo más de presencia de ánimo, de ironía:
__¡Y muy pía! Tanto, que permite con impunidad y ligereza que poblados y poblados enteros se extingan de sed y de inanición, que seres inocentes sean de forma violenta erradicados de su hábitat...; en tanto en otros lugares hasta se enmohecen por exceso de humedad... ¡Sí, evidentemente, la vida es justa y muy sabia; no cabe la menor duda...! Pero vamos a proseguir con aquello que andábamos entre manos: Tal como le iba informando, me es harto dificultoso construir secuencias completas de mis recuerdos; casi podría atreverme a porfiar que me es siquiera imposible evocarlos... salvo esas instantáneas a las que aludí con anterioridad. Esa profusión de palabras, de las que en varias ocasiones, y con mucha paciencia, fuisteis testigos, debió discurrir milagrosamente; ni yo misma me lo creía entonces. De una vez por todas: sólo soy consciente de las imágenes sueltas, de la foto fija... En este momento, si me concentro al cien por cien, a conciencia..., acierto vislumbrar un armonioso grupo de personas, todas mujeres, dispuestas en tres filas de diferentes alturas: las más lejanas, según miramos de frente, se presentan de pie y apostadas en una pared recién encalada, y apoyando sus frágiles y exangües manos sobre estilizados y oscuros respaldares de sillas, o bien de mecedoras, presumiblemente con asientos de anea..., el atuendo de cada una, muy vistosos y relamidos, más bien responde al típico de las fiestas de guardar, y todas sin excepción se exhiben en actitud cohibida y con sonrisas tímidas; las del centro, sentadas en dichas sillas o mecedoras de anea, tal vez alcanzan más edad, pues, aunque su apariencia, respecto a las anteriores, no desmerece, en cambio sus vestimentas son más sobrias y austeras, sus sonrisas mejor dibujadas y descaradas, sus peinados más pulidos y concretos, y sus rosarios más clásicos; por último, en la primera fila, se aprecian unas damiselas más bien tristes..., de hinojos, y retrepadas en las rodillas de las anteriores..., la actitud de éstas últimas contrasta radicalmente sobre el conjunto..., pues intentan disimular el caudal de sus lágrimas... que, atrapado entre las pestañas, pronto se prevé inundará sus sedosas mejillas... ¡Qué curioso; la tercera muchacha, a la derecha, en la primera fila..., aquélla que se perfila vestida de blanco vaporoso y con el cabello negro como ala de vencejo, debe ser mi madre; sí, no hay duda, siempre que se muestra ante mí, se esmera en otorgarle a su mirada más candor, a su postura más gracia...! Sospecho que, reciente a su fuga... ¿a su desaparición, tal vez?, debía yo coleccionar muchas más imágenes de ella, en cambio ahora sólo consigo exponer ésta..., cuya descripción nos embarga..., pero que paulatinamente se va desdibujando, y máxime si de día en día consiento se vaya cerniendo sobre cada una de sus componentes un polvillo blanco... como de nieve. De mi padre, no obstante, se me presentan dos instantáneas..., mas vagos retazos de algo que podría responder a sueños ya disgregados con el trasiego del tiempo, pero con bases muy firmes...; me pregunto si esto obedecerá, pues, a que el infeliz vino... ¡a saber hacia dónde, desde dónde y cuándo! a espiarme en distintas ocasiones: entre penachos de humo, entre visajes propios de cristal expuesto a la luz, y que bien me resguardaba de la intemperie..., tasamente aprecié entonces, y recuerdo ahora, su sonrisa pícara... y cómo me dedicaba adioses con un pañuelo blanquísimo. Ahora bien, las instantáneas propiamente dichas..., aunque un poco insulsas y muy nítidas, se alternan de la siguiente manera y según cambia mi estado de ánimo...: La primera, podríamos centrarla en una tarde luminosa... de invierno (matizo la estación, porque un azul tan intenso, como el que sirve de fondo a la figura de mi padre, nunca se da en otra temporada del año, ni tampoco ese reflejo ambarino que ostenta su flanco izquierdo), donde él se halla acuclillado... sobre un pavimento de variopintas chinas de río cristalino; viste pantalón de pana verdosa y camisa de franela blanca, muy arremangada, con objeto de lucir sus brazos lacertosos y bien torneados; va tocado con una mascota de fieltro marrón... muy al estilo de los vaqueros de western, y con una pluma de perdiz graciosamente prendida en el frontal con un alfiler de fantasía; se sonríe abiertamente, con descaro, al tiempo que atiza grandes dentelladas a un cacho de pan, pringando de aceite; en la mano contraria a la que sostiene el pan, empuña algo morado que debemos presuponer como aceitunas maduras, pues, de ser cerezas las llevaría sujetas por los rabillos...; también resalta, a un palmo de su rodilla derecha, una botella mediada de manzanilla del lugar... La segunda y última de las instantáneas de mi padre, que aún recurren a mi mente (insisto: pero ¿por qué tan nítidas éstas..., y tan turbias, en cambio, la de mi madre?), data del período de su servicio militar... prestado, según consta en el conjunto de la imagen, en Melilla... pues, a relativa distancia y como mascarón, se perciben varios rótulos...: "Melilla en ascuas" "Melilla, peineta de Africa, tacón de España..." en los diversos barcos de gran envergadura y tonelaje, que hay anclados al fondo de la imagen; aquí, se presenta mi padre junto a otro recluta de idéntico rango y atuendo, muy circunspectos ambos y algo bizco él... quizá porque en el instante preciso de frenar su impulso... y sus pasos, andaba entretenido con la borla, a la frente... que, basculando, le caía desde la gorra militar; los dos, por las trazas, posturas, manifiestas perlitas de sudor entre sus incipientes barbas y la peculiar manera de adherírseles el grosero tejido caqui de las camisas a sus torsos exultantes y húmedos, parece que hubiesen venido, uno junto al otro, corriendo hasta la linde de este malecón envuelto en brumas...
__¿Con qué edad crees que cuentas tú ahora...? __una vez el Polaco hubo lanzado la espinosa e indiscreta pregunta..., a bocajarro, mas no exenta de socarronería, de dudosa intención..., trató de conservar la calma, oculto tras los flecos de la manta. Anita quedó muda y demudada; pero Claudia, que ¡rato ha! venía rehirviéndose, y que apenas se percataba del subterfugio implícito en las intenciones de él, se lanzó a responder, previo endiñarle a la ¡pánfila! de su amiga un buen codazo... a la altura justo del diafragma:
__¡Vamos...; lo último que me quedaba por oír! ¿No le aconsejé, en repetidas ocasiones, que no se inmiscuyera en nuestras anónimas vidas; que otros muchos lo habían intentado, y con mejores mañas, y quedaron escaldados para los restos? Así qué... ¡Le advierto, además, que no se lo consentiré otra vez; y aténgase sólo a lo imaginario, a lo fortuito...!
El Polaco, eludiendo la regañina, despojó de los flecos a su más conseguida sonrisa. Seguidamente y emulando la silueta de la luna árabe, se recostó... con la concavidad de frente a las llamas... como abrazándolas, y precisando bien el lugar que aún quedaba sin encharcar. Observaba: acá, la lluvia que desciende mansamente sobre los rodales expuestos a la intemperie; allá, muy lejos, cómo también cae, pero de manera casi inapreciable, sobre los barbechos ya embarrados, y también sobre las pitas reverdecidas por los últimos relámpagos de la tormenta en extinción... Y el crepitar del fuego...: ora estrepitoso, violento... ora precavido, sinuoso... También a Anita la vislumbraba entre la bruma de las llamas, junto a su amiga... con esa actitud propia de quien se empecina en reprimir las ganas de orinar.
Séptimo Capítulo
Pero no sólo Anita, embargada por las llamas, reprimía sin prisa las ganas de orinar, también Claudia parecía dilatar el ambivalente aprieto..., ése que tan desabrida como gratamente precede al alivio en sí; y lo hacía, a la espera quizá de que, tanto el Polaco como su amiga, al menos, se distrajesen entre el desorden de sus propios desvaríos, y no advirtiesen su ausencia. Sin embargo, la primera, antes de sucumbir al fin en el laberinto angosto y oscuro de su interior..., desde aquí, sin moverse del mismo cuadrado de loza resquebrajada... y según hallábase en cuclillas, se arremangó la falda roja a capa; sin más dilación..., siquiera con los dedos holgarse la puntilla del repulgo de sus bragas... para así apartarse mejor el vello púbico, con el caudal de su chorro templado enfiló las ascuas.
__¡Chica __aparentemente absorta, Claudia, convino recriminar a su amiga; mientras tanto, remontaba la vista extasiada, repleta de arrobo y admiración..., como si desde un techo abovedado, altísimo, suntuoso y rico en frescos pendiera una grandiosa y resplandeciente lámpara de elegantes brazos, prismas variados, lingotes... y todo del cristal más caro y reluciente que imaginarse quepa... o cualquier pájaro que, según descendiera, se esmerase en perfeccionar gorjeos y las piruetas más arriesgadas, sofisticadas, artísticas...__, ya podrías desviarte un palmo; simplemente lo sugiero porque, con el desaforado chisporroteo, vas a rebotar al Polaco... y a todos aquellos infelices más próximos, que dormitan entre papeles, cartones, guiñapos... y a los que por desgracia pudieras salpicar; mas, lo que es por mí, como si te lo tuestas... o chamuscas...!
No obstante, la lluvia había declinado hacia una niebla compacta, turbia..., que a la postre confería a los objetos un ramalazo de misterio, tenebroso...; del fruto de los devaneos de la tormenta siquiera se percibían... como lejanas detonaciones que, sin embargo, aún hacían temblar las partes más frágiles y expuestas del recinto..., así como las gotas que penden, igual que lágrimas... o zarcillos de rubí __distinguidos con destellos que dimanaban del fuego... y difuminados por un ambiente tan fluctuante__, de los sumideros del techo..., de las cadenas donde antaño colgaban lámparas, candiles, cintas pegajosas para atrapar moscas.... Anita, embelesada bajo tan deslumbrante despliegue de joyas de todos los tamaños y quilates, se fue internando en un pesado letargo; circunstancia óptima que Claudia aprovechó para __siquiera replegándose un palmo... y respondiendo, de todo punto contraria a cómo, escasos momentos antes, habíase ella decantado respecto a las horrendas costumbres de su amiga__, bajarse el pantalón y dar rienda suelta a los placeres propios de la función; el chisporroteo de ésta aún fue más sonoro, más brusco... tanto que, y ahora de manera evidente, más de uno de los durmientes __en especial el Polaco__ giraron la cabeza. El aroma resinoso y dulce, que desprende la leña húmeda y al fuego, consecuentemente y por un instante, degeneró hacia el agrio de manzana caliente... Y el aire, pues, lo transportó, de parte a parte de la geografía del lugar..., e incluso transcendió a las púas del cerco de las primeras pitas que rondan al palacete... igual que un atolón.
El silencio reinante, florido de sugerencias, de miedos, de abismos..., en cambio le confería a Claudia una paz inusitada... y a la sazón unas irrefrenables y desmedidas ansias de charla. Mas, como nadie veía predispuesto a una réplica alentadora y consecuente, optó por despotricar a los cuatro vientos de aquello que primero y con más fuerza y frescura le viniese directamente a la lengua; de súbito, una vez envalentonada y dispuesta, sus ojos comenzaron a despedir un brillo rayano con el que la fiebre alta procura en los niños:
__¡Pobre madre mía; qué sino tan quebradizo, qué vida tan a trasmano..., qué vivir sin vivir...; si es que exististe alguna vez como la que...! ¿Recuerdas cuando yo te asistía... en cada una de aquellas lagaretas o cuadras destartaladas y vacías, asilos o instituciones gubernamentales..., a los cuales acudíamos, sin aliento, y debido a tu pertinaz paranoia, al miedo infantilmente ancestral y torpón que te provocaba el coco más insigne y tradicional..., y a la inanición? Como exhalaciones franqueábamos el umbral de tantos y tantos portalones chirriantes, una vez aquellas consumidas y desdentadas monjas_porteras, con un displicente ademán y guiño postrero tras la celosía o el torno de la puerta falsa, accedían a nuestras súplicas. A veces ¿recuerdas?, una vez dentro..., éramos de nuevo insultadas y vapuleadas por la Superiora... que en absoluto se tragaba el cuento, sobretodo si percatábase de que tus descabellados ruegos eran fruto de algún síndrome aún por descubrir... y máxime si era receptiva respecto a esa autoritaria y áspera forma tuya para confrontarte hasta con el lucero del alba, con el más pintado... ¡Mamá, siempre que te invoco, te observo en la misma postura: entre brumas de plumón de pato, de espaldas, de hinojos y aferrada a los barrotes de aquellas camas de hierro forjado y bronce... ricamente decoradas con golondrinas de níquel apiñadas en las esquinas, que... aún no sé por qué andaban siempre arrumbadas, aunque dispuestas, en corrales de conejos y en cuadras, como andamiajes o sostenedores de pavos y gallinas... o de escaleras para ascender a palomares, a higueras... o, simplemente, como biombos para evitar la promiscuidad sin freno de los niños de la propia hacienda... y los de la vecindad. Por cierto, siempre nos emplumábamos por doquier; siempre nos pringábamos de palomina... ¿recuerdas? Y cómo, a un tiempo, degustabas el pan en aceite con el café negro bien cargado..., que casi se pudiera cortar, pinchar... o utilizar, como el cerumen, para reparar uñeros. ¡Mamá, yo, ni lo pruebo ahora...! desde el día fatídico aquél... que me achicharré los labios, la lengua, el paladar y la boca del estómago... Porque, de catarlo..., siquiera de arrimármelo para olerlo... ¡y arranco a bregar como una posesa, como si el mismo demonio campase alegremente por mis asaduras, entre los pliegues de mis enaguas... tal que si a la fuerza entrara a un ascensor atestado de gente! Ahora bien, tú, siempre tan enfrascada en esto y en lo de más allá, que apenas si disponías de tiempo, ni de acción para siquiera atenderme con diligencia..., o con sencillez consolarme de mis siempre frustrados anhelos; no te lo reprocho ¡no!, tampoco yo (por mi genuina condición) despliego otras atenciones, más que aquellas que repercuten en mí misma... ¡soy tan aséptica!; bueno, y las que procuro a mi amiga Anita... y, a veces, con dispendio y en secreto, también al "Hijo" que __y alzó la vista en señal de fervor y recogimiento__ se halla bien situado a la diestra de Dios Padre...: que tan generosa y de manera desinteresada nos atiende y ampara; porque, de lo contrario, me pregunto, siempre con mucho tiento y el corazón en un puño __para así no molestar a nadie__, ¿dónde darían en parar nuestros pellejos y huesos, siendo tan mal tratadas... y vapuleadas como estamos y somos por la vida? ¡Mamá...! ¿No sé si alguna vez te detuviste a estudiar aquellos pormenores psíquicos míos que pudieran correlacionarse con algunos de los tuyos...? No, ¿verdad...? Pues, de citar alguno, no sería descabellado aludir al más sintomático: la insigne disgregación, y desorganización añadida, de todo cuanto en nuestra razón se fragua... de todo cuanto se vierte en el remolino del eterno retorno. Y señalo insigne, por cuanto de expectación provoca cualquier matiz de los múltiples que padecemos ambas y que, por nuestra peculiar idiosincrasia, nos prestamos a relatar, a la mínima ocasión, en la primera de cambio, sin tapujos... a todo el rosario de psiquiatras de oficio... a los que, a lo ancho y largo de nuestra vida de dementes, nos cayeron en suerte... De todas formas, mejor nadar en tamaña incertidumbre; porque, ¿de qué nos serviría, por ejemplo, saber que entramos..., y siempre con alguna objeción al margen, dentro del saco selecto de aquéllos que padecen el sonoro síndrome de Cottard? Mamá, ¡cuántos Holandeses Errantes andamos desperdigados y despistados por el mundo! De cualquier manera, abarco y disfruto de tantos síntomas, a un tiempo, que no sería descabellado afirmar que, en ti __y por defecto en mí__, se establecen todas las enfermedades psíquicas habidas y... hasta por descubrir; por supuesto, sin desmerecer aquellas en las que disentimos... en las que incluso chocamos. También ¡recapacito ahora! tal despliegue de... aunque sólo nos detengamos en los enunciados..., sí, tal profusión de síntomas... de incursiones ida y vuelta a tantas y tantas filosofías de enfermedades diversas, que no sería extraño contemplar con cuánta facilidad accedemos a las infinitas culturas que brotan de la locura en general...; he escuchado a tantos aspirantes, profesionales, expertos, a toda ralea de locos y cretinos... y, por contra, me han puesto en el membrete de discurrir sobre otras muchas vidas imaginarias más..., ya fuera en estrados, escenarios, de tú a tú, frente a estudiantes, aspirantes, curiosos, por carta, cuestionario, test, vía satélite... que !ayayayayay! ¡Escúchame..., por caridad! No te alarmes ni te quebrantes, pero, además de la mente, también tengo el chichi y el culo desjaretados, desfondados, desplisados, satinados... de tantas y tantas veces como me han follado, forzado, violado, seducido, vapuleado, ultrajado...; así que, respecto al sexo, estoy más que en cuarentena... ¡no exageraría si te dijese que me repugna...! Siquiera me abandono y relajo con aquello que pueda emparentarse simplemente con la ternura; lo demás, insisto, lo repudio... ¡Mira como escupo: dpchuuuú! Sí, tajantemente, lo repudio... ¡Fíjate, mamá...; si al menos alcanzara descubrir a quiénes corresponden los rostros de esa imagen tan gélida y recurrente que, de manera automática, precede al duermevela que me procuran los psicofármacos! Sin saber el porqué, me inclino a sospechar que uno de ellos no es otro que cualquier amante infame, que a la sazón padecimos... o disfrutamos, allá cuando yo rondaba la pubertad... y tú, más chaveta que nunca, discurrías por los senderos más irracionales posibles; lo creo, puesto que nadie que no haya estado implicado en tu vida amorosa y sexual, y por defecto también en la de tu madre, jamás osaría en presentarse ante ti con esa jactancia, prepotencia... y tanta chulería... A no ser que se trate de tu propio padre.
Según Claudia iba dotando a sus palabras de algo más que de simples resentimientos, también procurábale a la voz cierto matiz musical, solemne..., por añadidura imperativo, tajante...; incluso se percató de que a la par sus ademanes comenzaban a campar por sus fueros... a discurrir con singular amaneramiento, un tanto afeminado quizá. Es por ello que de improviso dejó en suspenso las reveladoras conjeturas, sobre posibles ex_amantes..., para escudriñar de frente y mejor, al Polaco... Éste, receptor incondicional de todo aquello que directa o indirectamente lo implicaba, abrió de inmediato un ojo. Pero, viendo que siquiera se trataba de guilladuras de una demente alterada, decidió entornarlo de nuevo..., a la par que apuntaba en sus labios la sombra de una de sus carismáticas y dulcísimas sonrisas. Anita, entonces, rebulléndose en su camastro comentó:
__¡Si tuviese que ordenar, clasificar y pintar la cara a cuantos oponentes sexuales dejaron mácula en los labios de una servidora...; de todas maneras ¡y no me extraña!, ya se nota que el susodicho debió volar alto y rápido..., ser el único..., y quién desvirgara a la dama...!
Claudia, no obstante, y según andaba atizando el fuego, trató de hallar una réplica concluyente, contumaz... al refunfuñamiento de Anita, pero siquiera encontró el cabo de su retahíla:
__Y esos niños, ¿dónde andan..., y quiénes fueron? Si al menos pudiera hallar respuesta a cuantas dudas me asaltan y, consecuentemente, me aturden..., y cuya complejidad aún más deteriora la ya deficiente existencia mía... ¡Bendito Dios..., qué hambre, qué frío..., y qué desazón me embarga... y luego se desplaza de pies a cabeza, de uña a uña...! Tanto que me pondría a correr sin norte ni freno... igual que si me hubiesen inyectado adrenalina pura en vena..., hasta dar de frente y de sopetón contra el último bardal del universo...! ¡Si pudiese agotar todos los caminos que por difusos y escarpados despreciamos, desentrañar al paso todas las dudas... hasta las de índole intachable..., e interpretar algunos de los más importantes y complejos papeles de reparto, de los cuales sin pudor nos desembarazamos... ya que consideramos que son excesivamente característicos... Si supiera, de fijo, en qué frenopático continúa olvidada mi madre y en qué cárcel sufre cadena perpetua mi padre..., me daba por satisfecha, por bien pagá, con un canto en los piños... ¡puñeta!; aunque Dios, hasta el Juicio Final, me mantuviese en la incógnita constante de mis otras recurrentes..., pero arbitrarias, imágenes ensoñadas...; de suerte, ya vislumbro o al menos presiento que, sin la ayuda de nadie, por el arte de birlibirloque, se irán resolviendo una a una..., sí, aunque comenzaran por las situaciones menos consistentes!
Así, de esta suerte, palabra arriba o abajo, fue superándose el tramo más negro de cuantos salpican y nutren el día completo de cualquier demente... y que en este caso también se corresponde con el más oscuro de la noche: ése que precede al alba. Ya en el naciente se iba recalcando la silueta del horizonte...: como cenefa desigual, de bodoques y vainica doble, en escalas de múltiples renglones..., pero a desmesurado tamaño. Y la vaharina por momentos se desprendía, aunque con pereza..., del suelo, de los abrojos, de las pitas, de los árboles..., y se desenredaba aun de las greñas de aquellos proscritos que dormían recostados... Estos, según quedaban inmaculados y libres de ataduras... uno tras otro, en estricto orden, como por mandato... y comenzando por Anita, fueron desperezándose, deslegañándose... Después, una vez erguidos, y según rotaban a todo ritmo las cabezas y despedían singulares sonidos guturales... propios de las bandadas de aves cuando sufren de hambre, pero a su vez sienten que la noche también se les ha echado encima y quizá a la postre llueva..., educaron la mirada hacia la gran puerta. Entonces, uno de sus goznes chirrió... imitando el lamento de un animal cansado, sometido y enfermo; y de seguido se fue abriendo también el correspondiente batiente... sin ceder en lamentos. En aquel punto la luz se preveía inminente, pues ya los bellotes iban adquiriendo ese lustre característico que les procura el amanecer. Ante tanta expectación contenida, fervorosa..., muchos detenían hasta la respiración... y en cambio otros, no pudiendo contenerse, dejaban de par en par su pecho, sus instintos más elementales... y suspiraban con todas sus artes. La mañana, no obstante, se resistía a nacer... y aún la luz que antecede a los rayos del sol, escatimaba su brillo más fundamental. A Claudia __y nunca se supo por qué__ se le inundaron los ojos de lágrimas..., al Polaco, consecuentemente, se le saturó el pecho de una pena honda e inexplicable..., y a Anita, por no ser menos, todo su cuerpo se le fue aflojando sin dilación... y le sobrevino tal repelo que la obligó a frotarse los pezones. A continuación fue cediendo el otro batiente de la puerta, esta vez sin ruido..., de manera fantasmal. Detrás, en la lejanía, se intuían tonos confusos... así como hálitos de color indefinido, incierto... Mas cuando algunos de estos tonos comenzaron a adquirir glamour, de súbito fueron cegados por algo parecido a una silueta humana. No se pudo precisar si antes, después o cuándo, pero del fondo, detrás justo de la escalera truncada... se escuchó un alarido aterrador, pavoroso... y luego un vivo murmullo progresivo e inquietante, el cual fue decreciendo en tanto aumentaban otros, aún más atronadores, desenfrenados, inexorables..., desencadenados a raíz de una espantada múltiple de pájaros y murciélagos... y correlativamente por la retirada casi general de... __salvo Claudia, el Polaco y Anita, que habían quedado inertes y mudos__ de todos los mendigos que hubieron pasado allí la noche; mas la música de aquellas radios desproporcionadas que algunos llevaban apoyadas sobre un hombro, pegando a un oído, persistieron en sus recuerdos aún por mucho tiempo.
Quizá fuese Anita quien primero detectó en la mentada silueta un ligero aire familiar... e identificable con alguien muy próximo; pero quien primero se pronunció, profiriendo gritos y lamentos agudísimos... y, a la sazón, bregando con desinhibición... contra cierto lucifer bravo, tal vez dimanante... o como fruto de su propio ardor interior, fuera Claudia. El Polaco, aunque rebulléndose con singular desasosiego dentro de la manta ruana, sin embargo, se mantuvo expectante y ansioso de esperanza. Es por ello que reprendió al fantasma, con toda ligereza y desdén, sin siquiera acalorarse..., sin que apenas se le quebrase la voz:
__¡Chulo... Chapero barato...! Me tienes hasta la plata de las sienes de tanto y tanto como aguanto... (según palabras tuyas), sí, de tanto resistir pacientemente tus pequeñas debilidades... ¡Si ahora acudes a lamentarte, y a que de forma gratuita te comprenda y consuele..., puedes, con viento fresco, volverte por donde has venido...!
No obstante, la figura del Niñato se mantuvo desalmada a todo estímulo..., pero en cambio sí dejábase inundar con cierto regocijo por las reverberaciones propias de los primeros apuntes de la mañana; incluso giró el cuello de manera tal que, si en ese preciso instante hubiese desflorado el sol, no hubiera hallado inconveniente en besar su flujo con ardor... Mas no se demoró el pronóstico latente ni tampoco el anhelo en ciernes, en un santiamén ya estaba todo él alado como un santo; el frontal, hasta el momento a la sombra, fuliginoso, difuso... ahora se le alumbró de parte a parte... como si le hubiesen prendido con un fósforo. Fue entonces cuando Anita, de manera súbita, se percató de la envergadura de la tragedia:
__¡Dios mío, pero si trae el estómago tal que un colador!
El Niñato, como si hubiese percibido la familiaridad de aquella voz, se dispuso, a duras penas, a caminar; traía las manos contraídas y ensangrentadas junto a la parte baja de su abdomen, la cara inclinada y avieso el semblante... sin muestras absoluta de su radiante sonrisa, ni de su pujante picardía: lívida, demudada... y muecas indelebles producto del sufrimiento más puro. Según andaba, la sangre que le afluía de entre los dedos, iba manchando de gotas sordas y rojas el pavimento empolvado y blanquecino. Mas, ni siquiera se lamentaba, ni adoptaba otra postura que la que le permitía su incisivo dolor. Claudia que, consigo misma, parecía más bien enfrascada en una discusión inextricable, detuvo su manoteo estrafalario, se puso de pie, y se aventuró a caminar sin más, y de puntillas. No obstante, y justo antes de rebasar al Niñato, se retrajo, y aun se replegó hasta su camastro, pero sin desviar la mirada del Polaco; una vez acomodada, adujo en tono imperativo:
__Puesto que antes... ¡angelito! disfrutó de nuestra presencia, compartió con los mastines los desperdicios, e incluso señoreó e intercambió recuerdos con nosotros..., no sería descabellado, ni mucho pedir, que os levantaseis y vinieseis a socorrerlo... __tras un inciso, en el cuál no apartó sus ojos de las lacerantes heridas, prosiguió aún con más arrojo y desenvoltura__, y, de paso, a interesaros por las causas que le han sumido en tan lamentable estado... Que, mirándolo bien..., ¡maldita la gracia que nos haces!
__¡Pero, por favor, niña... __Anita, apoyándose en un ademán imperativo, pero sin levantarse siquiera del asiento, trató de frenar la desmesurada incontinencia verbal de su amiga__; mejor te valdría esperar a que él mismo, una vez recuperara el aliento, se pronunciase con libertad! ¿No te percatas que le flaquea la respiración... Aunque, bien pensado, quizá sería más acertado, y civilizado, esperar al desenlace final; me revienta tanto que, con nimiedades, incordien a los moribundos... ¡Ay; qué nervios se me están cociendo!
Pero Claudia no se atuvo a la regañina... ni a la condición circunstancial de su amiga, sino que se encaró muy inquisitivamente contra ella:
__¡Ya estás pretendiendo hacerte con las riendas... y, con triquiñuelas, desviando la atención de los obligatorios Santos Sacramentos! ¡Mira...; soy muy loca, pero no tonta!
__¿Quieren dejarse de tonterías... __con inusitada entereza, y a voz en cuello, el Polaco intervino para impedir que las dos amigas se enzarzasen en una disputa peregrina; después, más apaciguado, continuó__; no se dan cuenta que, quizá, no le quede ya más sangre en el cuerpo... y que a consecuencia de ello tenga la boca como el esparto...? ¡Anda; como para, ahora, administrarle la Hostia! __Dicho esto, dio un brinco ágil y se abalanzó hacia donde ya el cuerpo del Niñato se desplomaba en el suelo como un saco de patatas. Una vez allí y según se inclinaba ante el yaciente, observó de soslayo que tanto Anita como Claudia entraban, sin remedio, en un estado tal de enajenación que mejor valdría prescindir totalmente de sus posibles servicios... y de sus lisonjas a destiempo. No obstante, Anita, reunió cordura y agallas suficientes como para intervenir, desde la distancia, en tono regio de oratoria:
__¡Bienaventurados aquéllos que os enfrentáis a la muerte, sin lamentos ni gritos desesperados; quienes acatáis órdenes, sin mordisquearos los labios siquiera...! ¡Escuche, Polaco; al menos, pregúntele, que de quién sospecha... o si entonces, cuando lo agujereaban, tuvo alguna clarividencia para descubrir quién, a sangre fría, le asestaba la muerte... Por el contrario, si considera que debe arrastrar el secreto a la tumba, pues... ¡mejor que mejor! __mientras se encendía un cigarro, sus ojos le bailaron en las órbitas con un ritmo endiablado; después recreó la mirada, ya serena, en el amanecer... rico en aromas, en colores; también aguzó el oído, con esa actitud característica de quienes, convencidos, esperan a que suenen los tañidos de una campana catedralicia. Entretanto, Claudia, como antes vaticinamos, había entrado en un irreversible estado crítico...; tanto que, apenas le permitía espantar musarañas como una posesa..., o pavesas flavas. En cambio, el Polaco, en contra de los pronósticos albergados, había hecho acopio de fuerzas de flaqueza suficientes como para sufragar toda suerte de eventualidades... incluso esperar, con extremado tiento y paciencia, hasta que se extinguiera paulatinamente la última llama de vida en un joven inocente: El paño descolorido que cubría el rostro de éste, en progresión, se iba tornando más blanco, más tupido, más turgente, más marmóreo; su aliento, degenerativamente, menos vivo..., menos armónico..., quizá, una pizca arrítmico, con fragancias más metálicas...; su mirada, casi impedida por un tul viscoso y burdo, de nuevo se debatía intentando nadar hacia aguas más cristalinas, más ligeras... Pero, de súbito, le acometió un escalofrío, un temblor generalizado..., pero sutil... como si alguien gigantesco y poderoso, con amor y mimo lo hubiese sostenido en el aire para mecerlo...; gracias a lo cual, pudo presenciar el Polaco, aunque por breves instantes, cómo al Niñato se le despejaban los síntomas propios de la agonía. Fue entonces que éste profirió:
__¡Poli...chinela...! !Hijoputa!
Pronunciado el inquietante, pero confuso apelativo, al Niñato __que, de tal guisa, más bien recordaba a un ángel__ le sobrevino otro temblor, seguido de una bocanada de sangre oscura y densa. Pestañeó. Forzó un sonrisa. Y expiró. El Polaco, que, en tanto agonizaba el otro, procuraba, con la palma de la mano aplicada sobre las heridas del estómago, sostener la hemorragia, y aun las vísceras, que luchaban por afluir fuera de su envoltorio violáceo, sin saber cómo ni por qué retiró bruscamente la mano; parecía que, en el mismo instante de producirse la muerte en el Niñato, él hubiese sufrido una descarga eléctrica. Anita, aunque muy embebida, tuvo ardid para liberar un aparatoso suspiro... y con aplomo sugerirle al Polaco lo siguiente:
__Será mejor que lo envuelva en la manta ruana ¡algún fin tendría que tener el trapajo ese!, y después lo entierres... Y aléjese aprisa de aquí, pitando...; para que la autoridad no se irrite ni mosquee, debemos mantener despejado el ambiente; excesivos móviles siempre los desquician: restan importancia al postrer resultado...
El Polaco comenzó por asentir con la mirada y, a la sazón, balbucear despropósitos e inconveniencias: ora, con ademanes estrambóticos, pero resolutivos, declinaba el mandato de salir huyendo; como, acto seguido, y según de rodillas íbase procurando un artefacto para escarbar la tierra del jardín, arrancaba a gemir como un perro chico. Circunstancia que Anita recibió con grato fervor..., como caída del cielo, pues aquello le prestaba alas para despotricar con todas sus fuerzas y... a sus anchas:
__No sé a qué se debe; pero, y según se os descubre uno junto al otro, y en esa pose postrera del vía crucis, meramente parecéis padre e hijo. !Quién lo diría!
En pos de la espiritualidad de la escena, y aleteando groseramente, se desperezó un pajarraco; inciso que aprovecharon los presentes vivos para remontar la mirada. Entonces, Anita no dudó en imaginarse cómo se desarrollaría posteriormente la escena... de adquirir ella algunos de los privilegios de aquel ser volador: agilidad, destreza... y también su ojo avizor. Primero, y planeando, observaría el palacete medio destruido, mas, en principio, sin reparar en su interior..., con sus vigas a la intemperie y recamadas de palomina, su jardín baldío y salteado de pitas como garfios donde se guarecen manadas de roedores, y su verja construida con venablos oxidados, pero enhiestos, en guardia... donde una paloma blanca había quedado ensartada según descendía para atrapar al vuelo una libélula fogosa. Segundo, y más tranquila, localizaría un punto estratégico desde el cual gravitar con recatada decencia... con dignidad. Desde allí, libre ya de penas __siempre, pues, que se gravita, quizá debido a la música de los vientos que se entrecruzan, nunca se sufre__, escudriñaría el rostro amarfilado del joven muerto... y cómo se le irían afilando los rasgos a medida que transcurría el tiempo, a medida que el sol abrasador del mediodía lo iba evaporando, enjutando, amojamando..., incluso detectaría cómo la sangre, que le había manchado el hoyuelo del mentón, se le resquebrajaba y descascarillaba... y el viento la arrastraba; y, no conforme, aún se detendría en juzgar... ¿por qué no? la manera tan truhana e impúdica de cómo habían amortajado a un cadáver... tan niño: sólo cubriéndolo con la dichosa manta... ¡por Dios! De Claudia espiaría sus labios a cincel, ahora que se muestran sonrientes y libres de instigaciones internas..., y aun ese ramalazo tan agudo, de inteligencia, de talento, de sensibilidad... y que tanto la caracteriza, la engrandece y la ennoblece. En este punto, para reponer fuerzas, se distraería mirando hacia las pitas... porque, siendo siquiera patrimonio de Claudia, no quita para que, llegado el caso, otras puedan invocarlas también... sobre todo, si precisamente esas que demandan tal suerte, por ende, se sienten como ella asaeteadas por sus propias voces internas. Luego repararía en el Polaco, evitando parecidos fortuitos y demás carencias recíprocas; mas, de éste, resaltaría, e incluso ponderaría a los cuatro vientos, el blanco de sus ojos y la perfección de su nariz..., evidentemente, dentro de la armonía rubia de su cara. Y para concluir, también se observaría a sí misma, aunque, ya puestos, se acicalaría antes; no obstante, permítanle que experimente cierto recelo ante un atuendo tan caro y ampuloso, que aún moviéndose entre escombros, se mantuviese inmaculado y reluciente...; y advertiría cómo sus ojos, según iban eclipsándose bajo flujo de penas incontroladas y de brillos ambientales, a la postre adquirían un resplandor y una espiritualidad inusitada... se poblarían de manchitas... como pepitas de oro... y, por contraste, su azul se intensificaría aún más... Acto seguido, palpablemente satisfecha, remontaría el vuelo, hendiría las nubes, alcanzaría alturas nunca antes contrastadas... ni por las águilas reales siquiera...; para luego descender en picado y desentrañarse contra otro venablo, junto a la paloma blanca.
Pero cuando Anita volvió a la realidad, ya nada se hallaba en el lugar de entonces: ni ella junto a Claudia..., ni el muerto bajo la manta ruana... "Mas... __se interpeló a sí misma, y en voz baja__, ¿ni rastro de Claudia...? ¿Ni tampoco del Polaco? Sin embargo, ¿qué sentido puede encerrar el que la manta ruana se halle, como en un bastidor, fijada sobre una pita tan frondosa..., responderá a que, a unos pasos de allí, y mientras yo me distraía con nuevas ensoñaciones, en silencio "algunos incondicionales miembros de la hueste fantasma" hubiesen ya enterrado al fiambre...? ¡Dios mío!
No obstante, ensimismada frente al sol en su cenit y después de inclinar apenas la cabeza hacia un lateral, para observar con precisión cómo una avispa libaba en una de las púas de la dichosa pita, aún pudo sentenciar:
__¡Qué primitivo... Y qué estáticamente se proyecta mi mundo interior...! __la luz intensa y despiadada, no sólo bañaba a Anita de pies a cabeza, punzándole con saña la piel expuesta, también, como sustancia harto corrosiva, se le infiltraba hasta por los poros más recónditos y obstruidos de su interior..., anegándole el alma; mas, sin embargo, no cesaba de bregar de manera singular... como convulsionando desincronizadamente cada uno de sus miembros, al tiempo que, en abanico desplegado, disponía su falda de rojo vivo sobre los matojos pajizos; y, a duras penas, pudo aún sentenciar__ Y después de superar tanto y tanto penar..., ¡no nos quedará nada en absoluto...! ¡Qué lástima, mujer!
F I N
Me ha gustado.
ResponderEliminarLa Hidalga de Lavapies.