lunes, 30 de marzo de 2009

Torre de Arena

T O R R E D E A R E N A
31 de mayo de 1.991





TORRE DE ARENA
(Llabrés/Gordillo/Sarmiento)

Como lamentos del alma mía
Son mis suspiros ¡válgame Dios!
Fieles testigos de la agonía
Que van quemando mi corazón
No hay en la noche de mi desventura
Una estrellita que venga a alumbrar
Esta senda de eterna amargura
Que triste y oscura no sé dónde va
Torre de arena
Que mi cariño supo labrar
Torre de arena
Donde mi vida quise encerrar
Noche sin luna
Río sin agua, flor sin olor
Todo es mentira, todo es quimera
Todo es delirio de mi dolor
Como una flor que deshoja el viento
Se va muriendo mi corazón
Y poco a poco mi sufrimiento
Se va llevando todo mi amor
Como una fuente callada y sin vida
Como el barquito que pierde el timón
Como flor del rosal desprendida
Está dolorida mi pobre ilusión.


A la memoria de Luis María Ron Román; un amigo de la MILI, que dejó en mí una huella indeleble. Aunque pase una Eternidad siempre acariciaré, embelesado, los recuerdos que guardo de él.

CAPITULO PRIMERO



__¿Se encuentra peor; quiere un cigarrillo?
__¡No, gracias!
__¿...Desea entonces que le inyecten heroína..., una rayita de coca? Siempre hay restos de la que requisan los muchachos de la noche... ¡Como son alijos de poca monta, nos los quedamos para una urgencia! Confíese; también disponemos de un A.T.S. muy eficaz.
__No, aún resisto; espero contar con energías suficientes para concluir... También, de la ayuda del cuerpo penitenciario, ser nuevamente restituido para la circulación. Y, si fuera posible, remediar el deterioro en mis párpados, consecuencia del alcohol y las drogas.
__Pues, abrevie y... ¡adelante! Aunque tenga en cuenta que, por el mero hecho de relatar la verdad absoluta, contaría con cierta indulgencia; podría reducírsele la pena en un porcentaje generosamente evaluable.
__Mi primer recuerdo se remonta... (¿o, tal vez, ya presintiera...?) se remonta a la noche aquella, cuando mis amigos y yo regresábamos de kárate hechos polvo, cansados..., pero gustosos; gastando bromas y chirigotas, frecuentes entre muchachos sanos y cabales. ¡Me encuentro en el cielo acompañado de gente que ni exige ni necesita explicaciones...! Al torcer la esquina comenzó a chispear. Mas el caso fue que nos demoramos: ¿mero regocijo en el semblante o digna manera de saciar esos deseos de lluvia de los que la mayoría de los individuos no son absolutamente conscientes...? Recuerdo que el más íntimo de aquellos ya olvidados amigos me ofreció candela bajo la luz del único farol del callejón... (Ahora sí necesito el cigarro..., ¡por favor! ¡...Gracias! ¿...Le decía? ¡ah!) Al levantar los ojos de la lumbre, y todavía saboreando la primera calada, tras el hombro de él vislumbré unos destellos que se aproximaban como luciérnagas dementes...

Tal repique de lluvia en tejados de uralita caliente, chapoteo de suelas de zapatilla sobre múltiples canalillos brillantes del agua que rezumaban los bardales, a un lado y otro del callejón, que llegaba a ser atronador. También, en oleadas, la voz monótona y recalcitrante del noticiario radiofónico. Ajenos, dos muchachos se detienen a encender sendos cigarros junto a una farola; los demás del grupo tuercen la esquina sin prestar atención, sin volver la cara. Tras varios pasos callejón abajo, un miembro de la pareja rezagada gira graciosamente el tronco para escrutar los relumbros provenientes de un rincón oscuro: luciérnagas endemoniadas que al menor estímulo fueran a abalanzarse; y, a un paso del otro, reemprende la marcha..., pero sin desatender, ambos, las posibles amenazas.

__¿...Qué fue de los demás?
__Creo recordar que, deprisa y corriendo, se dirigían a ver un partido de fútbol, a casa de uno de ellos...
__¡Continúe, continúe...¡
__Apenas se apreciaban matices; ni detalle alguno del rostro del asesino. Sin embargo, al arrodillarme junto al cuerpo sin vida de mi amigo, pude entrever la silueta de una mujer filtrándose en el cono que proyectaba el farol...

A punto de traspasar el callejón, el más remiso de los muchachos se desploma sobre las arterias de lluvia; el amigo, la respiración entrecortada y atento a cada sombra, reduce el paso; luego, con actitud propia del ciego cuando sospecha peligro, se agacha... A esta altura descubre cómo el cuerpo del interfecto, de lado a lado del callejón, va embalsando agua de lluvia..., que sus mejillas aún desprenden calor..., su mirada carece de dirección, pero aún brilla..., y un chorro negro y denso comienza a brotarle de la nariz. De manera mecánica el acuclillado escupe, inclina la cabeza, oculta el rostro entre las manos, se balancea apoyándose sólo en la punta de los pies... y se yergue de nuevo.

__Pero en sitio alguno veo a la mujer o al asesino. Siendo, como cuenta, el callejón tan estrecho... ¿de dónde surgieron y cómo huyen después sin dejar rastro?
__El lugar, aunque angosto, disponía de guaridas.
__¡Déjese de filigranas y explique sucinta y llanamente lo de ella!
__Ya le he dicho que la silueta, o lo que fuese, en un instante se escabulló entre sombras. Sin embargo, un retazo pálido de su rostro (tasamente iluminado al pasar junto al farol) quedó marcado en mi pensamiento cual tatuaje.
__¿No podría, por favor, utilizar un lenguaje menos anacrónico... y dejarse de pamplinas; que nos permita agarrar mejor el rábano por las hojas? Porque, como siga así... ¡nos dan las mil y monas!
__Señor, en absoluto pretendo aparentar quien no soy, ni escurrirme por las frondas... Esta mañana, aún en la cama y antes de atizarle a la víctima la primera bofetada, he desayunado un tripi con cerveza; una hora después canutos, rohipnol, un trago de ginebra... y una rayita de coca para reponerme. Así que... ¡no pretenderá que me conduzca como el mejor lexicografista del mundo!
__Pues parece que se hubiese zampado LA ENCICLOPEDIA BRITANICA... ¡Ya decía yo que sorbe demasiado por la nariz¡ Bueno, continúe; explíquese de la mejor manera... ¡a ver si sacamos algo en limpio!
__Creo imprescindible remontarse a la infancia... o, mejor, a mi nacimiento.
__Mira (y perdona que te tutee), si pretendes psicoanalizarte, requeriré al psiquiatra; cuando empezáis así, me extravío... Pero, antes, resuélveme una duda: ¿por qué hablas tan afectadamente?
__No; es que soy del sur... y también...
__¡Toma; y yo! __Interjectó el comisario de forma categórica; mientras, con las uñas de los meñiques, levantábase costras de soriasis, en una y otra de sus plateadas y onduladas sienes.
Tras brindar una sonrisa algo extraviada, pero con cierto anhelo de seducción, el acusado se humedece los labios y replica atrabillado:
__Los estimulantes, a veces, forjan infinitos carriles... y estos, a su vez, se bifurcan en senderos, vericuetos, laberintos...
__Estupendo; ahora resulta que hay que drogarse para entenderos... ¡Vamos; no fastidies!

Una vez desapareció el comisario, Alejandro, vencido en la butaca de cuero oloroso, manido, agrietado y crujiente, estira las piernas y, tras un suspiro, deja errar la mirada por cada rincón del despacho: Sobre la mesa, de madera oscura, restalla un puñalito de plata y unas gafas de oro con las patillas enlazadas... debido al aumento hipermétrope de la lente, se aprecia cómo el macho de una pareja de arañas monta a la hembra, mientras ésta degusta con voracidad la mosca pegajosa que, para engatusarla, le hubo ofrecido él con anterioridad; y un taco de folios, encima del cuál se desangra una estilográfica gorda, negra y dorada. El penetrante olor metálico de la tinta le evoca otros óxidos, otras voces y otros ámbitos. Tímidamente moja el pulgar en el charco azul y, en torno a él, estampa varias firmas analfabetas: huellas gigantes alrededor de un lago inerte. Se abre la puerta; a la sazón, el papel, transformado con destreza en Rosa de Jericó, queda encestado en una papelera ricamente trabajada en madera de sándalo, allá, cerca del arcón desvencijado, junto a la ventana.
Entra un caballero de mediana edad, alto, corpulento, impetuoso... procurando dar aire a los flancos de su capa española y aun, en torno al orondo talle, lucir la turgencia de su impoluta camisa. Recorre el recinto con altivez, aunque interrogante frente a cada cachivache que sospecha exento de simbología castrense: en particular, un fotograma de "Marisol rumbo a Río" atachuelado en la pared. Y, una vez sentado, escruta al inculpado; no obstante, éste le esquiva para escuchar el agonizante y doloroso crujir de goznes de la puerta que aún continúa batiendo.
Con idéntico despliegue de gracia y donaire como el que derrochaba caminando, el Psiquiatra deshace la lazada de negro satén al cuello, y abandona la capa, perfectamente plegada, sobre el respaldo de la silla contigua a su asiento... donde, amarradas por cintas de tela blanca, se apilan unas carpetas repletas de papeles viejos, rotos y amarillentos. Luego conforma un gesto displicente, una mirada ávida, se ahueca la barba a mechas __muy parecida a la cola del ave lira__ y, brindándole un gesto equívoco al acusado, se ajusta __con la mano que antes se hurgara las guías de la barba__ lo que podría sustituir hoy a los tradicionales quevedos. Después, con premura, extrae un pastillero de nácar del bolsillo de su pantalón __sujeto por elásticos tirantes púrpura__, con elegante escrupulosidad escoge una píldora afresada y otra amarillenta y, mientras las chupa, deleitándose, comienza a divagar:
__Ya me han contado que te ensañaste con una fulanilla; que a poco desgastas el mango del puñal...
__Perdone la interrupción... y mi atrevimiento: aunque su físico me es absolutamente indiferente, en cambio su voz, no estaría del todo convencido de afirmar que me es ajena.
__Pues a mí, al contrario; mientras su voz me deja frío, hay ciertos ademanes..., destellos en sus ojos..., no sé. Mas sí...; existe algo en usted que empina mi curiosidad..., y no sé qué ni dónde. Pero dejémosnos de bagatelas: cuando me interrumpió andaba incitándole a que confesase el asesinato por el cual le han detenido...
__Bueno, eso... ¡mejor dejarlo como conclusión!
__¡Pues, al grano! __ordena el Psiquiatra tras despegarse los quevedos, depositarlos junto a la estilográfica que hay sobre los folios y, a un palmo, entrelazar los dedos, procurando que sus múltiples anillos relumbrantes queden enlazados como una guirnalda en zigzag. Después espera la réplica, consciente de su mirar intencionadamente frío y penetrante.
__¡No hay más que hablar! ¡Le ampara a usted absolutamente toda la razón...! Bueno..., según rumores, a mi madre la preñó el párroco del pueblo cuando apenas contaba ella trece años... Deben aún recitarse alabanzas a su beldad, referirse excelencias de su bondad y hasta presentarla... ¿cómo decirlo? de ejemplo óptimo para aquellas siervas tentadas por la fe... ¡Estoy seguro! Y no sería descabellado que aún sigan porfiando con qué asiduidad acudía a la iglesia: ora restituir un pañito maculado por algún zángano, ora plantar semillas de alhelíes y dondiegos en el patio del cura, otrora acarrear de la orilla del río juncia y gayomba, con el fin de perfumar bien las aceras para cuando pasase la procesión del Corpus...

En víspera de la Patrona, Carmencita regresó a casa extenuada, sudorosa, con la melena rubia sin brillo y pegada al casco la cabeza, y los brazos de trapo pendulando junto al bies del vestido de batista manchado de barro. Sin consultar, pero con ojos anegados, la madre le preparó la cama y un caldito de pavo y hueso de espinazo. Mas, como no reaccionaba, al cabo de los días le administró una generosa lavativa de vinagre en ebullición, aderezado con nuez moscada, canela, clavo y aun alguna que otra especia exótica. Según la vecina más próxima __aunque ésta sospeche si tratábase o no de un sueño__, aquel llanto desesperado en torno al pozo, arriate va, arriate viene, levantaba ampollas en las entrañas. Con una toquilla negra sobre el camisón blanco... ¡parecía, la pobre, un pingüino al que hubiesen tiroteado en las ingles!
Uno de esos días que, ya desde el amanecer, se barrunta de los más calurosos del verano, presentóse el curandero del pueblo vecino __en éste sólo atendía un médico imberbe__ a inspeccionar pormenores; a ratificar aquello que él sospechara desde punto y hora que unas escandalosas vecinas llegaron de madrugada, aporreado el portalón de su casa... En cambio las respuestas no concordaban con las interrogaciones del curandero; según la madre, el hecho se produjo a consecuencia del atracón de moras, aún verdes, que la imprudente se diera aquella misma mañana... O ¡quizá, la necia haya ingerido también tomatillos del diablo!, adujo el padre, ante una copa de anís y después de varias semanas en un mutismo sepulcral; entretanto, como una obsesa, la propia afectada mascullaba repitiendo que, mientras cortaba rosas aterciopeladas para el altar de la Virgen, una daga __afilada por el rayo candente del atardecer__ se había ensañado con sus entrañas... Sin embargo, hasta que el sol en el cenit cesó de proyectar sombras..., entre unos y otros le fueron, con mil pañuelos, atajando lloros y dengues a la chiquilla... y todo el café de la vecindad se hubo agotado, el pueblo no determinó el diagnóstico definitivo: Simple desatino; falta absoluta de habilidad e información para practicar diligentemente un aborto... En cambio, nadie, aun contando con pruebas contundentes, se atrevió jamás a pronunciar nombre y apellidos del dueño de la daga en cuestión.

__Un relato estremecedor... __atrevióse a lisonjear el Psiquiatra, tanto que llevaba comiéndose las uñas desde un buen rato atrás y la cajetilla de tabaco mentolado había quedado blanda y hueca__, algo de veras bonito.... Pero, ¿no podría centrarse más en los hechos, y dejar a un lado tantos pormenores?
__¡Acaso no se ha percatado que rozo la toxicomanía; que no puedo dominar la mente como cualquier mortal...!
__Bueno, no se desvíe... ¿Piensa que es el primer borracho o drogadicto al que entrevisto?
__Una vez... No sé cómo, pero hace tiempo me hice con... No, creo que robé...
__¡Está usted temblando! ¿Siente frío? ¿Considera que debo administrarle una dosis?
__No, de veras que no; pero si dispone a mano de unos rohipnoles...¡Como estoy tratando de desengancharme, me vendrían estupendamente...!
__¡Ah...! Bueno, tuvo usted suerte; precisamente llevo tres en esta cajita... ¡Necesitará agua!
__¡Qué va; estoy acostumbrado!
__...Trataba de confesarme algo sobre un robo; ¿a cuál se refiere?
__No, verá... Decía, que una vez voló hasta mis manos ¡no sé cómo, bueno, ya se lo contaré más adelante con todo lujo de detalles! ...la fotografía del cura aquel de mi pueblo; una de tantas consideradas artísticas, en las cuales el fotógrafo procura que sonrías mirando al infinito. Usted se preguntará por qué supe al instante de quién se trataba. Pues, muy sencillo, exactamente el modelo contaba con la edad y fisonomía que yo ahora, pero sin las huellas del vicio... ¡Necesité arrojar la fotografía al suelo para cerciorarme que no se trataba de un espejo de mano!

La mirada nublada, rubia, indefinida..., medio oculta entre edemas turgentes y lívidos; las cejas, trazos vivos y enérgicos, bajo una frente en disposición marcadamente pertinaz; el cuello robusto, poderoso... circundado por venas de diferente grosor y tono; el pelo no muy recio, ni ondulado, sino el prescrito para cortar a cepillo; un óvalo de cara, aunque armónico y varonil, con exceso de arrogancia en pómulos y mentón; la piel enjuta y curtida, como de cuero de cerdo... Y cuando ríe, al contrario que Alejandro, sin ternura en los hoyuelos de las mejillas: labios largos, planos, exangües, entreabiertos, volcados hacia el interior... que, como buzones de correos, más bien infunden miedo: un abismo... Y cierta actitud marcadamente diabólica.

__¡Qué frío!
__¿No te estarás amodorrando?
__Me siento desabrido, confuso... ¡Quizá un porro me entonaría el cuerpo!
Jocoso, el Psiquiatra abre el cajón, a su derecha, y con dedos rígidos extrae un cigarro ligeramente atrompetado:
__¡Ahí tienes, formado y todo; de los requisados justo antes de que los prendan!
__¡Muy agradecido!

En el preciso momento de la Eucaristía, y siempre que el sacerdote se introduce la Santa Forma entre los labios, a Carmencita le duele el corazón, los dedos fuertemente entrelazados comiénzanle a ludir como impregnados en Unciones Sacramentales... hasta escucha el ruido que una soñada carta, repleta de anhelos, pudiera producir en el fondo negro del buzón de correos. Luego degusta el recuerdo de la Forma, igual que si de algo verdadero y tangible se tratase.
Sin embargo, cuando el sacerdote la obliga a declamar el confiteor deo, muy cerca de él, ella nota una equívoca sensación, tanto de gusto como de repugnancia:
__Padre, no puedo seguir; son inútiles los esfuerzos por recuperar la saliva; mi cuerpo entero se torna más áspero aún que la piel del pavo; y un dolor finísimo e intenso comienza a palpitarme, aquí entre las piernas... Todavía no debo estar preparada para recibir lecciones de latín.
__No te aflijas; siquiera son mañas que aún perduran desde la lactancia. Cuando de bebés lloramos desconsoladamente, es que sufrimos síntomas idénticos; por eso las madres, sabiamente, nos enchufan la teta... ¡Si no fueras con el cuento por ahí, yo mismo podría atajar tamaño desconsuelo; sólo es cuestión de sustituir el pezón por algo más grueso...!
__Pero..., ¿cómo, padre?
__Agacha la cabeza y chupa... ¡Ay...; por Dios, procura no rozarla con los dientes!
__Pero, en vez de remitir, se intensifica; se torna intolerable... Y además me ahogo; ¿no echa cuentas que tengo la lengua como el esparto?
__Entonces, mejor será utilizar el método consiguiente; introducírtela contra natura, para que no peques.
No obstante, el día aquel, cuando Carmencita elegía rosas inmaculadas para la Virgen __reclinada graciosamente sobre la baranda del arriate y de cara al gigante sol medio hundido en el Oeste__, Don Plinio, por más que lo procuró, no pudo reprimir ni conformarse con remilgos, o remedios ya trasnochados; aquel día fatídico había enardecido tan súbitamente que, sin tino... ¡ni siquiera el detalle de, al menos, bajarla un ápice las bragas de perlé! se abalanzó sobre la chiquilla; y por un roto, formado aproximadamente a la altura de la vagina, le introdujo el miembro hinchado y caliente..., a punto de inflamársele.
CAPITULO SEGUNDO
Y, repentinamente, llega el otoño; un otoño ocre, brumoso, con transatlánticos en forma de nubes rosáceas que, sin destino aparente, surcan el añil del cielo: estos mastodontes, a veces, se detienen, anclan junto a montañas de cobalto, tórnanse oscuros y siniestros, y disponen sus chuzos brillantes para arremeter contra los primeros brazos de humo que broten de las fuliginosas y románticas chimeneas... Posteriormente se intensificarán perfumes típicos de la Estación: dulces o agrios según procedan de las vecinas laderas terracota o de aquellas otras blanquecinas... de liquenáceas tejas árabes... de ramas sedientas de árboles mondos... de mullidas, azafranadas y uniformes esteras de hojas muertas... de esos membrillos medio podridos que olvidaron recolectar... Y deslucirán también infinitos y trémulos destellos de rastrojos de cebada..., de trigo... ¡a veces tan estridentes!
Mientras la madre de Carmencita urdía maneras dignas y discretas de subsanar el percance __inerte y fija en la bendita lluvia aquella, que atenuaba al fin un lujo tan superfluo, aunque perfectamente asentado a unos pasos de la puerta falsa donde se hallaba en cuclillas__, una tarde la muchacha, a la comba __tal vez con el propósito de así mantener en vilo a todas las vecinas que tras los cortinones espiaban... "su estado demasiado crítico para dar aquellos saltos"__, alcanzó la fachada del párroco. Ante la reja plagada de geranios aún florecidos, que medio le ocultaban postrado sobre el breviario, y ciñéndose con la cuerda de saltar, tanto el cuello como su dilatado talle, se detuvo impávida, chorreando... Y según recuerdan, aún estupefactas, aquellas vecinas que, entonces, ebrias de curiosidad, fueron siguiéndola hasta la esquina más próxima, le dijo:
__No me venga ahora con monsergas: "que estamos en otoño..., y cuánto sufre la prontitud de las terribles tormentas o la inminente huida de las cigüeñas; que de forma irreversible ha sucumbido a la melancolía..." ¡Estoy más que harta de ser sólo la niña resignada, que siquiera la requiere el ama de cría cuando sus pechos se hinchan a estallar! También yo padezco ese oscilante, frágil y penoso estado anímico que tanto nos impulsa a recrearnos en minucias, con cierto desdén romántico tras una reja, como nos espolea para que desfloremos todo tipo de travesuras, quimeras, deseos e imprudencias; !qué se cree! Pero estoy preñada y tengo que atenerme a las excepcionales circunstancias.
Se han forjado varias leyendas sobre tamaño discurso: algunos aseguran que, como ya era costumbre, fue el propio diablo quien, apoderándose un instante de las frágiles entrañas de Carmencita, se expresó tan descaradamente; empero, otros sostienen que en absoluto tuvo éste alguna implicación... que se trataba de ella: la mosquita muerta, quien, con su otra cara, se plantó en jarras y le cantó a Don Plinio las cuarenta. Sin embargo, en aquello que todos anduvieron de acuerdo, y que aún hoy lo están, fue que el cura apenas dispuso de ardid para cerrar el breviario y sumirse en una aguda congoja... que posteriormente desembocaría en una depresión endógena encronizada.
Al cabo de unos días las beatas del pueblo mandaron razón al Obispado, para que alguien docto en la materia restableciera el orden. Entonces, una comitiva de curas jóvenes, capitaneada por un obispo altanero, acudió de anochecido con ínfulas demasiado evidentes y decisiones excesivamente apremiantes; en tan sólo unas horas dictaron las siguientes pautas: Carmencita, bajo el consentimiento a gritos de la madre y el permiso mudo del padre, sería trasladada a un convento de Navarra, muy eficaz en resolver entuertos de esta índole; mientras al párroco, de paso, lo acercarían hasta el pueblo de Ezcaray, de donde era oriundo.

__Y allí, preso en su morada, quedó relegado a remendar tantas sandalias viejas como estuviesen dispuestos a destrozar los doctos frailes de aquellos monasterios perdidos en las ariscas y umbrías latitudes vecinas... En secreto estado de: In partibus infidélium.
__¿Qué pretende decir con eso?
__Tan sólo, lo que significa: Dícese de quien ostenta el título de un cargo que no ejerce.
__¡Alejandro; lo he entendido a la perfección, pero me va usted a volver loco!
Tras la interjección y un suspiro copioso, el Psiquiatra volvió a ingerir otra píldora amarillenta.

Carmencita, durante el camino que les quedaba, una vez dejaron a Don Plinio en Ezcaray __pues, hasta ahí... ¡la pobre se sentía tan avergonzada!__, fue deleitando los cautos y virginales oídos de aquellos curas con la trágica copla: Torre de arena, de Llabrés, Gordillo y Sarmiento. Hasta hubo quien, alentado por las sonrisas candorosas y pías del obispo, propuso, mirandose la punta de los pies, no condenar a tan prometedora intérprete sólo a cantar en el coro del convento... Pero, entre risas y tonadas, esto y aquello, alcanzaron el lugar del destino. Una explanada llana y circular: corte limpio y certero en una cónica y majestuosa montaña de pinos y chaparros; coronada de eucaliptos gigantescos y algún que otro ciprés; todo entreverado por los mil laberintos de setos sabatinescos, aromáticos y perfectamente podados..., en torno a la abadía u orilleando caminos sombríos, de reflexión... Al fondo de uno de estos espirituales callejones, de limpia grava gris clarito, salió al encuentro la esplendorosa Madre Superiora, que lucía un elegante hábito negro y la impoluta y refulgente toca de rigor. A unos pasos, dobladas de risa, la seguían dos novicias __de hermana y peculiar belleza, matices aristocráticos; beldades aquellas que en los lienzos Flamencos despertaban entonces inefable admiración y deleite, en cuanto hoy hasta pudieran provocar la burla__, una a otra asidas de las muñecas como si en un descuido pretendieran, en volandas, remontar a la Madre Superiora. A lo largo del recorrido, hasta alcanzar la oscura e inerte comitiva agolpada al fondo de un extrecho y sombreado pasillo, el resplandor restallante de sol, que las compactas ramas de los cipreses consentían, segun las movía el aire, mariposeaba sobre los tres cuerpos... como irisados insectos que, a través de aquellos hábitos infranqueables, intentasen libar en sus pieles de pétalo de rosa. Al llegar, levantaron el rostro; las monjas, frente a sonrisas tan estridentes, quedáronse pasmadas.
Carmencita, a consecuencia de tantos "Excelencia Reverendísima", "Ilustrísima", "Reverenda Madre" y "Vuestra Reverencia" como aludieron en el encuentro, entró en una profunda congoja que la mantuvo absorta hasta que, enérgicamente, la Madre Superiora no hubo inquerido, fija en el Obispo:
__¿Esta enteca muchacha lucía ya tan exuberante figura, o ha sido debido a su nueva gracia?
__Hija, se ve que aún conserva su delicioso buen humor y las extravagantes y equívocas maneras de intelectual de la Sorbona. Por cierto, ¿sigue remitiéndole al Santo Padre aquellos graciosos alegatos feministas?
__!Ande, no sea pernicioso; no menosprecie a una sencilla, honesta e insignificante Madre que, por pretender la reforma de su Orden, se ve ahora en estos páramos, relegada a subsanar entuertos para que la Curia salga indemne de aquello que Dios y los hombres le pudieren reprochar!
__¡Qué extravagante continúa siendo su Reverenda Madre!
__¿Por qué, Excelencia Reverendísima?
__¡Porque, con su arrolladora simpatía, acaba de atraer la atención de la mariposa más sofisticadamente bella que puebla esta comarca... !mire cómo aletea, y relámese gatuneando, alto confiada y alegre sobre su inmaculado frontal!
__¡Nunca dejará su Excelencia Reverendísima de conducirse en extremo galante!
Con refinado ademán __herencia de aquellas noches, cuando en la adolescencia pretendía, de un manotazo, apartar tanto el humo azul del cigarro como aquellos impertinentes, pero variopintos sueños de grandeza__ la Reverenda Madre espantó a la mariposa. Y, mirando de nuevo a las copas de los árboles, suplicó con exaltada solemnidad:
__Por favor, ¿se detendrán a probar el potaje de liebre... y el morcón de jabalí que, al menos dos días completos y con noches, la Madre Marisa de los Angeles ha invertido en cocinarlos? De no ser así ésta quedaría muy ofendida... y acongojada; ya sabe su Ilustrísima lo sensible y delicada que se halla por esta época... ¡como emigró del sur..., y tan joven!
__¡Qué me va a contar a mí su Reverenda Madre, que a los quince años salí de Ceuta...; si acaso comienza el dorado otoño entro en una depresión de caballo que machaca mi ánimo y mancilla mi cuerpo durante todo el invierno!
__¡Ilustrísima..., Excelencia Reverendísima hay que olvidar las dunas doradas: esos ribazos inquietos, nerviosos, azotados por el aliento ardiente del atardecer...!
En este instante, una de las novicias y el cura menos rubio, pero mejor peinado y repulido de la comitiva, quedan prendidos bajo el arco de encarnadas rosas de pitiminí más próximo a la escalinata que conduce a la capilla de la Abadía..., al final del más largo y extrecho pasillo, aun flanqueado por cipreses altísimos. Entonces ella, arrobada, y al tiempo que escruta los labios hinchados, trémulos y encendidos de él, cuchichea entre suspiros: "¡Qué espíritus tan sensibles y románticos sustentan los corazones de su Excelencia Reverendísima y nuestra Vuestra Reverencia, Reverenda Madre...!
Mientras tanto, el resto de los miembros quédanse sin aliento al observar cómo, de súbito, y a la grupa de un precioso y saneado caballo pío, el muchacho más pinturero y pelirrojo que jamás antes vieran sus ojos, galopando, cruza alegremente el jardín. Pero una vez hubo aquél alcanzado el rellano de la escalinata, la Madre Superiora explica, con intención de zanjar el incidente:
__¡Quien vapulea con tanto empeño a esa fiera no es más que el hijo único del jardinero; a ver si un día de estos consigue domarla!
Al punto exclama Carmencita desde abajo... los ojos como platos, una mano emboscándose la cara y la otra crispada sobre el vientre:
__¡Qué animal!
__Una verdadera joya __aduce reflexivamente el Obispo en medio de la escalinata. Entonces, conmovida y aferrada con una mano a la cruz que pende bajo su pecho y la otra aviserada a la frente, añade la Madre Superiora:
__¡Es peligroso; pero aun más sublime, cuando miriadas de estrellas cubren el firmamento, o cielo , y siquiera se distinguen los jadeos de uno y el retozar del otro...! ¿Sería mucho pedir a su Excelencia Reverendísima, que bendijese este momento? ¡Ande, Sor Flor del Azahar, traiga el acetre!
__Ave María Purísima, Vuestra Reverencia.
Se han frustrado los anhelos; súbitamente comienza a llover; uno a uno, en el orden estricto al protocolo, van santiguándose con suma beatitud, recogimiento, resignación e incipiente zozobra... con amenes musicales franquean el umbral de la capilla y se funden en la oscuridad.

__No he querido despertarlo; ahuyentar violentamente a esos demonios que tanto le obligan a fruncir aún más el ceño... ¡Por otro lado, cuanto más rápido expíe culpas... mejor se sentirá al final! __arguye dubitativo el Psiquiatra, entre bostezo y bostezo__ También yo he disfrutado de un pequeño sueñecito... ¡Como estoy escatimando un poco el café, me quedo roque sobre la punta de un alfiler!
__¡Ande, no se conduzca así... ni se manifieste tan hipócrita... y confiese que se ha pasado con el Orfidal y el Tranquimacín!
__¡Por favor, no hay por qué expresarse de manera tan prosaica e irreflexiva; lo que me administro sólo es la dosis reglada de los neurolépticos que necesito ingerir para salvaguardar cierta tendencia al desvarío... Y más aún, si uno se ve obligado a entrevistar a tan peculiares delincuentes...! Bueno, a parte de su vasto conocimiento en drogas, alcoholes y psicofármacos..., ¿por qué alardea tanto de las pintas del caballo?
Alejandro entorna los párpados, se reclina sobre el sillón de cuero y, sin aliento, tiende al Psiquiatra un fajo de papeles mugrientos y arrugados, bien envuelto con una cinta. Éste, una vez húbose ajustados los quevedos y deslazado el atadero, desdobla el primer pliego y comienza a leer en voz alta... pero sin estridencias... con musical y perfecta entonación.

Querida madre:
Ante todo, darle gracias por consentir y favorecer mi envío al Paraíso; sospecho será uno de los períodos más felices de mi vida... Hasta han remitido los caprichosos y repentinos cambios de humor que tan finamente me acosaban degradando mi carácter. En este bendito lugar he cantado, más que nunca, y he perfeccionado la gramática, el bordado, la cocina, el piano...; ¡no se figura usted, cuán docta y refinada es la Madre Superiora tocante al manejo de verbos y especias! Sin embargo, no ha cesado la pesadilla; cada noche persiste, y con idéntico rigor, el mismo sueño aquel: En la penumbra de una lujosa, pero desmesurada habitación, donde se perciben agrios perfumes a maderas nobles, a multitud de rosas diversas y variopintas, y a ropa blanca recién planchada, duermo absolutamente desnuda y a la intemperie; de madrugada despierto henchida de felicidad, aunque algo aturdida y sudorosa; de inmediato se abren completamente los batientes entornados de un hermoso y torneado balcón, a los pies de la cama; los visillos, igual que velámenes de encaje, se abomban tersos, refulgentes, plenos de resplandor, grandiosos..., sus flecos de seda acarician mi vientre contraído; muy desenvuelto, entra un gallardo y apuesto soldado, sólo ataviado con un tahalí turco, muy ceñido a la cadera, del cuál pende una espada con empuñadura de oro bizantino y hoja de acero austriaco; y sin mediar palabra, gesto, ademán... aunque sí cierta sonrisa velada, desenvaina e hinca el arma en mis entrañas... Según la Madre Superiora, hasta que no remita el significativo sueño, no podré acceder a los hábitos. Espero acontezca de manera inminente, para así optar al Perdón Divino... y ¡no infligir más pesar a la Reverenda Madre...! como también sostiene con rotundidad, siempre que se deja caer por estos lugares, su Excelencia Reverendísima el señor Obispo.
En este caballo pío mando al hijo de mis entrañas, meramente con la intención de que determine usted medidas más juiciosas y prácticas. Nació la noche del 19 de Abril, bajo una de tantas tormentas... de las que acostumbran a descargar por estas cumbres. El parto..., algo lento, pero maravilloso; fui asistida por un elenco de los mejores especialistas del país; según Vuestra y Nuestra Reverencia la Madre Superiora: una eminencia... Y con intención de que oyera desde mi lecho sus alondrados y dulces trinos: salmos, canciones y arias apropiadas para la ocasión, las hermanas y novicias más temerarias se recogieron __de esta manera estorbarían menos y tampoco perderían la calma__ en un aposento cercano al mío. Entretanto, la Madre Marisa de los Angeles __así, humildemente y sin ánimo de merecer gloria alguna lo refirió ella misma después__ hacía sonar las tapaderas y, resolutiva, ordenaba degollar: un cordero, dos perdices, un pavo... y no sé cuántas codornices; siempre fue partidaria de aquella máxima: ¡pájaro que vuela, a la cazuela! Ahora no dudo en jurar, por las llagas de Cristo, que nunca he probado consomé tan exquisito... ¡ni el que cocinara usted el día que me dejaron preñada!
El niño, como le será grato comprobar __aunque a sus quince meses no suelte palabra alguna__, es un verdadero encanto y muy inteligente; de ahí que determinásemos tan necesario arrancarlo deprisa de mis pechos. Ahora, haga con él lo que le plazca; a usted se lo encomiendo con todas las consecuencias..., aunque aún le implore que sea benevolente, tanto como lo fue conmigo. Y otra súplica más: arrúllele mucho; está muy acostumbrado a los besos y caricias de toda la comunidad... ¡Ah! póngale incienso en el cuarto de dormir.
Madre, en la excelsa quietud de estas alturas, he descubierto aquello que impulsó a mi padre, a partir de mi primera menstruación, a odiarme de manera tan disoluta, irracional y bruta. Al parecer, según me han contado otras novicias, es frecuente; tanto los que adoptan un amor enfermizo en la primera infancia del retoño como aquellos que demuestran carecer de sentimientos... todos, al fin y al cabo, por H o por B, acaban adoptando una conducta extravagante respecto a la hija en puertas de la adolecencia... Y aún peor, si es hija única como yo. De ahí que la mayoría de éstas se sientan abocadas a la fe... cuando no a la prostitución o a la búsqueda de quimeras __que para el caso es lo mismo__ o, aún peor, a la muerte por inanición... ¿Qué otra alternativa a recurrir si en el período más delicado de la educación presientes que tu padre no te comprende..., te rehúye y hasta te menosprecia? Sin embargo, no sé qué será peor, si esto o terminar con el pelo corto y una permanente floja, del brazo de un jornalero que tan sólo una vez al año, al final del verano, te arrastra a la feria.
Así que, zanjada la cuestión, olvídenme; será la única forma de rehacer nuestras vidas.

__¡Por favor, antes de continuar con la carta siguiente, consienta que le esclarezca lagunas más concluyentes de la historia...!
__Permítame que le recrimine: ¡No sea tan soberbio! ¿Acaso yo, como psiquiatra, y Lacaniano además, no soy la persona idónea para determinar cómo y cuándo?
__Es que..., quizá todo radique ahí.
__Bueno..., seré benévolo una vez más; prosiga.

Martirio, la madre de Carmencita, tan atónita quedó al recibir de manos de aquel mozo pelirrojo una taleguilla de monedas, como dote anónima para la educación del nieto, que, según las malas lenguas, en unos meses se trastornó por completo... hasta envenenó al marido a base de anís, tocino del jamón, chicharrones, morcilla, chorizo en manteca... Un amanecer, alguien la vio apostada en la parada del coche de punto con el nieto de la mano y sólo una maleta de cartón piedra en la otra.
Como la mayoría de los seres humanos del sur, no del todo dementes, Martirio contaba con ese carácter proclive tanto a la jarana como al sufrimiento más hondo, según los acontecimientos se desarrollen así o asá... o por mero capricho. Es por ello que, después de unos meses al borde de la enajenación, expuesta a los reproches más hirientes y refinados del marido agónico: "esto no hubiese ocurrido de ser yo tu primer novio... o si no te pintases tan de rojo los labios...", se inclinara hacia la siguiente determinación: nunca más, pase lo que pase, acataré órdenes de mequechifles presuntuosos... ni llevaré el cabello de otro color que no sea rubio Harlow.
Así pues, en una alegre, cómoda y remota ciudad de provincias, se instala Martirio... bajo techo y amparo de una prima segunda suya, también teñida, pero de caoba; ésta, a su vez, vivía a cuenta y capricho de un honrado comisario de policía, circunspecto padre de familia numerosa..., y de otros favores, esporádicos, que iba obteniendo gracias a la generosidad de una amiga lesbiana y camarera, la cual consentía todo tipo de galanteos con descargadores del puerto que acudían al establecimiento..., aunque el bar no fuese de alterne.
No es de extrañar, por tanto, que la pareja de primas viviera a tutiplén; cubiertas de joyas suntuosas, de lujos sin nombre, de modernos electrodomésticos y de aquellos caprichos extravagantes que, en días aciagos anidábanles entre ceja y ceja... ¡ya tratárase del perfume más caro...! Y, para que el niño pudiera también disfrutar la opulencia e ir vestido a la última y un corte de pelo tan moderno que hiciera corro allá adonde fuese, una y otra se turnaban, por semanas, para acudir, previa cita concertada por el mencionado Comisario, al nido de un alto funcionario, jefe de aquél, allá en un chalet del Rincón de la Victoria. Sin embargo, el único busilis de sus quebrantos, y hasta la felicidad de ambas, dependía de que el marinero culturista __rostro de estatua romana y un cipote que, según cuentos, pendulaba alegremente entre sus rodillas como el badajo de una gran campana de catedral__ decidiera acompañarlas de amanecido a su piso para cocinar, ataviado sólo con un mandil cortito de hule y a corazoncitos, los tagliatelle fungui que tanto ponderaba Alejandro.
Mas no fue este marinero, aparte del Comisario, quien más frecuentaba la casa. También acudía regularmente un electricista de mirada torva, sonrisa húmeda y corpachón oscilante... a ocuparse, con obstinación, de las chapuzas más inusitadas, incluso cuando era necesario cambiar el agua al canario. Y un profesor de literatura, tan afable, mediador de riñas y dispuesto a elevar el ánimo de cualquiera...; un ejemplo, para reforzar tan altos atributos, fuera que, en una noche y con su indeleble sonrisa, portóse, a fin de paliar uno de tantos desengaños como sufrían las primas, capaz de concluir la lectura en alto y sin pausas de la última mitad de Rojo y Negro.
Aunque no es menos cierto que, en esa misma mañana, cuando el trío lloraba amargamente el ulterior sino de Juan Sorel, aprovéchase el citado Profesor para inquietarlas con la siguiente arenga, directamente del corazón:
__Puesto que aún no han consumido el tiempo preciso para resarcirse de la negra existencia a la que fueron sometidas, allá en ese maldito pueblo vuestro, y sea, por tanto, demasiado bullicioso el ambiente para la debida concentración de un niño, creo imprescindible contemplar otros destinos posibles para Alejandro; no es que él desaproveche lecciones ni consejos, o sea incapaz de digerir la vida que le ha tocado en suerte, pero valdría infinitamente más, interiormente, si, además de una belleza sin paragón y unos cimientos sin precedente, dispusiese a la postre del sutil paño de arrogancia e hipocresía que otorgan las escuelas pías.
Martirio, tras dejar a la prima derrumbada en un extremo del sofá, se yergue ceremoniosamente, exhalando el humo del pitillo superlargo que de manera ostentosa sostiene entre los dedos; con el índice de la mano libre trata de erradicar el supuesto carmín adherido a los colmillos y, mientras se aproxima lentamente al ventanal de la terraza, también de adecuarse el arco perfecto de las cejas y luego el repulgo de su rebeca color quisquilla. Desde allí, la cara pegada al cristal frío, otea toda la extensión del puerto: a un lado, el árbol de apariencia casi animal "CHORISIA SPESIOSA", único de su especie que ha sobrevivido en estas añejas tierras de Europa... y tras él, máquinas metálicas sumidas en una niebla espesa y amarilla... del color de la paja nueva, que intentan desprenderse y huir hacia el horizonte:
__¡Cuánto me placería que el sensible de Don Plinio me hubiese montado a mí...! Tras su apariencia de iluminado, se intuía algo despreciable, canallesco, lujurioso...
CAPITULO TERCERO
__¡Alejandro...! ¿puedo leer ya otra carta?
__¡No; aún no lo creo conveniente!
__¿De qué se sonríe...?
__De mi propia sonrisa...
__Querrá decir, de la imagen de su sonrisa en el espejo del espejo.
__Bueno..., algo parecido.
__¡Cuántas desgracias puede suscitar una sonrisa...!

Aquel día, el cielo restallaba inconsútil; el mínimo aleteo hubiese dañado tal perfección. Allá a lo lejos, sobre un risco a manchas negras y metalizadas, se alzaba el seminario: un gigantesco edificio de tres plantas, en ladrillo caparrosado y sobrios ventanales de madera oscura. En derredor, aislados cipreses vencidos por el viento y los años otorgaban al lugar una perspectiva algo oblicua, fantasmal. No obstante, en el lateral izquierdo, según se mira de frente a la fachada principal, bullía un bosquecillo de abedules, hayas, alcornoques... todo ello entreverado de adelfas y jara, que imponía cierta gracia, alegría y futilidad a la sombría aridez contigua. Ante la entrada de guijarros variopintos había un frutero no muy alto, pero fornido, de piedra arenosa, a rebosar de frutas diversas y musgosas, entre las que rezumaba agua cristalina, brillante. Y, en torno a él, un festón de abrótano muy aromático, con ribetes de damasquina.
En este páramo, salvo el crepitar en oleadas provenientes del follaje del bosquecillo, el crujir acompasado, fragoroso e inquietante bajo la sotana del prior, progresivamente más o menos intenso según acércase al acantilado o se pierde entre las adelfas y la jara, pareciese que reinara la paz celestial.

__...Y tan acostumbrado estaba al besuqueo de aquellos más asiduos a nuestra casa que, al primer quiebro en el gesto adusto del Prior, me alzo y, de puntillas, lo estrecho por la cintura, sin antes advertir el destello del anillo en la mano que me tendía. Pero mi acompañante, al quite, y de manera correcta, intercede, obra, besa... y dice con cierto temblor en el eco de su voz: "¡Debido a las múltiples y frecuentes descripciones, tocante a la persona de usted, he condicionado de tal manera al pobre chiquillo que, me temo, confundió a su Ilustrísima con un familiar...!" Creo recordar que se expresó aproximadamente de esta guisa. Entonces, por supuesto, yo era ajeno a todo aquel entramado envolvente; ni siquiera sospeché al ver cómo mi acompañante le guiñaba insistentemente el ojo al Prior... ni de la sentencia de éste, sujeto a la cadenita de la Virgen del Carmen que pendía de mi esbelto cuello: "¡Verá cuando de aquí a un año le hayamos pulido estas mañas, podado los bucles y convencido para que oculte bajo su uniforme esta gruesa y rechinante cadena de oro..., y tras los dientes su alevosa sonrisa; procederá como el más precavido y varonil de los aspirantes! ¡Váyase tranquilo!. Ahora bien, si necesita una ramita de abrótano para la caída del cabello, cójalo..., pero sin machacar las flores ni provocar destrozos; aquellos visitantes que adolecen un poco de alopecia por lo general dejan siempre el jardín hecho un asco, una birria..."
__¿A quién le advierte esto?
__Pues al señor que me acompañaba.
__Que no es otro que el profesor de literatura amigo de su abuela materna... y ducho en novela del siglo XIX... y demás.
__¿Y cómo lo acertó?
__Instinto, puro instinto... Espejos que se anteponen, se enfrentan... Pero, siga; continúe. Esto se está poniendo muy interesante: ¡qué arde!
__¡Le juro que, de conocer algunas de las claves que se barajaban entonces, ahora no hubiese ocurrido lo que sucedió!
__¿Y cómo impedirlo?
__Muy fácil; allí, distraídamente, te precipitas por cualquier esquina; te haces añicos y asunto concluido.
__¡Ande, no sea tan drástico!
__Recuerdo que el año de mi entrada al seminario murió Marilyn Monroe... Yo cumplía nueve años. El cura, Don Francisco (el profesor más apuesto de cuantos impartían clase, y de quien comentaban que frecuentemente era visitado por una sobrina suya de ojos verdes y al sesgo, y trenza negra a un lado, tan gruesa como un puño), en una de sus rápidas e insistentes idas y venidas de la ventana al botijo nos comunicó la noticia: "Esta mañana dijeron por radio que ha perecido la estrella de cine Marilyn Monroe; por fin nos deja la hembra que más veces indujo al hombre al pecado..." Y, a la sazón, aprovechó para asestarme una buena bofetada... aduciendo que me había reído de forma inefable.

La hora asignada a Don Francisco para impartir clases de Historia Sagrada fue las cuatro, una vez los aspirantes, tras recoger ellos las mesas del profesorado, iban también terminado su almuerzo plácidamente... Tiempo que aprovechaban los otros para salir despendolados a musitar las oraciones de rigor en la penumbra de sus celdas respectivas. Día a día, a la hora "quieta" que ni siquiera cuchichían las perdices, suena la primera llamada; un violento timbrazo que estalla en el vacío del inmenso y destartalado hall de entrada..., y se expande con furia hacia los rincones más recónditos del edificio. A los cinco minutos, el segundo timbrazo, aún más estridente. Y a los diez, el último; éste, incluso escapa por las rendijas de puertas y ventanas, sorprendiendo a las mariposas y chicharras, y espantando a los mil pajarillos que duermen la siesta en el Jardín de al lado. Entonces, ya cada alumno debía hallarse correctamente acodado sobre la lección de Historia Sagrada que estuviese prevista aquella tarde.
El día de marras, según comentarios de los de cuarto o quinto __encargados, de amanecido, en barrer las veredas de entre setos... y aun desbrozar éstos__, Don Francisco tuvo que salir muy temprano al jardín, donde lo esperaba su sobrina, y permanecer, sin inmutarse al menos, dos horas; entretanto ésta gemía, callaba... adujaba primorosamente un collar de perlas en su regazo... y de cuando en cuando también enjugaba lágrimas y mocos con un fino pañuelo de encaje de hilo... que unos días atrás le trajera de Brujas su prima Cintia. Comentarios al margen, a Don Francisco tampoco debió gustarle el menú del día, puesto que anduvo distraído o ensimismado mientras los demás hablaban y comían copiosamente. Sin embargo, cuando llegaron al postre se abalanzó sobre él y, sin pronunciar palabra alguna que lo eximiera de culpa, abandonó el comedor, señoreando sobre las manos extendidas y enfiladas hacia la puerta..., cual sonámbulo, las dos manzanas más rojas, perfectas y brillantes que copaban aquel frutero de cerámica portuguesa. En el largo pasillo en penumbra __tan brillante como riachuelo en noches de luna clara__ que conducía, no hacia su celda como era habitual, sino al aula, intentó ejercitar sus dotes malabarísticas, pero, desgraciadamente, una de las manzanas precipitóse contra el linóleo. Entonces, afligido, recogió las mitades, diestramente frotó posibles manchas en el suelo con la propia sotana y, tras la primera puerta entornada, se escondió con los ojos rasos de lágrimas.
Nadie supo jamás en qué invirtió el tiempo aquel hasta la llegada de los aspirantes. Sospechan éstos que se desvanecería sobre algo, puesto que, cuando entraron, aún yacía espeluznado y de cara al resplandor de la ventana que mira al acantilado... como un alma en pena; ni siquiera tres los timbrazos fueron suficiente para que emergiera de la fosa donde debió precipitarse al entrar.
__Hoy quiero que se conduzcan en estricto silencio y con la mayor disciplina posible; que no está el horno para bollos. __advierte quedamente Don Francisco cuando todos los alumnos estuvieron acoplados en sus respectivos asientos, y sin más preámbulos, mientras se despereza y apaciguase el cabello, añade__ Ahora, de pie; que hay que rezar el Pater noster. Y tú, Alejandro..., ¡no colmes mi paciencia!
El muchacho, guiado por un espontáneo anhelo de frenar la furia que presiente ya galopando a flor del rostro encendido y aun en las profundidades de los ojos glaucos de Don Francisco, libera un suspiro y brinda la mejor y más beatífica de las sonrisas... Sin prever que, a pesar de la lluvia, los volcanes, tiempo atrás rumiando lava a cada instante más ebullescente, al fin estallan... con su incandescencia salpican la noche más pura, serena, silenciosa... a veces hasta consiguen convertir tales injusticias en voluptuosos y magníficos espectáculos.
Don Francisco acerca las manos pálidas y trémulas a su propio rostro insensible, abyecto, a ronchas amoratadas en pómulos y frente. Restriégase los ojos con los puños. Después asciende sobre una tarima; con manifiesto titubeo se encamina hacia la mesa, primorosamente trabajada en madera de nogal y situada justo en el centro... a la derecha de una orgullosa imagen alegórica tallada en raíz de encina, y se acomoda en la silla..., no sin antes santiguarse de hito en hito prendado ante un crucifijo... hincado en la grieta de una piedra sobre el alféizar de la ventana. El haz de luz opalina que fluye de esta misma ventana difumina su rostro, sus crispadas, pero perfectas facciones... y, para crear aún más espectación, enciende un cigarrillo mentolado, del que inhala con avidez. Abre un libro, previamente extraído del cajón, a su derecha. Exhala una gran voluta de humo. Y, como si leyese, irrumpe en el silencio con algo que en absoluto los niños atinan a comprender:
__Esta madrugada, víctima de las drogas, ha fallecido una estrella de Hollywood... ¡Que Dios la acoja en su seno! Ahora, tú, Alejandro... ¡dime!: ¿qué hechos importantes ocurrieron en las inmediaciones del Tigris y el Eúfrates? Y no te rías... ¡Anda, venacapacá! ¡Súbete aquí a la tarima; donde alcance a cogerte de las orejas...! ¡Y, como hoy te mees..., te muelo a palos..., te machaco..., te trituro vivo!
Alejandro tan sólo tiene tiempo de musitar: "¡Ya venía temiéndome el desastre!". Sin embargo, Don Francisco, según confesiones de los demás alumnos al Prior, no pronunció esta boca es mía, se conduce premuroso y sonriente hacia el niño que, entretanto, no deja de abrir y ocluir sistemáticamente los labios, lo agarra de una oreja y, arremangándose él la sotana con la mano libre, le asesta patadas hasta quedar exhausto, y el otro molido. Como quien apenas ha sufrido un estornudo mira a los demás, luego otra vez hacia Alejandro... a su boca trémula, a sus ojos anegados en lágrimas... y cae rendido sobre la tarima..., desplomado igual que un angel sin fuerza en las alas... o vencido por un cansancio infinito e inhumano..., hasta ser, fuera de allí, transportado en una camilla, por cuatro curitas muy circunspectos. Un aspirante que, al anochecer, tiene la osadía de encaramarse sobre un abedul a husmear tras la ventana de la enfermería que da al jardín, cuenta que a Don Francisco le mantienen desnudo y cinchado sobre una mesa de mármol, igual que si fuesen a descuartizarlo entero, los ojos tan turbios y quietos como el besugo al horno..., y que de no observar que meneaba pies y manos con el ardid de las curianas o las moscas cuando están en supino, de seguro creerían que estaba más muerto que vivo. Y respecto al miembro..., ¡más debería ruborizarse que presumir!

__¡Qué va; sólo un vahído de los muchos que padecía el pobre hombre! El me quería; aquello fue una crisis de celo, al comprobar que el mejor capacitado de sus alumnos titubeaba (tenga presente que siempre me elegía para, en representación de todos, salir al encerado cuando nos visitaba el inspector), más que todos los rumores aquellos que circularon después por el internado... Hasta levantaron el falso testimonio de que, al ver cómo ante sus ojos se despeñaba su sobrina por el acantilado, frente al ventanal, se había vuelto majara... O, expuesto de otro modo, que, mientras aquel día el profesor me breaba junto a la ventana, éste miró de soslayo hacia el precipicio, y entonces, acaso al descubrir que la sobrina desangrábase sobre una roca, los ojos abiertos y fijos como un maniquí, y manchada de sangre, él perdió la razón. No obstante, hasta podría jurar que años más tarde, desde las escaleras del metro de Opera, en un plano de lo más cinematográfico, contemplé cómo el cura y la sobrina dichosa, los dos muy juntitos de la mano, entraban al REAL CINEMA a ver PORGY AND BESS.
__Bueno. Pero, aun suponiendo que haya algo de cierto en lo que acaba de contarme, no necesita usted matizar como hecho cotidiano aquello que apunta hacia lo insólito.
__Excúseme; es que no fue sólo aquel día el único que me sacudió; a decir verdad, de ordinario me abofeteaba, así, sin ton ni son... Dése cuenta que yo era su alumno más preciado, algo equiparable a un pupilo; en quien tenía puesta toda su confianza.
__¿Y siempre fue castigado por su encantadora sonrisa?
__¡Siempre...! Entonces no lo entendía; enajenado, exprimía mi propia razón buscando motivos posibles... Pero sólo encontraba lagunas, desiertos, precipicios, abismos... Al final miradas turbias, llenas de indescriptible cerrazón, que se abalanzaban contra mí...
__¡Menuda cruz...!
__¿Por qué cree usted sino que a partir de cierta edad, cuando ya no aguantaba más, fui imponiendo a mi rostro matices huraños y perspicaces a la vez? ¿Acaso me gusta conducirme, como los guapos, siempre con el ceño fruncido y obliterando los labios con la lengua? Y, es más, en honor a la verdad debemos confesar que, si no abdicamos, con el tiempo acaba gustándonos..., enganchándonos.
__¿...Que te peguen cuando sonríes?
__¡Efectivamente!; al ser acosado sistemáticamente, el miedo que anida y palpita junto a tu corazón se torna tan intenso que no calibras cuándo morirás o alcanzarás el éxtasis.

Salvo por aislados percances, al fin y al cabo razonables, aunque de inmediato solapados con rezos y cantos gregorianos, la vida en estos riscos transcurre en absoluta monotonía, sin precipitaciones... como río deslizándose tranquilo y risueño por una inmensa llanura... portando sobre la superficie aquello que las Estaciones desprecian: remansos de hojas, flores, brozas, barquitos de papel..., alguna que otra botella con mensajes secretos y desesperados...
Al final de los días lectivos, tras la fiesta del Santo, desaparecen aquellos alumnos que, con antelación, y por escrito, fueron reclamados por sus familiares; en cambio, los que carecen de tales o, simplemente, delegan en el buen criterio y generosidad del Prior, consienten permanecer recluidos en sus celdas habituales, o trasladados al ala este del edificio. Estos cuartos disponen de ventanas amplias y despejadas que miraban a poniente; allí, muy a lo lejos, puede divisarse la franja de cañaverales que distingue el curso de un río manso y rectilíneo... y cómo, al llegar las lluvias de septiembre, su caudal consigue desbordarse hasta inundar y arrasar las huertas arracimadas a sus márgenes, en el curso de su recorrido.
En el silencio de un anochecer algo ambarino, cuando los aspirantes disfrutan del descanso entre vísperas y completas... con sus recién estrenadas sotanas, breviarios nuevos y el facultativo trozo de pan y chocolate de las meriendas... de aquí para allá o bajo las sombras alargadas de los árboles del bosquecillo, derrapa un automóvil al filo de la franja de guijarros, en torno al jardín. De la puerta trasera desciende un señor de mediana edad, cabello un poco largo, ralo, apanochado y ligeramente naranja según le roza el sol; viste traje príncipe de gales muy ceñido a la cintura y acampanado por el pernil, pañuelo sangre de toro al cuello, camisa con simétricos ramilletes de espigas negras bordadas sobre fondo ni gris ni verde, y unos botines de alzas a juego con el pañuelo; de la mano, un maletín de boscalf negro y, bajo el brazo, un ramo de rosas blancas de tallo largo. Cuando alcanza la fuente de las frutas de arena musgosa, el automóvil __un jaguar guinda__ deja de temblequear; entonces se abre la portezuela del conductor para ceder paso a un joven uniformado de gris marengo, guantes de cabritilla y par de altas botas acharoladas... que, arrogante y premuroso, apoya la nuca de oro sobre un lateral del automóvil, al tiempo que hinca los tacones en la grava: cierto envaramiento y esbeltez en su figura forman, a contraluz, un arco liviano, perfecto.
Poco a poco, rondando al chófer, comienzan a sumarse los aspirantes más curiosos: unos, imperturbables, solitarios, los flequillos lacios a un lado de sus frentes traslúcidas, y aún manteniendo los breviarios abiertos entre sus manos de porcelana..., y las bigoteras de chocolate; otros, de apariencia más desasosegada, atlética, competitiva..., con rastros de imperecedera sonrisa en comisuras de sus bocas perfiladas, el pelo muy ensortijado y relamido hacia atrás..., en parejas o grupos, pero siempre en su empeño por esclarecer dudas sempiternas... de si Padre, Hijo y Espíritu Santo son o no Unitrino o si la Madre de Dios se mantuvo virgen después de concebir a Jesús. Mientras tanto el chófer, sin doblar un ápice la figura curvilínea de su cuerpo, enciende un cigarrillo y comienza a exhalar copiosas bocanadas de humo... atento a la agonía de la paloma que ha quedado ensartada en la aguja de la veleta, allá en la cumbre del edificio.
Una vez el Señor del traje Príncipe de Gales __que no es otro que el profesor de literatura amigo de la abuela de Alejandro, ahora catedrático de lenguas muertas en la Universidad de Madrid__, ha posado el ramo de rosas blancas sobre el altar de la Virgen del Carmen y ha rezado en alto y de pie junto a un flamero encendido, pasillo adelante se dirige a un despacho determinado... todo de anaqueles en madera oscura, para, a quien corresponda, mostrarle papeles y documentos que irá sacando del portafolios... quizá con una sonrisa de oreja a oreja, o cierta mueca burlona.
Tras una mesa de oficina del mismo despacho, donde luce sobremanera la imagen en plata de Cristo crucificado, el Prior ojea con celo cada uno de estos documentos, sin atreverse a fijar la vista, en uno determinado. Al llegar al último, se humedece los labios y, evitando la mirada sarcástica del profesor, inquiere:
__¿Son todos auténticos?
__Debemos pensar que sí __informa sarcástico__. Con mis grandes influencias y algo de dinerito al tuntún: contante y sonante, he conseguido lo que una persona normal y corriente jamás lograría: que Alejandro dependa de mí, exclusivamente; desde la semana pasada es de manera legal mi hijo adoptivo. Como sabrá por el telegrama y recortes de prensa que le envié a continuación, su abuela murió el ocho de julio apuñalada por un marino Cartagenero. En su testamento, nada desdeñable, legaba parte de la herencia a Evaristo Fernández Pacheco (servidor), sólo con esta condición: sería, de por vida, albacea y tutor de Alejandro. Así pues, día mediante a la lectura de la herencia, puse manos a la obra y fuerte empeño a las dificultades, hasta conseguir lo que ahora sostiene usted entre las manos.
__Bueno, pues..., ¡enhorabuena! Mientras ordeno recojan la ropa de Alejando y éste se reúna más tarde con usted (tenga en cuenta que debe despedirse de sus compañeros), es del todo necesario que espere un momento..., si lo desea, contemplando en silencio el magnífico espectáculo que nos brinda la ventana... O, si lo prefiere, mejor acuda a dar gracias a la capilla; en el altar, a la derecha según entra (lo deslumbrarán cientos de lamparillas encendidas), hay un Cristo postrado sobre el tronco de un olivo, al que están flagelando unos sayones, que es muy..., pero que muy milagroso.
__Gracias Padre... Ya lo comprobé in situ... cuando dejaba un ramo de preciosas rosas blancas sobre el magnífico y lujoso altar de la Virgen del Carmen.
Una vez hubo salido el Prior, sin poder evitar que su sotana al andar emulara aleteos de pájaro, Evaristo se adelanta hacia la ventana y, apoyando la mejilla en el cristal tibio, comienza a sollozar con un arrobamiento inusitado... pues, casualmente, descubre un sinfín de sensaciones arracimadas y suspendidas sobre el acantilado... que así, de repente, comienzan a desgranarse: lluvia de papelillos coloreados como en fiestas de carnaval...
Repentinamente, algo inefable..., asombroso... "¡Si tal atropello ocurriese donde el orden de las cosas aún se dicta con el rígido vigor de la tradición... __reflexiona, aterrado, Evaristo__, ahora comenzaría a desmembrarse el Universo!"
Tras los cristales de la ventana, justo en el centro geográfico del abismo, pero quizá procedentes de cumbres aún más vertiginosas, dos águilas imperiales se disputan una cabra. Ambas ambicionan el cacho que la otra aprisiona entre su pico rapaz; que no es otro que un muslo; el resto pende sangrante sobre el azul celeste. Es por ello que jamás distraen la mirada... tan enconada y cálida a un tiempo que pudiera confundirse o compararse con la que se arma el enamorado para el galanteo.
CAPITULO CUARTO
__¡Por favor, se lo suplico, déjeme relatar nuestro viaje...!
__¿No se percata que ambos bostezamos como perros..., que, de no comer algo, llegaremos a confundir la filosofía con el pisto manchego? Además, tratándose de una terapia, las pautas las ajusta el psicoanalista...; ¿dónde se ha visto que el paciente exija, confeccione...? Es... Bueno, sería como manipular los resultados... o dañar la interacción de estos... o quebrar líneas simétricas para disponerlas, acto seguido, en órdenes caóticos...; algo completamente inusitado, ya se trate de tendencias sistémicas o dinámicas...
__De todas formas, no entiendo qué pinta un lacaniano en la policía... Y además atiborrándose de psicofármacos.
__Pero nadie podrá acusarme de haber administrado tan sólo un neuroléptico...; aunque el sujeto creyese ser Conde Duque de Olivares... ¡Pregúntele después a los reclusos! Y es más, ninguno saldrá de allí ignorando el porqué ni el principio del fin... ¡Pero en qué mundo vive! Dése cuenta que, rotas las cadenas, los miembros puntales de este gobierno, se vieron libres para elegir tanto a éste como aquél; aunque la generalidad haya optado por Lacan, evidentemente... Y tenga en cuenta, de una vez por todas, que el tratamiento farmacológico que mantengo... son lastres del régimen totalitario que padecimos; la expresión anacrónica del signo de la cruz en una puta dispuesta para recibir a borrachos inmundos entre sábanas remendadas y mugrientas... Le juro..., si ha sobrevivido para entonces y el psicoanálisis sigue ejerciendo sobre mí tan excelentes resultados como hasta ahora, que dentro de cinco años estaré totalmente limpio de pastillas: desintoxicado, y absolutamente al margen de la psiquiatría biológica.
__Perdone mi suspicacia, pero acláreme lo de si aún sobrevivo...; no entiendo qué pretende insinuar...
__No afirmo que vaya a tener la mala fortuna de...; aunque de boca en boca vuele... trascienda: qué difícil se le presenta hoy día a quién traspasa el umbral de una cárcel... ¡Cuente que..., de no ser por vena, se infectará...!
__Desprecie pormenores. Estoy al tanto de los detalles íntimos: En bares frecuentados por gentucilla, el regodeo en la sordidez de tales asuntos (tanto como el servicio militar equivale o cuenta para el hombre ordinario) es el pan nuestro de cada día..., el mejor aval para que te admitan, sin peros, dentro del golferío... En estos tugurios repiten hasta la saciedad mil maneras de traficar y otras tantas de cómo te dejan el culo, nada más cruzar las rejas.
__Bueno, dejémonos de cultura carcelaria... y, !al grano! ¿Quiere todavía relatar su viaje? Aunque antes..., por favor, ¿sería tan amable de ajustar el gradulux?; dentro de unos minutos pegará el sol de plano y...
__Pero..., ¿no se oculta tras los castaños de indias, allá al otro lado de la calle?
__¡Qué va...! ¡Póngase de pie! ¿Alcanza, desde ahí, a ver la horquilla perfecta que forma aquel tronco? Pues, justo en su vértice el sol se demorará un instante... ¡Y si has caído en la desgracia de oficiar un caso similar al que nos ocupa, que te obligue a pormenorizar hasta muy avanzadas horas de la noche, no se figura el grado de incertidumbre, angustia... que se llega a respirar en ese instante y dentro de estas cuatro paredes...; ya verá!

Cuando padre reciente e hijo adoptado pisan de nuevo la grava blanca y crujiente del jardín __dirección al jaguar donde el chófer espera, acuclillado y aún prendido a la imagen de la paloma ensartada en la aguja de la veleta__, se acusan tanto los contornos, que el paisaje parece un cuadro donde el artista todavía no supo liberar al lienzo de los previos trazos a carboncillo... Y, salvo acuciantes ecos, tanto del rechinar de las pisadas sobre el pavimento como de graznidos esporádicos de grajos suicidas y apesadumbrados lanzándose en picado desde el precipicio, el silencio se aprecia imponente, sobrecogedor... muestra de esos instantes en los cuales la pesadilla propende hacia remansos de armonía, paz..., pero aún persisten torpes sensaciones, confusos vértigos... Los flujos, reflujos, fragancias, aires, temperaturas..., también corresponden al mundo onírico, pues, a medida que, en silencio, padre e hijo superan la fuente cantarina de las frutas musgosas, indistintamente, comienzan a percibir en los párpados hálitos tibios, viscosos, húmedos, de aromas exquisitos, sutiles... acicates, hermanos de aquellos que tanto necesitaban los poetas románticos para su inspiración.
__¡Cristóbal, éste es mi hijo Alejandro! ¡Hijo, éste es nuestro chófer!
El muchacho se levanta despacio, jadeante, ceñudo..., regodeándose en el dolor producido por la estampa de la paloma sacrificada...; aún absorto, tiende su mano lánguida, pesada, blanda y enfundada todavía en el guante de cabritilla; sin embargo, su voz irrumpe cálida, nasal, estrafalaria:
__¡Tanto gugstaba, señog! Y excúseme si le guesibía así; pego una imagen, patrochinada por un ledher de Oscar Wilde, ha considegado tenégteme postrado de godillass y gimiendo cual cachago, al menos...
__¡Anda, anda, académico, ponte a colocar bultos y déjate de sensiblerías...! ¿Cuántas veces he repetido que, en las cumbres, las bajas presiones suscitan en el individuo vulgar esa veleidosa exaltación..., comparable siquiera a la que artistas y santos experimentan en terreno llano? ¡Ahí tienes a los alpinistas!
__Padre..., no se deje arrastrar por la fuerza delusoria del triunfador... Quizá a nuestro querido Cristóbal lo embarguen sensaciones inalcanzables para nuestro común entendimiento... Ayer, sin ir más lejos, Gorca, oriundo de Eibar, se retorcía de pena; según él, al sentir comparable dolor al de María cuando, sobre su regazo, nota el cuerpo yerto y gélido de su hijo Jesús Crucificado... __sin aliento, Alejandro levanta el rostro hacia luceros tempranos; se estremece...; con los codos, y las manos entrelazadas a la nuca, presiona sus oídos; suspira... y, contemplando al chófer, pregunta__ ¿A que no eres español?
__¡Nou...!
Cristóbal, generosamente, se suena los mocos en un gran pañuelo blanco; con celeridad se dirige a colocar maletas y bultos en el portaequipajes, mientras observa el panorama: Progresivamente los contornos se dilatan, se difuminan; entremézclanse texturas y colores como de acuarela; la figura inmóvil del padre junto al hijo, cerca del precipicio y recortada contra un cielo tan próximo y a la vez recamado de lunares brillantes y lejanos, llega a confundirse con manchas de tinta china.
__Bueno, para evitar malas interpretaciones... __explica Evaristo al tiempo de asirse al brazo de Alejandro; ambos frente a la inmensidad, de espaldas al chófer__, creo preciso, antes de emprender el viaje, referir unos cuantos detalles de rigor... Primero: éste no se llama Cristóbal, sino Andrey; el nombre se lo cambió un Comisario amigo, conocido también de tu tía y tu abuela, cuando puso en regla su documentación. Fue hijo de una pareja de poetas rusos, Yury y Lara, que escaparon de su país cuando... __aquí se demora un instante para agregar énfasis al pronombre y, torciendo el tronco, señalar momentáneamente al sujeto con dedo imperativo__ cuando él aún era un mocoso. Una tarde bochornosa, viniendo del Escorial de prestar mis conocimientos lingüísticos en un coloquio sobre idiomas a punto de extinguirse hasta de los libros, los encontré a los tres (entonces, el doncel contaba dieciséis años y pico), turbios, inconsistentes entre la calina trémula, vidriosa, opalina, deslumbradora..., apostados sobre un mojón solitario, blanco... y cercado en su base de jaramagos u otras flores silvestres; hacían autoestop sin dirección precisa, sin norte...; quizá denotaban un desvarío transitorio. De camino contaron que, impotentes, perdidos, tras desperdigarse al ser invadidos y disueltos a palos por una pareja de guardias cuando integraban la comparsa de la caravana de un pequeño circo ambulante, donde los padres ejercían de acomodadores y, el vástago, de aprendiz de funámbulo... "¡Pobres infelices... (me dije, mientras observaba las rastrojos y también intuía sus miradas ingenuas, risueñas, acuosas); qué futuro, tras un pasado tan novelesco y desolador, les puede brindar la Mancha...! Ahora bien, puesto que se hallan exhaustos, carecen de medios y cobijo, no les vendría mal hospedarse en mi casa, siquiera por unos días..." También preciso añadir que, a los seis meses, sin otra explicación y legado que una maleta hasta el borde de papeles tachonados (poemas: defiende Cristóbal siempre que amenazo con arrojarlos al fuego) y una postal donde las cúpulas doradas de Santa Sofía lucen un halo tan ígneo que parece postizo, desaparecieron de la faz de la tierra... Se anduvo especulando que, debido al desfase cultural apreciado en la zona respecto a su lugar de origen: danzas y..., ¡sobre todo EL LAGO DE LOS CISNES!, llegaron a perder autoestima y, a consecuencia de ello, la cordura: la chola; que, merodeando un día en torno al puerto de Málaga... curiosidad o distracción meramente, in situ, fueron sorprendidos por punzantes añoranzas que, según reafirmó también Cristóbal, sistemáticamente padecían al caer la tarde... o frente a colores que evocaran su lejana Rusia __aquí Evaristo, al tiempo de presionar el bíceps tenso del hijo, atenúa de tal forma el volumen de la voz que apenas se torna cuchicheo__, y, debido a ello, arrastrados por algún oficial sin escrúpulos hacia el interior del buque color caqui que, precisamente ese día, hallábase anclado en dicho puerto... Tal vez fueron... primero agasajados y luego esposados, custodiados... por cuatro de esos eslavos que tan espectacular y estupendamente realizan el paso de la oca, y, ¡transportados de regreso a Leningrado! __entretanto Alejandro esboza sonrisas que entrevera con muecas adustas e inconsecuentes, la voz de Evaristo va adquiriendo nuevos bríos__ Tras la tragedia quedé desolado, derrengado, abatido...; en cambio él... ¡ya lo ves!: cada día más contento, más insustancial..., pero más lozano. Si no fuese por los arrebatos de sensiblería que, momentáneamente y sin venir a qué, padece... y las tremendas dificultades para darse a entender...
__Los arrebatos a los que aludes en Cristóbal, aunque exageradamente manifiestos, no son tan descabellados... Seguramente haya heredado el espíritu poético de sus padres ¡No nos ha de extrañar!; puesto que cada día se multiplican los que sostienen contra viento y marea que en el individuo todo responde a la herencia genética; hasta el seminario se está plagando... __se detiene, coge impulso para dirigirse al chófer: ahora de pie en la baca del jaguar, pero inclinado y atento a los murmullos que brotan en oleadas, allá en las ventanas de la primera planta del edificio__; sí, se está llenando de detractores de la educación tradicional y ortodoxa... aquél que debe su continuidad a ciertas logias impenetrables. Bueno, di tú algo, Cristóbal; habla; pronúnciate... ¡que me estoy poniendo nervioso..., y fuera de mí!
El chófer mira atentamente, aguza el oído, pero calla. No obstante, Evaristo toma la palabra, aunque pendiente también del rumor progresivo que proviene del seminario:
__Como todo individuo que ha sufrido la clásica presión de una disciplina de adiestramiento, Cristóbal es incapaz de desprenderse de ciertas tendencias obsesivas; seguramente, hasta el hecho de colocar u ordenar maletas requiera para él igual dedicación, precisión y concentración que cuando ensayaba en el circo..., medio desnudo sobre una cama de clavos punzantes, el número completo de sostener en puntas a una equilibrista brasileña sobre sus pectorales henchidos... Y, ¿sabes otra cosa que le amilana; que no puede dominar? El que ande corrigiéndole frases.
__¿Qué queguemos oír ustedss...? __al sentirse asediado, de rodillas sobre la baca del jaguar, Cristóbal comienza a traducir en palabras lo que hasta ahora sólo sonaba dentro de su cabeza como diálogo interior__ Todo está pefegto. Además ya le confesamoss, en momento de entonces, que mis Fadrers insistentes siempre, antes de escapag de la suya casa: "Si una noche ves que regressamos mách de la cuenta, no desespegarás; algún día guecibes noticias míass..., pego jamás consientáss desprendegte de Santo Evaguisto..."
__¿Pero éste; no dijiste que vino a España cuando tan sólo contaba un par de años?
__Si, pero siquiera chapurraba algo de francés y ruso con sus padres... (ahora que lo contemplo, quizá así resultaba más sofisticado y auténtico en el circo...) Soy yo, desde entonces, quién le está enseñando..., al menos, lo imprescindible; ¡lo precisaba tanto para el examen de conducir...!
Cristóbal baja del coche dando un brinco... tan ágil, limpio y atlético como el de ciertos deportistas en las olimpiadas. También con gracilidad se endereza para aproximarse a la pareja. Alejandro, que ha presenciado en vilo cada movimiento, ahora le escruta displicentemente y, a la sazón ordena al padre en tono imperativo:
__Entonces; que hable lo justo, al menos hasta haberme acostumbrado de nuevo a la situación ordinaria de extramuros. Dense cuenta __aquí la voz de Alejandro se quiebra__ que dentro de aquellas paredes, ha transcurrido parte de mi vida... mi adolescencia entera; escuchando conversaciones tan melodiosas, precisas..., y con frases tan bien construidas, que uno creyera estar leyendo siempre..., más que hablando.
__No puedes quejarte ni de la educación ni del padre que te ha tocado en suerte __aduce Evaristo, sin advertir que el chófer se ha detenido a un palmo de su espalda, observando a Alejandro con una mirada tan enigmática que parece propia de pájaro__; ¡si regresaras adonde tu abuela, aún podías lamentarte, pero, tú bien sabes que en mi casa se habla como en los libros!
__¡Ha sido una inconsecuencia, lo admito...! Sí..., si más bien lo he dicho porque presiento que..., salvados los acoplamientos previos, me voy a encontrar en la gloria; si después de haber tratado a tanto charlatán metafísico, terapéuticamente al menos, creo recomendable convivir con alguien como Cristóbal..., que apenas articule palabra.
De súbito, atosigados por sensaciones compartidas e idénticas a las que brotan del miedo, invadidos por estremecimientos inefables e intransferibles, pero recelosos, se miran en silencio; pacíficamente, aun sin mediar palabra, cada cual se conduce a una puerta determinada del coche... como si acatasen órdenes de una consciencia común y caprichosa.
Una vez dentro __Alejandro, detrás del conductor, vencido en el respaldo con los párpados entornados; junto a él, su padre: rígido, desatento, la mirada que vacila del Este al Oeste, apoyando tan sólo una nalga en el asiento, una mano trémula junto al alfilerito de su pañuelo granate y la otra con fuerza asida al borde del respaldo vacío y contiguo al del chófer...__, con destreza, Cristóbal introduce la llave de contacto y, a la par, una cinta en la pletina del radiocassette; al tiempo que, con cierta serenidad y cadencia, el coche comienza a deslizarse... proyectando chorros de luz amarilla sobre el camino pedregoso, suena la parte del Réquiem de Mózart que mayor desasosiego ha procurado siempre a los seres de exquisita sensibilidad... y que, a pesar de ello, quizá la toman como cantinela. Situación que aprovecha Evaristo para arrellanarse en su asiento y, después, suspirar fijo en la delgada franja violácea del horizonte:
__¡Alejandro..., no importa que te duermas; no me ofendo; tiempo tendrás de conocer detalles: nuestra forma de vida, los proyectos inminentes, futuros..., hasta los más imprevistos...!
__¡No se amedrente tan rápido; he cerrado los ojos sólo con intención de evitar torcer la cabeza y, desde el cristal trasero y con tristeza infinita, observar cómo se aleja el cofre donde quedó guardada la parte de tu vida con la que jamás volverás a tropezar..., pero si te enrostraras, ni siquiera la reconocerías.
__Nunca se dice, de este agua no beberé.

__¿Y se durmió?
__Creo que sí. Sin embargo, de vez en cuando me acechan dudas; diferentes imágenes de aquel viaje..., con extrañeza seleccionadas y perfectamente ensambladas, retozan y se besan en el recuerdo... Y bajo los efectos de la droga aún con mayor claridad, perseverancia...:

Al cerrar los ojos, siento cómo el céfiro de la noche hiende y eriza el vello de mis mejillas; cómo adelgaza la línea refulgente donde transpusiera el sol... hace una eternidad; y, sobre esta misma línea, cómo restallan las palabras que Evaristo va declamando: ...A PESAR DE LA PROVOCACION Y DEL RIESGO QUE PUEDAN CORRER, CUANDO SE LIBRE LA PROXIMA FIESTA DE LA PRIMAVERA, UNA SELECCION DE INTELECTUALES ATAVIADOS DE NEGRO FRAC Y CHISTERA A TONO SE APROXIMARAN A LA TUMBA DE LARRA Y, TRAS LEER CADA UNO SU POEMA MAS EMBLEMATICO Y ACORDE CON EL EVENTO, DEJARAN EN LIBERTAD A UNA PAREJA DE PALOMAS BLANCAS. Ráfagas de viento borran las palabras para dar vía libre a las palomas... que, como gallos de pelea, se crispan y, tras una breve pausa, se saltan los ojos. El coche frena en seco. Se oyen gritos, insultos... En cambio yo permanezco cegado, embozado, preso en el asiento..., con idéntica sensación a la que procura la parálisis del sueño. Al fin, iluminada por la luz amarilla de los faros, alcanzo a vislumbrar la escena que comienza a librarse ante el coche: Evaristo, disciplina en mano, asesta golpes precisos y secos en el busto desnudo, cobrizo y trémulo de Cristóbal..., el cual se halla postrado sobre un tronco de olivo añoso, reseco, oscuro... Después, congraciados, se abrazan; mesurosamente el verdugo coloca sobre la piel sangrante de su víctima una camisa impoluta..., la chaqueta del uniforme de chófer recién planchada; satisfechos, vuelven al coche...

__¡Perdone; me he quedado transpuesto... y apenas retuve algunas imágenes confusas, contrapuestas, ambiguas..., pero crueles!
__No se alarme; estas escenas, reales o no, recurrieron con asiduidad en el curso de nuestra escasa convivencia... y, consecuentemente, también se repetirán en la charla que de ahora en adelante vayamos desarrollando... a no ser que la pareja de policías de ahí afuera (uno a otro sin cesar de ofrecerse tabaco, caramelos, y tampoco de cuchichear mientras ambos se deslizan a pasitos cortos), no reciba nuevas instrucciones...
__¡Pare, deténgase...; parece que le den cuerda...! __el Psiquiatra, como si con ello frenase tanto la charlatanería del acusado como la sucesión de las reflexiones que le brotan al respecto, se presiona insistentemente los párpados__ ¿Insinúa, entonces, que pudieran ser falsas; producto de su fantasía?
__No exactamente; aunque creyese, acaso, que mi padre adoptivo imprimía tonos demasiado lúgubres a sus relatos: tanto que, incluso sospeché tratábase de planes que urdía contra alguno de...
__¿Y ahora?
__Ahora, hasta podría jurar que más bien fueron ataques violentos de histrionismo...; una enfermiza afición a la poesía..., al arte conceptual...

Acicalado, con generosidad perfumado y empuñando su sempiterno maletín de piel, Evaristo empuja despacio una de las puertas chirriantes del largo y silencioso pasillo, en su casa de Madrid. Tras cruzar el umbral, se descalza, suelta el maletín junto a los botines embetunados y se conduce con sigilo y en calcetines a rayas de colorines a través de la tenue luz... hacia donde Alejandro, bruñido por el reverbero del ventanuco, ojea el breviario tumbado boca arriba. A dos pasos del lateral izquierdo de la cama, sobre una alfombrilla de arpillera, se detiene el padre... y, mientras trata de clasificar las mil fragancias que desprende el aire, aún hace recuento de los detalles... aquellos que pudieran prestar al cuarto ese talante tan austero, místico...: suelo y rodapié de madera oscura, una única silla de culo de anea, una discreta cómoda, las paredes encaladas, desnudas... la luz del ventanuco atenuada por una escueta cortina de retor...
__Creo que deberías desechar costumbres ya caducas; bien sabes que disponemos de una de las bibliotecas privadas mejor nutrida y selecta de España.
__¡Pero si la utilizo... __Alejandro contesta a regañadiente y sin apartar la vista de las páginas__; tan sólo me quedan unas líneas del tocho que me recomendaste ayer...! ¡Anda, no te sulfures; alcanza la silla y descansa un momento! Ahora que Cristóbal duerme, quiero que sin dilación contestes a una pregunta: ¿Por qué todos los días encuentras sobrados motivos para azotar al pobre muchacho?; considero que éstos, aunque evidentes, superan con creces los prescritos por psicólogos... Además, ¡lo encuentro tan...!
__Precisamente... Pero disfruta de demasiada fortaleza, energía, nervio. Alguien que ha forjado su personalidad en un circo, que aprendió a desenvolverse a ritmo de látigo... y devora alimentos con fiereza..., de no recibir la disciplina adecuada, llegaría al caos, o se sumergiría en una enajenación sin retorno, sin precedentes... Además, escucha, los días que precedieron a la desaparición de sus padres, advertí en él algo insólito; la poca concentración, la desidia, el caos general... todo cuanto de malo había ido acumulando desde que sus padres y él fueron acogidos por mí, voló de repente; ya ni se tropezaba con los muebles ni rompía vajillas ni se meaba fuera de la taza del retrete... En fin... que de la noche a la mañana se transformó en alguien diferente, hasta se esmeraba en no dejarse rastros de sangre y espuma de afeitar junto a las orejas y la nariz... Minuto a minuto alcanzaba tal grado de civismo, que llegué a sospechar, a inquietarme..., a preguntar a uno y otro, incesantemente..., de noche y de día: ¿Qué patología tan singular será la que procura tanto sosiego en él, y acaso en el resto de los humanos pena y desesperación? Pero, por más que reflexionaba, no hallaba caminos..., me veía maniatado. Sin embargo, una tarde que, acaso de concentrarme en la lectura, andaba él perplejo ante las sorprendentes y espectaculares incandescencias vespertinas de la primavera, súbitamente (como acuden las verdaderas e inexorables revelaciones) descubrí que en las pupilas de Cristóbal afloraban los fulgores característico que lucen los aventureros cuando sufren irrefrenables ansias de partir, y no saben dónde. Y además que, inconscientemente, pero con placer, se mordía el labio de abajo... como si éste le fuera ajeno... sin advertir siquiera que la sangre no cejaba... que, chorreando cuello abajo, pronto le mancharía la camisa... Sin embargo, en su rostro crecía la petulancia. Entonces no vacile más. Me dije: ¡Ya está; a éste le va la marcha!
__Sí, pero él sufre..., llora.
__¡Qué disparate! Él no siente nada ponderable; eso que tú aprecias son los clásicos reflejos condicionados..., mañas que aún conserva desde pequeño: ardides con los que captar atención. Escucha: nuestro chófer es la muestra más específica de aventurero..., aunque finja lo contrario; capaz, como todos ellos, de permanecer impávido, insensible ante las más descomunales catástrofes. Mira: la mayoría de estos individuos simulan poseer sentimientos, cuando tan sólo los ansían... y jamás se enamoran; temen no experimentar aquello que han escuchado de los amigos hasta la saciedad, que han visto en películas de romanos o leído en sólo el par de libros que ojearon cuando niños. Por tanto, sí muy de cerca presienten algo singular... que mereciera traducirse por amor..., ofuscados ejecutan una azarosa carrera de obstáculos a la inversa, algunos ejercicios de atletismo de alto riesgo... o, en el gimnasio, libran unos asaltos de boxeo con el púgil mejor dotado y que más despunte esa temporada en el ring..., después, agotados, pero insatisfechos, huyen en busca de proezas aún más inefables...: si es posible se casan con una lagarta (fíjate qué inconsecuencia: estos tipos, de amores tan abyectos, pirran a las mujeres virginales...) o penetran en las fauces umbrías de una selva virgen...
__¿Y por qué, entonces, no huyó Cristóbal?
__Porque al tiempo de advertir en su rostro (imperturbable ante el horizonte, sobre el alféizar) una sucesión de anhelos, proyectos..., también aconteció un hecho sobrehumano, inexplicable, pero muy revelador y ventajoso: no sé por qué, la imagen, en sí, de Cristóbal, retocada por el rescoldo azafranado del atardecer, me fue por un instante tan hostil como irresistible..., tan familiar como desconocida... Entonces, para solapar la confusión y no zozobrar inútilmente, desplacé la mirada hacia el Deuscórides que sobresalía del último anaquel de la librería... "Pero, ¿qué cuelga de ahí?", me pregunté asustado, y, aún en tono algo más alto, con la cara arrebatada por la ira, lamenté mi sino: "¡Maldita suerte la mía!" No obstante, cuando me hube repuesto, aduje: "Nadie..., que no esté endemoniado, sería capaz de colocar, entre volúmenes tan especiales, la disciplina antigua que adquirí tiempo ha en el anticuario...; a no ser que se trate de una advertencia... o que alguien ande interesado en inducirme al sadismo... Desde ese día, cuando advierto que en los ojos de Cristóbal afloran destellos de luciérnaga, no me resisto dos veces; vuelvo a repetir, paso a paso y con todos los pormenores, la ceremonia aquella: lanzando improperios hasta por la nariz, me aproximo al lugar...; de entre libros, extraigo la disciplina antigua, pero como si la hallase por casualidad; y, con todas mis energías, arreo una soberana paliza al sujeto..., ya se encuentre reclinado a media luz sobre el alféizar, manejando en la siesta barajas de cartas, conduciendo al amanecer un cochecito teledirigido, levantando con cierto fragor al respirar, y de anochecido, pesas o mascuernas..., indiscriminadamente.

Debido quizá a la última revelación, al cansancio, al hambre, al exceso de fármacos... o a esos reflejos cobrizos del anochecer __capaces de restituir defectos, pecados... de consentir que fluyan sólo auras celestiales__, tanto el Psiquiatra como Alejandro creyeron por un instante ascender al firmamento.
CAPITULO QUINTO
...Pero tanto el Psiquiatra como Alejandro no parecen ungidos con la gracia precisa para acceder a ese estado donde determinadas personas, y a ciertas horas de días muy señalados, irradian... y, de proponérselo, con sus dedos de marfil hasta podrían hurgar la cáscara del cielo... No obstante, sí están dotados de la suficiente calma como para sucumbir en duermevelas, no por idílicos menos ortodoxos: Alejandro, desplomado en la butaca de cuero viejo, áspero y pestilente, impeliendo resuellos musicales con la boca desencajada y los párpados a medio cerrar, duda si los compases que se escuchan, a cada instante más destacados y musicales, corresponden a los pasitos cautos de la pareja de policías que lo custodian, arriba y abajo desde el pasillo de fuera... o simplemente al metrónomo que secretamente cada sujeto alberga y utiliza como medidor de ritmos incontrolados, a voz en cuello; en tanto el Psiquiatra, cruzado de brazos sobre la mesa y fijo en los jirones crepusculares que consiente el gradulux, porfía resolutivo que, de tratarse de sugerencias soñadas por el presunto homicida, estos sonidos aludidos ya se hubiesen manifestado de algún modo en su interior, aunque fuese como tonos huérfanos... Siempre y cuando hagamos oídos sordos al ritmo castrense que marca el taconeo en auge del comisario de policía... precisamente, entrando ahora al despacho con una sonrisa que denota afabilidad, intencionado sigilo en los movimientos de su cabeza costrosa..., en cambio, cierta ambivalencia en la mirada a la hora de depositar sobre la mesa una bandeja repleta de merengues aún calientes y una jarra de café humeante.
"Deben de acatar órdenes imperiosas, tajantes, muy poderosas... __persiste Alejandro__ puesto que uno de los policías, el del rostro más bermejo, se ha olvidado, quizá con las prisas, de atacarse el pantalón; permite resignado, o... ¡adrede tal vez!, que esta prenda, enredada al calzoncillo y trabada a los tobillos, transforme su andar en algo extravagante, ridículo...; ni siquiera advierte que, según la hebilla del cinturón roza el mármol, chirría... ni que, frecuentemente, también la punta de su sexo enhiesto, descapullado, cárdeno, turgente... como punta de guindilla madura, al andar raspa contra el repulgo áspero y frío de la cazadora de cuero de su uniforme". Sin embargo, el Psiquiatra confía que, de ser elegida su propuesta, y no la que proclama en silencio el presunto homicida, el Comisario tendrá la deferencia, antes de servir el café, de aproximarse a la ventana y fruncir el gradulux; así, en paz y armonía, todos compartirán el devenir de los vapores más singulares del anochecer... "Magistralmente captados __conviene en voz alta el Comisario, con el gesto pasmado y, a la sazón, cierto entusiasmo en la mirada... como quien con mano mansa se apacigua las sienes mientras observa lejanías en el preciso momento de zambullirse el sol__, por los haces del Renacimiento, en lienzos o frescos con motivos sacros".

Querido Obispo:
Perdone que en la presente me salte a la torera el protocolo; espero que, tratándose de un evento tan especial, El Altísimo nos eximirá de culpas..., amén del peligro o mala fortuna de caer en las redes de las infiltraciones detectivescas de la Curia. Quizá me embargue la imprudencia y temeridad de los desesperados, o recurra a usted simplemente por nuestra añeja amistad, o por la ligera sospecha de que también anduvo implicado... En tal caso; poco a poco iremos descubriéndolo.
Primero relataré mi preocupación más elocuente y no por ello menos frágil, delicada; así dispondrá tanto de datos mejor condicionados y más prolijos, como de expectativas harto precisas... ¡digo yo! Sin más trueques ni rodeos le confesaré que se trata de Carmencita. Como usted de sobra conoce, llegó aquí en un estado extremadamente especial; no por crítico, menos atrayente. En fin, como es de suponer y más si uno está al tanto de la sensibilidad que sufren algunas Hermanas cuando caen en las redes de una boca con encanto, nada más verla me quedé prendada hasta de su sombra. Ya en la capilla, del día aquel primero de vuestra llegada, me devanaba el pensamiento buscando rastros, señales, explicaciones, respuestas... Y aquella misma noche comencé a desvariar; ya me conoce. Punto por punto, renglón a renglón, párrafo a párrafo, fui confeccionando diagramas, organigramas, plantillas, tablas... incluso proyectos a plumilla y tinta china de viajes y vacaciones para disfrutar con ella, en un futuro inmediato... Como esas parejas de monjas que, en verano, de la mano y entre nubes, visitan la Basílica de San Pietro. ¡Qué ilusa! Y qué hilarantes y estrafalarios se condujeron mis sueños y pensamientos de aquella primera noche; tanto que me desperté muerta de sed, de risa, en un mar de sudor y lágrimas..., pero fría como un témpano. Salté de la cama igual que un delfín con intenciones suicidas. Desnuda y algo esperanzada, me precipité hacia el espejo del armario; al mirarme descubrí unas ojeras tan profundas, extensas... y unos pómulos tan arrebatados que más que una Madre Abadesa recordaba a Yvette Guilbert, la musa de Toulouse-Lautrec... Sin embargo, algo no del todo despreciable comenzaba a destacar; como un paño que fuera cubriendo las impurezas... Hasta alguien inexperto, pero benévolo y divertido __como usted__, en un arrebato podía haber diagnosticado que bajo ese rictus macabro, acentuado por el tiempo..., pero ya trazado el día mismo que tomara la determinación pertinaz de convertirme en intelectual recalcitrante y luego en Reverenda Madre Superiora, no era de extrañar que en dos días a lo sumo aflorara de nuevo una dulzura no exenta de reflejos lascivos...: piense en esas plantas que, expuestas en terrenos inhóspitos, pedregosos, baldíos..., son capaces de valerse de ardides demoníacos con el fin de aclimatarse al medio que encarte, al precio que fuere... Valga como ejemplo el cactus que, con hálitos de viento húmedo y nocturno, tiene la desfachatez de eclipsar y hasta de sorprender con flores tan bellas y exóticas que jamás los seres humanos quepan soñar.
Ese amanecer, antes de maitines __tanto oscilaba mi ánimo hacia la felicidad más luminosa, radiante... como a la tristeza más sórdida, negra, apelmazada__, opté por ducharme, en vez de restregarme la manopla de felpa que es lo estipulado; por acicalarme con suaves perfumes y ungüentos sutiles, casi inapreciables; y por ataviarme con algo tan bonito y discreto que me hiciera resultar más segura y bonita que nunca. Después de mucho dudar, escogí un hábito sin estrenar __con lo nuevo me crezco__, la toca más airosa y el frontal más blanco y almidonado; mientras bajaba ceremoniosamente la escalera también fui mordisqueándome los labios hasta conseguir irritarlos... que palpitasen y, al tacto, recordaran a las ascuas vivas. Ya en el reclinatorio, y puesto que por más que aguzaba el oído ni siquiera presentía el jolgorio de la llegada de las demás hermanas y novicias, dispuse los pliegues de mi falda con tal primor y precisión, que más parecían los de un acordeón embravucado... Con la cabeza erguida comencé a implorar al Sagrado Corazón: "Dios mío, no permitas que pase de largo mi último tren; deténlo un instante para que pueda ascender... Y, si no fuera posible... o acaso carecieses Tú de Don suficiente, sugiere a tu Padre que, al menos, intervenga alguien ducho en tales menesteres para que limpiamente haga descarrilar un vagón siquiera... y que éste me atropelle; sólo deseo ver mi cabeza ladera abajo rodando como una sandía... ¡Te lo imploro...; cómo vivir ya sin el rescoldo de una sonrisa tan sublime, encantadora!"
Al abrir los ojos, para que El Sagrado Corazón advirtiese en mis pómulos cascadas de lágrimas, tras las musarañas, frente a mi reclinatorio, vi la nuca de oro de Carmencita... y en su cuello espigado, frágil, ladeado con gracia hacia el hombro donde su bruñida trenza descansaba cual serpiente al sol, cómo se distinguían maravillosamente las cuentas de su vertebrario..., remolinos de vellosidades sedosas y rubias..., dos diminutos lunares algo difuminados por la sombra que proyectaba su oreja izquierda sutilmente traslúcida..., y a ambos lados, al borde de las cuencas donde ciertas mujeres se ungen con perfume, también las huellas de los regueros que deja el agua de colonia al rato de habérsela untado... De repente, al insistir __aunque parezca imposible__ en escrutar más exhaustivamente su cuello, noté cómo la serpiente, en apariencia dormida, se desenroscaba __en uno de mis múltiples parpadeos, quizá el animal recibiera un destello punzante del rosetón multicolor del coro__ y cómo, tras restallar su cola varias veces, comenzaba a desperezarse sobre la espalda esbelta y rígida de Carmencita. Entonces, el cuello entero de ésta, tal vez por el roce, tomó la textura de un trigal soñado, azotado por vientos de julio... Sin experimentar previas sensaciones ni atisbos de razonamientos siquiera, mi ánimo se precipitó tan de improviso hacia el abismo, y mi cuerpo se desvaneció tan dramáticamente tras él, que, sin darme cuenta, caí al suelo como una fruta podrida.
Ahora recuerdo murmullos, gemidos... lágrimas que se precipitaban sobre mí como lenguas de nieve en primavera... o pétalos desgranados sobre una tumba abierta. Y, al fondo, su boca trémula, de satén rosa... contraída en una mueca que ni aún hoy alcanzo a dilucidar si pretendía la pureza, el bien... o servía simplemente de biombo, tras el cual se ocultaban los escarnios más inefables.
Cuentan que anduve dos semanas con fiebre altísima y, sin embargo, con los pies helados y babosos como los de la rana. Que en ese período ni abrí el pico siquiera para tomar un caldo; ¡así me quedé: como un pajarito! Es más, se me descontroló la menstruación y adquirí un hirsutismo pernicioso, que no remite ni con depilación a la cera. Un especialista en dolencias de la mujer religiosa, que expresamente vino de Pamplona a reconocerme y tratarme, diagnosticó que debido a una contracción de nervios, muy súbita, intensa y prolongada, las hormonas se habían dislocado provocando un caos generalizado; sin embargo, nuestro confesor, que me conoce bien y alcanza miras más disolutas, predijo que tratábase del comienzo de un sinfín de momentos aciagos, de desventuras... ¡Y qué razón tenía!
La primera digna de mención __tras un período de paz rayano con el paraíso, donde Carmencita consentía y asentía placenteramente tocante a la generalidad de mis propuestas e indicaciones educadoras__ aconteció el día que naciera Alejandro...; y no Pilar, como todas las hermanas esperábamos tras haber implorado noche y día a la Santísima Virgen de los Dolores. Tenga en cuenta que, referente a la educación de una niña, jamás la Iglesia __bien lo sabe usted__ hubiese objetado matiz alguno; del niño en cambio, por motivos obvios, hubo que desprenderse incluso antes del destete estipulado... soslayando las recomendaciones de las escuelas pedagógicas, en candelero por esa época.
No obstante, Dios nos concedió una tregua de casi un año más... ¡extrañamente maravillosa! En este período, cada día transcurrido en la vida de Carmencita __relevada de todos los quehaceres menos del canto, el piano, las buenas lecturas y comerse los huevos de dos yemas con patatas fritas a la sombra de los árboles más frondosos del jardín... o dar de mamar al niño, también bajo esas mismas frondas__ servía para que, a modo de ofrenda, los de por sí delicados tonos y texturas de su piel, fueran suplantados por otros, a cada cual más radiante si cabe... En cambio, y según descubrí cuando ya no quedaba remedio, a la par su alma se iba cubriendo de mañas dignas de arpía; se las ingenió para que todas las hermanas se prendasen de ella, entretanto galanteaba a escondidas con el pelirrojo: el efebo que, con premeditación y alevosía ¡estoy segura!, hizo que aquella tarde clave, tanto usted __¡qué lástima que también saliera escaldado¡__, como los demás presentes, quedásemos perplejos, obnubilados con sus piruetas caballísticas... ¡Menudo descarado y sinvergüenza, el niñato!
Y la primera sospecha de tan deplorable asunto la obtuve la tarde en que regresó de alargar a Alejandro en su caballo pío hasta el pueblo de sus abuelos, dentro de un enorme canasto de mimbre de dos tapaderas. De la mano andábamos Carmencita y yo, paseando por la vereda que ronda al jardín __si mal no recuerdo, desmenuzábamos algún interesante pasaje bíblico... o acariciábamos pensamientos elevados, fruto de nuestras lecturas__, cuando con mi sempiterna suspicacia descubrí que, tras unos matorrales de jara y maleza, algo desmesurado y fogoso procuraba esconderse. Astutamente, le aticé un codazo a Carmencita y, con el juicio propio de los pretendientes furtivos, ambas nos pusimos rápidamente a cubierto en otro matorral cercano. Desde allí, quietas y mudas como espantapájaros, alcanzamos a descubrir que lo que tanto temíamos resultaba ser sólo el caballo pío del Pelirrojo pastando copiosa y sosegadamente. Sin embargo, ella, a medida que transcurría el tiempo, acaso no se apaciguaba __como es de ley, una vez se ha conocido al elemento del miedo__, sino que adquiría un talante más demente, su tez un tono más grana...; sin comentarios o siquiera un gesto que denotase una justificación oculta, la criatura comenzó a brear al pobre animal: ¡le asestaba tales puñetazos en el pescuezo, cabeza...! Mas no quedó plenamente satisfecha hasta sentir cómo le sangraban las manos... y al pobre bicho verlo dando coces indiscriminadas y relinchos agudísimos.
Después, ya en su celda __sin admitir jamás que, desde distintos puntos de vista, aquella crisis mostraba todas las pintas de un incontrolado ataque de celos..., quizá suscitado por la sospecha de que en ese instante el Pelirrojo se estaba apareando con alguna novicia__ Carmencita me confesó con abnegación que más bien fue víctima de un arrebato demoníaco e incontrolable... Y que, por el amor de Dios, no se lo tuviese en cuenta.
De no haberla querido..., más que a mis difuntos, olímpicamente hubiese olvidado tan extraño asunto; pero, como la idolatraba, cada disculpa se tornaba indicio, cada dato, prueba concluyente... ¡Tonta de mí! Hasta los signos más evidentes se truncaban: asida a sus muñecas, en tanto la hostigaba con más y más preguntas, hasta llegué a creer que su nada desdeñable alteración sanguínea era debida a la fricción de mis manos y no a recuerdos de otros manoseos... ¡Por favor Ilustrísima, júreme que nunca referirá lo que voy a confesar!: Con tanta ofuscación me conduje y tal grado de demencia alcancé, que jamás, hasta hoy, he convenido si cuando al final de la mañana ella, tras un suspiro, se desmayó, fue debido a la intervención de mis caricias o, por el contrario, al acoso de mis ruegos... ¡fíjese qué experta! Aunque tampoco debemos despreciar el hecho sucinto, pero desconcertante de que, como quien regresa de un éxtasis, ella declarase: "Temo que el Diablo me haya seminado... ¡Gracias, de todos modos!" Y que, sin más, apostillase a continuación, aunque con voz de ultratumba: "Sin embargo, nunca más permitiré que vuelva a poseerme; si es preciso mañana mismo escaparé de aquí". Contrariada y asustada, le imploré, supliqué... en mi locura prometí facilitarle todo tipo de privilegios para que sus devaneos con el pelirrojo adquiriesen tintes de oficialidad; siempre y cuando las demás Hermanas lo ignorasen... y nuestra relación se mantuviese como hasta el momento antes de descubrir al caballo pío pastando tras la jara.
Nadie, de no redactarse ante notario un previo contrato exhaustivo y minucioso, debiera jamás pronunciar ciertos ruegos, fruto de los delirios amorosos; se está expuesto a sufrir los más finos insultos, las mayores afrentas; pierde uno absolutamente la dignidad...; y de no ser porque realmente existe Dios y siempre se encarga Él en disponer cada cosa en su exacto lugar, tanto usted como una servidora hubiésemos acabado en presidio... No se alarme; sólo yo conozco la otra parte.
¿Descubre ya por qué me expresé de manera tan liviana? De todas formas, a modo de ampliación, y para que no quepa la menor duda, ahí le envío copia fiel de la carta que acabo de recibir; el original debo mantenerlo en mi poder y bajo llave, por si necesitase algún día valerme de él:

Querida Reverenda Madre Superiora:
Antes de nada, úrgeme advertirla que esta carta, de algún modo, también va dirigida a su Ilustrísima, el Señor Obispo; por favor, hágasela llegar con la mayor rapidez que le sea posible.
Ahora, perdone mi osadía, pero si aún retiene algo del aprecio que me profesaba, le imploro derogue mi culpa hasta no haber cotejado todos los datos. Y aunque apueste porque ya nada me podrá eximir de los delitos adquiridos: no enviar una nota... ni advertirla siquiera de mi paradero, a pesar de todo, creo que debería prestar atención. Tenga en cuenta que al principio, con la euforia de la fuga, no disponía de acierto ni para coger un bolígrafo... y, más tarde, debido a la nostalgia, al vértigo, a la incertidumbre... tampoco. ¡No crea; ya me lamento infinito del error!. Ahora ¡se lo juro por mi Alejandro! seré franca y directa:
Al primer lugar donde el pelirrojo __como usted le apodaba__ y yo acudimos fue a Castellón de la Plana; estaba harta de riscos tan empinados y... ¡qué coño! ansiaba de manera urgente el olor a yodo del que tanto oía ponderar. De todo modos __ahora sí puedo confesarlo__, elegimos el punto más estratégico; tanto distaba de Teruel, adonde fuera destinado su Ilustrísima el Sr. Obispo, como de Valencia, lugar al que con periodicidad se trasladaba el Pelirrojo a recoger un paquete... Y en dos días, todo lo más, ¡dinerito fresco!
Ingenua de mí, creía que tales incentivos no eran más que muestras de agradecimiento, en respuesta a los reiterados servicios que el Pelirrojo generosamente venía prestando a su Ilustrísima. Y que tales favores consistían, según sus propias palabras, en periódicos masajes y esporádicas aplicaciones de morfina..., siempre que en días nublos al Sr. Obispo volvíasele a recrudecer la contusión causada por el accidente aquel ocurrido cuando, después de la tormenta del día fatídico de mi llegada __¡rememore!__, éste, junto al Pelirrojo y transmudado en veinteañero, se encaminó al monte y a la grupa del caballo pío..., y sin echar a ver que contaba, al menos, con cincuenta primaveras, cierta rigidez cervical contraída de rebinar la tierra de los rosales de sus arriates..., y en absoluto con la suficiente estabilidad y elasticidad como para soportar el trote de aquella fiera..., aunque fuese muy prieto junto al jinete...
Ahora, Reverenda Madre, no sé realmente qué ocurrió, ni cómo. Me pregunto si confiándole detalles y ciertos matices del carácter del Pelirrojo, usted, con sus dotes psicológicas, podría aclarar por qué una mujer, nada tonta y más bien culta, la primera vez que un sinvergüenza la toma de la mano, consiente gustosa en ser arrastrada a lo más profundo del abismo... Aunque temo que, ante matices tan evidentes, la inoperancia para atajarlos surja de improviso, como las maldiciones impuestas por las brujas de los cuentos. Y no solventada hasta que, como en ellos, azarosamente, un hada buena cruce el lugar encantado y, alegremente, levante la maldición. No sé por qué nos hallamos como impedidos ante puertas sin cerrojos, ventanas sin cristal... maniatados por hilos inexistentes... Me viene a la memoria el cuento aquel donde un rey se exhibe desnudo ante sus súbditos, creyéndose ataviado con el traje más bonito y lujoso; ni los del cortejo ni tampoco la plebe advierten el engaño... ni, de notarlo, conviene nadie que el monarca va sin ropa... hasta que un niño, entre la multitud, se mofa a gritos: ¡pero si va desnudo! Entonces me pregunto: Reverenda Madre, ¿para desencantar maldiciones tan atávicas, necesitaremos también, como en el cuento, de una mirada y un grito inocente?
Debo aclarar, en honor a la verdad, que parte de la morbosidad, que entonces abundaba entre mis inquietudes, sirvió para infundir más celo en mis preguntas... y así sonsacar al Pelirrojo otros pormenores, menos corrientes, de las tardes de masajes y morfina. Como todo zalamero que se preste __así era él, aunque entonces yo ignorase que tales artimañas quizá podían ser utilizadas como ardides para solapar otras verdades del subconsciente__, a la vuelta de dichas aventuras me colmaba de carantoñas, caricias, regalos... y no menos de explicaciones rutinarias: cómo de peculiar se conducía siempre el Sr. Obispo tocante a la comida y a las mil chucherías que durante la estancia, éste y su servidumbre prodigaban hasta lo inaudito... o hasta qué punto el susodicho era sensible y perfeccionista a la hora de disponer los cubiertos y las flores que adornaban la mesa... Ahora bien, dado que explicaciones de éstas jamás me dejaron satisfecha, un día que andaba yo con jaqueca menstrual, algo quisquillosa, y que a la postre el Pelirrojo había regresado de sus viajes con el rostro pálido como el de un muerto de horas, aproveché para increparle con cierto rintintín..., de la siguiente manera: "No sé cómo un hombre hecho y derecho se presta a tales cosas". Él, aún más pálido y algo consternado, respondió: "Pues muy sencillo; puesto que para mayor eficacia se debe siempre aplicar las inyecciones de morfina bajo los efluvios de una sauna turca, y dado también que momentos antes de la última aplicación habíamos ingerido en exceso tapitas de queso manchego, muy curado, y jamón de bellota con jerez seco, no es de extrañar que tanto su Ilustrísima como yo sufriésemos un corte de digestión... ¡digo yo!" Sin embargo, aquella estrafalaria explicación, no sólo me dejó desazonada sino más predispuesta, si cabe, a persistir. De hecho, sin otros preámbulos __como si yo, a priori, albergase alguna prueba determinante__, lo insté a que lo declarase todo; que, si tenía cohones, descubriese el juego completo: "¡Mira, mira, Pelirrojo...; no me tomes el coño! Si realmente andas metiéndote esa porquería en casa del Sr. Obispo, lo más decente y honrado, dado que soy tu mantenida, sería que también lo compartieses conmigo". Entonces él, fuera de sí y como antes nunca lo fuera visto, se encaró: "¡Eso jamás; antes me tendrías que ver destripado en la calle como un perro...!" Ya puestos, le repliqué yo aún con mayor energía y desparpajo: "¡Pues, no sé de qué presume el otro, que no posea yo...!" Así, entre incoherencias, despropósitos... y copita y copita de oporto, del que le fuera regalado el Sr. Obispo, debió irse templando el ambiente y, en parte, cediendo la tensión de la disputa... Quiero recordar que, en un momento dado __habida cuenta, como siempre que el Pelirrojo se encorajaba__, hasta me obsequió con fragmentos del baile que ejecuta Antony Quin junto a Rita Haiwourth en Sangre y Arena. Después, encendido y sudoroso, me fue arrinconando en la pared y, como un potro salvaje, indomable..., me aplicó lo que con mi actitud debía andar requiriendo, hacía ya un buen rato. No preciso bien, pero quizá fuera en el segundo o tercer viaje subsiguiente a casa del Sr. Obispo cuando nunca más regresara el Pelirrojo... Debido a ciertas, aunque fortuitas noticias __de boca de éste y del de más allá__, pude concluir que su ausencia más bien conjugaba con el cadáver que encontraron hinchado, medio podrido... en la playa de Gandía... ¡Y no que hubiese desaparecido sin dejar rastro! De todas maneras, a no ser que ande deprimida, siempre que acude a mi memoria el garabato de su recuerdo, aún sigo ubicándole ¡tan pinturero! subido en aquella mesa enorme, de mármol gris, bajo la luz oscilante de una lámpara de porcelana azul celeste y recamada de diminutas esmeraldas aladas, fogosas... No obstante, si me despierto de mal talante, dicha imagen..., su pelo rojo, aquella luz plagada de moscas..., se convierte en otra: los mismos insectos, pero revoloteando sobre el rescoldo de un volcán latente... ¡Recuerde que soy muy dada a las ensoñaciones!
No exagero lo más mínimo: me quedé tan sola y desamparada como la golondrina que pierde el vector que la conduciría de nuevo al calor; tampoco sé el tiempo que anduve deambulando de esquina en esquina, con una melancolía ininteligible y una gorrilla de fieltro en la mano, y cantando tonadillas a media voz. Así, hasta ser seducida una y otra vez por esos sandungueros marinos levantinos, de mirada imprecisa, sonrisa ingenua... y dispuestos siempre a llevarte de paquete en sus motocicletas ruidosas. Más tarde, como carecía de espacio hasta para caerme muerta __salvo un cuchitril en correos donde dejar la maleta__, o quizá mi dignidad por entonces andaba hecha trizas y enredada entre la espuma de las resacas nocturnas, no tuve otra opción que echarme a puta. Y por último, dirigirme a Madrid..., pues, al fin y al cabo, existe más movimiento; en una esquina de Valencia había trabado amistad con una lojeña, muy escandalosa y resuelta, que me prometió esto y aquello si la seguía.
Aunque no es oro todo lo que reluce, sin embargo, no sería lícito negar que, gracias a las múltiples habilidades de la lojeña, hemos alcanzado cierta estabilidad y algunos ahorros que nos permiten vivir decentemente en un piso, a las afueras. Reverenda Madre, creo que esto último fue el detonante... o, al menos, de donde partieron mis nuevas expectativas. Más tarde, como angostura, se vertió el grato recuerdo de nuestra vieja amistad... sin menospreciar tampoco la del Sr. Obispo. Y de todo ello surgió este combinado: un compendio de fuerzas que me arrastran a buscar con tesón y sin premura a mi hijo. Bien sabe Dios que ahora mi vida gira sólo en torno a ese fin.
Confío que, conocidos mis anhelos, no vea descabellado que, de algún modo, intente aprovecharme de usted...; que hasta encuentre razonable mi sugerencia de pedir también ayuda a su Ilustrísima... para que entre todos nos sea más fácil alcanzar el objetivo. Sepan además que desde la siniestra muerte de mi madre ignoro el paradero hasta del más lejano miembro familiar...
Por favor, Reverenda Madre, con sus palabras __siempre tan entrañables__ trasmítale a la hermana Marisa de los Angeles mi más sinceras condolencias por el calvario que viene padeciendo, una vez quedara impedida por la llamarada traicionera de una sartén; tenga en cuenta que, desde mi huida, jamás probé consomés tan exquisitos como los que ella cocinaba. También, propague entre las demás hermanas éstas y muchas más condolencias. Y todos los comentarios al respecto que considere oportunos; sin olvidar los estrictamente consustanciales a la muerte del jardinero... al fin y al cabo era mi suegro... Ya de boca del Pelirrojo escuché que su padre, en épocas más prósperas y debido a sus educadas maneras, cautas palabras, era requerido y muy admirado por toda la Comunidad...; aunque, como era de prever, a partir de la trágica noticia de la desaparición del hijo, estas delicadas formas degenerasen en una locura en toda regla. No piense que soy adivina, bruja o santona; los últimos datos los supe de boca de la sirvienta del Sr. Obispo..., un día que, desesperada, sola y con la excusa de felicitarles las Pascuas, me atreví a importunar por teléfono.
Ah; se me olvidaba: al poco de no disfrutar de su amparo, me volvió aquel sueño recurrente que de manera especial la soliviantaba, pero que a la vez tanto festejaba que contase. Por si le sirve de alivio, lo volveré a relatar; aunque debo anticipar que, en esta nueva entrega, dicho sueño cuenta con matices de índole muy diferente: En la misma habitación en penumbra, fresquita, acogedora, y tumbada sobre sábanas de hilo holandés, espero la llegada de cierto soldado desnudo que, sin remisión, atravesará mis entrañas con su espada de lujo; sin embargo, cuando las cortinas de encaje, debido a la brisa matutina, se abomban como velámenes de una embarcación fantasmal, en vez de él aparece usted; en cambio, no es un tahalí lo que ciñe su cintura, sino una primorosa faltriquera... de la cual, e incesantemente, emanan pétalos de flores variopintas que vuelan a cubrir mi cuerpo aterido, níveo... Desde mi desvarío aún alcanzo a ver cómo, al mínimo giro de cabeza, su relumbrante y generosa melena negra se precipita en cascada hacia mí.
Muy cariñosamente,

¿Se ha percatado su Ilustrísima de que la pobre criatura, ni practicando la prostitución, desluce un ápice su exquisita sensibilidad, ni algunas de sus dotes de narradora nata; que ni siquiera en ese infierno nos olvida...? ¡Qué lástima! Como verá __para atajar sus sufrimientos__, no he tenido otro remedio que, presto, enviarle a Carmencita estas falsas, pero indispensables noticias:

Querida niña:
¡Cuánto has debido penar y cuántos más sufrimientos te deparará aún el destino!; ahora siento ser yo la trasmisora del que quizá sea el más tremendo.
Nada más recibir noticias del fallecimiento de tu querida madre, me puse en contacto con su Ilustrísima el Sr. Obispo, para que él, desde su estratégica situación, tomase cartas en el asunto y, con su hábil mano izquierda, con urgencia localizase el lugar adecuado donde mejor acogieran a un hijo de madre soltera... que no fuese un reformatorio y después la Legión. Como podrás suponer, la Providencia nos deparó un elegante Seminario. Una vez, por el Sr. Obispo, supe del exacto paradero de Alejandro, quedé satisfecha..., pero aún me aseguré de que éste recibiera una educación en toda regla. ¡Ya conoces mi persistencia! Al año siguiente, el secretario de la Comunidad tuvo el gesto de remitir, por iniciativa propia, copia del libro de calificaciones. ¡Pásmate; qué puntuaciones! Sin exagerar te confío que ni yo, en mis mejores momentos, obtuve tanta matrícula... Sin embargo, y dado que la dicha en algunos humanos es harto limitada, la mía no tardó en declinar. Si alguien conociese la razón última por la cual Nuestro Padre toma a veces decisiones tan drásticas, tal vez comprendería por qué al año siguiente, en lugar del esperado libro escolar, recibí esta escueta misiva:

Reverenda Madre:
Es mi deber comunicarle que su protegido, el alumno Alejandro, falleció la pasada semana al despeñarse por uno de los riscos que nos circundan; al parecer venía de investigar el estado de buena esperanza de un nido de águila real. Dado que carece de familia directa __habida cuenta, el padre como si no existiera y la madre..., peor aún__, sus restos han recibido Santa Sepultura junto al árbol donde, según comentarios de compañeros allegados, últimamente el desdichado hallaba respuestas a sus oscuras preguntas, paz a sus recuerdos, sosiego a sus reflexiones... ¡No puedo más; me ahoga la impotencia!
Reciba pues, su Reverenda, mi más sincero pésame. Y hágaselo llegar también a la personalidad que, en su día y con tanto ahínco, tramitara los papeles para el ingreso de Alejandro en nuestra Comunidad... Yo carezco de iniciativa. Debido al trágico suceso me hallo sumido en una congoja sin precedente. Es por ello que pido disculpas; y por si también hubiera cometido algún error de protocolo... ¡A veces, me veo como un alfeñique!
Atentamente,

Temo que... quizá Nuestro Señor imite al alfarero genial; que, una a una, vaya modelando vidas, sin armazón, sin estructura, sin previa concepción de formas... confiriendo caprichosamente este y aquel matiz, detalle, color... hasta sin prever que, debido a una inadecuada combinación, pudiera producir piezas con tremenda fragilidad... aunque jamás pierdan el halo de obras de culto... ¡Él no lo quiera! En cambio, de suponer acertada esta teoría, debemos confiar que el objeto creado __en este caso Alejandro__ se halle en el mejor lugar de la vitrina más especial del cielo. Así que: mucha resignación, ánimo y esperanza... ¡qué es lo último que se pierde!
Cuídate, cariño. Y, por el amor de Dios, sé una maniática de la higiene; no vayas a coger una de esas enfermedades tan feas...
CAPITULO SEXTO
No se precisa cuánto permaneció eclipsada la tarde...; o dormida y quieta, mientras a su orondo talle los geniecillos nocturnos ceñían y lanzaban luego las puntas de las cintas en satén irisado que, asiduamente y hasta de anochecido, ondean con fruición desde la úlcera que, sin aspavientos, pero con perseverancia, ha ido forjando el sol según va día a día penetrando en el abismo sangrante del Oeste... Ni cuándo el timbre o sello erosionado de la luna, con tinta de plata, la estampó para clausurar el evento.
Con suma precaución, y en tanto se espabila, Alejandro dispónese a acechar desde su asiento pestilente...; pero una vez ha comprobado, de refilón, que el Psiquiatra se ha escabullido, reflexiona: "¿Si la noche es capaz de disponer los objetos según criterios tan arbitrarios, y a las personas dotarlas de ardides tan dementes e inverosímiles, por qué, sin embargo, tocante al peso específico del efecto, en vez de desmesurarlo, consiente que se atenga reducido hasta lo intolerable, inusitado, claustrofóbico?" Después, con talante altanero, pero notándose por primera vez más reo que nunca, gira la cabeza hacia su derecha, e insiste a media voz:
__¿Si la oscuridad, con su fuerza indiscutible, pudo desplazar tabiques, mamparas..., por qué no aun ventanas...? Por cierto, ¿dónde se hallará ahora la puerta? __sin encontrar razón a la pregunta anterior y de improviso, Alejandro proyecta descubrir si la pareja de policías aún vigila desde la rendija vertical: la ocasionada por los batientes; y qué criterios defienden esos dos perros guardianes ahora que todos los cerrojos se hallan blindados. No obstante, y aún cuando por inercia su mente se dispone a obtener las respuestas requeridas, de súbito se inquieta, se solivianta, mas, al instante y con el mismo pergeño, se desentiende: por nada del mundo querría convertirse en un alienado... Entonces declina el interés hacia conceptos contrarios; y fija la atención en otro juego de grises aún más sugerente. Allí advierte...; entre sombras intuye qué fácil sería dotar a la atmósfera de determinadas presencias estáticas, silentes..., aunque vivas; y, si así fuese, cómo éstas, poco a poco, surgirían de la oscuridad, sigilosas, incluso amenazantes. Entonces, algo enfurruñado (pues no determina exactamente en qué entrañas se pudo fraguar tan absurda disposición) se yergue... se envalentona... y hasta alza una endeble y titilante cerilla con afán de descubrir posibles movimientos; mas, antes de achicharrarse las yemas de los dedos, opta por lanzar la llama, convertida en dardo medieval. De nuevo acomodado, satisfecho, resopla... y recapacita: "¡Si en tiempo tan exiguo he conseguido apresar la imagen intuida, llegado el caso, hasta sería capaz de exponer y defender los pensamientos anejos que elaboré mientras alumbraba!" En cambio prefiere derogar cualquier conjetura y, como en instantes anteriores, envuelto en penumbra, virar hacia la incertidumbre:
__Habida cuenta __conviene, más calmado y atento al frente: hacia donde antes anduvo colocado el Psiquiatra__, no deberían manejar armas bajo presión y en condiciones tan execrables..., ya sean blancas o de grafito. Además, teniendo presente que seré un insigne condenado..., ¿por qué no comportarse con más recato; y no con tan manifiesta displicencia?
__¿Has sofocado ya el pedal? __Irrumpe, enérgicamente, la voz del Comisario, que precisamente surge como respuesta a la insidiosa mirada de su adversario__ Ahora bien... ¡Alejandro!, después de contribuir para que, a todas luces, el Psiquiatra alcanzase una intoxicación alto crítica, que éste llegase a lindar el coma profundo, qué pretendes más... ¡Vamos, explícate; no me vengas con más cuentos de Calleja!
__¡Perdóneme Sr. Comisario; no fue ésa mi intención...! __se disculpa Alejandro, la cabeza gacha, y, al tiempo que desliza los nudillos de ambas manos a lo largo de la arista superior del entrepaño de la mesa, prosigue veladamente burlón__ Incluso... ¡permítame la osadía! podría añadir que tampoco las reflexiones derivadas de las melifluas apreciaciones de Psiquiatra fueron motivo determinante ni concluyente. Es más, estoy convencido de que se trata de algo sumamente revelador..., lo cual debió sorprenderle cuando leía una de las cartas que yo le cedí para que incluyera en el sumario... ¡No se imagina qué muecas...; y qué temblores tan inhumanos!
__Por favor: deje de rozar los nudillos; ¿no se da cuenta que puede provocarse una hemorragia..., o acabar con mi paciencia? __el Comisario, las manos rígidas, presionándose las postillas de soriasis adheridas a sus sienes plateadas, y bostezando, se adelanta hacia el haz de luz que flota sobre la mesa. Después persiste, distanciando las sílabas__ ¿No debería procurar más ímpetu...?; ¡a ver si..., de esta manera, concluimos algún día!
__Sí; pero antes, por si ignoraba este matiz, consienta le informe que el Psiquiatra, fuera de su psicosis múltiple, carece de todo rigor científico; no es capaz de atenerse a los hechos; apropiándose de la autoría de fórmulas ya trasnochadas, tergiversa la realidad... y hasta dispone las palabras..., de manera que respondan sólo a sus premeditadas e inalterables convicciones.
__Entonces, ¿por qué no tratas de rectificar tantos y tamaños errores?
__Porque tampoco son del todo irracionales...
__¿En qué quedamos...?
__...Tenga en cuenta que también la especulación..., la fantasía, entrañan algo de verdad...; ¡no todo va a ser científico, biológico!
__Escucha: otra vez persigues confundirme; sólo soy Comisario de Policía, no Filósofo. ¡Haz el favor de continuar aportando datos, no conjeturas sobre las conjeturas que formuló o dejara de formular el Psiquiatra. Además, no creas que, mientras estuviste de cháchara con él, anduve chupándome el pulgar: tras un exhaustivo acopio de datos (más que fiables, elocuentísimos), ahora dispongo de pruebas fidedignas y suficientes como para empurarte, al menos por la muerte de otra persona más...; aquél que de manera milagrosa calló al suelo muerto la noche tormentosa en que tú y unos cuantos gimnastas más regresabais de kárate gastando bromas. Es más, este amigo, a quien en tu declaración aludes, no es otro que Cristóbal... ¡me juego el cuello!. Mira, lee, pero... ¡antente sólo a lo subrayado con rotulador morado!

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__¿Tienes algo que objetar a la declaración?
__En absoluto; se atiene fiel y sucintamente a los propios hechos... Y, en honor a la verdad se podría añadir que desgrana pormenores muy pintorescos... Pero, acuérdese; también yo traté de perfilar cada detalle lo mejor que pude: con minuciosidad. Lo que ocurre es que, al contrario que ella, no me conduje con objetividad; y, además, contagiado de la euforia y del éxtasis de Cristóbal, no contemplé la parte sórdida del juego... y maté al infeliz sin siquiera darme cuenta. ¡No crea que no lo siento de veras!
__¡No comprendo...! No entiendo..., después de haber delinquido en infinidad de ocasiones más, ¿por qué, en lo menos condenable, sin escrúpulos ha tratado de desvirtuar los hechos...? ¿Qué espera... salir absuelto?
__Bueno... ¡ya de perdidos, al río! ¡Usted lo ha querido!: Aquella primavera fue algo sublime; los día de Semana Santa (que, casualmente, cayó en abril) fueron casi estivales... hasta las plantas de entre piedras brotaban con rigor y lustre especial... Pero ¿qué es lo que se estremece ahí, al fondo..., oculto en la noche?
__Sigue, no te preocupes; no es más que el Psiquiatra que de vez en cuando se agita: Antes de que te despertases le aplicamos un cocktail psicofarmacológico y, con los pantalones de los policías, hechos jirones, lo amarramos a ese catre..., que no ves, pero que presientes; ahora duerme como un bendito, custodiado por ellos mismos...
__¡Ya intuía yo ciertas presencias...! Y los policías, ¿qué están haciendo ahora?
__Para que se entretengan les he ordenado que engrasen y abrillanten sus armas; no saben permanecer quietos... y además, ¡como han aprendido el método de los invidentes...; por si hubiese guerra! Mira, son dos gemelos Zamoranos la mar de apañados y nobles... ¡dos maromos de mucho cuidao y envergadura, aunque con rostros de paria! Bueno, dejémonos de buscar atributos a las bestias y... ¡al grano!
__Como le decía, aquella primavera nos sorprendió tan de repente y con tal brío que hasta los animales parecían enloquecer... ¡y no digo los humanos! En el parte radiofónico de una de aquellas noches, en las cuales hasta se podía cortar el aire con una espada desnuda, advirtieron..., pronosticaron que en dicha primavera, "¡si Dios no lo remediaba!", se incrementarían los amores, al menos en un cuarenta por ciento respecto a otros años...
Alejandro, quizá para que su relato se atenga esta vez a una realidad más estricta, se dispone a reclinarse de manera ostentosa sobre el respaldo..., con cierta ceremoniosidad y petulancia en el momento de entornar los párpados, aún más violáceos, si cabe. Mas, cuando todavía no los ha cerrado, ya tranquilo..., solazado vislumbra nuevas perspectivas, de todo punto excéntricas... Juraría que al margen de cualquier ensoñación, se aprecian como unas luces tenues... que surgen de igual forma que en los sueños algunas de esas relevantes e insistentes fisonomías: muy sutilmente, con luz deslustrada, diseminada... y que va espolvoreando al grupo formado por la pareja de zamoranos policías y el Psiquiatra yerto. Lo extraño de la disposición de unos respecto de otros __aquello que sirve de acicate para que el espectador sueñe que los cuerpos flotan en el aire__, tal vez radique en el atuendo de cada cual... y aún más en la atmósfera que los envuelve: ¡algun reverbero lunar debe desprender la luz cuando las figuras restallan con esa peculiaridad, propia de las tumbas marmóreas en noches como el jaspe!
El Comisario, conmovido al percatarse de que también el acusado, como muchos drogadictos, ostenta esa futilidad, aereosidad y turbulencia en la mirada, digna de imaginerías de renombre, se vence sobre la mesa para ofrendarle, encendido, otro cigarro de marihuana. A lo que Alejandro corresponde con talante abyecto y una sonrisa carente de toda vitalidad.
En el fondo, vuelve de nuevo a escucharse un murmullo en auge que acaba en bramidos de pájaro... de golondrinas. Los gemelos, a la sazón, y con particular displicencia, abandonan sus respectivas armas relucientes sobre sendos escabeles que tienen delante, y, desnudos de medio cuerpo hacia abajo, se levantan para dirigirse cada uno a un lateral del catre del convaleciente. Una vez allí, como respondiendo a una orden rigurosa, uno y otro agarran las muñecas lánguidas del Psiquiatra; después, con la vista perdida, miran al frente y suspiran.
Entretanto, el Psiquiatra que, debido a las trabas, a duras penas ha ido incorporándose en el catre, se ha puesto a declamar con lágrimas en los ojos y encendido como clavel bermejón:
__¡Asesino de mierda! ¿Acaso no te has dado cuenta todavía que soy Don Francisco; el cura maestro que te abofeteaba diariamente en el seminario? ¿Tanto he envejecido..., engordado...? ¡Comisario, por favor, mátalo tú mismo; no dejes que siga consumiendo el aire que las personas honradas y buenas necesitamos para respirar! Y, ahora, señores y señoras..., damas y caballeros, van ustedes a presenciar... lo nunca visto: ¡el caballo alado...! ¡Seminarista del carajo; nunca sabrás el destino del caballo pío! Y..., ¿sabes por qué? Porque, con seguridad fue lo único que tuvo brillo propio en tal galimatías...
To the deep, to the deep,
Down, down!
Through the shade of sleep,
Through the cloudy strife
Of death and of Life;
Through the veil and the bar
Of things which seem and are
Even to the steps of the remotest throne,
Down, down!
Tras un dilatado silencio, donde sólo se apreciaban gruñidos y el dramático y arácnido pataleo de Don Francisco, el Comisario se levanta y propone con voz atronadora:
__¡Por favor, zamoranos!, ¿no sería más oportuno propinarle dos buenas leches a ese loco histérico... y cubrirlo con su capa española!
Mientras el Comisario, extenuado, se va fundiendo en las tinieblas, Alejandro avanza sigiloso hacia donde los policías se apresuran en acomodar y disuadir al desplomado Psiquiatra... con piedad, mesura, muy delicadamente. A una distancia relativa, se detiene. La luz, a punto de extinguirse, parpadea; los residuos se diluyen gracias a una bocanada de aire negro como el azabache; pero aún su fulgor se adhiere a las aristas... Sin embargo, allí se disipan, desaparecen.
CAPITULO SEPTIMO
Aunque aparentemente distraído en cómo el Comisario trata de componer o ensayar el fragmento primordial de una pieza de todo punto extravagante, absurda __precisa y exhaustiva manera de abrillantar una daga de oro o plata a la luz blanca y líquida del flexo, sirviéndose sólo de la punta de sus dedos enjutos, pellejudos, pálidos, con manifiesto temblequeo__, Alejandro, igual que el pájaro sobre su nido de hojas secas, selectas... __al menos así lo estima él__ se rebulle en el sillón crujiente, mientras rastrea caminos, surca senderos..., selecciona maneras..., subrepticiamente inventa tonos apropiados para reemprender el empeño...; si fuera posible, despreciando interferencias, por muy sutiles que éstas llegasen a infiltrarse en sus razonamientos... Al fin, tras mucho cavilar y a punto de enajenarse de forma irreversible, considera que lo más cauto e inteligente sería cerrar por completo los ojos y, en la soledad más absoluta, decantarse por aquello que en exclusiva le fuera dictando su propio corazón... No atender jamás a nada que no responda a lo evidente: "De ahora en adelante __insiste en voz alta__, por muy descabellado que parezca, sólo obedeceré a mis instintos, a mis impulsos...; aunque todos ustedes crean que me comporto como un abanto..." Sin embargo, es el Comisario, con voz acaso socarrona, quien emerge de la obscuridad inquiriéndole:
__¿Realmente conocías al Psiquiatra...; o lo que éste declamaba sólo fueron exhortaciones propias de un loco?
__Puede; todo parece indicar que sí... Aunque, si mal no recuerdo, sus ojos..., aquellos labios tan rojos y trémulos... ¡no sé!; tan desenvuelto siempre hasta en los actos más ordinarios e intranscendentes... ¡Ahora bien, cuando, del brazo de su prima o sobrina, años ha lo descubrí entrando al Real Cinema..., para nada se había deteriorado hasta tal extremo...!
__Tenga en cuenta que igual se atiborra de golosinas como de medicinas... y otras drogas.
__Pero, ¿ni siquiera su voz...?
__De todas maneras, el psicoanálisis... Tenga en cuenta también que, al menos una hora a la semana, estos ingenuos desgraciados, aparte del sablazo económico, para doctorarse también ellos sufren todo tipo de vejaciones y penurias: deben confesarse ante los capos de la psiquiatría, sin pausa ni tino..., en tanto, y de manera casi ofensiva, éstos escrutan las volutas adamascadas que desprenden sus propias cachimbas... o, aún peor, permanecen aparentemente absortos..., tal vez mientras ordenan el material de la próxima teoría que pretenden acuñar... (Mira ¡qué curioso!, ya me he contagiado de tu barroquismo; aunque no es de extrañar si atendemos al dicho popular... tan preciso: "De consentir que unos sureños ignorantes y palurdos compartan mesa junto a un cura, luego no debería extrañarnos si al cabo de las dos horas nos hallamos ante tres doctos canónigos") Ahora, en serio; intento puntualizar que si éste, u otro cualquiera de los que se analizan, charlan y parlotean, no advierten una mínima respuesta rigurosa, ni ocurrente..., una explicación a lo aludido, o siquiera en el entrecejo del analista marcas simbólicas de una interrogación..., exceptuando las inherentes a la especialidad, es probable que los pacientes __en este caso futuros psicoanalistas__, por lógica, terminen adoptando actitudes y tonos propios de cotorra.
__Bueno, pero ¿usted conocerá sus datos personales: si realmente atendía al nombre de Francisco, si antes de lacaniano fue cura...?
__Por supuesto que sí; evidentemente. Hasta se casó con una prima. Mas ¡cuántos curas no se hallarán en idénticas circunstancias...!
__Bueno, tampoco tiene por qué ensañarse; habida cuenta mi padre...

El legítimo padre de Alejandro, Don Plinio, según se informó Evaristo cuando recopilaba información, pruebas y documentos pertinentes para la adopción, no debía llevar ni cinco años confinado en el pueblo de Ezcaray cuando murió...: víctima, al parecer, de la desidia... y con aspecto parecido al que ostentan las gambas de Sanlúcar, ya peladas para el ajillo. También cuentan que desde mucho tiempo atrás, y quizá por el oficio que le impuso la Iglesia, se le entumecieron los pies de tal manera que sólo podía caminar sirviéndose de sus encallecidas manos; suerte que acaso una vez por semana la policía curiana le exigía escuchar misa... y que, de propia voluntad, sólo una vez por el otoño, en peregrinación, acudía a dar Gracias en la ermita de la Virgen de Allende..., eso sí, acompañado por sus ancianísimos padres. El resto del tiempo lo agotaba aplicado en las sandalias de tiras.
Sin embargo, toda esta información no la obtuvo Alejandro hasta mucho después; en una carta sin remite que, acaso, recibió al final de esa primavera tan lúdica y frondosa:
Querido Alejandro:
Como quizá habrás escuchado, o leído en la prensa, la comitiva intelectual encargada este año en soltar la ya tradicional pareja de palomas blancas ante la tumba de nuestro poeta más contestatario y romántico __festividad en conmemoración por su insigne suicidio__ fue dispersada, vapuleada... y, de seguido, con tenacidad y saña perseguida por la autoridad. Aquellos que pudimos escapar ilesos nos refugiamos en París. Yo personalmente tuve que apañármelas sin arrear siquiera con un maldito fular para mi delicada garganta... ¡con lo bien que me vendrían hoy para superar estas nieblas en el Bois de Boulogne! De momento malvivo, en comparación con otros tiempos, en un ático del barrio Latino, que gentilmente me han cedido unos viejos anarquistas españoles. Te informo, para tu consuelo, que, hasta la fecha, de nuestro frugal sustento se encargan unos chavales vascos __también exiliados__ en colaboración con los clochards de la rivera del Sena: no sabes qué diferencia con los mendigos españoles; ¡al lado de ésos de ahí, éstos parecen marqueses! Confío muy pronto disponer de papeles en regla; andar por ahí con documentación falsa, y en días tan problemáticos, es un riesgo muy gordo: según rumores se está fraguado UNA DE ¡AUPA!.
Mientras tanto, hazte cargo de las riendas; teclea adecuadamente a Cristóbal. Pero, si ves que se desmanda, que sus ojos centellean como luciérnagas, no dudes; junto al Deuscórides hallarás la disciplina.
Con total seguridad las cuentas bancarias habrán quedado bloqueadas; no os alarméis... Confío, puesto que nunca fui parte activa ni relevante del cortejo, que..., al menos yo, muy pronto pueda regresar con la cabeza muy alta.
Otra indicación: para no levantar sospechas inútiles, es conveniente que no tratéis de poneros en contacto conmigo; os mandaré razón por vías más fiables y secretas.
Alejandro, desde que soy fugitivo, me ha dado en rebinar que tal vez acabe un día acribillado como Dilinger. Debido a esta sospecha, es por lo que me apresuro a confesarte cierta información de tu progenitor, que, en su momento... ¡para que no sufrieses! adrede convine olvidar en los pozos negros de mi tintero interior.

_¿Y lo amnistiaron pronto?
__¡Qué va!; aún continúa perdido en el Bois de Boulogne... o, como vaticinó en su carta, tal vez acabó agujereado a la salida de un cine y luego enterrado en la fosa común de los proscritos.
__¡Vaya por Dios! ¿Y qué hicísteis entonces?
__Cristóbal, nada; sucumbir... Y yo, para empinar aquello, y mientras me incorporaba al servicio militar, buscar trabajo: Primero fui a caer, de recadero motorizado, en una agencia de publicidad... de la que tuve que huir como a quien busca la guardia, espoleado por un jefe de contabilidad grandullón y medio sádico. Más tarde, y viendo que el asunto de Cristóbal, por ignorancia o incompetencia, se me escurría de las manos, que no disponía de agallas para proporcionarle su merecido, consideré que debía buscar, no un trabajo convencional, sino matricularme en una institución donde enseñasen métodos urgentes y prácticos. Coincidió, por entonces, que comenzaban a surgir esas singulares academias donde, sin necesidad de cumplir los requisitos que exigen las instituciones oficiales (sólo buena disposición y corpulencia), te adiestraban rápido y convenientemente..., pero sin traumas; de forma tal que puedas afrontar la violencia con toda su complejidad y en toda su extensión: adoctrinamiento del espíritu, práctica de tiro, manejo de porra, artes marciales... También, en paralelo a estos centros, proliferaron recreativos, boleras, piscinas, gimnasios, billares...; al fin y al cabo, lugares donde es frecuente observar, en vivo, reyertas, discusiones de amigos íntimos, roces en apariencia sin importancia..., pero muy ilustrativos.
__Mientras tanto... __inquiere el Comisario, aproximándose un poco a la luz, y en tono confidencial..., como si no quisiese que los demás lo oyeran__, ¿qué hacía Cristóbal?
__Ensimismarse. Languidecer. Un retroceso vertiginoso y sin retorno hacia la dejadez más execrable, insulsa... No obstante, cuando creía que todo mi esfuerzo era inútil..., que mis infantiles anhelos, por ridículos se desvanecían, prodújose un milagro: Cierta mañana, en la que debido a una de mis jaquecas atroces y constantes me hallaba en la cama impedido, desazonado y, por consiguiente, sin ánimo ni disposición necesarias para preparar el desayuno, oí un extraño crujir de goznes y cierto jadeo... así como el de un lebrel que, enjaulado, lo hubiesen abandonado junto al umbral de mi puerta entreabierta. A la sazón, también noté que algo amenazante, horrendo, mutable, pero intangible, se cernía en el ambiente. Entonces, dispuesto a afrontar aquello tan inaudito que, según transcurría el tiempo, con mayor veracidad presentía, me di la vuelta... En cambio, a quien hallé a los pies de la cama, dando pasitos cortos y estentóreos sorbos de café, fue a Cristóbal..., que, con voz quebrada decidió interjectar: "¡me vags ha palpeag los güevitos!". Sin meditarlo siquiera, aunque ¡por qué negarlo! ya con evidente bravuconería en ademanes y no poca intención vilipendiosa (ambas adquiridas en clases prácticas de la referida academia seudomilitar), me erguí y repliqué al punto: "Te los va a tocar tu puta madre...; ¡cabrón del carajo!" Sin embargo, cuando todo parecía indicar que, por extravagante, el suceso quedaba zanjado, algo fantasmal, pero de parecida estructura molecular a las anfetaminas, fue minándome, almidonándome... hasta imposibilitar mi sistema nervioso...; tanto que, con manifiesta rigidez (como un autómata), anduve derecho y beligerante hacia él y, ni corto ni perezoso, según llegaba, le endiñé un puñetazo en las narices. El café, hirviendo, se lo vertió sobre el pecho, la taza y el platillo cayeron al suelo hechos trizas y con gran estruendo... Pero, dimanante de sus ojos color caramelo, a suerte mía y ¡gracias a Dios!, comenzó a ser palpable ese fulgor propio de las fieras al acecho... o acosando ellas, impúdicamente, tanto menos a sus víctimas propiciatorias como más a ese otro tipo de animales... que, con fragancias algálicas, a su paso van infectando, impregnando y confundiendo otros aromas más sutiles de la madrugada... ¡qué no son pocos!
__Pero, ¿no era al brillo de las luciérnagas a quien más se parecía...?
__Permítame, al menos, disponer de una imaginación sin fronteras..., sin paliativos...
__Entonces... ¡al grano!
__Entre esto y aquello me llamaron a filas... al principio de uno de esos veranos que, de ancianos, con certeza convendremos como en uno de los más calurosos y secos que se recuerdan. De los meses de campamento, a parte de dos reclutas muertos por las ya típicas y tópicas imprudencias en el primer día de prácticas de tiro, recuerdo que, en la tercera noche de mi estancia, acosado por la fiebre de las reglamentarias vacunas, desperté sobresaltado y con una sed de los infiernos. Como estaba temeroso hasta de mi sombra, no me atreví a buscar una fuente donde fluyese agua cristalina; muy tímidamente llamé al imaginaria: un casi oligofrénico pastor de las Hurdes. Éste, más preocupado en si con una vacilación siquiera transgrediría las reglas (pues también era su primer servicio), arrampló con lo primero que tuvo a mano, y me dio a beber de un recipiente algo empolvado, pero de líquido trasparente. Turbado por la fiebre, empuñé el pitorro del artefacto y con una avidez mayor que nunca antes llegara a sentir me eché un trago largo y generoso al coleto. Al principio, debido a la sequedad glandular, no advertí nada notorio, pero en el segundo intento detecté que aquel líquido ardía más y mejor que las brasas: sin duda se trataba de alcohol de quemar. Superado este incidente, que, con la boca y la garganta tumefactas, me tuvo impedido una buena temporada, el siguiente suceso data de allá a mediados del segundo y último período: en los Juzgados Militares donde fui destinado por mi explícita cultura y un perfecto manejo en todo tipo de máquinas de escribir. Como ya era habitual, entretanto comenzábamos la tarea diaria de "tomar declaración", una mañana, después de nuestro desayuno: la reglamentaria copita de coñac... para infundirnos ánimo y calma (ojeando, mientras, un periódico deportivo y, a la sazón, soportando los reiterativos relatos de las desdichas de un cabo de la policía, con trazas de paquidermo, el cuál no cesaba de quejarse, no ya de los pérfidos insultos, caprichos constantes... en una palabra: del sui géneris de las muheres... como la generalidad de los hombres conviene y propaga, sino aun de que la suya __su esposa__ le asestase, una noche sí y la otra también, una buena tunda como postre; según decía él con lágrimas en los ojos y hurgándose la nariz: "en tanto, y sin venir a qué, en un momento cualquiera le sale a la buena muher de su papo"), ...si, aún no habíamos dado el último trago, ni con muestras manifiestamente jocosas tampoco supervisado la página donde el periódico expone en top less la chica del día, cuando se abrió la puerta de improviso y apareció el Coronel, sudoroso, demudado... con la típica insuficiencia respiratoria que padecen los gordos cuando son víctimas de malas noticias. Al instante y con aspectos tan diversos como variopintos (pues en el ejército no todos los puestos de mando son gordos), acudieron los Tenientes Coroneles de otras dependencias... que pujaban vociferando a ver quién, retomando quizá aquella ya olvidada energía de sus batallitas de juventud, alzaba más potentemente la voz en tanto iban entrando, con brío juvenil y estricto protocolo, en el despacho contiguo al nuestro. Sin embargo, uno de ellos (aquél de mirada de filósofo rural y que de entre los seis era quien mejor correspondía a la figura militar característica) junto a la ventana más próxima a mi mesa, manchado por el reverbero azafranado del amanecer, quedó sumido en una melancolía, digna siquiera de enamorados adolescentes... Ni nosotros ni él tampoco, creo que calibramos jamás el tiempo perdido mirando todos con obstinación por la ventana... sin despegar los labios, sólo a la escucha del rumor de gallinero que a ráfagas surgía del despacho de al lado; no obstante, alguien debió pronunciar aquello que aún hoy fluctúa en mis sueños: "A pesar del alarde, soberbia y ambición con la que este Primer Ministro del Caudillo nos viene acostumbrando, con tamaña despedida del mundo ha conseguido rebasar sus ya deslumbrantes marcas... de por sí insuperables: ¿Será posible que haya intentado epatar hasta con el Profeta Elías...? ¡Pretender ascender a los cielos en un carro de fuego es el colmo...¡"
El comisario, tras un fuerte puñetazo en la mesa, increpa a Alejandro... que tal vez sueñe en otro busilis de la existencia humana:
__¡Escúchame con atención!; al menos deberías seleccionar de manera sucinta y diestra aquello que corresponda a los hechos, o correlativo a éstos, y no andar, encima, contando disparates y mentiras... Si no, ¿por qué relatar aquellos, que ni vienen al caso... y de manera tan desacostumbrada e indigna para la historia?
__¿Y por qué sospecha que le cuento trolas? Además, esta página de la historia española sirvió, tanto a mí como a muchos otros, para dar una vuelta de tuerca a nuestros propósitos.
__¿En su caso...?
__Bueno, yo, viendo que aquella barahúnda que se aproximaba podría arrastrar consigo todo cuanto encontrase al paso, consideré oportuno desertar del ejército aquel mismo día... Me dije entonces: "¡Cómo que, entretanto no encuentren a los culpables, se van a parar en buscarme a mí!"
__¡Vamos; no digas más tonterías!
__La prueba la tiene en que hasta ayer no me echaron el guante.
__¡Por el amor de Dios, sigue... y no te detengas; no ves que se han dormido hasta los zamoranos... y el loco del Psiquiatra ruge como un tigre de Bengala!
__...Ya en la calle tronaban bocinas, sirenas de coches de policía, campanillas de bomberos, ambulancias..., sin embargo, el ardor, la locura..., siempre jaleada por la seguridad que me prestaban en todo momento las ocurrencias dimanantes de mi propia razón pura, me fue abocando hacia un sendero donde sólo percibía el aire fresco de la joven mañana y las fragancias que desprendían las hojas de unos árboles fantásticamente recamados de filigranesco rocío...
__¡Por favor...!
__Bueno, el resto ya lo conoce.
__¿Y lo de la puta? ...Es ahí donde quiero que ahondes; ¿cómo llegaste al punto de ensañarte de tal manera con una fulana mucho mayor que tú?
__No se trataba de una puta cualquiera... Después del día aquel funesto, en el que degollé a Cristóbal, anduve no se sabe cuánto ni por dónde hasta encontrar de nuevo... no sólo el equilibrio físico, también el psíquico: la cordura, pues caminaba bamboleante de aquí para allá, de un garito a otro...; quizá albergaba la esperanza de hallar de nuevo a la mujer fantasma que con ojos tan silenciosos y espirituales presenció el crimen. Mas parecía que se la hubiese tragado la tierra; nadie supo entonces darme norte de ella... Hasta que una noche, reclinado en el mostrador de un bar, y más borracho que una cuba, alguien me tocó con delicadeza el hombro. Sin duda, era ella..., con cierta fragilidad en la silueta y no escasa actitud dramática al andar... la mirada vidriosa, romántica... y, en torno a la boca, cierto encanto que me era familiar; creo recordar que también disponía de un cigarrillo graciosamente apresado entre sus labios trémulos... y más rojos y turgentes que las guindas maduras...

Quizá debido a esperanzas de estío... o porque el establecimiento, turbio y denso en esta hora tardía, se torna intolerable: siquiera respirar, lo cierto es que la masa de gentes bulliciosas y variopintas, que antes pululaban sin rumbo colmándolo hasta los topes, como borregos dispónense ahora alrededor de la salida, dispuestos a interfir en el tráfico de la acera...; tan ufanos..., todos con sus cilíndricas copas, medias de líquidos espesos e irisados, apoyadas en sus sienes... o suspendidas a nivel de los ojos: de unos, constreñidos y, del resto, soñolientos... y, de seguro, aun ansiosos por transfigurar, tras el magnetismo del cristal, tanto ellas sus sonrisas abyectas, hueras y encarminadas, como los otros sus ajados, violáceos y anfibiológicos semblantes... Sin embargo, en el interior, al otro lado de la barra y ante unos anaqueles tenebrosos y repletos de diversos tipos de alcoholes entelarañados y cachivaches de colorines, los dos jóvenes camareros, de blanco reluciente, miradas escurridizas, entretenidos en colocar sin pausa, pero con destreza, todo aquello que se encuentran al paso, siquiera contemplan que, dejadas caer contra el borde de afuera del mostrador, parlotean dos figuras de extraños atavíos..., ni tampoco cómo, a unos paso de éstas, el único y solitario varón intenta, con suma dificultad, extraer un cigarrillo... manteniendo la cajetilla dentro del bolsillo de su pantalón vaquero. Es de suponer que con picardía, intención estudiada... o con sano propósito de crear en el posible espectador la incertidumbre de si el cigarrillo, que en un santiamén lucirá chulamente adherido al labio inferior, le cayó o no del cielo.
Este individuo, que no es otro que Alejandro, emplea todas las posibles triquiñuelas con el fin de acaparar tanto la atención de las dos sujetas, que le dan la espalda, como la de los dos camareros, que le ignoran...; entretanto, éstas, resistentes a los señuelos, continúan __si es lícito expresarse así__, inmersas en su cháchara y dándole a sus respectivos cigarros unas caladas que tiembla el firmamento... y a su copas, unos tientos que se caga la perra. No obstante, uno de los camareros, el más risueño y pinturero __por un instante, haciéndose cargo del deseo frustrado del malabarístico parroquiano y también del ridículo tan atroz que éste podría alcanzar si lo dejasen actuar__, raudo, pero sin mostrar con ello más intención que la establecida en las normas cívicas de hostelería, milagrosamente y sobre el mostrador impone ya encendido el flamante Dupont que en su onomástica le regaló una de tantas pibitas de su colección. Alejandro, para epatar con tan galante gesto, se adelanta en puntas, estira el cuello hasta donde le permiten sus fuerzas, músculos, tendones... como los pavos cuando demandan cariño, aproxima el morrito, obliterado con el cigarro, al tiempo que baja los párpados lánguidamente. Después, aún con los ojos de conquistador, se da la vuelta..., se adelanta... y, más cerca de ellas, procurando que las ráfagas de su ardoroso humo choquen tanto en el cogote de una como en el de la otra... y que el cigarro, preso aún en sus labios, no cese de bailar, inquiere:
__Al parecer, estas zorritas impías no tienen la menor intención de socorrer a un cordero, necesitado de urgencia... ¡lastima; para ellas hacen!
Una de las dos, la que más trazas de golfa ostenta, se da la vuelta y enfila a Alejandro con ojos tan chispeantes que, sin siquiera proponérselo, a punto consigue que le sobrevenga al infeliz un paro cardíaco; sin embargo, la otra... la que a simple vista parece no inmutarse, barriendo el frente con sus ojos oscuros, lavados, sin maquillar..., y sin intención alguna en despegarse el cigarro de los labios..., es quien primero entra a trapo con una resplandina:
__¡Sin ofender...! Ahora bien, para que te sirva de consuelo y lección, otros más mansos..., con balidos aún más melodiosos, han persistido y tampoco fueron atendidos. __Tras una pausa, con parsimonia se desprende el cigarro de la boca y, sobre el taburete, gira en redondo para insistir:
__¿Te vale así?
__¿Lo dices por mi voz...?
En este instante, la amiga que, asida al pitorro de una botella de cerveza, ha procurado entretanto mantener la calma, de súbito se yergue; sin convicción, se arremanga el suéter de perlé rojo de punto flojo; con obstinación se tira del bajo de su falda ajustada, negra, de licra; al tiempo que se presiona una rodilla, con lentitud y gesto dolorido rota el correspondiente tobillo, y se muestra un segundo, acaso pensativa; luego, muy decidida, pero obnubilada ante el espejito diminuto que previamente ha tomado del bolso, se lustra los labios y después se los lame...; de nuevo absorta, mas aún con la barra de labios entre los dedos, intenta adecuarse la greña rubia y rebelde que impide la visión de su ojo izquierdo... En definitiva, se ha ido poniendo cada vez más nerviosa, aunque sin precisar cuál exactamente fue el precursor... o la causa en sí.

__A partir de entonces los acontecimientos se sucedieron de manera imprecisa, sin lógica, a ráfagas, a trompicones, sin nombre, sin aristas que los constriñeran..., arrítmicos como lluvia de tormenta primaveral. Parece que, respondiendo a una orden enérgica, el aire se licuó un poco... pues cada movimiento requería, aunque con placer, el mismo esfuerzo que el necesario para bailar bajo el agua; sin embargo, ni el más arduo de todos implicaba pereza o inconveniente alguno para mí. La luz se tornó más cálida. Los camareros se afanaban, si cabe, con más furor, pero a ritmo tan meditado que sus armónicos ademanes evocaban la esencia misma del orden... Y sobre nuestras cabezas comenzaron a fluctuar perfumes tan exquisitos y a la sazón tan inalcanzables que siquiera detectarlos ya se esfumaban como milanos y aparecían otros...
__¡Alejandro...! ¿Duermes...?
__¡No... Por un momento, y aunque parezca mentira, he hallado la paz de espíritu; todo lo veo ahora cristalino...!
__Pues abre los ojos, que está próxima la mañana.
__¿Qué importa ya?
__Sí que importa; todos los amaneceres son distintos...
__No; todos los días son iguales. Diferentes, son más bien los finales...
__Continúa, por favor... No te detengas ahora. Yo también he alcanzado una felicidad muy dulce...
Alejandro, por un instante, mira a donde aún duermen las tres figuras ya perceptibles... delimitadas por la amenaza del alba:
__¡Qué confiados duermen esos a quienes la suerte les procuró un cerebro sin estrías!
__Pero jamás disfrutarán de sueños luminosos... Y si por un casual enloquecieran, en escaso tiempo y sin remisión se convertirían en simples vegetales... Ahora no te detengas.
__...Huimos de allí sin saber cómo, superando los espinosos parapetos que imponía el aire, el paroximo que acostumbra a proyectar toda muchedumbre inerte junto a la puerta de un garito, los insistentes y delirantes requerimientos de aquella perpleja amiga suya... despojada de identidad, presa entre la bruma, relumbros, gritos, resonancias ensordecedoras... Ya lejos, un leve resplandor nimbaba las siluetas de los ennegrecidos edificios; la aceras recién regadas brillaban como espejuelos inquietos... o monedas de oro que unos locos hubiesen arrojado por los balcones... tan vivas se mostraban que, a nuestro paso aún temblaban más... como doloridas por el roce de nuestros incautos zapatos. Uno de los dos (no recuerdo cuál) propuso ver el amanecer sentados en algún repecho abierto al campo... donde tranquilamente pudiésemos dar tientos a una botella de ginebra y meternos un chute si venía a pelo. Ahora, en el recuerdo, es cuando advierto con claridad que el seto de laurel, que entonces nos impedía ver el sol, no fue en absoluto la causa de su llanto sin consuelo, sino más bien una excusa vana... y, también ¿por qué se resistía tan ferozmente a que yo la poseyese o siquiera que la masturbase mientras hablábamos. No obstante, mi perseverancia llegó a ser tan ineludible que al final ella sucumbió... Pero no alcanzamos el éxtasis deseado, apenas una zozobra paralizante que nos mantuvo abrazados hasta la intromisión de los jardineros... con sus enhiestas y furiosas mangas de riego. Empapados, ateridos, sin esperanza ni palabras, convinimos refugiarnos bajo un techo..., al menos hasta que desapareciese el embrujo... o hubiésemos recuperado la dignidad. Una vez allí, caímos desplomados..., desmembrados sobre su cama deshecha: yo prieto a su espalda y asido a su cintura cálida, ella, apagando lentamente sus sollozos sobre la almohada escurridiza... ahogada en perfumes evocadores de remotos y exóticos países... ¡Dios qué felicidad tan sublime!

Quizá por la luz que filtran las acacias... y que el encaje de los visillos difumina, de cierto es que, nada más despertar, Alejandro advierte en derredor auras tan sugerentes y atractivas que confía trátese de bellos auspicios... la promesa de un presente distinto. Sin embargo, desconfía hasta del mero aleteo de cualquier mosca..., que el reflujo opalino que despiden sus alas llegue a quebrantar el hechizo. Con cautela se reclina sobre el respaldo niquelado y frío de la cama de bronce, y con la respiración mansa..., apaciguada, prende un cigarro; inmutable, espera a que se debilite la llama... que las puntas de sus dedos chisporroteen con el fuego; hasta le gustaría pensar que todas estas ceremonias van creando en torno a él un círculo tan enigmático que, posiblemente y en el momento más inesperado, lo aislarán de toda amenaza... Mas, como el recurrente y vertiginoso abismo de cada despertar amenaza ya, abriéndose ante su razón, no duda en ingerir varios rohipnoles acompañados de un buen trago de ginebra. A su lado la puta, desnuda, repentinamente avejentada, yace con tal desinhibición que pareciera muerta... Él, tras haberla escrutado palmo a palmo y no sentir más que piedad, se torna mohíno, irascible... No obstante, de cierto arrobamiento debe disponer el ambiente __olores manidos, gatunos, perrunos, zorrunos, almizclados... que a intervalos se tornan agrios o dulces, según y donde Alejandro detiene la vista en tal o cual objeto..., según imagina éste u otro... de los recuerdos invocados hasta cuando visualmente atiende al más insignificante detalle__, puesto que aún confía que, de levantarse e inspeccionar las curiosidades más descollantes de afuera, todo aquel aire balsámico, que confía vibre tras el balcón, haría remitir ipso facto su punzante zozobra. En cambio, ya de pie, en vez de conducirse primero hacia la luz, se detiene en la penumbra junto a una mesa ataviada con mantón de manila granate, ricamente bordado con rosas cobrizas, y repleta de cachivaches pringosos... medios de alimentos enmohecidos, putrefactos, acosados por miriadas de moscas; entre caja y caja de cartón sobresalen también manojos de papeles manuscritos, fotografías pajizas y ya alboradas por incautos bolígrafos de amantes lejanos..., pero hay uno entre ellos que, por sus lazos y precintos de satén y fantasía, destaca del resto. Entonces, lleno de malsana curiosidad, de palpitante voluptuosidad, determina desatarlo... Y, mientras está inspeccionando el contenido, de manera inconsciente se va ciñendo a la cintura... a modo de canana, la cinta roja del envoltorio.

__...Aferrado a los barrotes del balcón, traté inútilmente, y mientras divisaba el horizonte, que las copas de las acacias consentían en tanto y cuando una bocanada de viento tibio las zaleaba, de disponer en orden todo aquello que acababa de descubrir: la fotografía de mi padre legítimo y, una a una, las cartas del hatillo..., las mismas que hace unas horas entregara al Psiquiatra... Y otros más que hice añicos. Sin embargo, a medida que avanzaba hacia el final, a la conclusión ulterior..., según iba despreciando todo aquello que, por inaudito, de milagro pudiera cambiar la triste y cruel realidad, algo poderoso, irracional, indescifrable se fue apoderando de mi cordura, de mis entrañas... Entonces, sin saber por qué, pero con sigilo, opté por huir..., quizá con la vana esperanza de que ella, al despejarse, comprendiese que todo correspondía a un mal sueño. Mas no hube siquiera cruzado el umbral del balcón cuando, de la habitación en tinieblas brotó un grito desgarrador...

Al abrir los ojos, la puta, Petulia... (anónimamente Carmencita) notó que la brisa, en apariencia benigna, acaso imposibilitaba cualquier arranque de sus movimientos: en una palabra, la dejaba de piedra; en cambio, no la impedía ver cómo los visillos de encaje se abombaban tal que velámenes de barco con fantasías piráticas... ni que tras ellos se vislumbrara la silueta de un hombre desnudo con un tahalí a la cintura y una daga de abrir cartas en la mano.

__¿Supo ella, antes de morir, que tú eras su hijo?
__Por nada del mundo lo hubiese consentido; gracias a Dios murió creyéndose víctima de su propia y recurrente pesadilla... de su trágico destino.
__¡Me dejas de cuadro...! ¡Has roto todos mis esquemas; ahora no sé si correspondes al canalla redomado típico, o al más pío e inocente de los mortales...!
__Permítame...
__No, por favor, déjame primero pensar... ¡Ah, ya lo tengo; te convencerá! ¿No querrás, con todo ese galimatías que fluye en tu cabeza, acaso terminar en la cárcel...? Cualquier otra solución, sino la muerte, sería mejor... ¿no te parece? Pues, escucha: cuando yo lance gritos de socorro, sal sin demora huyendo hacia la puerta... ¡Espera...!; para que tu actitud despierte en los demás los peores instintos y la más execrable agresividad, sostén esta daga en alto... así ¡que relumbre...! como intentando atacar cuerpo a cuerpo al diantre... o resuelto a rasgar el himen de la infelicidad ¡Será infalible!"

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