Con el mayor respeto y salvando las distancias, me he permitido dedicar
este cuento a la memoria de Joyce; un pequeño homenaje al capítulo VIII
del libro primero de Finnegans Wake: Anna Livia Plurabelle.
de ANTONIO GARCIA MONTES
Madrid, 30 de junio 1.992.
__Chiquilla, ¡qué trazas...; meramente parece que te hubiese pretendido la muerte sequilla! __advierte con resabio Amelia al ver a Clara, dando un portazo, salir del último despacho... al fondo del interminable pasillo, pero en el extremo contrario donde también ella se afana en abrillantar uno a uno los pomos de bronce de las enormes puertas verde oscuro; después de mucho vacilar, resuelve acudir al encuentro de su compañera... muy despacio, cavilosa, incluso melancólica..., rozando la pared gris al vaivén de su falda roja de capa, y anundándose a lo moro un pañuelo azul celeste salpicado de tréboles dorados; en cambio la otra, a pesar de venir cargada con el cubo hasta el borde, camina muy decidida..., ajena a cómo el primer rayo de sol, que tras su espalda ha comenzado a filtrar la gran vidriera de colorines (de parte a parte en la pared frontal del rellano de la escalera que conduce al primer piso), no sólo inunda la atmósfera de escamas flavas, sino que, en torno a su silueta, aun luce un halo de tal grosor y brillo que hasta parece que Clara fluctúe más difusa y enigmática que las apariciones tradicionales. Al tiempo de alcanzar a su compañera, contrariada, Amelia advierte cómo tibias, sucias y espesas lágrimas le resbalan por sus coloreadas y copiosamente empolvadas mejillas...; a la sazón, que le estalla en el pecho... así como una copa de cristal de bohemia... y que el áspero e ingrato contenido de la copa se le va vertiendo con cautela, a sorbos..., aunque de todo punto absurdo poder solapar el consecuente chisporroteo de su corazón en ascuas. Una vez sobre el pulido mármol hubo posado Clara el cubo de agua espumosa, sanguinolenta y, de seguro, aún tibia, y con el dorso de la mano que sostiene la gamuza del polvo se empapara el sudor que afluye a sus sienes, adujo... aunque sin reparar en el sofoco repentino y a todas luces inconsecuente de su compañera:
__Escucha, Jefa, vamos a darle un tiento al café... ¡Anda, sácame el termo de aquí del bolsillo...; mira, qué manos tan húmedas! Aunque, antes, deja que me realivie... ¡Tengo las pajarillas... pin, pon... que se me escapan por la boca! Escucha, ¡se me ha puesto un cuerpo! ¡Uh, es que no sabes; te cuento y no paro! ¡Tan sólo de pensarlo, se me abren las carnes..., se me descaman las venas!
__No sigas; a veces... ¡qué precisa eres, coño...!
__¡Sí, precisa! Lo que ocurre es que una, tan trabajada, no está (como sabes que, sin siquiera ponerme colorá, le planté una vez al jefe supremo) ...yo, la pura verdad de Dios: no debiera andar por ahí, con lo enferma que estoy y tantas molestias como padezco, viendo todos los días... y además estando expuesta a... ¡sabe Dios qué!
__Pero... ¡por Dios bendito! nadie me va a contar jamás qué ha sucedido esta noche...
__Escucha, Amelia; esto no son asuntos para referir aquí de pie y... así, sin más; hay que emplear su rato, buscar el lugar propicio. ¡No creas; la cosa tiene su mandanga..., su miga...! Como bien apuntó un escritor manco muy antiguo, en un libro muy gordo: "Más despacio, y no en pie, se ha de tomar el cuento de mis maravillas..."
__¡Ay, nena; no me digas que, tan ignorante, y tuviste sesos para desmenuzar tales alcances!
__No se trata de eso... Bueno, me han dicho que tiempo ha que lo padezco...; ¡vamos, que me viene de camada! Hasta un señor muy versado, de aquí del edificio, advirtió que la gracia de mi palabrería no tenía que envidiar, ni un lápice, a las de Don Sancho y el Quijote...! Y, rezongando en tanto miraba desatentado aquí y allá, como si estuviese en babia, me explicó: "En tanto que, desde que el mundo es mudo, y más en esas aldea del infierno que no sabéis ni pintar la luna con un aro ni capaces de valorar tales andanzas, habría que sospechar que viniese, precisamente de los refranillos vuestros, la inspiración del manco para dotar a Sancho de tan chistosa disposición..." Además... ¡qué coño!; ten un poco de misericordia, ¿no ves que me falta el respiro...? Fíjate, cuando me desperté esta madrugada... (a eso de las tres y media..., o así), le dije a mi marío: "Dios es testigo que no me apetece, ni tanto así, ir hoy a despelotar los Juzgados... En definitiva, que no está mi papo pa ruíos" Él, como de costumbre, me contestó: "¡Anda, anda; que tienes voluntos de peón caminero!" Y se dio la vuelta. Entonces, claro, ¡cómo para dormirse...! Además se me fijó ese dolor que a veces me aletea aquí..., bajo el costado... y también, así como si una pareja de ratones me estuviesen royendo los riñones por dentro... ¡Nena; no he pegado ojo! También me vino a las mientes que, cuando se jubilara...: ¡que menuda vejez se iba a chupar la menda...! Si es que hay quien tiene la negra; toda la vida batallando como esclavas y... al final: ¡toma del frasco, Carrasco!
__Oye Clara, contigo no se puede dialogar; parece que siempre desayunaras lengua escarlataohara... Hija, por Dios; a toda horas te estás quejando... ¡Ay...; pero no explotas...! ¿A caso crees que las demás llevamos una vida regalada..., de capricho? ¡Rica; la que más y la que menos nos hemos pelao el coño a trabajar!
__¡Qué gracia; como que en tu juventud fuiste del oficio!
__Doy fe de que para nada me refería a esa peladura de coño... ¿Es que quizás las putas..., las probecillas, no se merecen el pan que se ganan? Además... ¡a las putas nos lo mondan!
__Mira, no me hagas hablar sin testigos: a las prostitutas us lo mondan y us pagan encima la postura; y a las decentes nos lo desuellan, y gratis... Después, cuando se harta el sultán, te lo deja ya escariado y expuesto a que con el desuso se te agriete, se te enfístule y se te aposteme también... ¡Que esto me lo ha explicado a mí, muy bien explicadito, un especialista de entrevías..., muy bueno, muy bueno!
__¡Ay, vosotras las decentes: siempre con la misma cantinela...! Anda, reina, no te mosquees, que te pones muy fea; y sigue contándome lo del pitote de esta noche.
__¡Pues no me interrumpas entonces...; nunca dejas que me explaye...; siempre empeñada en llevar razón en todo...; erre que erre!
__¡Anda, con la mujer esta! ¡Vamos, vamos...; qué reglamentista...; como para andarse con chiquitas...!
__Dejémoslo estar. Como te decía... Ya sabes... Bueno, tú eres testigo primordial de que soy una de las primeras que fichan; que aún no ha clareao el día cuando mi artritis se resiente abriendo estas dichosas puertas de los infiernos... que, por cierto: ¡a ver si en el presupuesto de este año dan para otras! Como te estaba diciendo...
__Mira, perdona que te corte, pero no me estabas diciendo nada en absoluto.
__¡Calla...!
__¡...Qué graciosa! No, si al final va a resultar que soy yo...
__¿Ves lo que te decía...? Bueno, te estaba contando que cuando esta mañana intentaba meter la llave en la cerradura... ¡Huy Jefa; qué tropel..., qué barullo! Me dije: "Aquí Clarita, hay gato encerrado" ¡No sabes qué carreras, qué saltos, qué alaridos... Mira, ¿tú has pasado por el mercado cuando, de los camiones, lo mozos están desmontando cajas y más cajas de boquerones? Pues, algo parecido. Yo, pasmada ante la puerta; no sabía ni qué preguntarme: "¿Entro, no entro?" Fíjate qué te digo: había ratos que parecía, más que declaraciones, que estuviesen celebrando Misa de Difuntos... No te puedes figurar, ¡qué cantos...!
__¿Permites te refiera un asunto...? Verás; como bien sabes que de hombres entiendo una hartá... que tengo cierta información tanto de aquí, como de París, Amsterdam, Roma, Pekín..., no te ha de extrañar, por descontado, lo que te voy a explicar: Es del dominio público que cuando un atajo de hombres corrientes y molientes (y no me refiero a los curas; son harina de otro costal), por la causa que sea, se ven obligados a permanecer encerrados mucho tiempo solos, casi siempre terminan discutiendo..., o enfurruñándose y, cuando no, matándose entre ellos...; siempre, claro, no anden tramando una guerra... Pero nadie se ha preguntado nunca por qué. Pues... Me contaba a mí una puta vieja de Lisboa que, en cierta ocasión, allá por los años treinta, un grupo de señores muy atildados, de excelentes principios..., comunión diaria ¡no te digo más!, muy buenas referencias y, al parecer, por asuntos de negocios, optaron en reunirse dentro de una quinta cerca de Sintra; cuando sus cónyuges dieron en notar su falta, después de tres largos días con sus noches, de incertidumbre... preguntándose y preguntando dónde andarían, qué coño harían..., en parejas o en tríos se fueron acercando, precisamente hasta el lugar donde, entre fado y fado, esto y lo otro, las buenas gentes les habían ido indicando. Pero en tanto ni un maldito perro se oía, ni nadie allí abría siquiera una ventana..., a caso chirriaba de cuando en cuando la veleta o zureaba algún palomo, las más temerarias de la comitiva le echaron cohones y, sin problemas..., sin apenas mancharse de polvo sus vestidos negros, derribaron la puerta. Y ¿qué crees que hallaron...? Cuando acoplaron la vista a la oscuridad de adentro, descubrieron a los desaparecidos desperdigados y más tiesos que bacalaos... ¡Ah! menos a uno de ellos que aún coleaba...; colgado de una inmensa lámpara de cristal sonreía como si fuese un titi... Esta vieja puta, La Rovi (mote que arrastraba desde cuando en sus tiempos de ataque se jactaba de su habilidad sin par en aplicar a los clientes un supositorio congelado de vaselina, en el momento chipén), referente al suceso que nos ocupa, insistía con desparpajo... (¡parece que la estuviese viendo sentada en su mecedora, manoseando su medallita de plata y nácar...!): "...que a los hombres, como a las cabras o a los carneros, hay que tensarles las bridas... o atarlos corto". Y argumentaba entonces, espaciado la palabras: "que cuando se encuentran..., frecuentemente se olisquean, se encaran, se enrostran, se enfilan, se escudriñan y de tal manera se inquieren con la mirada, que no les queda más remedio que embestir... o emborracharse. Si no, cómo al día siguiente van ellos a justificar una intensidad tan conceptual y desmedida... y sin motivo aparente... ¿Una tara ancestral...?" Luego, según recapacito en sus evocadoras palabras, no sé cuántas veces he podido preguntarme: ¿Por qué entonces hay algunos que se sirven de sus mujeres para alternar en bares...; si además las ignoran... y casi ni las miran? Yo, que he visto siempre los toros desde el tendío, te voy a ser franca... Clara, ¿sabes qué pienso realmente?: que ellas sirven como la angostura en los cócteles, la algalia en los perfumes... o la hierba buena en los combinaos cubanos; su presencia, de algún modo, les templa a ellos, modera sus impulsos desaforados; y, como esas cabras a las que se refería La Rovi, mientras andan sujetos, se pueden permitir jugar, encararse, envalentonarse, sopesar fuerzas...; quizás confían en que nunca cederán ellas toda la brida...; ni que jamás, por mucho que tontamente se encabriten ellos, se atoren..., van las otras a consentir que sus hombres se despedacen vivos...: ¡con lo que les constó conseguir la breva! Ahora me vuelvo a preguntar: "¿De no tratarse también de una tara ancestral, como sospechaba La Rovi en los hombres, por qué van si no a mostrar ellas, mientras sostienen las cuerdas, esa actitud, en le pose, tan enervante y ridícula...? Una tía tremenda La Rovi... Y tenía unos ojos verdes espabiladísimos...
__¡Jefa...; qué fina...! ¡Cómo se nota que has viajado...! ¡Y el lustre que dan las buenas compañías! Bueno. Pues, algo así de espeluznante debió ocurrir aquí esta madrugada. Al parecer llevaban desde no sé sabe cuánto enredados en tomarle declaración a un drogadicto que había apuñalado a una prostituta... Y como la cosa se estiraba, se estiraba... Hasta que al final, rayando el día: ¡Cataplás! ...Amelia, ¿no escuchas cómo doblan las campanas?
__¿Qué me dices? Bueno, bueno, bueno, bueno... ¡Por Dios! Ni me refieras eso siquiera. ¡Mira! Sólo de imaginármelo... y se me puebla la carne de espolones... Comienza a despertárseme una crepitación, aquí bajo el escapulario...
__¡Coño; qué sentías sois las prostitutas!
Amelia se muestra derrotada, triste... con esa sonrisa que a veces componemos para ocultar un pronto; cautelosa mira hacia el abismo que se intuye tras el reverbero de la vidriera; pero según se va ensimismando, encerrándose entre las cuatro telas de su alma experimentada, advierte también un claror extraño..., avainillado..., de arena... y cómo un clamor voluptuoso irrumpe en su pecho... " Eso parece... __conviene con su amiga, que también sueña arrobándose por el fulgor__ tremolina..., como aire terral..., un tornado de arena candente que se precipitara hacia nosotras..."
__"Te ampara toda la razón __consiente Clara, pero en tono de réplica__, ...Y no sería ponderar si añado que tarde o temprano nos invadirá la furia del desierto... ¡Cómo lo oyes!"
__¡Castigo de Dios...; y qué bien merecido lo tenemos...!
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