lunes, 30 de marzo de 2009

Gaviotas sobre Madrid

GAVIOTAS SOBRE MADRID




A mi hermana Marisol; de quien robé sus rasgos, para dotar de belleza (ella es despampanante) a muchos de mi personajes femeninos.







Antonio García Montes
Capítulo Primero

Primero voy a presentarme: me llaman Justo Mora Puga y soy un soltero algo peculiar; sin embargo, de esos trasnochados dramaturgos jamás seleccionados para escenificar ni siquiera el mejor de sus textos guardados celosamente en un cajón entre las corbatas... Aunque no sé si ensartando perfiles de mis semblanzas, los cuales descollan sobre el cedazo del tiempo, sería suficiente para comprender estas singularidades y también qué motivos me empujan aún a persistir, sobretodo con esta pieza teatral __en su día frustrada la aprobación para su estreno por razones no resueltas y que, con el título de LA AMBROSIA, desglosaré más tarde tal cual me fue dictada, aunque con algunas advertencias recientes, intemporales, caprichosas... __, a no ser que, sin más, acepte como respuesta ciertos e irrefrenables deseos de explayarme. Pero comencemos por el principio.
Era un niño muy prometedor; ya antes de ser concebido predijo mi nombre un medio brujo que... ¡de dónde podría venir cargado de canastos de mimbre y con aquel multicolor poncho peruano sobre su encrespada melena azabache, es algo que, a pesar de un sin fin de conjeturas, ignoramos por Séculam Seculórum! Al cruzar el forastero a la vera de mi madre __toda ella rosadita y muy pulcra, sentada a la sombra de un sauce mientras bordaba con bastidor un pañito para cubrir la radio__, ensordeciendo el acariciante tono de su flauta dulce, musitó él: ¡Al fruto de tu primer amor lo has de llamar Justo!
Cuando mi abuela __una mujer que, en contraste con la pasividad melancólica de su hija (mi madre), no se detenía ni apenas para recogerse las guedejas que por norma se le desprendían del moñito gris__, alertada por unos extraños sonidos, sacó la cabeza fuera de la ventana del cuarto, donde aireaba ropa de cama, y viendo cómo su hija, igual que una perra en celo, se retorcía sola sobre haces de hierba para las bestias y después, repuesta del trance, mas sin el mínimo azoramiento reseñable según se sentaba, cómo con cautela y parsimonia también se desenvolvía desprendiéndose arrancamoños de los tirabuzones de oro que le caían con elegancia y gracia sobre su palpitante pecho, sintió la imperiosa necesidad de instarle sin más:
__¿Quién ha soliviantado la paz que siempre reina en esta casa? Hija mía,... pareces poseída por el mismísimo diablo.
Ella, según comentó mi abuela, reprimiendo una sonrisa angelical contestó:
__Nada; que me ha sacudido otro ataque epiléptico.
A continuación volvió el silencio paradisíaco que, de sol a sol y salvo por el trino de algún jilguero o el lejano tañer de las campanas de la iglesia en domingo, distinguía al lugar. No obstante, aquella tarde, el cielo se encapotó y no pudieron contemplar, madre e hija desde el balcón, un atardecer que, aunque parezca pretencioso y exagerado, cada día lucía can mayor esplendor.
En ese mismo atardecer, entre chuzos de oro, producto de rayos de sol indolente que, al brotar desde el oscuro oeste, iluminaban las ráfagas de lluvia como a posibles fugados el faro de una cárcel, apareció mi abuelo: una vez concluida la ceremonia de clausura en la última jornada de la cosecha, cobijando bajo su chambergo impermeable y verdinegro a uno de los jornaleros, a quien parecía arrastrar, sin pudor alguno, al seno de su familia... pues había confesado al muchacho, cuando juntos en la fiesta se emborrachaban, que ya estaba harto de tanto rezo y tanta tontería. Este alto y fornido mozancón, no muy sobrado de luces, encandiló a mi madre nada más verla... con unas lascivas amenazas, unas proposiciones que, tímidamente, brotaban de sus labios generosos, y unos cuantos guiños fruto de sus enormes ojos adormilados y verdes.
Al son y a rescoldo de unas ramas de encina que, chimenea arriba, crepitaban igual que petardos feriales, se consolidaba el noviazgo. Para las Fiestas Mayores se casaron, ante la Virgen acicalada con sus mejores galas. A los nueve meses, día arriba o abajo, nació un niño; como convine, muy especial. A los pocos días ya se consumaba la leyenda: "el retoño de la Dulce, Justo __así, de repente, a modo de estornudo, lo nombró el padre la primera vez que le arrullaba en sus brazos, y sin sospechar que antes lo vaticinó cierto canastero__, acaso no le cantan Martinetes, no cesa ni poco ni mucho de llorar... o la emprende recreándose con las constantes exhibiciones fonámbulas por el borde de la cuna... o gritando, más claro que el agua, que la leche de cabra sabe a meados..." Y fue precisamente aquel día cuando Prácedes, que se jactaba de ser la cabrera más inteligente y visionaria del lugar, sentenció también que el niño no era ni pizca de corriente.
Sí, no era vulgar porque, en el capullo de la vida __entonces, en aquel lugar del diablo donde nací, no existían vacunas para prevenir tan cimbreante destino__, me atacó el virus de la polio. Desde los seis años ando maltrecho junto a una muleta, la cual, ya de mayor, conseguí fuera de cedro en sustitución al despacho que siempre ambicioné y al que hubiese revestido de esa aromática madera... Ahora consuelo mis frustraciones palpando tal prótesis con mimo de ciego romántico, después me la acerco al olfato.
Cuando alcancé edad de merecer, pero cojeando, unas almas caritativas y muy ricas emprendieron, junto al párroco del pueblo, gestiones para que admitiesen la solicitud de mi ingreso al seminario de la diócesis correspondiente. Al abrigo de la mesa camilla, todas las tardes se redactaban nuevas súplicas al clérigo rector, para infundirle lástima e hiciese la vista gorda con la minusvalía del candidato. Pero, a renglón seguido y sin consultar a su Ilustrísima, el mismo secretario __así lo delataba su forma de proceder excesivamente protocolaria__ replicaba, aunque en cada carta con ínfulas más y más descabelladas, y negativas aún más contundentes. Mis protectoras, amparadas por una fe ciega, no perdían el ánimo, y hasta osaron remitir una de mis fotos escolares donde resultaba muy agraciado; sin embargo el párroco, más débil y sensible que ellas, mientras bajo las faldas de la mesa metía-mano a la más chiquilla de todas, lloriqueaba leyendo la última misiva: "...y es intolerable, tal como andan los tiempos, que un cura no se pueda arrodillar cuando celebra misa". Esas reiteradas negativas más que desanimar a estas beatíficas mujeres aún les infundían nuevos deseos de lucha; por una causa que, unánimemente y a gritos, llevarían hasta sus máximas consecuencias... según la que sufría los pellizcos en los muslos: porque... ¡nadie repararía en ello siendo el cura tan guapo y buen mozo!
Recuerdo cada uno de los pormenores; pero me pierdo en el tiempo empleado en diligencias. No obstante, al final, cuando ya todo se auguraba vano, llegó, certificada, una escueta y sencilla carta, de puño y letra del rector, en la cual proponía reblandecer las normas acaso el aspirante admitiese __previa confesión escrita__ el nombramiento, pero sin ejercicio. De inmediato, ellas y él, aceptaron resignados, con la esperanza endeble de una enmienda en las pautas canónicas, por parte de un futuro Papa menos antiguo. Mas no hubo lugar porque, de modo estratégico __como, siglos ha, vienen practicando la mayoría de aquellos impulsados a la orden... por mediación de unos sujetos que, a cambio de su salvación, ejecutan penitencias; y a costa de vocear punitivos económicos que, posteriormente, destinarían las autoridades pertinentes para la educación de los elegidos... y para la Iglesia, lo sobrante, que ¡siempre arrastra muchas necesidades! __, Y meses antes de concluir los estudios, escapé del Seminario; portaba conmigo sólo un amorcillo que, al ver su inutilidad, arranqué del lateral del trono de la Purísima que menos lucía cuando en primavera la sacaban los novicios, en procesión, alrededor del internado.
No voy a relatar, por repetidos, pormenores de la educación en una institución de tales características, ni tampoco las estrictas normas de la propia orden, rayanas con la manía, pero sí esclarecer que, tal vez por mi condición... o por escrúpulos varios __a los que, debido a mi amplia y particular experiencia, pretendo denominar de perjuicios... singularmente patológicos, y proclives sólo al género masculino. Asevero y defiendo exclusivos sólo del genero masculino, puesto que en la mujer se manifiesta a la inversa: generalmente siente una fuerte atracción sexual, ¡no afirmaría yo que sana!, hacia quienes sufren algún defecto físico... o, mejor dicho, se abandonan al placer sin advertir que, junto al cuerpo que soportan en el acto amoroso, yace una pata rígida y delgada como de palo__, ninguno de los profesores estimuló jamás, con cosquillas, útiles de mi bragueta..., aunque, ahora que recuerdo, sí alteraban mi candoroso espíritu con relatos escabrosos... y, es más, puedo arriesgarme a determinar, en autoanálisis continuos __vicio inculcado allí y aún perdurable__, que las repulsas a tales relatos, enconadas entonces, quizá puedan responder al germen de lo que más tarde serían destellos filosóficos frecuentes en mi literatura.
Pasados unos años, en los que anduve empeñado en superar complejo y remediar minusvalías con ejercicios gimnásticos, y sumido entretanto en esa característica incertidumbre, propia de quien ha cambiado la jaula por la copa de un ciprés, me aventuré, lacerioso y jovial __aún con muleta; pues, tras mucho dudar, me pregunté... ¿por qué no? Y decidí que tal complemento colmaría de distinción mi apostura__, a impartir clase a señoritas dispuestas a mejoras la dicción del latín en la misa. Pronto mi fama de discreto y eficaz educador fue penetrando en familias de abolengo, aquellas donde más y refinadamente luchaban contra el nuevo cariz que tomaban los tiempos.
Allí, a ratos perdidos, cuando dichas señoritas se empeñaban en practicar los diabólicos bailes que propagaban las radios menos adictas a la tonadilla, comencé el sano y progresivo vicio de apuntar en un cuaderno apaisado todo aquello que, según mi sensibilidad e intuición, rezumase literatura. También, entonces, tras morir mis abuelos __de súbito, una noche que, sin atender al régimen alimenticio prescrito por el médico, se atiborraron de olla gitana__, fue cuando confinamos a mi pobre madre en un manicomio..., al no ser ya nada razonables aquellas manías suyas de promulgar a los cuatro vientos que ella, sin discusión alguna, sólo respondería como la Madre de Dios. Mi padre, por otro lado, se resentía tiempo atrás de una Miastenia-Gravis y una copiosa depresión, consecuentes... o provocadas ambas por el vino que el infeliz tuvo que tragar para no volverse loco cuando, con rencor e insistencia, mi madre lo empujaba al suicidio, aduciendo que nunca existió el Padre Divino... y ¡menos de esa guisa!: "acaso el único probable ¡mira por donde! Se halle en el cielo... así que ¡menos ínfulas!" A los pocos días del encierro de ella, él, más tranquilo y diligente, al caer la tarde se colgó de un ciruelo en flor; aprovechando también un día tormentoso, porque, según escribió en la nota que llevaba prendida al ojal como si fuese una flor, indicios en el ambiente fueron evocándole trazos idénticos al bendito día aquel cuando, entre ráfagas de lluvia dorada, avistó por primera vez a mi madre tras un entramado de flores pálidas y ramas de ciruelo, según venía él junto a mi abuelo.
Superados los trágicos sucesos me empeciné sospechando que alguien me instaba, de nuevo, que profesase la fe en Cristo. Y a punto estuve de telefonear al rector para que, una vez reconsideradas las faltas, me readmitiese en la Orden bajo la condición que él creyera más oportuna y razonable... __y, por qué no confesarlo, también añoraba aquellos atardeceres veraniegos cuando, después de cenar, daban asueto por el melonar, para que, entre mil aromas y en pandilla, algunos novicios y mientras caminaban fuesen leyendo el breviario... en cambio nosotros, risita va risita viene, aquel ratito lo aprovechábamos para comentar sueños ocultos... proyectos futuros... entre raja y raja de melón__, pero la mano, apenas agarrar el auricular, me temblaba con tanta desmesura u furia que opté por posponer la llamada hasta templar bien el pulso.
No obstante, una mañana, mientras sentado en el alféizar de la ventana veía pasar a las cigüeñas que en primavera pueblan los campanarios de todo el territorio Español, me acosó una apoteósica jaqueca. Tambaleante dirigí los pasos a la cama, sin dejar de contemplar entre nubes tan enigmático advenimiento. Tumbado boca arriba me detuve a reflexionar sobre su trashumántica vida: ese trasiego por los siglos de los siglos... Y, cavilando, cavilando, me sorprendió la feliz idea de emigrar con ellas hacia el centro... a la aventura.
Hoy, superadas las terribles penurias a las que todo minusválido está abocado, si no le protege algún organismo, me hallo en la situación, no digo que perfecta, pero sí aceptable: con licencia del Ayuntamiento, como dicta la ley, vendo en un puesto callejero, sito en el casco viejo de una gran ciudad, trozos de piezas antiguas __amorcillos desnudos y cabecitas aladas de angelotes mofletudos__ requisados en iglesias de pueblos pequeños donde, con labia pía, convenzo a párrocos para que ambos ganemos unas perras, decentemente. Entre la venta de antigüedades, chocolate y coca __por descontado, esto último sólo a clientes selectos__, no salgo mal parado... y, además, confronto los dos ambientes: el del arroyo __putas y reinas del francesillo ahora con el pecho repleto de números de lotería, chulos, tuertos iluminados, maricones, travestidos, africanos, caribeños, algún otro tatuado masoca... __ con quien tengo que jugarme los cuartos hasta para sortear un hueco en el rastro los domingos por la mañana..., y ese otro, de lujo, el cual se sumerge cada noche __entre carcajadas, aletazos de abrigo peludo, perfumes que obstruyen la nariz y los vahos opalinos que, bajo sus zapatos acharolados, desprende un tragaluz__ en el restaurante con forma de cueva que se encuentra frente a mi puesto de antigüedades.

Capítulo Segundo

El título del drama se posó en mi pensamiento como en las flores las mariposas __con sus patitas impregnadas del polen de los estambres de otros lupanares__ e, igual que a ellas, debió fecundarlo, porque, al instante, "La Ambrosía" saturaba por entero mi conciencia. ¿Qué hacer __objeté__ con Apelativo tan delicado y colorista? ...Y, al no hallar respuestas convincentes, me abandoné al duermevela que, desde tiempo ha y cada noche cuando los elegantes parroquianos del restaurante degustan el postre, me sorprende, me satura, me embriaga.
Entre la algarabía __telón de fondo a mis fantasías__ descolló la voz nasal de una oreada, adusta y larguirucha señora, enterrada hasta la barbilla bajo la piel de un felino esplendoroso y salvaje.
__Cuando haya despertado, ¿podría indicarme, el caballero, dónde se encuentra La Ambrosía?
"La Dama de las pieles" hizo la pregunta a la vez que exhalaba humo azulado del cigarro superlargo que sostenía entre sus labios malvas; su ojo izquierdo, enarcado por una ceja de alambre y ensombrecido a colores variopintos, no cesó un instante de pestañear... Pero, como viera que el cicerone por quien se había decantado continuaba perplejo, sin esperar respuesta, se alejó hasta diluirse en la bruma.
Tal contrariedad, debido a la falta de decisión y al escaso desparpajo, dio al traste con las fuerzas que reprimen el ansia que todo ser humano siente por delinquir: como tantas otras veces me vi forzado a desdoblar con ansia y temblor incontenidos la papelina de uno de mis más y mejor distinguidos clientes y aspirar, sólo para despejarme, un tirito de coca. Y así quedó solventada la frustración. Al instante, dueño ya de la cruceta de mis actos, descubrí que tanto lo uno como lo otro sólo parecía responder a cierta premonición lírica; una llamada a lo que siempre mantuve oculto y que, en ese preciso momento, se revelaba con todas las consecuencias.
Nervioso, arrobado, paranoico..., pero diestro, introduje la mercancía en un saco de arpillera y plegué la mesa de formica. Con la pieza de fieltro rojo que cubría el entrepaño, para otorgar lujo y riqueza a los objetos de arte expuestos, confeccioné una pañoleta y me la anudé al cuello... costumbre de los últimos años, adquirida cuando por Sanfermines hace tiempo probé suerte en Pamplona de vendedor ambulante. Bien pertrechado, la muleta ya acomodada al sobaco __bajo su almohadillado escondía la droga, en un estuchito metálico, fetriforme...; antaño guardaban allí los enfermeros agujas y jeringuillas, antes de estimarlas desechables__ y sujetos los demás trastos, de cualquier manera al brazo libre, conduje los pasos hacia mi morada: un cuartucho en una fonda próxima a la estación ferroviaria, en el cual, ante un flexo enmohecido y una máquina de escribir rojo fuego, comencé a mascullar los sucesos que, ya de camino, una voz anónima viniera runruneándome al oído... no sin antes dictar a la patrona, con implacable voz de mando __autoconferida según iba advirtiendo la sumisión que ella, incondicionalmente, me profesaba__ que sólo interrumpiera en precisas y necesarias ocasiones... ¡Y ná más! Pues, referente a ella, habían sido confirmadas las sospechas __así esbozadas al primer golpe de vista__, sobre si..., y tras sus azucaradas y primorosas frases rayanas con lo cursi, escondía o no cierto ramalazo de abandono, de promiscuidad... Aunque, también es cierto, no llegué a cerciorarme por completo de ello hasta una tarde ¡fría de los infiernos! cuando, acosado por el virus de la gripe, crucé el umbral de sus aposentos, para pedirle aspirinas, y la encontré, dando rítmicos saltitos, desnuda sobre el regazo de un vecino que, cual tomate, se jactaba imitando tonos y frecuencias de la locomotora típica..., los pantalones trabándole los tobillos, y sentado en un banco castellano situado bajo el perchero compañero... ¡hasta los topes de mantas ruanas! Mientras sentía en el cogote el soplo que siempre desprenden los batientes al cerrarse con brusquedad, en mitad de un folio, mecanografié: LA AMBROSIA y, tres renglones más abajo, mi nombre, fecha y dirección.
¿Y ahora qué voy a escribir?, me inquerí desesperado; pero otra voz, dulzona, musical y lenta, que imitaba a la de mi madre, respondió sin preámbulos:
__¡Olvídate! Libera la mente y posa tus dedos sobre las teclas de marfil; ¡disponte a tocar Claro de Luna! __más autoritaria concretó__ Acaso, no con tan manifiesto romanticismo, pero sí... ¡con cierta displicencia, coño!
Receloso ludí las manos entre sí y, temiendo fuese "la voz" una de las musas del barrio tan proclives a dictar novela negra, decidí fumar. No obstante, aún con el cigarro a mitad, me aventuré a la propuesta antes desdeñada; mis dedos, ajenos y anónimos, parecían enloquecer... tal que cigarras histéricas. Pero transcurridos unos cuarenta días, en los que siquiera con pajita ingería los zumos __servidos de puntillas, con salero, y una sonrisa embigotada..., por el esposo de la patrona__, atónito, leí lo siguiente:


Al correr el telón de terciopelo cárdeno, donde resaltará el título de la pieza bordado en oro, se contempla un espacio vacío: un tramo de calle __copia de algún rincón en el Madrid de los Austrias__ empedrado y recién regado. Aún no es evidente el decorado del fondo; sólo se intuyen brumas broncinas que apenas consienten translucir inciertos contornos de una cúpula estriada y cardenillosa bajo el tenue resplandor de una luna con cerco... de las que anuncian tormenta. Desde muy lejos llegará, en oleadas, música zíngara: violines que inciten al llanto. Sin embargo, cuando el público presienta, e incluso añore, quizá por el lado izquierdo del escenario, la inminente aparición de la orquestina, cesará bruscamente la música. Segundos más tarde recorrerá la calle el taconeo vigoroso de una esbelta mujer embutida en traje amarillo de crespón brillante hasta medio muslo, bolso de plástico verde chillón, rizada y rojiza melena cubriéndole la espalda __desnuda de parte a parte y hasta la curcusilla__ y, preso en la mano libre, un abanico plegado... de borlas violeta chillón y doradas, que penden junto a sus generosas piernas... Pareciese que, con tal complemento, intentara ocultar las troneras en sus medias negras de red.
Cuando la Puta alcance el extremo donde antes fluía la música, se volverá, tan lasciva y sigilosa como una pantera dentro de la jaula en oro de un caprichoso millonario. De nuevo, en el centro, impondrá la espalda, bajará la cabeza hacia adelante y comenzará a cepillarse el cabello con el cepillo que ante húbose robado de su propio bolso, con impecable oficio raterillo. Una vez consiga el volumen deseado, con estudiado movimiento de melena, hacia atrás, se enderezará arrogante. Y mostrará, aún de espaldas, un espejito que se transforma en parhelio al ser estratégicamente alcanzado por un rayo de luz. Después, muy rígida y tan despatarrada que pusiera en peligro su falda, volverá a colocar cepillo y espejo dentro del bolso; entretanto, con suma delicadeza, y aprovechando la empuñadera del abanico, se irá retirando el cabello. En este preciso instante el entorno va sumergiéndose en tinieblas. No obstante, un haz de resplandor, ligeramente amarillento, ilumina su perfil, de rasgos forjados a cincel, que ella, meticulosamente, habrá procurado centrar, brindando al público la ilusión de una diminuta imagen de mujer prendida a la tela negra de un bastidor gigantesco... o un único camafeo nacarado, sobre el terciopelo negro de un gran escaparate de joyería: nariz griega, quizá sus aletas algo delgadas y dilatadas; frente con pico de viuda, aunque despejada e inteligente; pómulos altos, firmes, de alabastro, salpicados de arrogancia; mentón bien torneado y prominente; labios perfilados, lustrosos, trémulos, carentes de cualquier resquicio alegre..., pecho, sin discusión, el típico que señorea toda mujer que trabaja la calle.
El foco vendrá tornándose ambarino y, tras abandonar a la Puta en la oscuridad, avanzará firme, cauto... a la búsqueda de la silueta que amaga con surgir del lado derecho: un joven asustado, de mirada huidiza, bigote ocultador de sonrisas y ojos intensamente negros, ojerosos y sombríos. Sus andares titubeantes, pesados... delatan un físico pujado, esponjoso, fondón... Viste pantalón gris marengo de corte perfecto, sujeto por un cinturón de piel de cocodrilo a su talle un tanto alto y grueso; y una camisa inmaculada, de cuello pequeño, en la que resalta una corbata granate generosamente salpicada de anclas doradas. De un brazo, apoyado con cierta chulería a la cintura, cuelga una chaqueta azul marino con dos filas de botones dorados y un arsenal de estilográficas que sobresalen del bolsillito exterior; en el otro brazo, suelto, flácido y desnudo hasta el codo, luce un discreto reloj de oro. El cabello oscuro, bien relamido hacia el cogote, parecería un casquete de charol si no llevase bien marcada la raya en el lateral izquierdo... y una incipiente calvicie en la parte frontal y coronilla.
La música, sin abandonar su raíz zíngara, irrumpirá de nuevo; pero ahora, con cierta discordancia melódica mezclada con acordes de tango plañidero, la cual procurará marcar o definir el galanteo del muchacho citado tras los pasos firmes y precisos de la Puta en cuestión... hasta que ella, con gesto malévolo __debido al buen augurio que le trasmite el duende de la melodía__, tome iniciativas y emprenda una feroz y acosadora persecución tras él. Sin estar previsto y marcado, pegados uno a otro, chocarán contra una farola... que, al instante, lucirá para teñir simultáneamente la frente sudada de él... y la de ella; una mirada eclipsada y otra ausente; cierta mueca, casi cruel, que hiela la boca entreabierta... y encharcada hasta el borde de los dientes inferiores del otro. Entonces ella, que se ha percatado de la lujuria que embarga a su conquista, intentará, con precipitación y torpeza, desabrocharle la bragueta; pero apenas consigue un botón, ya que se lo impiden las uñas postizas:
__¡Oye cariño! ...Si eres capaz de mantenerte cachondo unos segundos más, me despego las prótesis y, con sumo cuidado, te pongo el pajarito al fresco..., pero si, al contrario, responde a los de "sólo una embestida", ahora mismo te la saco, aunque fuera a dentelladas.
El muchacho, apenas alcanzará a expeler un quejido casi animal; pues mientras la Puta se lo va camelando __tan aplicadamente que, con su aliento tibio, aún más y mejor va doblegando y modulando los músculos faciales de él__, a la sazón también se enrosca, en la mano libre, la corbata de escuditos, igual que si de la brida de un potrillo chozpante y desbocado se tratase. Pero, y a pesar de la manifiesta sumisión, el joven consiente liberar de su pecho, en irrefrenable hinchazón, cascadas y torrentes de voz... reflejo de aquellos típicos mandatos del más allá:
__¡No...!, No te desprendas de semejantes armas; mantenlas firmes, pegadas... y ráscame con ellas los pelos del pecho. Yo mismo me desabotonaré... y ¡no dejes de hurgarme por ahí...! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Un viento repentino, infectado de ese vaho hipnótico que acompaña siempre a toda recriminación divina, los transformará en estatuas marmóreas, limpias y pulcras. Después, el mismo viento convertido en huracán los irá arrastrando fuera del escenario.
(Para ello es imprescindible utilizar una plataforma deslizante o escurridiza, con objeto de no mostrar el movimiento de piernas de los actores... que tanto delataría su humanidad)
Paulatinamente, y a medida que se aplaque la música __un solo de acordeón__, el día avanzará desde un hipotético horizonte, tiñendo de oro y quietud aquello que instantes atrás lucía argentino. También comenzará a revelarse el inmenso bosque que aflora tras la cúpula gigantesca y acardenillada, que hasta entonces acaso fuera soñado o intuido... Y todo el centro comenzará a adquirir identidad: lo que, a simple vista, recuerda el escaparate de un bazar, se transformará en pecera desmesurada, surtida de plantas acuáticas que se mecen con languidez en la soledad de las profundidades de un lago de agua infecta; aunque se aprecien algunos anzuelos gigantescos __antes de iluminarlos parecían quinqués__ prendidos a los sedales que cuelgan del techo del escenario. Ahora bien, con tal amplitud de criterios se pretende que, de ajustarnos a cierta realidad, al tiempo consigamos también pugnar por otras distintas; sobre las cuales, un determinado sector del público pudiese divagar... e incluso refutar lo tradicional... tal que si tratárase del paciente ejercicio de un deporte absurdo.
(Aunque tal divagación de elementos __según mis cálculos__ sólo responde a espejismos, falsas ilusiones, o simples deseos... hermanos de aquellos otros cuando en las tenebrosas noches de la adolescencia, la incertidumbre de nuestros quebrantos alcanzaba el punto de ebullición y, restregando las lágrimas por la almohada, osábamos implorar a la suerte... sobre el advenimiento paulatino del alba... para que no nos mantuviese por más tiempo en la confusión y con sus reflejos violeta borrase nuestras sórdidas amarguras, antes que fuera demasiado tarde... Aún podría __pienso ahora__ plasmar en imágenes, o pintar al óleo, uno de tantos momentos; instantes que antecedían al sueño son, en el recuerdo, los amaneceres más bonitos y limpios que me otorgó la imaginación.
Antes de proseguir __en el punto donde fueron expulsados los amantes furtivos__ el telón hará amagos de correrse para que los espectadores regresen del sueño; que todo parezca tan real como las crueles angustias que pueblan las pesadillas; aunque igual que en ellas, con un simple pito flamenco, el flujo pueda cambiar su curso.
Allá en el infinito continúa prodigándose la música. El viento, en oleadas, incitará, con sus acordes de violonchelo, a que los cipreses valsen y los gatos, tras las chimeneas, maúllen con desesperación: una gatita altiva y un gato ardoroso serán lanzados bruscamente desde cada extremo, arriba del caballete en el tejado más alto, a interpretar la más violenta escena de amor hasta ahora narrada: Al borde del éxtasis, resbalaran sobre musgosas tejas árabes. Y, vencidos, se desplomaran en el asfalto, ante la estupefacción del público... Pero, como los gatos disponen de siete vidas, se recompondrán al momento y, antes de que cesen los aplausos, habrán retomado cada uno su camino, sin despedirse siquiera.
(Para esta escena nos serviremos de los más modernos efectos especiales, sin reparar en gastos; con objeto de evitar en el público sospechas de si sí o si no los gatos son meras figuraciones)
Espoleado por los últimos aplausos e iluminado por una luz llameante a su espalda, reaparecerá el joven que, anteriormente y junto a la Puta, fuera arrojado de escena por el vendaval: la bragueta abierta y la harapilla fuera, tratando de apaciguarse el cabello y el gesto. La iluminación se tornará un tanto gélida y dramática... como si los focos imitaran el rescoldo amoratado que fluye de las brasas moribundas de una candela. Con paso indeciso y sin dejar de miras atrás, el personaje en cuestión alcanza el centro del escaparate, donde recompondrá, con esmero y meticulosidad, cada detalle de su atuendo. No olvidemos que todo el ceremonial va subrayado con músicas suaves y tristes; ni tampoco que una bandada de murciélagos se ve reflejada en el cristal, al fondo del escenario..., acaso cuando ésta supera las cabezas del patio de butacas...: insignificante imitación de un retazo de noche satánica.
(En este punto, recuerdo, dejé translucir cierta resistencia al texto, aduciendo __por supuesto, con disculpas anticipadas__ que, a pesar de mi endeble entender, veía excesivo tanta precipitación animal y tanto suceso superfluo... que el difícil soporte musical sólo serviría para alejar al espectador de la trama... Y me permití argumentarlo con el contundente ejemplo de que las canciones, en los musicales de los cincuenta, quebraban el hilo tenso de la historia... En una ocasión me advirtieron que nunca se debe replicar a una musa; y no supe por qué: ahora soy yo quien aconseja, por su bien, que jamás lo intente, ya que es completamente imprevisible su reacción. De las mil injurias y carcajadas que me escupió a la cara, sólo me atrevo a señalar algunas réplicas de las que tuvo a bien en aclarar; porque, respecto a lo demás, no conseguí desvelar nada en absoluto. En estricto orden me advirtió que los animales serían el futuro de la escena; que el mundo estaba harto del bien entrelazado y ensamblado sentimentalismo humano, y, no menos, de su precisión al exponerlo: ufanos autores que dan por nuevo y original aquello que tan sólo responde a burdas restauraciones... Y que, los cientos de peñazos de dramas y películas, encumbrados por la crítica de calité, ya hubiesen ganado un tanto si al menos hubiesen sido resueltas con aquellas típicas canciones de entonces.
Cuando la bandada de murciélagos haya escapado por el gran portalón de entrada, en alegre vuelo, e imitando los agudos graznidos en los duelos morunos, a un palmo sobre las cabezas gachas de los espectadores __que, sin saber cómo, ni el porqué, habrán sido impulsados a escrutar el suelo__, todo quedará en silencio; creyéndonos ante un paisaje inerte... Mas el viento, portador de lo bueno y lo malo, comenzará a traer, junto a perfumes de cereales y vapores alternos de jazmines y rositas ácidas de pitiminí, la imagen remota de cierto lugar: una reja, plagada de geranios carmesí, donde una caprichosa joven intenta practicar con los palillos... y sueña, mientras contempla el ramillete de jazmines prendido en el vértice de su escote, que sin duda algún pretendiente, al terminar la recogida del grano, se aproximará con mano trémula y nariz de sabueso.
Pero esta joven invocada, no conforme en recrear para la imaginación del espectador una escena tan romántica, se atreverá con otra pieza donde los palillos imiten el trote de unas botas cada vez más próximas y amenazantes; hasta podremos apreciar ciertas filigranas en las pendientes, requiebros cuando los paseantes se detengan a encender un que otro cigarro, desplantes en el momento de exhalar, los mismos, humo con prestancia... Sin embargo, al personaje en escena __el joven atormentado y lujurioso__, tal tropel, lo colmará de esperanza: De espaldas junto al escaparate, resignado, se deja envolver por la humareda opalina que despide el tragaluz... hasta convertirse en la imagen de un bómbice, en estado metamórfico activo, aunque aún no cubierto por sedas de vaho.
A estos recién aparecidos personajes, los distingue su peculiar disposición respecto del otro; caminan en hilera, a cierta distancia... y parecen estar imitando a la guardia que ronda tumbas de jefes de estado: el primero viste pantalón vaquero, muy ajustado a la pierna musculosa, y una cazadora chocantemente distinguida, la cual, también corta de talle, permite descubrir un jersey marengo, muy generoso y con el patente holgado y deshilachado; tras la melena rizada, en avalancha sobre el rostro, se intuyen unas agraciadas y morenas facciones. El segundo, impecablemente trajeado, porta en el rostro unas discretas gafas; miopía y montura de oro pasarían inadvertidas si no añadieran carácter a unos rasgos infantiles, e inteligencia a sus risueños ojos.
__¡Sssch!
El personaje de la melena, al intuir una presencia en la penumbra, se colgará con presteza y brusquedad al brazo del amigo; mas, y puesto que desde su aparición viene alardeando de cierto dominio sobre el otro, para evitar el ridículo, no le queda mejor alternativa que desasirse con disimulo del brazo en cuestión y ordenar, fijo en el pavimento, con trazas muy imperativas:
__¡Quieto, parao! __Y, hacia la bruma, concluir__... Tú, a lo tuyo. Macaco.
La silueta que se aprecia al fondo envuelta en niebla, desaparecerá también, una vez... ¡por Dios! corra de nuevo viento. Entonces, los recién llegados caminarán, decorado adelante y en idéntica posición que antes...
(La presente escena está concebida de igual manera que un plano secuencia, pero al revés; la cámara, solitaria, no avanza por rieles junto a los personajes, sino que el decorado entero se desliza hacia atrás)
...Hasta alcanzar el lugar donde se encuentra la Puta con las ropas desgalichadas y llorando amargamente... al lado del quicio de una puerta adornada con bellotes, pomos y aldabas relucientes. La fachada de la casa, enmarcada en el centro del escenario, presenta ese tono de óxido característico de las mansiones del lontano Trastévere, que con tanto preciosismo contrastan bajo las verdes guirnaldas que chorrean desde sus tejados... a modo de tirabuzones de Madonnas. La música es limpia y cristalina, igual que lluvia de notas de piano sobre un campo de margaritas silvestres, con aromas de manzanilla.
La Puta, al son de esta mansa melodía y enjugándose con clínex los churretes de rímel en sus mejillas, camina al encuentro de los paseantes, que ante el publico, han quedado petrificados. Y una vez allí, entre uno y otro, con cierto regodeo al percibir el exagerado arrobo en sus miradas, desenfunda el pintalabios y aun brinda un espejito, con singular familiaridad, al moreno de la melena... Él se precipita, rompiendo así su consistencia marmórea, para sujetar la mano donde ella levanta el espejito con igual ensimismamiento que un sacerdote la forma. Mientras tanto, el gafitas sigue en éxtasis la morosa tarea del perfilado de labios y las fugaces miradas repletas de intención que le lanza la Puta.
La música, siempre subordinada y atenta a los personajes __en esta ocasión en discordancia con la luz__ ha ido amainando hasta el silencio absoluto... hasta el deslumbramiento total... como en el entreacto de una tormenta, cuando el sol, exuberante, calcina por un instante formas y perfiles dejando a los personajes a la intemperie, expuestos a la resplandina de sus conciencias.
Cuando la luz y la música, paulatinamente, hayan vuelto a recuperar el tono que requieren las confidencias, se habrá clausurado el acto: el maquillaje restaurado, los utensilios dentro del bolso. Sin embargo aún se mantendrán inmóviles los personajes; ella llorando generosamente, los dos contemplándola como a una diosa.
__Este hijoputa, se ha pasao esta vez __la voz, quebrándose en cada inflexión, también se irá impregnando de un infausto sentido__; el muy vicioso quería que le metiera la lengua en el culo... y, como me he negado, propuso que le sodomizara entonces, sirviéndome de un palo...
__¡Cariño, cielo...! __proferirá el melenudo de rodillas__ no te pongas así... te hemos traído la dosis; verás cómo te recuperas ¡Y no llores más; joder! __Al inclinarse, para enderezar la costura de las medias de su amante, su cara queda cubierta por la melena__... Jamás podrás reprocharme que no te indujera, siempre, a que trataras con canallas... con gentes directamente sin escrúpulos; y no con la clase decente. La animé... ¿no es verdad? __Y espió al amigo, en ese momento limpiándose las gafas__... siempre; sí, siempre la he empujado a instalarse en un puerto; allí, al fin y al cabo, se expone a una puñalá... a un golpe..., pero nunca a vejaciones. Estos individuos...
__¡Pero si él me quiere! ...afirma estar enamorado; por eso ansía que lo posea... Aunque, la verdad, ¡a mí no se me empina ya ni con almidón...! ¡Qué coño! __Y, rascándose el pubis, prosigue soñadora__ Cada jornada acude sigiloso, saltando de sombra en sombra... y creyendo que su representación, la manera de aparecer, incluso el atuendo es cada vez distinto e irreconocible. Acaricia la idea de ser confundido con un personaje legendario; que jamás sospechen que fue el desgraciao de la noche anterior. ¡Pobre infeliz! ¿Quién va a equivocarse, con esa facha? ...Sin embargo, yo le quiero ¡a mi manera, pero le quiero...! ¿Quién no, siendo el único que conozco sincero y valiente respecto a sus instintos... que apuesta, a pesar de mantener con una virgen relaciones formales para casarse, con liberarme del fango, que me ha brindao en mil ocasiones abandonar la vida para incluirme en sus sueños...? ¡Cómo no le voy a estimar...! Aunque sea una calumnia; aunque yo, mejor que nadie, sepa que, a un travestí, jamás lo invitarán a casa de una madre...! por muy liberal que ésta sea... ¡y tampoco es el caso!
__¡Pobrecilla mía! ...hay que ver cómo tienes los pezones... ¡Claro, no te pones ni siquiera una rebeca!
__¡Sí..., y me traigo el punto! ¡...Ya se escandalizan bastante cuando me ven leer!
Una vez despreciada en el suelo la chaqueta que le ha brindado el personaje de su izquierda con maña torera, se abalanzará hacia las candilejas. Allí, las manos a las caderas y a horcajadas sobre un animal imaginario, va escudriñando entre la negrura __acerico negro donde apenas resaltan las cabecitas del público mejor engominado__ a la vez que zalea la melena y se humedece los labios:
__¿Y éste, quién es?
__Pues, ¡ya lo ves...! un colgao; Un profesor de ciencias sociales que procura desmenuzar, en un ensayo, intríngulis, costumbres y peculiaridades nocturnas de los novios de los travestidos... de paso, si es posible y no es mucho exigir, que le den por donde su mamá le pasaba la esponja... y además creyendo que es un sueño... ¿me equivoco, gafitas?
Éste, a punto de brotarle la sangre de las orejas, acaso profiere una risita. Aplicado en el asfalto, con los puños se ahondará en el fondo de sus bolsillos musicales. No obstante, al presentir una expectación exacerbada en sus compañeros, levanta la cara con la mejor sonrisa... y, mirando al cielo, lanzará con violencia un puñado de calderilla.
__¡Oye tú! __inquirió ella fija en su novio y despreciando al espontáneo padrino__... no decías haber pillao farlopa... Pues, ¡vamos!
Pero del cielo, entre broza que anida junto a las monedas y tras la flecha brillante creada por éstas __cuando son lanzadas con violencia__ bajan planeando unos diminutos mochuelitos de papel... e ingrávidos se abandonan cada cual en el hombro de su olivo correspondiente. Sin mediar palabra, los tres dignificados al unísono, se darán la vuelta. Y avanzarán con precipitación reprimida a sentarse en el banco que, en ese instante y sujeto por los brazos con sedales trasparentes, desciende, adornado con mil guirnaldas blancas, de aquel cielo broncino del comienzo... y con cierta cadencia también se corre el telón... y tras él empieza a sonar I GET A KICK OUT OF YOU de Cole Porter, interpretado por Billi Holiday.
FIN DEL PRIMER ACTO

Capítulo tercero

¡Para, para...! Ordené a la impertinente voz... que ni siquiera consentía un tiento para acaso humedecerme los labios en los atrayentes y perlados vasos de zumo, los cuales, a través de los días, iban alineándose en el alféizar, entre el resplandor que emana de la ventana, como coliquíntidas en batallón que refulgiesen tras una soñada ventisca en el desierto. Y comprobé que tampoco me había sido permitida una micción reglada; pues, a medida que era consciente del leve, pero afilado dolor en un indeterminado lugar de mi aparato urinario, iba notando hallarme a punto de reventar. Entonces, de un brinco y sin advertir que en ese instante asomaba por la puerta otra ilusión anaranjada en su jaula de cristal, me precipité... __evitando, no obstante, que quien la portaba, sobre bandeja de plata, no vertiera una sola gota__ ante un trozo de espejo incrustado sobre el inodoro, a la altura de la cara... con el fin de, mientras va uno aliviándose ¡creo yo!, poder observar cómo tus cejas, seguidas de los párpados, se pliegan en la frente a la par que de tus labios brota un suspiro.
__¿Gozas..., pirata?
Una voz lejana vino a interrumpir ese cosquilleo equívoco y variopinto, de abandono, desazón y de gustito a la vez __nunca supe determinar si psicológico o tal vez mediado por el mismo líquido al fluir entre los múltiples conductos que entraman y cruzan los genitales__; pero excelente como soporte a la siempre ardua espera mientras se expulsa la última gota de la meada. Sin embargo, una vez superado el empeño, pude advertir que no sólo sentía la típica ausencia, comezón, nerviosismo, sino algo aún más peculiar... como si un exótico pájaro de pico duro expurgase entre el bello donde se guarecen mis vergüenzas. Armándome de valor, aunando fuerzas entre los despojos de mis flaquezas, me dispuse a detener todo aquello ¡lo que fuera! con un bufido; y si no era suficiente __pues entre las ingles comenzó a nacer como una serpiente encantada por su flautista__ tendría que utilizar la violencia:
__¡Aléjate de aquí...!
Mas una voz surgiendo del mismo boquete que el bichejo aquel, se precipitó:
__¡Era, sólo, con intención de sacudírtela!
A riesgo de ser capado, de la manera más gratuita, di un giro brusco para replicar:
__¡Emplea esas mañas en mejor ocasión! ...ya sabes que sólo me placen tales refinamientos cuando simulo estar dormido ¡ninfómana!.
Sin dignarme mirar a sus ojos ávidos y repletos de lágrimas, salí del excusado dejándola sobre el linóleo a cuatro patas... Y, no del todo satisfecho, cuando me cruzaba con el cornudo de su marido ni siquiera le dije adiós.
De nuevo en el cuarto y errando a una altura lo suficientemente próxima, pero no alcanzable, me esperaba la dichosa voz aún más imperativa si cabe:
__No creas que soy como la infeliz que acabas de humillar; a mí debes tratarme de usía... ¡Y siéntate a la máquina, que se nos pasa el arroz!

ACTO SEGUNDO

Una vez los espectadores hayan regresado del hall, donde camareros en librea les fuesen cortésmente ofrecido una copa de caldo champagnois del Penedés y pan tumaca, del más nítido silencio brotará la orquestación del blues que sonaba cuando al final del primer acto caía el telón. Paulatinamente irán debilitándose las luces...
(Obliguemos al público, unos instantes, a fijarse en el terciopelo rojo... trémulo y brillante. Y aprovechemos tal embebebimiento para introducir tímidas notas de organillo parisiense o madrileño __para el caso es igual__ entre el blue que aún persiste; con objeto de crear sospechas y ambigüedad indistintamente en el ánimo de cada cual; pero que a la postre sea sutil premonición sobre hechos acaecidos en otro tiempo y lugar, que serán relatados por uno de nuestros personajes)
...Al alzarse el telón, contemplamos a los mismos actores, aunque no sentados en el idílico banco de flores que suponíamos sino acuclillados junto a la pared del caserón de la hiedra descrito anteriormente. Un haz de luz, idéntico al que proyectan las linternas policíacas, vacila en torno a ellos... investigando con obstinación, pero sin éxito. Los susurros se alternan con súbitas y escandalosas inhalaciones allá donde brotan, como instigadas por vara de mimbre, culebrillas de humo, exhalaciones inconexas... Y, para mayor confusión, de cuando en cuando aun cruzan ante el trío, calle arriba, al filo del escenario... andares parejos de siluetas anónimas. Ahora bien, si hacemos hincapié, sobre aquellas siluetas sospechosamente femeninas, deberíamos declarar que quizá éstas circulan en exceso afectadas, entumecidas, encogidas... agoráfobas; se empecinan en perfilar sólo aquello que aflora ante la puntera de sus zapatos de tacón cubano..., sin mediar palabra alguna con la otra parte de su pareja, ni guiño o mirada de soslayo cuando desde lejos aún no levantarían sospechas frente a sus posibles agresores... No obstante, pudiera el publico __siempre que afine con sagacidad, por supuesto__ apreciar cómo hábilmente los miembros femeninos de cada una de las anónimas parejas, una vez superado el peligro, con alegría y desparpajo bajan la guardia... y vuelven, de la misma manera, a mostrar las carteras rectangulares y planísimas que tuvieron guarecidas bajo el sobaco de sus acompañantes.
Cuando cese el trasiego, la música amaine hasta transformarse en chirimiri melódico y la luz deje de temblar arrecida, los susurros se tornarán cuchicheos, y éstos rememorarán las charlas tradicionales o míticas:
__...Mis aficiones se correlacionan o emparentan con las del personaje femenino, protagonista de aquella antiquísima película (allá por los comienzos del sonoro), donde su principal eje y afán consiste en no decaer en el trasiego vertiginoso de cambiarse de ropa mientras es observada con lujuria por cada uno de los demás personajes: tanto hombres como mujeres, que intervienen en la trama.
__¿En aquella donde la estrella aludida porfiaba con descaro que toda mujer que sufría por ventura cualquier tropiezo, en los umbrales de la adolescencia, los sabuesos olerían su rastro, allá donde fuere? ¡Ah, qué maravilla!: ella, aunque atenta a los acontecimientos, nunca desprecia aquel otro goce que le procura su criada negra cuando incesantemente va prendiendo múltiples y delicados encajes y sedas ostentosas a su cuerpo escultural... y ¡qué guapos los admiradores a retortero!
__En una ocasión tuve la magnífica oportunidad de experimentar un placer parecido. Fue en París; en mis comienzos de puta aún barbada: cómodamente reclinada sobre un banco de los jardines de Luxemburgo, un libro en la mano, un croissant en el regazo y dejándome acariciar por el liviano sol de un amanecer primaveral, vislumbré, sobre el párrafo donde la Beauvoir describe a la muchacha de L'Invitée, la cara ajada y triste de una (entonces la juzgué lesbiana) chica rubia que no dejaba de admirar mi sujetador de Dior. Al principio apenas le presté atención, pero viendo su insistencia la increpé: "¡Pare de escrutarme, s'il vous plait! ¿parlez vous français?". Ella frunció el ceño con un descaro muy apátrida. Yo le brindé mi sonrisa más española. Y así nació nuestro mudo idilio. Sin darnos cuenta, de allí pasamos a un hotel en el Boulevard Saint Michael. ¡Qué felicidad! Una criada negra nos servía tazones y más tazones de café au lait et brioche... con tal sigilo que apenas percibíamos su dulce y tropical olor. Cuando estuve ahíta, dos ángeles, cada uno de una mano, me condujeron en volandas a una suite donde las rosas amarillas de las paredes se confundían con las de los cientos de jarrones chinos repartidos por las múltiples mesitas japonesas. Sin oírse con anterioridad mandato alguno, la estancia se inundó por completo con la voz agria de Chavela Vargas... y también a costa de la fragancia dulce de los cerros de ropa íntima que la Criada Negra comenzaba a sacar de los armarios. ¡Qué lujo!; todo recordaba a un extraño ritual... a una ceremonia ancestral y remota, pero dulce. Nadie hablaba; sin embargo, el silencio fue elocuente: con suma delicadeza y exquisitas manos la muchacha rubia iba colocando sobre mi piel desnuda las más primorosas prendas que jamás ser humano femenino haya podido palpar... Y ¡pásmate! la negra, con no menos arrobo y delicadeza, me las quitaba... estrujándolas en la pechera de encaje negro del uniforme de las grandes ocasiones... se las daba a olisquear a su señora, que también las estrujaba contra su negligé de soie malva estilo Josephine... y después las abandonaba sobre pieles diversas de animales que aún conservaban fauces y cabezas intactas mirándonos despanzurrados desde el suelo... Ahora que recuerdo, la criada citada, antes de arrojar las prendas a las fieras, acaso si cantaba nombre del diseñador y precio, en tono de letanía: "Paco Rabanne, quatre mille francs. Ives Saint Laurent, cinq mille francs..."
A esta quietud... a esta música, la cual en el último tiempo del relato se ha decantado por una melodía a capella de Edith Piaf, se irá superponiendo el estruendo de acero, plata, aluminio, loza y porcelana que desprende toda cocina de restaurante en el momento crucial de servir la cena. Y, no sólo las voces serán acalladas por el progresivo tropel, también un humo espeso, con olor a cacerolas en ebullición, arropará a los personajes.
La voz recia y bronca de cierta mujer suplantará a la voz cantora, que debe andar debilitándose; así como si la nueva soplara a la vieja... y ésta, a la grupa del aire y sin cesar de cantar, se extinguiera en la lejanía:
__Hoy tenemos de primero:
*Ensalada tibia de setas con langostinos de San Lucas (Huelva)
*Ensalada de lechuga francesa, palmitos y centro de flan de espárragos, regado con mayonesa afrutada.
*Ensalada de pato, asado en leña, con escalonia y yogourt, y todo ello macerado en vinagre de frambuesas de los Pirineos.
*Gazpacho campero, a base de tomate rojo, pimiento verde, ajo riojano, pan de librea y agua de Zambra, trabado en dornillo con machacadera de olivo del país.
*Sopa de fideos gordos y hebras de azafrán de la Mancha con almejas y gambas (San Lucas) en base de caldo de rape, mero y merluza... esto último del Cantábrico.
Momentos antes de proseguir recitando delicias, singularidades, características... de segundos platos, una señora de mediana edad, metida en carnes prietas y relucientes, permanente floja y apanochada, discreto viso rosa pálido en los labios, y toda de blanco refulgente, emergerá de entre el humo, sobre la mitad izquierda del escenario... Este humo, que advertimos cómo será arrinconado por unos inmensos dedos invisibles, hacia la derecha del espacio escénico rectangular, se desvanecerá también y en su lugar aparecerá un grupo de angelicales muchachas, circunspectas, pulcramente vestidas de negro con repurgos blancos, y alineadas frente a la que vocea.
__De segundo __prosigue la jefa__ se podrá elegir a gusto:
*Solomillo de ternera sujeto con panceta adobada al estilo navarro, con una salsa de setas diversas y especias mediterráneas.
*Tortilla de collejas y otras hiervas, con gambas (San Lucas) al Oporto.
*Pechugas de pollo gallego rellenas de pimienta verde y bacon, cocinadas en zumo de naranja Valenciana, con un chorrito de Cointreau Francés. Les recomendamos arroz amarillo, al estilo mi suegra, como guarnición.
*Mollejas de gallina de corral en salsa de Madeira y cebollitas francesas. También el arroz al estilo mi suegra le hace favor.
*Albóndigas rellenas de piñones fritos y pasas de corinto, en salsa de vino de Lucena con bellotas de Albarracín.
__El postre y los vinos, si no hallas inconveniente, podrán acercarse ustedes a elegirlos aquí...
(Entonces, la jefa de cocina seguida de las chicas, tuercen la mirada hacia el inexistente u oscuro decorado, donde aparece milagrosamente un camarero __quizá demasiado ceñido el esmoquin a su talle de bailarín flamenco__, moreno aceituna, brillante pelo ensortijado, ojos de mirada obscena y aviesa, labios africanos y sonrisa descarada. Tras él, pisándole los tobillos, una mesa engalanada con manteles inmaculados hasta el suelo, con primorosos bordados en seda blanca, y ornamentada con fruta y botellas etiquetadas en pergamino arcaico.
...La casa obsequiará, en honor a Monseñor y aun si ustedes tienen a bien aceptar, café de pucherillo y licor de pepino, que es buenísimo para las digestiones.
En ortodoxo ritual, todos determinarán aproximarse a las candilejas, empeñados en representar ante el público una reverencia; cada cual pugnará exhibiéndose con matices singulares. Y, en estricto orden protocolario, irán replegándose luego hacia el lateral derecho. Y desde allí, frentes sudorosas y arreboladas, en garabato y aferrados a unas asideras magníficas, simularán empecinarse; quizá con tales ardides acaben engañarnos, dando a entender que son ellos, y no la maquinaria, quienes desplazan el decorado.
Éste, según la distancia, la luz, el ánimo con que se contemple, no es otro que aquel del principio y del cual el público, en oscilante criterio, no supo ni entonces ni ahora si es o no una cosa o la contraria. No obstante, una vez suprimido el cristal delantero del escaparate, que tantos equívocos podrían aún causar, observaremos sin engaños y con todo detalle el interior del comedor de un restaurante: Al fondo, la exuberancia de colores y formas en una mesa con moño de... frutas, dulces y vinos, contrasta sobre la foto, de pared a pared y en blanco y negro, donde apreciaremos hasta los más diminutos seres acuáticos... propios de cualquier rincón en las profundidades marinas de un océano incierto, pero paradisíaco. Las nueve mesas de la sala estarán ataviadas con desgalichados manteles verdes... acaso imitando puñados de algas en putrefacción parasitando las rocas; y encima de ellos, exóticas flores dentro de peceras diminutas: rosas de las nieves, nenúfares de aguas heladas, lirios de valles impíos... Platos y cubiertos estarán a tono con el motivo. Del techo cuelgan unos fluorescentes, en forma de anzuelo, sobre cada mesa, que procuran a los comensales un rostro ausente, exangüe y anfiboide.
(Pero, no adelantemos acontecimientos; aún está vacío el recinto, aún no se balancean las hojas de las aspidistras en sus altas jardineras, ni apenas las lámparas cuando los camareros, ultimando detalles, levanten polvaredas a su paso siempre precipitado en torno a las mesas ya dispuestas... o de regreso a la cocina. En todo espectáculo hay que procurar momentos muertos para que el público especule respecto al desenlace; despreciar el miedo, infundado por seudocríticos, a que se descubran los trucos: tanto en el cielo como en el infierno todo perdería credibilidad y gracia si no los utilizásemos. Por ejemplo, en esta escena hay que solventar, con perfecta, aunque no disimulada técnica, el que las mesas, una vez ocupadas por los hambrientos, giren y se deslicen de extremo a extremo... como coches de choque... que, cuando a cada comensal le vaya alcanzando el turno de protagonismo, esté dispuesto en primera línea y de la mejor manera.
Tal vez tocados por la varita de un hada buena, de la oscuridad irán surgiendo cada unos de los objetos del decorado; paulatinamente, hasta que estos alcancen un grado tal de textura que el espectador piense que manos mágicas fueron bordando, sobre negro, los más insignificantes detalles. Y antes de que el enigma sea descubierto aun aparecerán, como jazmines de entre las hojas verdes al anochecer, rostros humanos. Sin embargo, no permitiremos que descubra nadie su realidad postrera cuando se enciendan las luces; puesto que, y mientras desmontan el complicado andamiaje, de nuevo reinarán las tinieblas. También, progresivamente y a medida que decrece la luz, se oyen acordes de violín, de trompeta... o simples lamentos de voces atenoradas, con objeto de paliar la férrea manipulación de los tramoyistas. Después el silencio... Y de nuevo una voz nítida que asciende del silencio:
__Soy el camarero encargado de custodiar la exuberante mesa de los postres... __recitará con solemne mansedumbre el muchacho de boca negroide, mientras apenas su rostro fuera iluminado por una luz amielada__; quién colocará en los platos lo que cada comensal exprese con dedo imperativo. No permitiré a nadie... __tras una meditada pausa, consiente se trasluzca la recámara adonde se fragua su inquina__, aunque proceda de la mejor cuna, que desluzca la fruta que he abrillantado con la mejor gamuza del mundo. Estoy más que harto de cruzar los peores arrabales de la ciudad, para que un mercachifle se traslimite a manosear mi trabajo... y a riesgo de ser violado o ultrajado y sin otra protección que una navaja chivera, recuerdo de mi abuelo paterno, que, trozo de chorizo en mano y el arma amenazante en la otra, recorría, pueblo a pueblo, las ferias de ganado y bichos domésticos... No compensa ninguna de las indulgencias, fiables o no, que nos otorgan aquí, si el mejor día, antes de entrar por la puerta, me veo forzado a matar en defensa propia; o confiando que esos degenerados de ahí fuera no me arrebaten lo poco que poseo... o, simplemente, asqueado de sus podridas existencias, por misericordia los empuje a una muerte muy dulce... ¡Tengo miedo! ...y no respondo de lo que un individuo débil como yo, y a pesar de su apostura de gallito, sea capaz de cometer.
El silbido del viento, con su estela metálica, servirá de señal para que este actor desaparezca de escena... y en su lugar, con idénticas maneras, surja cierta damita joven de trazas y aire menos crispados:
__Hablo en representación de mis compañeras, puesto que todas adolecemos de lo mismo. Estamos desesperadas... ¡hartas! Ninguna tenemos novio; por la sencilla razón de que en cien metros a la redonda no hay un muchacho con buenas intenciones. Y también porque nuestros padres se ven obligados a acompañar a sus preciadas hijas: ¡no vayan a ser inducidas a la droga! Así que... ¡ya me dirán!: el mejor día nos acarrean un disgusto. Por otro lado, estamos obligadas a comportarnos como si fuésemos monjas, ya que así lo exigían las bases del concurso para optar al puesto; por ser éste (según la jefa) un lugar sólo frecuentado por personas de exquisitos sentimientos. Si me lo permiten, les voy hacer una confidencia, ahora que nadie nos oye y la jefa salió (de anochecido, acompañada del pistolero de la entrada, intenta cumplir, en ronda al edificio, con su tarea de ahuyentar a los que consiguen drogarse apoyados sobre sus tapias): las cinco damitas jóvenes, sin distinción ni diferencia, estamos enceladas por el macarra encargado de los postres; sin embargo, ninguna ha pasado de un maltrecho revolcón entre cacerolas. Repite estar obsesionado ¡y yo lo afirmo! Frente a la gentuza que nos circunda; transgrede normas asomándose a la azotea, acaso para reafirmar intuiciones; pero tal vez todo se desborde, de divisar a una puta muy espectacular y descarada... pues teme que ésta responda al hermano mariquita que se escapó cuando él aún era un niño. "¡Con esas perspectivas (aduce él) quién puede consumar el acto! (y concluye) ¡El mejor día localizo a un antiguo colega mío, muy echao palante, y sonado, para que, al menos, la obligue a abandonar este territorio!"
___¡Schisss; a la cocina! __ordena la jefa desde el extremo contrario del escenario, una vez fuera manchada por otro haz de luz. Después de sonreír generosamente y moldearse el peinado, con ágiles uñas lacadas en el mismo tono desvaído que sus labios, resolutiva se enfrenta al público__ ¡Siempre hay que estar vigilando a las palomas!, porque si levantas la veda, cualquier gavilán puede soliviantarlas... ¡Soy en extremo dichosa; muy feliz! Fue la providencia quien me aconsejó abrir restaurante en tal lugar, tan apartado de la mano de Dios. Una madrugada, cuando mi marido ¡que en paz descanse! roncaba como un cerdo tras una dura jornada buscando alguna ocupación que le distrajera de aquellos negros pensamientos que no hacían (según él) más que empujarle al suicidio, oí un siseo tras la ventana. Temblando de pies a cabeza me aferré a la reja. Y, de tal guisa, me puse a llorar creyendo que me había vuelto tan loca como mi marido. Pero, ¿qué veo?: a un palmo, y suspendido en el aire, alguien alado y desnudo, pero con el grado de asexualidad típica en los Santos (alarvadas e ínfimas protuberancias bajo vientres en piedra de bustos superlativos), unos ojos tan enigmáticos como nunca jamás contemplé, que me tiende su mano amarfilada: "¡Tu!". "¿Yo?" Contesté al punto "¡Sí, tú!" Y repliqué "Pero, ¿por qué yo?" Entonces aguzó intenciones: "¿Acaso duerme alguna otra persona contigo? ¡...No temas mujer! sólo he venido para trasmitir esta orden, que declamo sin más pausas: Debes montar un restaurante en el tramo de ciudad más frecuentado por putas, rateros, violadores, mantenidos, merodeadores de billar, chuloputas, travestidos, mecheras, drogadictos, camellos... Preguntarás que, con cuál fin. Pues, muy sencillo. Una vez a punto cada detalle acudirán los sujetos más piadosos, y de mejores sentimientos que hayas tratado jamás, personas acaudaladas, que al vivir en zonas acotadas donde es prácticamente imposible la mendicidad, no les queda más alternativa que exponerse a los atracadores, pero sin levantar sospecha: en un lugar decente... ¡el tuyo!. Y así expiar culpas, despojar y despejar la conciencia, las pesadumbres... de la manera menos traumática; Y, sin dañar su dignidad, podrán luego rebajarse a ofrecer limosna en la puerta de su parroquia o sentirse liberados para rechazar, tajantes y sin culpa, los pañuelos de celulosa que en una esquina cualquier desecho humano ose brindarles. ¡No lo dudes más! De esta manera sacian la parcela de su alma más proclive a las buenas acciones; también pueden, fervientes, dar gracias a Dios repetidas veces cuando queden ilesos tras alguna reyerta... y de paso relatar a sus íntimos que todo ocurrió según salían del restaurante más chic y peligroso de la ciudad" ¡... Ah! Ahora que me doy cuenta, se preguntarán por qué tengo el delantal pingando de sangre. Muy sencillo: acabo de degollar a un cabrito.
Súbitamente se apagará el haz de luz y comenzará, en progresivo ascendente, a sonar una cualquiera de las sonatas de J.S.B.; también se irá empendolando la general que alumbra el escenario completo... apenas sin darnos cuenta.


Capítulo cuarto
__Nunca he entendido por qué se plaga el techo de gaviotas cuando, para ventilar el ambiente, abrimos cada anochecer estas ventanas... ¡y sin ser puerto de mar! __Reflexiona en voz alta la jefa de cocina, de rodillas en el centro del comedor, abarcando con las manos una escopeta de dos cañones, la mirada de aquí allá..., de un objeto a otro cada cual más apreciado__ ¡Qué fastidio! Y, por supuesto, lo más irritante del caso es limpiar los salpiconazos de sangre que, las muy marranas, sueltan en los cristales al intentar escapar. ¡Dios mío! Nunca se consigue la dicha plena... ¡cuánto mejor ser devorado por millares de moscas, como en Andalucía!
(Desde grandes grúas, docenas de marionetas serán manejadas para que una bandada de pajaritas de papel revolotee sobre las mesas del restaurante. Y otros tantos gritos humanos, desde bastidores __sugerencia mía fue un coro de niños de orfanato, todos de blanco e iluminados por luces que resaltaran su aspecto fúnebre; pero no entre bastidores sino en una plataforma, a modo de voladizo, sobre el escenario__, imitarán sus graznidos dramáticos y ensordecedores.
__¡Deje, deje..., que yo las espantaré...! No ve que dispongo del tino más diestro y entrenado y, por tanto, más certero __se precipita a gritar la cabeza del nuevo personaje que asoma en ese instante por la puerta de cristales esmerilados__ ¡...Y sobre las moscas habría mucho que discutir! __replica también, tras una risita.
__¡Tú! ¡Anda, anda; ... no digas simpleces! __sentencia ella entre toses y carraspeos.
Un muchacho, de mejillas rosadas y tersas, bigote aún más rubio que el cabello rapado de su cogote robusto, y uniformado de crema clarito, de un salto acrobático cae junto a la jefa, sujetándose la gorrilla con singular gracia castrense. Ella, arrebolada, se yergue abandonando a la suerte el arma.
__Usted bien sabe que no miento; no sólo cuento con excelente puntería para una cosa... también ¡pa lo que encarte!.
__¡Cuidado, que estas insensibles son capaces de esconderse hasta bajo la cama... y prestarse después, las muy tunas, de testigos! __previene ella observando nerviosa, ora la miel de los ojos del joven, ora la majestuosidad siniestra y exasperante de las gaviotas.
__¡Descuide! __responde éste encendido y furioso, pero de manera gallarda.
__¡Eugenio! Necesito con premura formularte una pregunta... ¿podría...? Bueno..., ¿sabes en qué cae este año la Semana Santa?
__En marzo... ¿por qué? __y se prende a la boca trémula y arrebolada un cigarrillo ladeado que, de manera inconsciente, conviene acariciar con las yemas del índice y el pulgar de su mano derecha, mientras con la otra, dentro del bolsillo del pantalón, maneja con insistencia para acomodarse mejor el sexo enhiesto.
__¡Porque no imaginas las ganas de pestiños que arrastro!.
__A mí me gustan mucho más las torrijas... ¡dónde va a parar! __argumenta el muchacho con cierto ramalazo de lascivia en la mirada y un ápice de audacia en la manera de fruncir los labios. Ella aprovecha la ocasión ofreciéndole lumbre con un mechero de cocina, y aduce:
__¡Anda, porque no eres andaluz...! ¡Y límpiate, que estás de huevo!
__¡Y qué tiene eso de particular! __replica él exhalando filigranas de humo.
__Nada, hijito..., cuestión de temperamento... Es como la matanza; ¿te imaginas a un esquimal comiendo morcilla?
El muchacho construye una mueca huera e, igual que si de una canica se tratase, lanza con energía el cigarro al aire. La jefa, apenada, como si a quien hubiesen arrojado por la ventana fuera muy querido, se precipita junto al alféizar. Y, de espaldas y en voz queda, recrimina al muchacho, en tanto le fulmina con el rabillo del ojo:
__¿Te parece, ahora precisamente, apropiado venir detrás de mí? __Dicho esto intenta escabullirse de ese vigoroso cuerpo que se aproxima más y más...
__¿Adónde huye?
__¡Déjame! __Interrumpe, mohína y restregando el pico del delantal por la cabeza de una figurita de Niño Jesús de porcelana color carne__ ¡Te he dicho en mil ocasiones que no me palpes, que soy viuda! A veces me pregunto por qué te atraerán tanto las talluditas... ¡digo yo! Y, por favor, ordénale a las chicas que bajen la radio, que me va a estallar el lóbulo frontal.
Eugenio sale con la cabeza gacha, mueca de sacrificio en torno a la intensidad de su boca a cada instante más grana y turgente y ojos inyectados en sangre. La jefa, acercándose a las candilejas, comienza a gemir a la vez que se mesa el cabello... e investiga, con la otra mano aún más temblorosa, si perdió los zarcillos de oro. Las gaviotas, una vez han inspeccionado con detenimiento cada detalle y sobre todo aquello que al mínimo meneo proyecta brillos, se alborotan amenazantes en torno a ella; aunque en el último momento declinan su canallesca intención __acaso comprueban la falsedad de las joyas__ y, enfiladas, emprenden la huida, pero no por la ventana sino por la ranura en la puerta que ha descuidado el muchacho. Entonces la jefa, percatándose de tan mezquino ardid, empuña de nuevo el arma y la emprende a cañonazos con una gaviota rezagada que titubea ante el cristal esmerilado:
__¡Sólo faltaría que un maldito pájaro imbécil pusiera el restaurante pringando sangre!
El impacto contra la gaviota no sólo daña al propio animal, también su estruendo produce interferencias en el alumbrado y la música. Hasta pasados esos segundos de extrema incertidumbre, que cualquier ser humano y alguna que otra especie padecen tras un disparo, no escucharemos en la oscuridad el revoloteo torpe y bronco del animal herido... cruzando el patio de butacas, sobre las cabezas gachas de los espectadores.

__¡Cállese de una vez! __impuso interpelando a la voz__ ¿no ve que por su agobiante perseverancias sigue llorando esa infeliz, ahí postrada sobre el linóleo? __Y, en verdad, así era. De lejos, sollozos entrecortados acudían del brazo de un rítmico aleteo; golpes extraños que, al aguzar aún más el oído, se revelaron como trapajazos que asestaba la enfurruñada ama de casa, sobre cualquier mueble de su hogar a retortero.
Con estudiado temple y haciendo acopio de ciertos utensilios: muleta de cedro y un cigarrillo, abandoné la estancia, no sin antes lanzar al vacío semejante maldición: ¡ojalá cuando vuelva te hayas muerto!
Allí, desamparara y en la forma que imaginé, seguía la patrona; ahora propinando bayetazos a las endebles y herrumbrosas patas de un armario de baño. Sin mediar palabra le arremangué la falda, desgarré sus bragas y la puncé el culo desnudo con el extremo gomoso de mi muleta. Sin embargo, no se aferró a mis piernas como en otras veces; permaneció muda, terca... aunque al instante sí pude apreciar cómo se le erizaba el bello de la rabadilla y cómo iba abriéndose de nalgas a medida que sus sollozos se atenuaban. Pero tampoco me parecía lícito precipitar acontecimientos; primero prendí el cigarrillo con saña y mesura, después, paladeando el ardor que intuía en ella, fui despojándome de la vestimenta... prenda a prenda, y colgándola, hasta con tedio, del pomo sobre la puerta. Esta vez no le acerqué la brasa a sus carnes fláccidas ¡tampoco ella lo requería!; cuando me fue incómodo sujetar la colilla entre los labios pellejudos y resecos la dejé caer al suelo y me vencí sobre aquel temblequeante despojo... En todo el acto, y a diferencia de otros momentos, no se escuchó gemido alguno, sólo el chirrido del taco gomoso de la muleta al frotar con ira contenida el linóleo.
Mal que bien enderecé el esqueleto, mal que mejor enjugué genitales y aledaños sirviéndome de las bragas que anteriormente le había desgarrado a ella con la muleta y, desnudo y dolorido, igual que quien cumplió pena en celda de castigo, salí presionando la ropa contra la pelambre sudada de mi atlético pecho. Pero al instante, y ya frente a la máquina rojo fuego, padecía, como en otras muchas y malditas ocasiones, aquel fenómeno inverso al espejismo; había desaparecido de mi pensamiento el affaire con la patrona y hallábame __contra mi voluntad__ compuesto y dispuesto a soportar la voz que, con su acostumbrada petulancia, insistía e insistía:

El decorado, igual que frágil andamiaje construido con cartas de baraja, se desmembrará azotado por un soplo de viento silbante; sólo el tramo de fachada que sostiene la puerta de los bellotes permanecerá indemne entre los escombros polvorientos... e iluminada aun por el oblicuo caudal de luna que fluye por una esquina del decorado, mientras caen como hojas de otoño las estrofas más triste de algún que otro nocturno de Chopin...
(Mantengamos quieto este paisaje desolador, vertiginoso, desmesurado __la línea del horizonte diluida en bruma, pero quizá, en un punto indeterminado del contorno, se estremezcan aún restos del último atardecer tornándose melocotón maduro__; para que, con libertad, el público proceda con las conjeturas oportunas. Y supongamos también que éstas son unánimes; la conclusión absoluta de que este paraje es consecuencia de cierta catástrofe, un desierto urbano donde sólo conseguirán cohabitar desarraigos.
...Así, aunque se contemplen sólo siluetas como cuchillos que, humedeciéndose bajo las gotas de música, cruzan el haz de luz, los magnánimos espectadores sospecharán, sin embargo, que los dos personajes que amenazan desde cada extremo __uno hacia el otro, provistos de deseos irrefrenables__, son aquellos del principio: la Puta y el muchacho de bigote, ojeras morenas, americana de botones dorados y corbata de escuditos. Mas nunca descubrirán su porqué, ni cómo saldrán ilesos tras librar una batalla de abrazos, caricias, bofetadas, mordiscos, zarpazos... __como dos perros... o gatos que, después de copular, huyeran, a ladrido limpio, a maullido fiera... y cada cual por un camino distinto__; aunque, tal vez, sí puedan dilucidar que, cuando dos bestias se quieren, siempre hay despiadados que las espantan o repudian.
(Puesto que los avances de la técnica son hoy día tan espectaculares que cada cual puede hacer de su capa un sayo en el momento más inoportuno, sugiero que los aparentes escombros no sean reales sino la proyección tridimensional de otros auténticos. Se preguntarán por qué pretender tanto; pues muy sencillo: cuando arremeta la orquesta, epatando con preludios que recuerden tormentas otoñales, cada cascote, desprendido del suelo y echándose a volar, optará por errar sin prisa ni horizonte... como una pavesa de cremá.
Una vez el viento haya transportado, fuera de escena, la mínima mota de polvo, y los confines se dilaten hasta derroteros insospechados, el resultado obedecerá a la viva imagen de esas horas en que aún la luz artificial presta más sentido decorativo que utilidad. Se percibirán, por tanto, nítidos los objetos y hasta se conseguirá apreciar sombras sinuosas y azuladas. Frente a un velador de ébano y bajo una gigantesca y lujosísima lámpara de cristal de roca, la cual oscila en el cielo al son de los acordes fúnebres de la ópera Tosca, se enrostrarán el actor de la americana de botones dorados y una joven angelical de ondulada melena rubia esparcida por la espalda; llegarán __cada uno por extremos contrarios y sobre plataformas deslizantes__, en procesión y a ritmo parejo y ceremonial. Sin embargo él, aunque ya desde su primera incursión a escena manifestase cierta crispación de manos y cuello, no conseguirá siquiera afianzarse a las frágiles muñecas de la muchacha..., y hasta no estar perfectamente dispuesto el cuadro escénico no obtendrá de sus íntimas y rígidas convicciones el beneplácito para siquiera contemplarla... como a una imagen... __color y textura en las mejillas exacta a la piel de manzana; ojos que sustrajeron al mar la inmensidad y turbulencia de sus aguas a tonos cambiantes... y también ciertos matices que ella obstine de las arenas, y éstas del sol__, sí, como una imagen que hubiese descendido de los altares para prestar su enigmática presencia a un sueño.
En cambio ésta, aunque apenas conmueva un ápice el semblante y acaso la dulzura marmórea de sus labios esculpidos se torne tan sólo una pizca ladina, comenzará sin más a reprocharle... escudriñando las musarañas y con voz tan contenida y nasal que recordará a una demente yendo y viniendo desde la celosía de un confesionario:
__¡Oye Nacho, no aguanto más! Aunque mi intelecto ampare referencias al respecto, jamás mi corazón conseguirá asimilarlo... ¡Y sufro! Refiéreselo a tu amigo el casto jesuita, al Pater..., a ver ¡qué dice! ¡Pídele consejo o confiésate a él..., pero, haz algo! ¿No me comentaste que el corazón de ese religioso albergaba y dirimía una de las mayores oficinas de amor y para el amor que mejor funcional dentro y fuera de este mundo, que era todo tacto, comprensión, delicadeza? ¿No te jactabas de haber librado conversaciones que nunca podrías con otro, por muy liberal que éste fuera? No digo que no, pero... ¡estoy tan cansada! Cuando me enamoré de ti eras muy joven, practicabas tenis, nadabas, jugabas al fútbol... y no andabas, de la mañana a la noche ¡hasta durmiendo!, enviciado con mil formas de ganar dinero... Intuía en tu manera de ser alguna peculiaridad no convencional, aunque moldeable. Pero a esto que has llegado pasa de castaño oscuro... He leído que la enajenación por el trabajo es madre de monstruos peores que los del paleolítico, pero el tuyo es... ¡hasta peludo! ¡Cariño, yo te quiero, mas no considero aceptable ni digno casarme contigo en tales circunstancias, aunque parezca una barbaridad mencionarlo, nunca podré compartir las sobras desechadas por tamaña piltrafa humana! ¡Mira! Y no creas que esto que voy a exponer fue sólo fruto de una congénita irreflexión heredada de mi madre... ¡arrastro meses dándole vueltas...! ¿Por qué no la matas...? Sí, yo te apoyaría; sería facilísimo... ¡Condúcete a un poblado de chabolas cualquiera y consigue alguna dosis de droga adulterada! De paso harías una obra de caridad... y un favor muy grande a gentes de principios!
El muchacho, sin embargo, hasta no conseguir postrarse y, a continuación, haber descalzado a su pareja para besarla los empeines a través de las medias, no replicará:
__¡Cómo voy a cometer semejante atrocidad si también Él amó a Magdalena y a otros muchos de peor ralea! ¡Sandra, por el amor de Dios! Yo, que no soy digno de su perdón, y aumentar así el período purgatorial con un crimen... ¡y más, sabiendo que existen personas que, sin replicar, sufren pruebas aún más espinosas...!
Por un instante desaparece el aura y misterio que envuelven la silueta de la muchacha; y hasta el pelo se le tornará crespo y oscuro:
__¡Nacho, por favor! ...no desperdicies más tonterías. ¡Acaso, con el mayor descaro, no reniegan hasta sus albaceas de aquello de la Santa Doctrina que peor les viene a mano! Y, sin embargo, traen a pelo otras conclusiones alegando que son interpretaciones expuestas en el Concilio Tal o que el Papa en vigor tuvo a bien reinterpretar.
__¡Sí! Pero yo no tengo tanta presencia de ánimo; me volvería loco de atar.
__¡Mira, Nacho! ¿No es más lícito y de mérito acabar con los degenerados? Tú mismo ¿no aplaudes cuando en alguna película americana, los policías, acribillan a uno de ellos?
__¡Qué gracioso! ¡Pero, no están enamorados...!
La muchacha, tras mantener unos instantes fijos sus ojos en los de él, volverá a su proceder distante y casi divino del principio:
__Psicólogos Americanos de renombre han descubierto, tras años y años de investigación, que si jóvenes..., de estratos discutiblemente marginales, son adiestrados bajo una consistente disciplina (por supuesto sin problemas económicos ni de droga dura), cuando realmente se enfrenten al degenerado de carne y hueso (y no a ese supuesto de plástico, al cual, en los ejercicios de tiro, y en post del honor Divino, han conseguido odiar hasta la muerte), sufrirán el síndrome inverso al de Estocolmo: Súbitamente y en el instante mismo del disparo, el pistolero, en un noventa por ciento de los casos, se enamora del muerto... y si la operación refleja a un cuerpo a cuerpo en las trincheras de algún país en conflicto, tras dar muerte a dicho degenerado estos fornidos muchachos son capaces de sacarle una instantánea y conservarla siempre en su porta_tarjetas... Y yo lo ratifico: ¿Por qué, si no, tales soldados presentan esas características tan siniestras en los reportajes ¿por qué...?
El muchacho, derramando copiosas lágrimas, al fin besa a ella el pie que hasta el instante ha sostenido él entre sus temblorosas manos:
__Cuando te oigo hablar así, de esa manera, sospecho que, de no ser por las sucias, feas y bajas inclinaciones mías (que, te juro por la Virgen, van a cesar muy pronto), ¡nos proclamarían los seres más felices de la tierra!
Aún, cuando el telón no haya alcanzado la mitad del escenario y la luz amoratada del anochecer esté a punto de extinguirse, se escucharán a lo lejos las últimas sentencias de la muchacha mezcladas con los primeros, aunque lentísimos acordes del "Romance de la Reina Mercedes":
__¡Cómo que me lo voy a tragar...!; después de sufrida aquella otra inclinación tuya a la vida monacal... y, según tu madre, también la de coleccionar sellos y hasta insectos podridos en cajas de cartón...
Capítulo quinto

Me dije: aprovecharé este Intermezzo para descansar de la bruja..., ahora que anda ahí mariposeando tras mi nuca, embelesada con los zumos de naranja ya florecidos, soñando en cocktails caribeños, en lagos de naranjadas muertas e infectadas de diminutas algas con atrezzo de orquídea... ¡A ver si puedo liarme un peta y darme un par de gustazos por la nariz! Sin embargo, apenas comencé a moler la coca con el filo del carné de identidad, escuché, más temeroso que contento, cómo aporreaban la puerta.
__¿Quién es? __pregunté mirando de soslayo a la voz de mi conciencia, ahora tornasolada... casi espiritual: un rayo de luz vespertino hendía, una vez y otra, el hálito de su contorno mientras revoloteaba sobre el terciopelo azul que cubría la última de las naranjadas; unas quince ya, en fila sobre el alféizar.
__¡Disculpe, señor! __Contestó el hilito de voz del marido de mi patrona. Mas yo lo interrumpí sin preámbulos y apenas sin apartar la atención del sublime espectáculo que venía embargándome.
__¡Váyase! ¿No me ha oído...? ¡Váyase! __Entonces la voz, como sediento criminal que al huir de la justicia pasara a la vera de un río cenagoso, a tragantadas ingirió de la pócima amarillenta, a través del filtro azul.
__Disculpe, ¡por el amor de Dios! __Volvió a insistir el marido de la patrona, con voz aún más desvalida.
__¡Bueno..., pase! Dígame, qué quiere.
__Sólo entregarle esta misiva, que no he tenido más remedio que firmar, puesto que viene certificada.
__Muchas gracias __dije cortante, pero silabeando; pues no quería entrever, tras su perfilado bigotito, esa risa suya que tanto desprecio denotaba por cualquier soniquete, a menos que fuese gallego. Y después de arrancarle la carta, prieta en su mano extendida, lo fui empujando, con mis pectorales enhiestos, y sin piedad, hacia el descansillo.
Ustedes se preguntarán, por qué tal derroche de rencillas y manejo de odios hacia una persona de apariencia tan benévola y afable. Pero estoy seguro que, al reseñar ciertos y significativos matices biográficos de él, más de uno se enorgullecerá conmigo de ser también denostador suyo: Cuando vine de inquilino a esta casa __aún con lustre y trazas de seminarista, y esas cejas mías en acento circunflejo que tanta confianza y libertad prestan al prójimo__, este bendito señor reavivó mis instintos más píos, y sin echar cuentas de... por qué; tonto de mí le brindé, así por las bravas, toda mi confianza. En cambio, apenas le hube soportado un mes, ya hacía ¡fu! como el gato; Conocía al dedillo que, tras múltiples intentos en grupos de baile de la Sección Femenina, fue Policía Armada __hoy relegado a oficinas, mientras no disfruta de baja médica__ y que, por un complejo de Edipo mal resuelto __según el psicólogo castrense__, se comía los mocos y las uñas... y no cesaba un momento de rascarse los güevos y el culo. Pero él __resabiado y botado de tanta terapia__ tildaba esta patología suya de: "agresividad aletargada desde punto y hora que no supo calentar a tiempo... o ponerle los hocicos como un mirlo harto moras a la viciosa de su mujer..., y __apostillaba ensimismado__ también ¡sin meternos en honduras! porque todos los cornudos padecemos las mismas taras". Hasta que, repleto de conmiseración y confidencialidad, una madrugada, mientras trasmitían por televisión "Midnight" de la Claudette Colvert, le lancé una buena bofetada... a tenor del empecinamiento de él por interpretar, allí sobre el linóleo, algunos bailes de la película. A partir de entonces jamás traspasó la linde de sus funciones; nunca más me atajó en otros términos que no fuesen la esencia misma de la cortesía... ¡Ven ustedes cómo tenía razón!
Apoyado en la jamba, entre ansioso y mareado, entre despierto y dormido... en estado de irrefutable vigilia, pero dominado inexplicablemente aún por la voz __la cual daba la última expiración, antes de caer desvanecida desde el borde de otro vaso de naranjada__, leí la carta. Entonces no supe apreciar qué alcance tenían aquellas extrañas propuestas de la Madre Priora del Psiquiátrico donde estaba recluida mi pobre madre. Mas ahora, desde la distancia, sí considero oportuno darlas a conocer en su orden cronológico:

"Querido muchacho:
Perdón por no enviarte este año el crisma de navidad; no sabes lo atareadas que anduvimos con tantos encargos de tortillas de pascua y roscos de vino como requerían los del pueblo vecino __por otro lado: ¡Gracias a Dios!__; la mayoría de los cuales amasados y formamos deprisa y corriendo el mismo día de Noche Buena. También anduvimos faenando mucho sobre almársigas de hortalizas, para que este año fuésemos las primeras en recolectar tomates y pimientos primerizos..., que en efecto: ¡ha sido un éxito rotundo! Por otro lado, ya conoces, tú mucho mejor que nadie, la ardua tarea, aunque exquisita, de almidonar los pañitos de encaje de la capilla reina para la Misa del Gallo. Claro, sin despreciar, ni siquiera olvidar a tantas infelices como tenemos a retortero.
"Hablando de tu madre, te ampliaré que sigue como siempre, comiendo de maravilla; aunque sin poder reprimirse esas travesuras suyas de andar, con vara de nardo en la mano y un muñeco de plástico en la otra, representando sobre los altares actos Virginales. Mas Dios, en su infinita bondad, siempre la protege; nunca accede a que se despeñe desde tan Santos Lugares. Y no viene mal confesarlo: considero que así la entretiene Él para que no sufra. Sin embargo, el otro día, haciendo uso de otro de sus múltiples caprichos __en este caso la insistencia en besar aquello que siquiera le recuerda al Firmamento o Cielo__, y cuando creyó que la hermana Merceditas __siempre en su tarea diaria de poner con la minipimer moderna las claras a punto de nieve para bizcochos__ sostenía entre sus pálidas manos copos de nubes __donde, según ella (tu madre) duermen blandito Angeles, piadosos, beatos y Santos__, no concibió mejor idea que aproximar allí su morrito ocluido... ¡la pobre! ¡No puedes figurarte el consecuente disgusto de las hermanas! Todas querían acarrearse la culpa. Y todas se desvivían socorriéndola. No obstante, el psiquiatra de guardia, como pudo, le cosió el labio de arriba y le inyectó un cóctel de psicofármacos que la mantuvo dormida cinco días y sus noches. Hoy, casi ni se la nota.
"No pretendo que te alarmes, pero considero mi deber cristiano no desdeñar jamás la verdad simple y absoluta: sin más rodeos, tu madre presenta una tosecita nocturna que no me inspira un pelo de confianza. El médico lo diagnosticó de manías suyas, pero yo, a mis años y con tanta experiencia a mis espaldas, distingo muy bien lo que es y no patológico. Ya me dirá él si esta futilidad, al final, no acarreará serios problemas a la Comunidad... ¡lo refiero por lo del contagio! Pero, como bien repite la hermana Angustias, para qué sino nos envía Dios a estos lugares inmundos.
"Bueno, también necesito saber, en nombre de todas las hermanas y en recuerdo a cuando tu madre aún con algo de cordura se interesaba por ti __ahora sólo repite, cual letanía, que a su único hijo y por demás primogénito ¡quien anda por ahí predicando verdades como puños!, hasta los treinta y tres años, no le ocurrirá nada en absoluto__, qué tal te encuentras de salud y cómo te desenvuelves, hijo. Ya supongo que, aunque el camino de la vida de afuera no se proyecte tan empinado, también dispondrá de ribazos.
"Sin más por el momento: desearte suerte. E instarte a que reces, rogando por ella siempre que tengas tiempo para juntar tus manos: ¡lo necesita!
"Se me olvidaba: aquello que refieres del precio del billete no será posible porque, como tú bien conoces, ésta es una Congregación muy mísera. En cambio sería muy gozoso no desdeñes jamás nuestra indeleble oferta para que, una vez muerto Elmenegildo, ocupes tú el puesto de jardinero; el pobre, entre sus cien achaques y otros tantos trastornos, propaga que los jazmines deben estar estratégicamente colocados en arriates bajo las ventanas, porque Dios así lo dispone; para que sus siervas disfruten con su dulce perfume mientras se adormecen leyendo vidas de Santos... Sin embargo los rosales de pitiminí deben __también según él__ ejercer de antídoto a tales sedantes: trenzarse a las rejas como la yedra, para cuando las hermanas padezcan las típicas ansias primaverales: deseos de abortar la fe..., y se aferren desnudas a los barrotes, puedan así sufrir... y no verse empujadas a ajustarse siempre el incómodo cilicio. ¡Qué paciencia!
"¡Y qué Dios te ampare!

__No defiendas invisible, como sinónimo de chuparse el dedo gordo con el índice enganchado a la nariz, ni tampoco que ignoro de quién es la carta y qué expone..., a veces engaño que desfallezco, cuando siquiera cavilo la manera... ¡Ja, ja, ja...! Pero... ¡ponte de inmediato sobre la máquina, infeliz... que vas a correr más que una liebre! ¡...Has considerado que tratábase del clásico intermedio, cuando sólo es un simulacro para que en el corto período de bajar y subir el telón transformen el decorado:

Aparecen dos filas de bancos de iglesia, en madera caoba y perspectiva ascendente hacia la exuberante atmósfera del fondo, de la que fluyen, desde una ostentosa vidriera gótica, haces de luz de múltiples colorines; los cuales se dilatan y estilizan hasta alcanzar a las dos mujeres, junto a las candilejas, postradas sobre reclinatorios de terciopelo granate, con ojos audaces y vueltos como hacia un altar que estuviese suspendido en el epicentro del patio de butacas. La más vieja representa a cierta señora, aún de buen ver. Viste traje de seda negra, con primoroso brocado de pedrería azabache en cuello y tapas de bolsillos; de uno de ellos sobresale un pañolito, también en seda y del mismo color teja que el anagrama del diseñador, superpuesto en el lateral del bolso negro de piel. Asido éste con la mano contraria a la que maneja muy diestramente el rosario de cuentas de cristal engarzadas en platino. Con tan estudiado corte de pelo y peinado, a base de grandes bucles cobrizos, ha conseguido la estilista que su piel, aún joven y bronceada __perfecta depilación de cejas... y acorde con el maquillaje de sus almendrados y brillantes ojos__ armonice con la sempiterna mueca en torno a su generosa boca embadurnada de coral a visos nacarados... ahora intentando reprimir una clásica sonrisa propia de imperecedera coquetería, que acaso engañará tras una mano enjoyada con anillos de tamaños diversos, pero de diseños parecidos: corazones o esferas en rubíes, festoneados de brillantes diminutos, y éstos salteados con azabaches. La otra mujer, mucho más joven y angelical, aunque menos atractiva, responde como su futura nuera: la chica que en la escena anterior vimos de anochecido litigando contra el muchacho de americana azul marino y corbata de escuditos.
__¡Querida! Creo que existen ciertas especificaciones que está de sobra repetir en alto y, además, aquí en la iglesia; Dios, con su infinita bondad y refinado buen gusto las da por escuchadas.
__¡Sí, pero en cambio usted ni se enteraría...!
__Cómo no me voy a percatar si soy quien le... Bueno, para que repetir más nimiedades y evidencias: la madre de la víctima en cuestión.
__¡Y yo la novia...!; vamos, por qué iba yo hacer acopio de tantos y diversos sufrimientos si por él no anduviese chalaíta perdida...
__Porque un esqueje singular en la idiosincrasia de cada sujeto se correlaciona a la perfección con el masoquismo... Yo, sin ir más lejos, anduve toda la vida enamoriscada de un canalla; no obstante, fui a sucumbir ante un imbécil honrado... De esa manera mi ser interior sufría y, a la par, se educaba para el día del Juicio... Y me pregunto yo ahora (tal que heroína de aquellas películas legendarias, y tras media vida debatiéndome sobre la linde que separa el bien y el mal, el blanco y el negro, el hielo y el rojo fuego, la religión católica y cualquier otra que se aproxime en peregrinación hasta tu puerta, y bien avalada por ciertas estapas de fisonomías típicas de Jesucristos cetrinos, de mirar lánguido e inclinado hacia supuestas montañas lejanas... ¡Ay Jesús!): ...si no fui entonces algo exagerada, inconsecuente e inmadura.
__Bueno... ¿y qué tiene eso que ver? ¡Yo estoy enamorada de Nacho y punto!
__Si no digo lo contrario; sólo pregunto: cómo superar las pruebas y trampas que día a día, minuto a minuto, y con manifiesta alegría, nos remite y plantea Nuestro Señor desde la Santa Cruz...
__Pues, muy sencillo; si consideramos que él no está capacitado, que se amilana, nos animamos y, sin demora, nosotras mismas la matamos.
__¡Schiss! Por favor, reprime tamaña palabra en presencia de Dios.
__Perdón, no pretendía argüir con tal estrépito; propongo que otros más capacitados... vamos, ¡si por dos pesetas de ahora cualquier indigente pujaría fuerte para que le concediesen licencia para matar!
__¿Y quién se hace cargo del trapicheo? ¡No querrás que irrumpan drogadictos y camellos en mi casa!
__¡Confíe usted en mis habilidades...!
__¡Schsssss...! que ya están entrando mis amigas.
Al abrirse la puerta, trasconejada en la penumbra que vemos agazapada bajo la vidriera, se precipitará otro haz de luz, profuso en motitas de oro, más grueso y estridente, y presto a estrechar lazos entre otros flujos de colores; y al frente de tal caudal, la proyección de unas siluetas que a priori presumimos vengan dilatando sendas sombras sobre el rectángulo luminoso, tendido en el falso suelo. No obstante, el anonimato de dichas siluetas quedará desenmascarado cuando el resplandor titilante de cientos de cirios de perdón colaboren erosionándolas. Mas el alma de tales sombras, acaso insatisfechas o quebrantadas, no se detendrán hasta plantarse sobre la rosa variopinta yerta o siquiera dormida al final de la estela: cometa derribado por una bala furtiva. Aquí, en respetuosa atención hacia las dos mujeres postradas, una a una irá inclinando levemente su cabeza. Acto seguido todas se santiguarán con el rostro radiante de fervor. Y, tras rezar un apremiante Padre Nuestro junto a las candilejas, el grupo completo reemprenderá la salida. Mientras tanto, la pareja del reclinatorio se mantendrá arrodillada y aún acechará a que el entorno vuelva a la paz del principio. Acto seguido, nuera y suegra se despedirán entre ellas como si tal cosa: con el clásico ritual de roce de peinados a la altura de ambas orejas.
Sin embargo, según se dirija la joven hacia la puerta, aunque sus pasos atruenen y se propaguen allá en la bóveda, la otra comenzará a salmodiar:
__¡Dios...! ¿Por qué mantienes despierto ese imperecedero rescoldo que anida en mis entrañas desde antes de contar con edad suficiente para elegir entre esto y aquello? ¿Y encima has permitido que lo padezca también mi hijo...? ¡Te invoco para que exhortes las perversiones que lo consumen, o fulmines a quien se los despierta..., o me otorgues fuerza suficientes para que lo realice yo!
Y al son de los mismos acordes fúnebres caerá el telón de terciopelo rojo.

ACTO TERCERO

Los espectadores volverán del descanso arrebañándose sus buenas bigoteras de chocolate a la taza amargo, con las servilletas de celulosa __todo, obsequio de la firma patrocinadora de la función__ que, antes de salir, les fueran distribuidas por los conserjes. Y mientras se acomodan, embelesados en cómo se alza el telón, seguirán disfrutando de los dramáticos acordes de Puccini.
El escenario no es otro que el comedor del restaurante "La Ambrosía" aparentemente desierto. El leve y azulado resplandor que fluyen de las ventanas mancha con delicadeza las aristas de los muebles; ya dispuestos en orden perfecto para que sirvan la cena, una vez, pues, háyanse sentado los parroquianos. Paulatinamente se iluminará el fondo de los acuarios que adornan las mesas y las lámparas... que, como anzuelos, flotan sobre cada una... Mas, y a pesar de la serena quietud pretendida, unos jadeos descollarán sobre la música, al parecer del lateral izquierdo; aunque de inmediato serán silenciados por los gritos de la jefa en persona:
__¡Salir de ahí, estúpidas... No, si tendréis siempre que andar enredando bajo las mesas, como si fueseis pequeñas! Pero, si tanto os place el juego, ¿por qué no os divertís en otro lugar? ¡Por ejemplo, en una era! ¿No os dais cuenta que se hallan a punto de acudir los clientes...? ¡Anda vamos, salir de ahí de inmediato!
Dos de las damitas jóvenes surgirán de atrás de una mesa en la primera fila, prestas a colocarse bien el delantal almidonado y atusándose el peinado bajo las redecillas de rigor. Y, con risas encendidas, se precipitarán luego tras la jefa, que escapa deprisa por la puerta de cristales esmerilados. No obstante, una de ellas volverá, al momento, del brazo de una pareja de ancianas..., vestidas ambas con manifiesta elegancia, e idénticos trajes de seda, pero en tonalidades de gris ligeramente diferentes. Lucen sendos y excelsos collares de perlas, pendientes compañeros, pulseras a tono y varios anillos de brillantes entre sus dedos sarmentosos y violáceos..., los cuales, provistos de afiladas garras cárdenas, se aferran a las cabecitas en plata __modeladas en recuerdo de la primera pareja de caniches que acogieron y protegieron juntas__ de los mangos de dos elegantes bastones de madera curtida... Sin cesar de sonreír y a paso muy lento, se conducen hacia el extremo opuesto, aún del brazo de la muchacha que no cesa de formar muecas diversas, contradictorias. Sin embargo, según acceden a la mesa de siempre, van siendo acomodadas con extrema delicadeza, tacto y decoro.
__¡Buenas noches, preciosa! ¡Uy..., diríase que muestras mala carilla! __aduce una de las ancianas zaleando (a pesar del fino dolor que soporta en hombro derecho, cuello... y aun que le barrena el occipital) la cadenita de oro que pende de la patilla de sus gafas también en oro.
__¡Qué tonterías..., si está mucho más mona y simpática que nunca! __replica la compañera con idéntico meneo de cabeza, aunque sin gafas ni tortícolis. Y, prendada de la chica, apostilla__ ¡Cariño, tu no le prestes atención, siempre ha sido muy excéntrica!
La camarera, sin saliva, con un hálito de aliento, se atreve a replicar:
__¡Más quisiera yo, Doña Casilda! ¡Pero muchas gracias, también a usted, Doña Aurora...! ¿Qué van ustedes a tomar, por favor?
Doña Aurora, con deleite acariciando el brazo donde la camarera citada sostiene una bandeja, y sobre ésta un bloc, inquiere:
__¿Por qué crees tú que, sin ser tiempo ni lugar, acuden tantas...?
De súbito arrebatada, la muchacha se precipita a responder:
__¡Es una plaga! Creo que éstas vienen de Almería ¡gracias a Dios!; porque las de Valencia... ¡no sabe usted lo dañinas que son! Argumentan los entendidos que, al estar la mar tan imposible, no les ha quedado más remedio que emigrar a la ciudad... Y digo yo: ¡creerán de veras que aquí atan las sardinas con longanizas!
__Se habrán vuelto locas... __conjetura Doña Casilda, con ojos soñadores. Pero su amiga, muy alterada, reprendiéndola con la mirada, continúa la frase:
__¡Sí, estarán trastornándose de tanto oír el sum-sum del mar... o de advertir que no son lomos plateados todo lo que reluce...! Ahora bien... pero ¿por qué sangran tanto?
La camarera, roja como la grana y con la sonrisa yerta, gira sobre sus altos tacones..., mas, al no saber adónde acudir, vuelve a contestar de espaldas:
__Yo, la verdad...¡si quiere que sea franca! De gaviotas entiendo muy poco... pero si lo estima oportuno, se lo preguntaré a la jefa.
Luego, pasito a pasito hacia la puerta, la camarera en cuestión instiga su propio arrojo para localizar con destreza al muchacho de los postres y, a tenor, demandarle auxilio con la mirada; entretanto, las ancianas, tras sacar del bolso sendas polveras de plata, van retocándose el pastoso maquillaje, sin recordar qué, cómo ni con quién hablaron hace escasos segundos. Y, de no ser porque dicha damita choca __justo en el umbral de la puerta esmerilada__ de manera brusca contra el galán joven a quien andaba requiriendo y, allí mismo, aprovecha la circunstancia para cruzar con él dos palabras al respecto: "¡Anda y dale carrete a esas dos loros, que están que trinan!". Estas ancianas se hubiesen enfrascado en alguna que otra Salve o Padre Nuestro mientras llegaban los demás.
Mas el aludido muchacho, que al pisar la escena muestra cierta comezón y los ojos enrojecidos, vendrá hacia ellas mostrando a diestro y siniestro la mejor de sus sonrisas.
__Le comentaba a mi amiga, ¡cuánto se parece usted al Puertorriqueño de WASIDETORY!
__¡West side story, querida!... Ya le dije que siempre ha sido muy excéntrica; una de ésas que se pirrian por los chicos.__¡Muy agradecido a las dos...! __contestó el muchacho juntando las manos y flexionando una rodilla. Pero, al notar singulares recriminaciones en los ojos de ambas, declinó uno de los halagos más pugnados de su repertorio por una propuesta acorde para la ocasión:
__ ¡...Si quieren tomar hoy un vinito bueno... por tratarse de usteés, se lo sirvo yo mismo!
__Pues, mira..., ¡tráenos un Viña Tondonia blanco muy frío, que hace mucho que no atacamos la tortilla de collejas con gambas! ¡...Uy, por cierto, tiene usted salpiconazos de sangre en la cara y en los puños de la camisa!
__¡Perdonen, una gaviota herida se ha quedado rezagada y no hay manera de plantarla en la calle...! __Y mirando hacia la puerta de cristales esmerilados gritó__ ¡Dos tortillas de collejas al oporto!
Tras lanzar la orden, sus mejillas arreboladas fueron tornándose moreno aceituna; y como una marioneta olvidada sobre la barandilla de su pequeño escenario, comienza a perder prestancia, apostura... y, aún más, iba demudándose. Luego, apoyado en las sillas, avanza hasta las candilejas quizá con intención de detectar algo entre los transeúntes: la presencia de un enemigo... o a su mejor amigo que fuese, indefectiblemente, a pasar tras el cristal...
...En este momento en tránsito, y al tiempo que el frente del escenario comienza a retirarse hacia la posición del principio... Mas no es la Puta quien recorre la calle al compás del acordeón parisiense, si no los andares torpes de un muchacho inválido y harapiento que arrastra consigo una mesa plegable y una muleta de cedro... Tampoco el escaparate, en esta ocasión, recordará al bazar viejo y en penumbra de un barrio antiguo; ahora, con la luz empobrecida y cobriza, una música lejana y melancólica, unos personajes estáticos __gentes de tiempos remotos fotografiadas mirando a la cámara__ y además soñadoramente envueltos por el vaho generoso que brota del tragaluz en la calzada junto al escaparate, adquirirá una dimensión menos expectante, más trágica... Aunque, para conseguir el cuadro pretendido... ¡tal vez debamos prescindir completamente de la música!


Capítulo sexto

__No pienses __recriminé a la voz__ que vas a incluirme en tamaño espectáculo... ¡por favor!
__¿Acaso crees estar siempre en posesión de la verdad?
__¡A mí qué me importa! ¡Aunque sea un disminuido aún puedo replicarte... con sublime y preciso lenguaje, y, si no fuera suficiente, atizarte con la muleta pa que no consigas decir ni pío!
__¡Inténtalo! ¡Cobarde...! Ves cómo careces de agallas... ¡Y aplícate de nuevo al teclado, que tengo muchas cosas aún en el tintero!

Bajo la luz de la farola, junto al lateral derecho del escenario, se detendrá el minusválido; con singular manejo dispondrá una mesa protegida con un tapete de terciopelo rojo que cubrirá inmediatamente de reliquias y trozos de figuras pintados de purpurina. Entretanto, debe aparentar el nerviosismo del que viene huyendo de la policía urbana; escudriñar, de hito en hito, cada rincón, cada sombra... sin perder de vista las figuras del escaparate __como de cera, obnubiladas, expectantes... __ y, a dos pasos, a ese otro actor religiosamente uniformado, escrupulosamente firme junto al flanco derecho de la puerta "La Ambrosía", quizá demasiado expuesto para poder así vigilar __con la risa hormigueándole en torno a los labios__ a la figura más cercana, pero detrás del cristal: al agitanado, o muchacho de los postres... que, de tanto menear la boca y bizquear a un tiempo, pareciera decidido de nuevo trasmitir al compañero enmiendas en clave, al parecer de un plan concebido por ambos.
El tullido respirará hondo y aprovechará, antes de ser requerido por algún cliente, para prenderse el cigarro que lleva olvidado en la boca desde hace al menos una hora..., con una llamita repentina que brota en el aire, no se sabe cómo.
__¡Tienes unos ojos preciosos!
(Y se preguntará el cojo: ¿por qué tan súbita e inesperada aparición __rostro enigmático, de quien no conozco potestad alguna... ni siquiera identidad o procedencia? ¿De qué nido de mi cuerpo brotaría, en aquel atardecer.., y precisamente ella: la dichosa imagen que consiguiera eclipsar a aquella otra: el sublime y majestuoso espectáculo del último rayo reflejado en mis lágrimas... antes de disponerse a dormir en la grieta tumefacta del poniente__ precisamente ahora...? Y con la misma futilidad huye... sin dejar rastro..., sólo con una brusca desazón o nudo, aquí en la boca del estómago.
También el público observará, pero sin precisar bien el sitio __de nuevo fluye abundante bruma por el tragaluz y se expande a modo y altura de la niebla matutina__, cómo surge y se precipita hacia el cojo la Puta, desmelenada y más pelirroja que nunca, con un cigarro entre los labios, fruncidos para besar:
__Podría usted aprovechar ¡por favor! y prenderme el mío __suplica ella acercándose a la llamita y batiendo las pestañas como alas de golondrina atrapada en un cenagal. Y ordena__ ¡Oye, no expongas ni propongas nada que delate nuestra amistad! ¡Comportémonos como desconocidos...! ¿Has entendido?
__¡Señora, observe qué amorcillo más cuco para colocar sobre un cabecero... o encima de una cómoda... o flotando, desde el techo por un cordel invisible, sobre la cama de matrimonio...!
__¡Hombre, no exageres! Mira, dentro de un momento se acercará una señorita muy estilosa, acompañada de mi novio ¡sí, el de la chupa de cuero preciosa!, que te pedirá mandanga adulterada... No hagas preguntas. Pásasela, pero no de la chunga... ¡ya te explicaré!... Y no dejes de observar cada movimiento del gitano del restaurante: aquél del escaparate... Y los de aquel otro: su angel de la guarda.
__¡Pero si creí que se trataba de un cartel publicitario para turistas...! ¡Cómo traes el labio... Uy, y también el ojo! ¡...Chica, tienes el rictus de los muertos!
__No tiene importancia: un cliente muy bueno, a quién le hago cierto servicio los primeros viernes de cada mes, que al pretextarle, por mi enorme jaqueca, me ha dao una paliza de las de no te menees... Mientras me atizaba iba argumentando que nadie, ni siquiera un dolor, debiera prohibir jamás el que, a la desesperada, cada cual pueda arrimar su cebolleta al sol más conveniente, puesto que... ¡bastante sufría él ya con abstenerse de comer carne! ¡No sé qué habrá querido trasmitir!.
__¡Qué barbaridad!
__¡Escucha, no puedes perder ripio de lo que ocurra aquí esta noche. Debes retener en la memoria cada signo, cada ademán o gesto de todas y cada una de las personas que entren o salgan de La Ambrosía; y cuando llegue la madre de mi otro novio (el señoritingo que siempre viste americana azul marino) compóntelas para comunicármelo! ¡Andaré donde siempre...! ¡Y pásame un tirito, que yo también tengo derecho a la vida!
El cojo, cortésmente, tenderá la mano a la Puta que, distraída y mirando sonriente la cabeza de un angelote, se disculpará con un ¡qué pena que no lleve suelto! y saldrá de escena. Sin embargo aún no se habrá extinguido el eco de su taconeo cansado cuando un grupo, con idénticas trazas a la pareja de ancianas, traspasará el umbral del Restaurante... Y seguidamente, sin alterar la esencia __aunque sí el número que conforma el cuadro estático__, serán acomodadas con igual protocolo por la misma camarera.
La sombra que se proyecta en el cerco luminoso __supuestamente de otra farola de la calle__, alargándose a medida que la misma avanza hacia el puesto de antigüedades, responde a la de aquel profesor o periodista que intentaba, al principio de la acción, recopilar vicisitudes nocturnas con el fin de confeccionar un artículo sobre trazas y comportamientos amorosos en los travestidos.
__¡Largo de aquí!__ordena el cojo, quitándole la pregunta de la boca__. ¡No tiene en cuenta que, su sola presencia, puede influir negativamente en la venta de mis artículos!
__Sólo quería una escueta información, si es usted tan amable. Pero ya veo que no está dispuesto...
__¡Ande, lárguese y no sea memo! ¡...A quien busca acaba de pirarse en este momento!
__¿Por allí? __Señala el profesor con las gafas en una mano, bolígrafo en la contraria y una sonrisa desabrida.
__¡Por dónde acaso! __Insiste el cojo sin mirar su marcha, prendado de las figuras inmóviles del escaparate... a las que lanza el último golpe de humo, antes de arrojar la colilla contra el cristal.
Y de nuevo disfruta de ese compacto silencio capaz de amplificar hasta el mínimo sonido, hinchar el más doloroso pensamiento por liviano que sea, acelerar los pálpitos del corazón para que el riego sanguíneo fluya a tal intensidad que a su paso por el cerebro se desborde manchando de rojo hasta los pliegues de las orejas... No obstante, y en el momento que se estremezcan los personajes del escaparate __al oír los mismos el leve chasquido de la colilla en el cristal__, una bandada de gaviotas, que intuiremos planeando sobre el tejado, lanzará sus amenazadores graznidos. Entonces será cuando el personaje de la cazadora impecable y la melena suelta, seguido de la angelical muchacha rubia, entren y se precipiten hacia el tenderete del cojo:
__¿Cuánto vale ese querube? __Profiere el melenudo, al compás de los estrepitosos jadeos que brotan por el jirón de rostro que su acompañante consiente en mostrar al separarse la frondosa melena con los pulgares.
__Por tratarse de ti, y a pesar de no ser auténtico, cinco talegos __Contesta resuelto el vendedor ambulante, mientras con disimulo, abandona un minúsculo sobre blanco.
Ella, tras escrutar el vuelo espacioso de la mercancía blanca sobre el tapete rojo, se abalanza, rapaz, reponiendo diestramente el espacio vacío con un billete de cinco mil pesetas. Y embelesada aún de los espectaculares ojos del tullido, conjetura:
__¡Yo que te creía tan modosito y tan bueno!
__¡Pa que veas tú las paradojas de la vida!
__¡Adiós!
__¡Gracias Tío! __Añade el melenudo, tratando de paliar la desmedida agresividad y desplante de ella.
__¡Vayan usteés con Dios!
(Dejemos que se deslice el escenario, dirección contraria adonde se encaminan los dos personajes, y así poder saborear cómo se traba una amistad: pasito a pasito... o a saltos estrambóticos tal vez)
__Estoy rebinando que si nos inyectásemos nosotros la dosis (así lo catabas tú...), qué tal se nos pondría el esqueleto; a mí, a estas horas, me asienta la bilis y las neuronas... ¡que pa qué las prisas!
__Pero ¿no está adulterado... con una sobredosis de... eso... cómo se llama...; sí, esto que está compuesto con alcaloide de nuez vómica y del haba de San Ignacio...?
__¡Mujer, no...! la estricnina se la mezclo yo. Esto, ahora mismo está... ¡uf..., pa chuparse las venas!
__¡Pues, ahora que lo pienso, no sé qué decir!
__¡...Pero Tía, no lo pienses más! ...Deshazte del calvario de la melena rubia; mira después al frente y comprobarás cómo aparece más nítido el horizonte.
__Hablando de horizontes... ¡Dios mío, qué es aquello!
__¡Pues nada, Colega, que por fin mi novia le está dando por culo a tu novio!
Los dos se detienen. Él, apenado, la estrecha entre sus brazos y, acariciándole la melena, le aconseja:
__¡No debes sufrir por tan poca cosa! ¡La vida son cuatro días..., unos instantes tan efímeros que más se emparentan con recuerdos en dos dimensiones que con la realidad!
__¡Sí, a ti, que eres yonky y no perteneces a ninguna noble familia, te es muy fácil dilucidar sin más, alegremente..., pero a mí...!
__¡Tú, con mayor razón!
Él, después de enjugarle con un pañuelo de celulosa el reguero de lágrimas __turbias de rimel__, que a sazón la van enchurretando como a un catachocolates, se quedará embebido ante el público... y con la crispación de manos propia del que fuera de repente paralizado por un aire. Ella entonces paseará en derredor suyo; después de muchas vueltas se detendrá, frente por frente, buscando con ansia sus labios entre la pelambre hirsuta de aquel bigote, y lo estrechará por la cintura:
__Sabes qué te digo..., que llevas razón..., que cuando hojeo las páginas de los estériles años transcurridos y acaso detecto el álgido éxtasis, propio de quien sólo ejecuta de madrugadas operaciones algebraicas, me pongo a crujir más que el sillín de una vespino. Y además, cuando te duche y propine un buen enjabonado, ¡verás cómo resplandeces mucho más atractivo y menos marginal
__Pues... "Anda pa el teatro; verás cómo con envidia nos observan más de cuatro. ¡...Quieres un vestío; catorsse! ¡Quieres un reló; de brillantes..."
Otra vez, pero a la inversa, se deslizará el escenario __dejando a la voz cantarina, junto a la risa estridente, perderse en la lejanía__, hasta situarnos donde el tullido fuma otro cigarro deleitándose..., procurando imprimir en su rostro sombras... o rasgos achulados y canallas, que, considera él, confieren caché, lustre y fama en favor de su oficio; exhalando gruesas bocanadas ora hacia la Ambrosía ora hacia el pistolero rubio de la entrada: quién, al parecer, replica con idénticos signos extraños como antes diseñase su amigo y compañero, según se comunicaba con él... Pero... __recapacita el cojo__ ¡que, para nada, le lucen tan significativos!
Cuando éste mira al frente, ya harto de aquel juego gratuito entre el camarero moreno y el vigilante rubio, se da cuenta que comienza a chispear, que paulatinamente se atenúa la luz, y el entorno adquiere una realidad más calcárea, insustancial... como de foto algo quemada: esos espacios que, a pesar de lejanos maullidos de gatos o el croar remoto de ranas o llantos de un niño de pecho, jamás recuperan su aire siniestro, de abandono, de irrecuperable habitabilidad... uno de esos terrenos camino de cementerios... arrabales de aldeas desiertas. Mientras tanto, el vendedor ambulante se apresura hacia su puesto para cubrirlo con un plástico trasparente; entre el ruido que su manejo produce se detecta otro crepitar más caprichoso, como si la lluvia, en una zona incierta de la imaginación, lejos y próxima, oscilante..., rompiera sobre un paraguas grande, negro... como el que portan las dos señoras que se intuyen entre sombras, la cuales agotan su pase rutinario, esmerándose en el propio regodeo de sus andares... tal que en las reglas Chotis: sin abandonar la loceta legida por el Chulapo.
(Tras unos instantes de absoluta oscuridad, un haz de luz tenue y amarillenta realzará los rostros de Doña Elena __la madre del chico de la Americana azul marino y corbata de escuditos__ y el de quien en tiempos pasados ejerciera de educadora e insigne cuidadora del mismo, entonces niño, y hoy "amiga" muy particular: mujer enjuta y de atavío austero que cada día protege y acompaña a su antigua señora, desde la iglesia al restaurante)
__...Y, aprovechando que había terminado el postre fui y le dije: "¡Sabe, Padre, quisiera formularle una duda que hace tiempo acapara toda mi atención y embarga mi mundo en general...!" "¡Dime, hija!" contestó distraído, dejando vagar su intensa mirada. Yo, sin apenas levantar la vista (ya sabe como soy de... ¡cómo expresarlo...! tímida) continué: "Es sobre si es o no lícito y cristiano comulgar dos veces al día..." Entonces, quitándome la palabra de la boca, contestó él: "¿Cómo no? ...Y tres, si se siente uno obligado a ello... o le da la gana... ¡Eso era antes, ahora hay mucha más flexibilidad en lo concerniente a la Norma! ...Aunque todavía existen Párrocos... muy viejecitos, por cierto, que no ven fiables, ni del todo adecuadas, las licencias que nos permitimos los clérigos más jóvenes..." ¡Qué gracia tuvo el buenazo del Padre...! Tenía ya referencia de sus alcances, pero no hasta ese punto ni con tanta agudeza y filigrana... ¡Es un cielo de hombre... y muy guapo!
__¡Y que lo diga, Doña Elena... y que lo diga...! Aunque a mí, si permite usted mi franqueza, me resulta mucho más guapo el señorito Nacho, su hijo... ¡con esos ojos tan profundos... y cómo le sienta el bigote! Parece un actor de los antiguos...
__Son fiel espejo a los de mi padre... ¡Aunque aún los heredó él más bonitos y de pestañas aún más frondosas, si cabe!
__Doña Elena, le voy a ser franca: Sandra, su futura nuera, permítame, pero ¡nada que ver con él...! Tiene perfiles de su rango muy evidentes, casi estridentes... y por tanto denotan ser menos añejos...
__Es monísima... ¡no diga! Y, además, ha conseguido un tipo precioso: un fachón.
__Sí, pero es muy estirada... Y un poco... ¡cómo decirle! de aire intelectual...
__Pues, no se figura los primores que, a pesar de su carrera de ciencias, es capaz de conseguir... ¡El cumpleaños de su amiga Marta conformó, a base de flores secas y frutas, que ella misma coloreó con azúcares teñidos, un centro de mesa que fue una auténtica maravilla: una verdadera pocholada...!
__Bueno, Doña Elena..., ¡hasta mañana...! ¡Que no me demoro más!.
__Sí; a la misma hora... y no se olvide usted del paraguas ¡ya sabe lo despistada que soy! Además, con la atmósfera tan inestable que se presenta... podría desencadenarse un cataclismo... ¡un verdadero desastre!
Se vuelve a debilitar la luz, pero sólo en décimas de segundo..., en un ligero parpadeo. Después, de forma casi imperceptible, igual que si diestros pinceles invisibles embadurnasen un lienzo negro, surgirá, a través de una cortina de lluvia fina y espesa, el decorado de la puerta de los bellotes. También veremos al travestí descoyuntado sobre dicha puerta, las piernas algo abiertas, tronchadas..., donde beben con ardor cuatro mastines negro azabache. Junto a ellos se halla el profesor, de pelo rubio y rasgos insignificantes, algunos desvirtuados tras la miopía de sus gafas; acuclillado, las gafas bien acopladas y un bloc en la mano... como ofreciéndolo, recuerda a esa clase de animal, desvirtuado en los cuentos, pero que siempre despierta en los demás cierta congoja.
Desgreñada, llorosa, la mirada traspuesta, ambas manos desplomadas y pendiendo junto a su falda con el bajo descosido, deshilachado..., un andar vencido por una extenuación del todo patológica, aparece Sandra. Y, sin reparar en nada, igual que sonámbula, sortea a la jauría sedienta, se aproxima al profesor y, tras un sonoro hipo, profiere con voz apagada:
__¡Hola!
Éste, apenas levanta el rostro __sobre las páginas de su bloc de pastas verdes sujeto ahora en las rodillas, y un bolígrafo a modo de chupete__ para observar de soslayo cómo la Puta agoniza desangrándose copiosamente por entre las piernas... desmadejadas y tendidas una en la calzada y otra sobre la acera, igual que morcillas aún blandas y templadas... El resto del cuerpo, oculto por la melena rojiza, vencido hacia el ángulo que forma la jamba y la puerta de los bellotes:
__¡Hola! ...No la había visto llegar; estaba aquí...
__¡Cuánta sangre corría por las venas de esta mujer...!
__¿Por qué dice eso?
__Porque los perros no dejan de beber entre sus piernas... ¡Parece un manantial!
__Hay que tener en cuenta que aquello que en un recipiente apenas nos parece suficiente, expandido sobre una superficie resulta una enormidad...
__¿Pero, tanta...?
__Bueno, si consideramos que donde sufre la herida es una de las partes del cuerpo de más riego y riesgo... Por otro lado... ¡también los toreros mueren por ahí...! ¡Mire, como he tomado unas notas, si no tiene prisa e inconveniente le voy a relatar los hechos verídica y detalladamente!:

Cuando llegué a este lugar, previamente citado por la víctima para contemplar en directo cómo realizaba ella el amor (en esta ocasión con el novio de usted), ya estaban en los comicios... Él, su novio, envarado y adusto, la perseguía... acosándola como el perro a la perra, como el gallo a la gallina... reduciendo más y más el centro de acción donde ella se pavoneaba. Desde mi guarida escuchaba los jadeos y... (¡venga a sentarse, no sea tonta...; además aquí no llueve! ¿Qué le estaba diciendo...? ¡Ah! ...sus jadeos y los de ella resonaban musicales. Uno podía imaginar que quizá tratábase de una pareja de amantes, los cuales, al no poder por razones ocultas consumar el acto en la vida ordinaria, nada más encontrarse sin trabas y de frente en la otra vida, salvajemente se precipitaban juntos sobre una roca candente a consumar lo que ya era inconsumible... lo que el destino había convertido en imperecedero... Bueno, como es obvio, dadas las circunstancias supuestas, su galanteo fue violento, cruel..., se arañaban al mínimo roce (fieras en contra de su voluntad, pero impulsados por algo intangible y superior... o al contrario), se mordían, uno al otro tiraban de sus cabellos..., hasta que repentinamente se ensalzaron igual que enajenados, como dos pájaros de distinta raza, y rodaron acera adelante... acera hacia atrás. Él le imploraba que fuese ella quien lo poseyera... "¡Desgárrame, mi vida (la gritaba), condúceme a los infiernos! Entonces obligué a mi indeciso inconsciente (previo juramento) no abandonar jamás la pluma, pasase lo que pasase; éste es un hecho histórico e irrepetible al que me ha enviado la providencia proclamándome fiel trasmisor de los hechos. Nadie me arrebatará la primicia; seré quien redacte después hasta el más insignificante detalle del suceso. ¡Ahora entiendo a los reporteros...! No del todo firme en mis propósitos (pues, a veces, la crudeza del suceso me impulsaba a reflexionar) me percaté que ella se envalentonaba, se encabritaba, se engallitaba; cual jinete sobre un brioso caballo comenzó a atizarle mientras él jadeaba aún más y profería alaridos de placer rayanos con la lírica... Al fin ella, con el sexo enhiesto, lo penetró y se venció; pero, no hacia el pecho de otro sino hacia atrás, dominada por un espasmo, casi un calambre. Él, aprovechando el furor desmedido que embargaba a su pareja, como pudo extrajo retorcida la mano que ocultaba bajo la camisa y, con un cuchillo de los que utiliza el pescadero para hacer rodajas de merluza, le lanzó un tajo tan certero en la entrepierna que apenas pudo ella darse cuenta de nada: seguía en su ascendente y vertiginoso ardor hacia el éxtasis... Entretanto, él, se fue zafando, aunque con cierta dificultad, de aquel cuerpo erigido sobre su vientre como una estatua sobre el césped. Tambaleante se puso de pie. Y con los genitales de ella, aún prendidos entre sus nalgas pringando de sangre, comenzó a caminar demente, hasta desaparecer por aquella esquina...
Sandra mirará hacia donde el profesor le señala; e impávida, con aquel halo de divinidad y arrogancia que luciera siempre en presencia de Nacho __su prometido__, interroga:
__¿Y qué pasó con los genitales?
__A unos pasos de aquí se le desprendieron y un perro los engulló con deleite.
__¡Estaría hambriento!
Y arranca a llorar con amargura, las manos cubriéndose el rostro y temblando de pies a cabeza. El profesor aplicado en sus escritos le impele en tono afable:
__¡Desahóguese...; no es bueno guardar las penas, ni cortar el llanto en los sucesos trágicos!
__Sí, pero ¡si fuera sólo esto...! ¡Si nada más hubiese ocurrido lo que me acaba de relatar..., pero...!
__¡Cuente, cuente!
__Perdone un momento, que voy a vomitar. ¡...Ah; es que me acabo de poner mi primer pico y estoy que no quepo en mi pellejo!
__Yo también acabo de esnifar mi primera raya... ¡Estamos en las mismas y sin embargo contrarias circunstancias!
__...Hace unos momentos me ha ocurrido lo más maravilloso y a la vez tremendo de mi vida: he tropezado con el sujeto más atrayente que hubiese podido encontrar jamás; distinto por completo a mi novio. Casualmente vino a mí dispuesto a ejecutar el plan que, entre mi suegra y yo, habíamos urdido para deshacernos de la mujer, o lo que fuere, que yace aquí en el suelo ante nosotros. Una vez hubimos contactado, entre los dos compramos el arma del delito, que no era otra que un gramo de heroína sin adulterar para ofrecer a la víctima... ¡así aprovechábamos la adición en detrimento de su vida...! Pero ¡quién sabe...; la providencia tal vez, algo del cielo que cayó en el ambiente... como un hedor, y sin embargo dulce!, que nos envolvió, provocando que aspirásemos sin opción de tan venenoso filtro. Nos volvimos locos de amor, como era de esperar. Corrimos abrazados e ingenuos en busca de un lecho etéreo, eterno. Y ¿sabe qué encontramos...? A mi novio jodiendo con esta puta o maricón... ¡qué más da!. Algo entonces empañó nuestra felicidad, pero también provocó que declinasen nuestros propósitos criminales hacia algo en lo que, conjuntamente, creíamos era lo más adecuado: huir de esta podredumbre y, tras inyectarnos cada uno parte de la heroína, amarnos hasta el amanecer... Y... ¿se imagina qué ocurrió? Apenas consumida la droga (sospecho que una cantidad mucho más sustanciosa que la mía) él cayó al suelo desmembrado, sin aliento... sólo tuvo tiempo de sentenciar, con un hilito de voz y de espuma blanca en la boca, que acabábamos de consumir el momento más feliz de su vida y que al fin había encontrado a su amor infinito... Y expiró... ¡Ahora todo el mundo... la policía... todo el mundo arrabalero pensarán que fui quien le suministró el veneno!
__¡Qué va...; ¡Mañana el barrendero de turno dará razón de él y un furgón vendrá a recogerlo como si tal cosa, como a tantos otros! ¡Nadie sospechará nada...; ni siquiera recogerán la jeringuilla del suelo para el análisis de los restos aún adheridos al émbolo; sólo comunicarán a la familia, si la hallan, que por fin su hijo drogadicto murió de una sobredosis!
__Qué frío tan intenso atosiga mi alma al escuchar la cruda realidad...¡a la que nunca me acostumbraron!
__¡No me extraña! A mí me costó infinito ser alcanzado por la luz que dirime a la ignorancia, que ilumina a la verdad... ¡De ahí ese afán por lo inusitado, por los grupos de alto riesgo... donde pretendo ahondar a todas horas sin falsos sentimentalismos!
La lluvia arreciará hasta un punto tal que sólo contemplaremos brillos huidizos... una especie de cortina viva, espesa y de máxima actualidad. Las gaviotas, animadas por tales destellos, graznarán... ensordeciéndonos. Súbitamente dejará de llover. Pero no es donde yace la Puta el lugar que aparece tras la cortina, sino de nuevo el interior del restaurante donde cenan los parroquianos en pacífico silencio... aunque expectantes al no ver aún ocupada la mesa del centro, en la cual se acomodan siempre Doña Elena y su hijo.
Tras un timbrazo, que pone aún más alerta a los comensales, entra el guardia de seguridad. En su ojear lento, va cruzando la mirada con cada uno que se topa al paso, mientras se tienta distraído la punta fría de la PARABELUM que sobresale de la ranura de la funda. Con chulería se apoya en el quicio más próximo, una vez se ha cerrado la puerta y todos han dejado sobre el plato la cuchara que tenían repleta de sopa:
__¡Cocinera; atienda, por favor! ¡Y escuchen también ustedes! __comienza a soltar interjectivamente y entre ávidas caladas de cigarro que después dirige con fuerza al techo__: Doña Elena me ha sugerido que, para que ella entre aquí esta noche, deben desprenderse de todas y cada una de las joyas que porten consigo. ¡No se arriesgará a que de nuevo acudan las gaviotas atraídas por lo que las infelices creen reflejos del mar! ¡...Pueden ir depositando todo en la bolsa de paño finísimo que seguidamente pasará ante ustedes el chico de los postres! ¡Y perdonen las molestias; ya saben la aversión tan desmedida que siente Doña Elena hacia las aves!
El camarero, como si hubiese estado previamente dispuesto, saca de un bolsillo una limosnera de terciopelo verde botella y, rozándose persistentemente con la lengua entre los dientes y los labios prietos, se dirige al dúo de ancianas que primero acudió al Restaurante:
__¡Muchas gracias y disculpen!
Doña Casilda, sin dejar de mirar imperativa a su amiga Doña Aurora, detiene con su mano, ya despojada de aderezos, el brazo del muchacho:
__¡Una pregunta...! ¿Por qué razón confunden las gaviotas el brillo de los diamantes con el del mar?
__¡Escuche...! Muy sencillo; todo en la vida dispone de una explicación simple: esta plaga de pájaros, que nos acosa (fuera de lugar y de temporada), es producto de un error de la naturaleza... un descompás en el devenir de los tiempos, una mutación... un híbrido, producto del apareamiento entre varias gaviotas y otras tantas urracas.
__¡Qué interesante...!
__¡Así es la vida, señora, ...muy interesante!
La Jefa de cocina sale al paso con las mejillas arrebatadas, la mirada encendida, la frente perlada... y, entre la mesa y la puerta de salida, agarra violentamente la limosnera que el muchacho agitanado intenta guardarse bajo la chaquetilla del uniforme:
__¡Ya está bien de guasa!
El pistolero, que se ha mantenido vigilante sobre el quicio donde se apoyó al entrar, avanza un paso y la estrecha desde atrás por la cintura, con manos vigorosas y crispadas..., apalancándose tras ella:
__¡Suelta la bolsa, pendón..., que tú, sin embargo, vas a perder más que todos estos carcamales juntos! __y, mirando sonriente a su compinche, apostilla__ Pregúntale quién va a poner en marcha, de ahora en adelante, su viejo cacharro...
Hasta aquí, el párroco había tratado de manifestar el mínimo interés por las extravagancias de los dos muchachos __quizá, de vez en cuando, ocultaba la sonrisa con la servilleta__, pero en este punto se pone de pie y grita:
__¡Un poco más de Caridad Cristiana...! __y vuelve a sentarse con la cara roja como la grana.
El chirrido de la puerta sonará como nota dominante del primer violín que, líder de la orquesta, se prestase a interpretar el apoteosis final; tras una breve pausa, voces e instrumentos comenzarán a despotricar hasta el estruendo.
(Los dos pillastres, de espaldas al público __uno a cada lado del escenario__, y como hiciera antes el servicio completo de camareros junto a la Jefa de cocina, empujarán la escena hacia el fondo..., ajenos al manoteo mudo de los actores de comparsa y a la frialdad de las cuatro damitas jóvenes, que han quedado presos tras el cristal, dentro de la pecera deslizante).
Excepto quien interpreta a la jefa de cocina, que acude gimiendo hacia el centro del escenario, y a las cuatro atlantes que siguen flanqueando las esquinas del escaparate, los demás continuarán blandiendo los brazos, hechos una piña... como peces debatiéndose en las infectas aguas de una pecera... y disputándose los últimas moléculas de oxígeno adheridas al cristal.
Doña Elena, aparece ensimismada y a paso lento por el lateral izquierdo. Pero, al contemplar espectáculo tan inusitado, se precipita hacia el cristal. Entonces, el camarero y el vigilante emprenden la huida.
__Pero..., ¿qué hacéis?
Los rostros, pegados al cristal como infinitos timbres antiguos de diez céntimos, al observarla, aún más se distorsionan, se aprisionan, se desfiguran..., hasta que la superficie __a pegotes de carne reseca__ ¡más refleja el cuadro atormentado e impresionista de un loco, que a la vida real!
__¿Alguien vería inconveniente en explicar qué sucede aquí? __insiste Doña Elena, vuelta ora hacia el tullido ora hacia el escaparate donde se fraguan o degradan los gruesos trazos del artista en acción.
__A mí, ¡que me registren...! Yo sólo figuro de observador __contesta displicente el cojo, procediendo seguidamente a silbar.
Pero la Jefa de Cocina, con nuevo acopio de fuerzas, y ya erguida se conduce hacia Doña Elena:
__Todo fue causa de las gaviotas...seres de otras latitudes, que han inundado el espacio, para apoderarse de nuestras almas; que han vuelto locos a dos chicos honrados, cabales...; que han destrozado la urna que nos protegía del Maligno...
__¡Pero, Dios, qué apunta esta loca...! __Implora la otra alzando los brazos__ Esos dos chicos, a quienes hace referencia, jamás fueron santo de mi devoción; no son más que quinquis vestidos de nuevo... ¡Los detesto! Y, por favor, ¡Dios mío!, ¿dónde está mi hijo? Aclarármelo; ¿no veis que puedo reventar aquí mismo? ¿Sabe alguien adónde fue..., si le vieron con alguna persona indeseable...?
El cojo, apenado al ver ponerse fuera de sí a Doña Elena, procura dirigirse, sin muleta, hacia el centro del escenario; resuelto, junto con la cocinera al otro lado, a sostener en vilo y por las axilas a la doliente madre:
__No se ponga así... ¡por el amor de Dios! __Le aconseja el cojo.
__Si, ande; tranquilícese... Verá cómo aparece cuando menos lo esperemos... ¡Mire, acaso fluya de ahí! __le propone la dueña de La Ambrosía.
La morenez de Nacho se ha tornado cetrina, verdosa..., el pelo, enmarañado, cubre parte de su frente crispada, resaltando aún más su aristocrática nariz, su prominente mentón..., también los labios ahuecados y bobalicones se le han amoratado y agrietado. Con una mano sin ardid arrastra la americana, mientras con la otra trata de formar algo parecido a una súplica que se desvanece en el intento... Los faldones de la camisa, manchados de sangre, escasamente cubren su sexo violáceo y pendulón, las musculosas piernas sucias de sangre reseca...
Trastabillado, las pupilas dilatadas, el pelo revuelto, se detiene frente a la madre:
__Mamá, no temas; todo ha concluido... ¡Por fin se han marchado las gaviotas! ¡Se deshicieron también los dos grandes compromisos que me ataban a la vida pública! __Con las palmas de las manos ensangrentadas y embarradas se presiona los oídos__ ¿No advierte que el aire es más ligero y se respira mejor? Ahora me detendrá la Policía; pero no temas que me conduzcan a la cárcel... ¡Moraré en la abadía que siempre anhelé!
(Todos los focos serán dispuestos hacia el centro del escenario. Y se les antepondrá un filtro berenjena a cada uno; así obligan al espectador a que cierre los ojos u opte por llorar).
Hacia donde progresivamente se escuchan alaridos de sirenas, allí tuercen la vista los cuatro personajes e, impertérritos, sin que aflore ni un ápice de sentimiento al brillo de sus ojos, esperarán hasta que una ambulancia y un coche de policía frenen junto a ellos; entonces, los cuatro haces de luz azul que proyectan los faros de tales vehículos, se inclinaran por separado hacia un rostro diferente. Entonces, las dos mujeres comprobarán en silencio cómo dos policías __fornidos, uno rubio y otro moreno, pero ambos con parejos y frondosos bigotes cobrizos y sendas gafas de cristal muy oscuro__ esposan diligentemente al hijo de una de ellas, sin que sospeche nadie de los presente __siquiera admiren sus bonitos ojos__ que el supuesto inculpado se ha presentado medio desnudo, deshecho y enajenado; una vez los representantes de la ley fueran ajustándole las esposas en silencio, continuarán con más furia cuchicheando y escupiendo cáscaras de pipas... y, de vez en cuando, no obstante, se interrumpirán para acoplarse, uno a otro y con firmeza, las cartucheras a las caderas... Los dos enfermeros, que ya se presienten en el ambiente por el olor, quizá sufran dentro de un vehículo camuflado hasta no ver partir a la ambulancia con la sirena lanzando pitidos desesperados. Después, pero de forma lentísima, dispondrán dirigirse hacia el cojo del tenderete y, a rastras y sin mediar palabra, lo introducirán en la parte trasera de la ambulancia traqueteante.

FIN DEL ULTIMO ACTO
Capítulo séptimo

Jamás pude sospechar que dos simples enfermeros tuviesen la osadía de reparar en mí, llamándome por mi nombre: Justo Mora Puga; cuando más interesado estaba en aquel suceso sin fronteras donde nadie, todos y cada uno serviríamos, meramente, como piezas... o huellas, en el ulterior esclarecimiento de los hechos... Ni por boca de quién supieron dónde me hallaba. Pero así sucedió: absorto en cómo prendían a uno de los muchos que aparecieron con manos y ropas manchados de sangre, me vi, de buenas a primeras, sujeto por dos zarpas gigantescas que, sin explicación alguna, me arrastraban hacia el interior de una ambulancia. Adujeron, con su palabrería parca __entretanto me amarraban a la camilla__, que era mejor no resistirse porque de la mejor manera posible me trasladarían al lugar desde el que había sido reclamado; que no era otro, según comprobé más tarde, que el sanatorio donde estaba confinada mi madre. También me entregaron una carta que conservo por si alguna vez necesitara disponer de ella ¡nunca se sabe!, y cuyo contenido recuerdo casi textualmente:

"Querido Justo:
"El día que dimos cristiana sepultura a su madre, cuánto sentimos no contar con usted como principal artífice del duelo. Hasta última hora confiábamos en su infalible comparecencia: desde nuestros aposentos veíamos, risueñas, cómo la multitud intentaba levantar el vuelo; de puntillas, con la vista fija en el féretro, donde, particularmente, yo esperaba la inminente aparición de usted... Pero aquello recordaba más a una romería que a un duelo; un alarde de grandilocuencia en detrimento de la existencia pura y llana que llevó en vida su madre. ¡Así es el destino... para qué engañarnos! Aunque, le seré franca: como yo también provengo del mismo pueblo de usted y de ella... me vi en la obligación de mandar razón del funeral a mis hermanas...; y ¡ya se puede imaginar! Acuérdese de lo que siempre ocurre en los pueblos __éste que la conocía y el otro que no__, al final cumplieron todos; hasta el antiguo párroco: aquél que entonces también mediara positivamente en el ingreso de usted al seminario y que siempre halla una excusa para acercarse al Centro y comer de nuestro arroz con conejo que tanto le gusta.
"Ya se estará preguntando: ¿quién es ésta que cuenta al menos de una de las llaves donde guardo tantos secretos? Pues no soy otra que la chiquita de la familia que, allá por entonces, ayudó económicamente en sus estudios. Sí, la que siempre, al redactar las súplicas dirigidas al prior en curso, se sentaba próxima al párroco que acabo de citar: Cristina; hoy SOR COLABORADORA EN LOS PREPARATIVOS DE LA CORONACION DE LA VIRGEN SANTISIMA ANTES DE ASCENDER A LOS CIELOS.
"Por aquellas fechas, cuando usted se marchó del pueblo, sufrí un encontronazo, un desengaño. Y, ya ve, aquí me encuentro resignada a ser Madre Superiora en el lugar más desamparado y remoto del mundo.
"Pero, no se alarme; no me excederé. También comprendo que las hormigas son seres, aunque diminutos, puestos en la tierra por el Creador... ¡y cuánto ayuda nos prestan a veces! Yo me digo, ¡cómo agradecer lo que tan gratuitamente nos brinda Nuestro Dios Padre... día a día y sin rencor!
"Verá cuando le cuente, ¡como no exagero ni tanto así!: en el último instante de la agonía de su madre, después de recibir Santa Extremaunción, tuvo unos instantes de lucidez, en los que aprovechó para obligarme a jurar, por los Pies de Cristo, que nunca abandonaría a su hijo bajo ningún pretexto. Me apresuré a contestarle con orgullo que, desde unos meses atrás, realizábamos las pesquisas oportunas para nombrarle a usted sucesor del jardinero; de quien ciertamente ella fuera amiga suya. ¡No se lo va a creer! Pero al oír mi respuesta __en el instante sublime cuando todo moribundos extiende una mano hacia Dios y la otra hacia sus congéneres, batiéndola en despedida__ se trasmudó; sus facciones volvieron a su ser primitivo... y, bella, joven y dulce como una Santa, expiró. Milagrosamente, el mismo día, pero a las cinco de la tarde, falleció también Hermenegildo, mientras admiraba uno de sus logros más preciados: un injerto de rosa blanca y clavel bermejón. Ahora, todo está arreglado; las hermanas han desinfectado y adecentado la celda que ocupaba él y, entre los psiquiatras y nosotras, diligentemente hemos dado fin a los papeleos pertinentes. Así que, no hay de qué preocuparse: mañana mismo se trasladarán a buscarle dos de los enfermos más capacitados y fornidos del Centro.
"Sin más por el momento, implorar que asuma los hechos con resignación, valentía, fe, casi con alegría... Y... ¡prométame, por favor, no mancillar nada de lo que más tarde pueda arrepentirse! Nosotras, a cambio, rogaremos por su alma".

Hay algo extremadamente curioso que pretendo hacer constar: cuando siquiera hubimos recorrido tres kilómetros por caminos desiertos, desde la ventanilla __apenas un hueco donde no pasaría un cagachín__ emprendió el vuelo la voz atosigante que en el último tiempo jamás me dejó a sol ni a sombra; siempre aferrada a mi hombro como un halcón dispuesto para la caza. Ni supe el porqué. Pero sí sospecho que detestaba la vida monacal... y sobre todo esa fricción de hábitos tan hermana en su música y compás al vuelo de pájaros... de quines renegaba como de algo infecto. Tampoco es de extrañar que, como yo, se sintiera incómoda y desmerecía al recibir desprecio tan inhumano, mudo y cruel de parte de aquellos dos mastodontes. Recuerdo, pues, que sólo __no sé si antes o después que la voz huyera__ se dirigieron a mí para obligarme a ingerir unas gotas amarguísimas con un vaso de naranjada __ajenos a mis súplicas a gritos, en las que alegaba que no sufría sed alguna__ y a que les entregara lo que celosamente guardaba bajo el almohadillado de la muleta. Sin más explicaciones, luego continuaron sendero adelante hacia el Sanatorio.
"¡Qué distantes están las nubes cuando se contemplan entre rejas! ¡Y qué agreste también el campo aunque sea primavera!" Imagino que estas fueron las palabras que vi más adecuadas para presentarme ante la Madre Superiora; sin dejar de ser sencillo no perdía ocasión de mostrarme poético y sutil a un tiempo. Ella, sin levantar el rostro de su breviario, respondió tajantemente: "¡Por fin Dios ha permitido que uno de los descarriados vuelva al redil!" Y continuó musitando salmos ininteligibles. Despechado y tambaleante pude alcanzar el pomo bronceado de una puerta de madera oscura __un rayo de esperanza entre bruma incierta, por no decir un clavo ardiendo__ y lo giré; pero me volví a mirar, antes de abandonar aquel recinto para siempre: tras una cristalera, que cubría de parte a parte el frente, se proyectaba un campo de margaritas silvestres dañadas por rojas e indecisas lengüecillas, como muestras generosas del amor que les procuraba el sol desde su agonía; algo más lejos un seto de laurel esbelto, frondoso, perfectamente podado, nervioso; y tras él un espeso bosque verde, púrpura, blanco, terracota, rosa, morado... Perplejo por el contraste, pues también me hallaba yo reflejado en el cristal, advertí que... frente a una limpieza herida por la austeridad de dos enormes butacas de cuero marrón, se apreciaba la imagen diminuta y casi real de una Virgen de Fátima sobre una simple repisa de mármol gris; cómo una bola de cristal con un castillo perennemente nevado en su interior prestaba a la Madre Superiora un grado tal de irrealidad, misterio y dulzura que uno, si no quería sucumbir en las redes de un sueño sin retorno, tenía que aguzar sobremanera el oído para escuchar el paso de las hojas cansadas de su breviario... El céfiro, que parecía filtrarse por la cristalera, portaba un singular tono pajizo..., y la luz: la densidad y textura de las sombras en verano.
No recuerdo con exactitud dónde ni cómo transcurrió ese día interminable, incierto; sólo me acosa el retazo fugaz de una recalcitrante e inverosímil escena: mientras seguía inmóvil el recorrido interminable de una mariposa histérica, en redondo por el borde de un vaso de naranjada, también escuchaba un trasiego impreciso e incesante que me era imposible palpar, ni siquiera distinguir. En cambio recuerdo, con toda precisión y detalle, cómo al día siguiente me despertó el tibio resplandor de la mañana, un grato aroma de mies recién cortada __trenzado al que desprendía la madera de cedro del revestido de las paredes__ y el canto alegre de un arroyo no muy lejano. Pero apenas albergaba deseos de incorporarme; entretanto saboreaba con deleite un cigarro sobre mi lecho, aun disfrutaba del amarillear paulatino de la luz en la ventana... y también de la visita repentina de otro insecto traslúcido, gigante, silencioso...
Una vez adquiridas fuerzas suficientes, desde las rejas de mi cuarto pude divisar, allá en la lontananza, las cumbres hermanas de una cordillera azul; algo más cerca, un viejo caserón a punto de derrumbarse y plagado de cuervos expectantes y reflexivos; y ante mí, una explanada inmensa, a cuadros de diversos tonos verdes, donde se yerguen salteados una docena de álamos cimbreantes, románticos y circunspectos. El viento incitador, sobre todo en esta época del año, los engatusa con sutiles melodías... para que bailen despreocupados... y así logren el beneplácito incondicional de los pájaros. Tal vez consigan también que estos pasen el exasperante verano entre sus ramas... Sin embargo, desde unos años aquí, tan sólo acuden gaviotas... ¿Estará creciendo el mar?.
F I N

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