Puntualizar que nunca el ensayo, opiniones del calado que fuere... o cualquier cosa que se rija dentro de un esquema cifrado, para mí resulta una confusión desproporcionada e inabarcable; la aritmética elemental, me parece un galimatías sin sentido ¡no te digo más! Ahora, como ya deben conocer por mi insistencia sobre el particular, mi estilo o manera de inclinar la pluma (una gracia, y ésta también: ¡una pacha a reír!) a muchos les parece arduo y complejo, y a otros (los más documentados y los que presumen de una disciplina diplomada y de campanillas), sencillamente me acusan con buen ardid de alguna deficiencia; así, de paso, ellos en su argumentación, según infieren más y mejor contra mis entrañas ya mordisqueadas, por el truco del almendruco quedan niquelados, refollantes y con ese orgullo en el cuerpo que de informar con un trazo se podría determinar sin apartarnos un ápice de lo verdadero: Instante inmediato cuando el asesino de toros en su faena más alabada, vitoreada...: tras hincar el estoque hasta el puño. Este reo sin condena, sangrando y exultante de fullera valentía, dedica un mirada de triunfo al tendido mientras compone su silueta más estilizada; igual representa un quiebro en un baile, como el manifiesto en plástica de un delito de tal manera grácil y estilizado que hasta consigue con una añagaza implícita representar lo sublime.
De lo que se deduce, o eso pretendo fuera de lo que responde a lo marcado y subrayado como cuentecillos y novelas, que las retahílas contra aquello y lo demás allá, acaso informan de ataques nerviosos, esperando agradecido que sean acogidos como éso, simples despiporres de un solitario de lleno ya... o en puertas o sumergido en la coba o las atonías propias de un viejo solitario, o pospuesto y diseñado sólo en añoranzas ajenas. Y sobre lo que acabo de explicar, parecería de idiotas no aclarar que, para mal o para bien, esta decisión de aislamiento solo yo respondo ante la Ley como culpable absoluto.
Sobre la disléxica y sus efectos demoledores respecto a mis escritos, me gustaría pediros que tengáis paciencia; piensen que, así discurro por norma: de manera inconcreta y estrafalaria, cuando no es aún peor... incluso de forma ininteligible la mayoría de las veces... ¡grache mille a la informática que me echa una mano!; pero siempre que releo algo fuera ya del primer tiempo de la gestación, suelo corregirlo y, luego, según se enciende una incógnita sin sentido ni norte o a modo de destello en la sesera, vuelvo sobre lo escrito, y así sucesivamente; repito, siempre y con ahinco, desde mi confuso talento, desde mis complejas difunciones... y una y otra vez, aun sabiendo que nunca eliminaré todas las erratas: siquiera parezca mentira, siendo el resultado tan precario y tan plagado de despropósitos; acaso ni en momentos tan atónitos desisto en el empeño... ¡de momento! Pero así es la vida o las condiciones a las que, por mi absurda cabeza o, al contrario, por mi arrogancia de pobre infeliz engallitado, me veo abocado... Y aún, por el desprecio imperativo de quiénes simulan estrechar un vínculo que nunca contemplé ni vislumbré como verdadero... o acaso sí cual vil añagaza o empecinamiento huero, de ellos, en aparentar, granjeándose, que respondo a ciertos perfiles o reglas de pelele cinquense para poder optar a la logia de sus camarillas. Mas, de mostrarme franco, ni lo sé con certeza, aunque sí sospecho que yo mismo intervengo en mi condenada... o determino altaneramente y con rencor por campar hacia escarpados derrotero... sin esperanza de retorno. Dicho lo cual, no me queda otra que refrendarlo con un ejemplo: Conjuguen que son uno de los parapléjicos que en las olimpiadas ha llego el primero en la prueba de natación y que el jurado, con condescendencia, le recrimina que no puede colgarle la medalla porque no batió reglamentariamente las piernas; se imaginan la rabiosa frustración del supuesto atleta. Pues algo parecido siento yo cuando me advierten despóticamente que el texto no está del todo mal, pero que he cometido faltas garrafales.
De nuevo indicaros algunas cosillas o erratas en torno a recuerdos de mi niñez que, viendo que pudieran esconder alguna gracia, he optado publicarlas aquí en este Blog bajo el nombre de la aldea de Zambra, lugar donde naciera allá en el cincuenta y uno; unos relatos escritos en mi juventud, sin otro valor que la ingenuidad y expectativa de un chaval mirando por el ojo de una puerta; no obstante, al revisarlos me he dado cuenta que quién me los trascribió, no sólo cometió faltas, si no que modificó expresiones e imágenes según dios le dio a entender (valga, sin embargo, mi agradecimiento por tamaño favor) Así que intentaré arreglar lo que pueda; aunque tampoco sería razón para que en un día y en primavera tomar carrerilla a pique de que me atice una pájara: ¡a su talán talán, lo iré enmendado!. Debo entender que hay lectores que consideran un falta insignificante más importante que un buen texto; así que, denodadamente, iré rectificando las manchitas posibles para que aquellos enteradillos de pluma floja no se sientan ofendidos en el fondo de su alma, su talento y una inteligencia y una sensibilidad a prueba de fragua, de horno crematorio... ¡dios me libre de intentar hacer daños inútiles a personas duchas en materias tal excelsas: poner los puntos sobres las íes, responde también a una CIENCIA!
También me gustaría que consideraseis la censura a la que me he visto retado por Ediciones Irreverente, donde me han censurado en su foro un articulillo donde refería y tachaba de Liberales radicales e inmorales a unos cuantos de la reata de Jiménez los Santos, el Diario el Mundo, el Rouco... y demás seres despreciables dentro de la Comunidad de Madrid. A parte de borrar mi escrito, me han trampeado o vetado disimuladamente con zancadillas para impedirme o que desistiera de alguna manera la entrada al foro: ¡que arrojase el sombrero! Y sobre dichos textos, a los que he titulado REFLEJOS EN UN OJO AZUL (o el destello inteligente de mi hijo), pido clemencia si no están adecuadamente ordenados; soy muy torpe en esto de la informática: andan en el orden caprichoso en el que he podido (ayudado por mi hija: Claudia; de diestra abilidad en la materia) cazar al vuelo del Foro de Ediciones Irreverentes.
Sobre AGONÍA INTERMINABLE, pediros paciencia a quiénes se apliquen sobre este texto que, como suele ocurrir de acometer su lectura (en todos mis textos impera un estilo intrincado, áspero, arduo, pero así discurren en mi mente y después sobre papel... mojado) en éste en particular, hay un aditivo añadido: la complejidad del asunto o trama.
Nunca me gusta chafar las claves precisas o confusas de la trama en las obras, sean en letra o en fotogramas; pienso que perderían... o se rompería la cresa adonde se conjugan, se fraguan, se trenzan, se devoran éstas con aquéllas... Imagínense que Sacrificio de ¿Tarkosky? fuese explicada despejando incógnitas; delimitando sueños y realidades; desfragmentar la prosa para tornarla en poesía y viceversa; seguramente se convertiría en una película de Scorccese o de Spilber.
No descubriría nada nuevo si me increparan diciendo que así no se entiende... ni ¡loco de la cabeza!, pero ya ando curado de espanto; la experiencia de mi primera novela "Luna Árabe" (después de 3o años escrita, y hace 10 años publicada en Ed. Irreverentes) de la cuán nadie hasta ahora tuvo la osadía o gentileza de dar al menos ciertas pautas del meollo de la cuestión _miento, un chaval, Miguel de la Prida, a quién sólo conocía de hola y adiós a su novia, que se esforzó mandándome una prolija crítica bastante cercana a mis intenciones_; casi al completo, presupusieron que sólo respondía a un asunto intrincado o emparentado con el incesto; o alguna que otra evidencía de pacotilla. Pero no es culpa de nadie; jamás, se atiende a las frases o citas previas de algún autor donde, al menos yo, intento que reflejen y den algo de luz al entramado; sin despreciar, por supuesto, su ardua lectura. Así que, ya doy por descontado que nadie se atreverá a disertar, aunque se desvíe o vire hacia otro lado (que también es lícito; cada cual puede, una vez editada la obra, atender a la histaría que considere oportuna), acaso se desperdiciarían las propuestas que las notas sugieren; aunque, también es cierto que cualquier apunte sería interesante y preciso para que una obra se conserve vivita y coleando. Dispongo o contabilizo en mente de "Luna Árabe" una decena de críticas en periódicos, pero me temo que responden a la obligación rutinaria de quedar bien y no dañar al escritor. De hecho, desde que he editado mi obra aquí en este Bloc (Blog), nadie ha procurado, ni por cortesía, apuntar cualquier gracia o apunte sobre los textos. Gracias, al menos a quiénes los leean o los hayan leído.
Sin embargo, debo añadir que ¡para nada! tal crítica fue o ha sido dirigida a lectores de a pié, más bien se inclina a los expertos, a los que cobran, a los que ostentan el título de críticos, aunque tanto correspondan a los llamados académicos como a los aficionados, pero en tinta sobro el papelón: eso que llaman diario. Es de pacotilla acusar a este gremio o al dedicado a desmenuzar películas; obviamente, todos han sido instruidos y doctorados en tales materias; ¡y aún podría ser mas soez!: me temo que la mayoría responde por juramento a las reglas inapelable que aprendieron entonces; cualquier pieza que vire hacia otra condición, intención, propuesta... que no fuese antes propuesta y disciplinada por aquéllos que le dieron el certificado de expertos, nunca podría valer ni ser reseñada como aceptable... ¡ni de coña; que se os vaya quitando de la cabeza; hasta ahí podríamos llegar! Lo correcto e inamovible por cuorum de divinidades siempre responderá como referencia irrefutable e intransmutable a aquéllos que marcaron las primeras e indiscutibles reglas. No sé si en literatura haya que remontarse a Gonzalo de Berceo y en cine a los Hermanos Lumier, pero sería descabellado pesar que algo nuevo resultaría válido de no remitirse a las primeras reglas, y jamas ¡esto no es ninguna broma!, hacia lo que artistas chalados consideran investigación sobre la rama del arte que a cada cual le dé la sin razón de atajar; o acaso, y me estoy poniendo en un compromiso, que bajo dichas pautas o reglas se recreen historias actualizas o ligeramente apañadas. Un película que no destaque o calque las reglas de aquéllos que inventaron tal disciplina, siquiera merecen ser quemada en la hoguera: ¡resultaría una osadía sin perdón no admitir que a partir del núcleo donde se fraguaron, cada intentona no es si no mero disparate... o una blasfemia. ¿Cómo puede ser que un Filoso a partir de Sócrates y Platón resulte más inteligente o pudiese aportar algún otro apunte más que sirva, so pena de caer en una verdadera charlotada? ¿Cómo ocurrírsenos siquiera que un director de cine actual pudiese destacar como más inteligente que aquéllos de la tan trillada o ensalzada y nunca bien ponderada Meca del Cine? Me aventuro a suponer que tales ignominias podrían sólo equipararse a cuando los Hebreos, guidos por Moisés desde Egipto, osaron adorar al bellocino de oro, en lugar de quedarse quietos como momias a esperar las únicas, últimas e irrefutables Leyes o Mandamientos, por los siglos de los siglos: ¡Y ni media pega! Así que tengan cuidado ¡ojo al dato!; si no están seguros de que lo que vayan a ver, a escuchar o a leer y que no está previa e exhaustivamente comprobado por el espíritu de tan insignes genios, y aún que no se apartan un ápice de aquéllas reglas indelebles y sacrosantas, ni lo piensen un instante: arrójenlo al escusado y tiren de la cadena... ¡que el que avisa no es traidor!
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