
LOS NUEVOS PROSCRITOS
ISBN: 84-96115-
A mis hijos: Andrés y Claudia.
“Cada época no sólo sueña la siguiente, sino que se encamina soñando hacia el despertar. Lleva su final consigo”.
Hermann Broch.
A modo de explicación sobre la pequeña crítica arriba destacada en catalán y con un ejemplar del libro (eso pretendía, que se viese la portada, pero así me ha quedado: un gurruño) Nota que nunca envié, pero ahora que la releo pienso que el hecho en sí podría facilitar al lector nuevas amarras o piolet anexos para ir trepando hacia su comprensión, al menos en un orden más lógico y, aunque en lo demás se tendrán que aplicar, puede ser que estas muestras os sirvan de referencia para el conjunto de las estampas… o capítulos atípicos; aunque, en definitiva, este es mi estilo y no me resulta ni chispa de fácil adoptar otras maneras… ¡Con casi sesenta años creo que mejor es dejarlo tal cual! Gracias.
Recuerdo que, en el diario de Tarrasa y en la crítica a mi libro "Los nuevos proscritos" (a quiénes agradezco sus apreciaciones halagadoras respecto al texto) debo, con todos mis respetos, enmendarles la plana _sólo un poquitín_; no deseo que se incomoden dado que solo ellos fueron _especialistas en materia literaria o crítica sobre tal_, quienes han dejado correr la tinta de su pluma unas gotas sobre la esquina de un papelón de esos que llaman diario… o hoja del Periódico... y nadie más; vaya con lo dicho un agradecimiento de todo corazón. La pequeña observación por mi parte y nunca una réplica ¡hasta ahí podíamos llegar!, con lo contento que, como acabo de ponderar, destaco y encima tamaña delicadeza de hablar bien de un libro de autor desconocido, consiste en aclarar la minucia (sin ella el resto no tendría sentido) o enmienda al confundir el primer capítulo con un ensayo... ¡lejos de mi tal osadía! El ejemplo que pretendo exponer, debería servir también para los acosadores de mi sueños, y como apunte aclaratorio para mi alambicada semántica ¡ojo al dato!; querría desmenuzar que en tal capítulo siquiera intentaba, sirviéndome de los apuntes imprecisos del protagonista, otorgarle forma con la artimaña de que una araña [prima pobre o hermana tonta e inculta, estrambótica, pendón... de aquélla en la que se convierte Sansa, en la obra de kafka:"La Metamorfosis"; la mía, la pobrecilla, ni siquiera tuvo la ¿suerte? de ser desahuciada por la familia; siempre anduvo de correccional en correccional y hasta _creo en secreto_ que en burdeles de mala nota...; pero, sí puedo jurar que jamás nadie se percató acaso de que existía o quizá una sola vez el protagonista del libro en discusión la observase de refilón] leyese excitada, y recién muerto el extraño solitario y aún éste con la sangre caliente, las inquietudes inconcretas, arrogantes y fuera de tono que un intelectual de su calibre fuere capaz de disertar desesperado, delirante (de ahí la información de andar aplicado en un artículo obsoleto, propio el detalle más de un loco que de un ensayista), como si ese papel fuese el centro de su existencia... e incluso momentos antes de pegarse un tiro en la sien; y con ello prestaba ocasión y daba pie a que este mismo escritorzuelo hubiese, por desidia, dejado abandonadas, arrumbadas en un montón, cartas a amigos, imaginarios, o no: improntas del paisaje, cuentos, arrebatos críticos contra esto y aquello, de lo maldito a lo humano, sueños, retratos velados, postales de colores encendidos, sermones encumbrado sobre una duna desde la cual el entorno se proyecta como un océano de arena opalina en un desierto sin fin, vacío, con el horizonte deshilachado... Bueno, un batiburrillo con el que pretendía conformar una novela caprichosa en la cual explayarme sobre y con varios géneros, estilos y maneras, a modo de experimento literario, de catarsis rayuelesca... ¡Mera idiotez, viendo los tiempos que corren! Espero, no obstante, que jamás malinterpreten lo que acaso responde como traviesas maneras de mear fuera del tiesto; principalmente, porque destaco como mero inculto e iletrado; ni tengo el bachiller, por si os sirve de ejemplo consolador para saciar gustosos vuestras dudas y, ya cargados de razón..., poner ¡El grito en el cielo! Pero, así subyace o así fabulo yo desde mi percepción íntima y personal, lo que un Proscrito Anónimo pudiera percibir dentro y entorno a su soledad: ensoñaciones, visiones y desvaríos fulgurantes... como los cohetes de feria; sí, esos que despliegan en su recorrido una estela y que, a modo de culebrilla encendida, despiden chispillas de fragua para, una vez alcanzada la meta, explosionar salpicando un millar multicolor de luciérnagas que espiran en un abrir y cerrar de ojos.
VOLATINEROS
A aquellos lectores, amigos y conocidos que se identifiquen
con mi pensamiento… ¡Meros desplantes!
Aquel día debió refrescar considerablemente; tanta lluvia manaba cristal abajo que la estancia recordó más a una burbuja que al gabinete de un profesor jubilado: la niebla densa, el tono metálico que proyectan esos amaneceres remisos... que igual propenden de nuevo a la noche como hacia la luz, murmullo desapacible de frondas, repique oscilante de un ciprés contra el cristal, melancólico gruñir de puertas... ascendente a medida que el viento se enfurecía. Y, entre el estruendo, aún descollaron los golpes del cartero: cada día, antes de abandonar el haz de cartas y periódicos sobre el umbral, asestaba cinco aldabonazos; no obstante, nunca adiviné qué afán le impulsaba a tal violencia. Cumplido el ritual, infaliblemente alejábase silbando la misma tonadilla inquietante.
En una de las treguas inverosímiles que conceden las tempestades crujió más enérgica la puerta del gabinete, para dar paso al jubilado. Con su andar cansino, la barba mal rasurada y el pijama raído y churretoso se aproximó a la silla giratoria... junto a la mesa, frente a la gran cristalera, de espaldas a la puerta...; como siempre que decidía tomar asiento, quedose unos instantes inmóvil, escrutando umbrías de entre los árboles; después se acomodó y, al tiempo que echaba un trago de aquel inagotable líquido a reflejos irisados, con la otra mano nervuda y temblona iba desplegando el periódico sobre la mesa; mas no se aplicó inmediatamente, sino que permaneció embelesado; y, entretanto los árboles, azotados por la tempestad, se vencían hasta el suelo o abrazábanse unos a otros, sus rasgos fueron sutilmente dibujados en la atmósfera densa tras el cristal. No obstante, se podían apreciar delatadores brillos en sus ojos, crispación en su rostro y cómo, al beber, sus labios se aferraban al vidrio de manera peculiar... ¡Quizá pretendiera dañarse, mutilarse...! Aunque en verdad nunca lo supe; porque, según transcurría el tiempo, y la claridad igual aumentaba que decrecía, también, al margen o a la par suspendida tras el cristal la estampa tornábase tanto intensa como etérea... prestaba apariencia de sueños enmarcados. Maquinalmente pulsó el interruptor del flexo, encendió un cigarro y se dispuso a ojear un periódico que andaba intermitentemente trasteando en él desde el 1991: obsesión, manía…; apenas fijaba la vista en sus hojas amarillentas, rizadas en lo bordes como virutas o pétalos de rosas hidrolizadas; en las páginas centrales, aproximadamente, se detuvo, ajustóse bien las patillas de las gafas y emprendió la lectura. No pude contabilizar los minutos, pero sí advertir que en el tiempo transcurrido había yo tejido la cuarta de telaraña más primorosa que cabe imaginarse. Después él, una mano a la cadera y la otra en la mesa, se levantó: respiraba con la ansiedad propia de quien le falta el aire... o se le ha roto esa película fina, como una cresa que retuviese expuesta a voracidades de pajarillos… o se le había despuntado un recuerdo. Una vez tranquilo comenzó a merodear... pero..., de los mil libros apiñados en los estantes que cubren las paredes no acristaladas, ni siquiera intuí cuántos ojeó, ni a cuales rozó con el índice de su derecha (la izquierda, sobre el umbral correspondiente, desperezábase patas arriba como una araña); ni supe cuántos de ellos abrió, hojeó y aun leyó con detenimiento... También llegó a subrayar algunos párrafos sirviéndose de un lápiz de esos que, para su utilidad, necesitan ser ensalivados. Al fin, los labios teñidos de morado y portando bajo el mentón cada uno de los tomos profanados, se aventuró de nuevo a sentarse; y, aunque fatigado, al descargar sobre la mesa, aún cuidó de que todos los libros quedasen abiertos por la página señalada. Amainó el temporal; la cortina de agua que cubría los cristales fue debilitándose y la niebla cediendo en círculo... Ahora se apreciaban nítidas las frondas impregnadas en agua. En cambio, nada perceptible en el gabinete: el viejo seguía tomando sorbos, rellenando cuartillas... que, hechas un gurullo, lanzaba contra la cristalera; mas, cuando iba a estrujar una de ellas, se detuvo y giró la cabeza para mirarme fijamente. Tenía los ojos rasos de lágrimas y la frente perlada. Tras brindarme una sonrisa fugaz, despectiva, plagada de matices insanos y perversos, volvió sobre sus escritos... disimulando la bola de papel entre los dedos.
Andaba algo distraída, adormilada..., tal vez poseída por el ritmo del tejer, cuando un golpe seco me soliviantó: el jubilado había depositado un revólver pequeño, pesado... como de grafito, sobre los papeles manuscritos. ¡Qué escalofrío tan violento!; mis vellosidades se erizaban en oleadas y mi abdomen adquiría tal tersura que temí fuese a estallar de un momento a otro... hasta mis frágiles patas tomaron la rigidez propia de la muerte. Entonces, aunque entumecida, me desplacé desde el rincón hasta el centro del techo, justo encima del jubilado; el ruido del artefacto atrajo de tal forma mi interés, y estimuló de manera tan sorprendente mis nervios, que no podía permanecer tranquila ni siquiera un instante... Y como nada saciaba mi curiosidad, sujeta por un hilo, me abandoné hacia el abismo... ¡siempre me atrajo el vértigo de la caída en picado! Además he sido la más precisa funámbula de la historia; hay ocasiones en las que determino el punto exacto de llegada, suelo posarme sobre cualquier superficie como plumón de pájaro que apenas el mínimo ruido delata que ha aparcado: ¡como un Ángel! Ese día hubiese sufrido un atropello de no precaver que es más seguro husmear desde cierta distancia... ¡no sabría precisar cómo y por qué intuí que el sujeto iba lentamente a deslizar la mano por su calvicie! Tampoco se conformó sólo con ese ademán; aún antes de empuñar el arma observó detenidamente las fotografías de una pareja de jóvenes adolescentes: petulantes, vencidos hacia sus respectivos marcos de plata renegrida... ¿Por qué, se preguntó el jubilado, hasta en fotografía han de estar enrostrados? Suspiró. Maldijo. Y, dominado por un impulso, alargó un brazo hacia el rostro de la chica... luego, tras procurar, con gesto y ademán desdeñoso, que ambos le miraran a él a la cara, se afianzó al fin hacia el revólver.
Una llamada de teléfono irrumpió en el silencio e hizo que su mano vacilara un instante. Mientras echaba otro trago dejó sonar tres timbrazos. Jadeante, levantó el auricular y dijo entre pausas: “¿Quién al aparato...? ¡Ah; eres tú...! ¿Sí...? ¡Sí...! !Algo deprimido...! ¡No necesito nada; ya han llegado las fresas! No; no siempre fue así... ¿Apesadumbrarte...? Es que... Bueno, quizá... Pero también hubo un tiempo… Tal vez los sueños nunca confluyen... más bien divergen e impiden que advirtamos... ¡Por supuesto…! ¡No...! ¡Gracias por llamar!... Perdona, sólo una cosa más, insignificante, pero… tras los cristales y sobre el tronco de un olivo una pareja de palomas se están matando a picotazos, recíprocamente tratan de clavarse el pico en el corazón. ¡Excusa!... ¡No!... tan solo pretenden amarse”.
Tras depositar el auricular deslizó la mano de nuevo hacia el revólver; pero, siquiera rozaba el metal, retiraba la mano velozmente... como si el arma estuviese candente. Sin embargo, en otro intento, logró al fin agarrarla con fuerza por la culata y con sumo cuidado introducírsela en la boca; al notarla fría se apuntó en la sien.
El impacto lanzó al jubilado contra el suelo y un eco hizo vibrar cada objeto de la estancia... hasta yo me balanceé en el hilo. Mas, cuando lo hube templado, descendí presurosa hasta la mesa; ansiaba probar de aquellos salpiconazos de sangre antes de que se oxidasen. ¡No me explico; no sé de qué manera ni cuándo...! Sin embargo, junto a la gota más voluminosa y brillante (igual que un rubí) se encontraba ya una araña macho dispuesta a llenar la andorga.
Quizá tanto ajetreo o la voracidad repugnante de aquel otro espécimen hicieron que declinase mi primera ventolera y tranquilamente optara sólo por leer los escritos esparcidos y tachonados de parte a parte con una cruz:
De las múltiples disquisiciones que aún hoy podríamos apuntar sobre cuáles fueron las causas que motivaron a Kafka a escribir La Metamorfosis (¡cuánto celebraría disponer a mano de un Max Brod; aunque éste a la postre, con detractoras y nefastas aseveraciones sobre su calibre moral y obra, provocara tales polémicas que, aún en un futuro, tuviesen la repercusión que hoy aquellas para los Kafkólogos!), en principio me inclino quizá por la más simple: temor profundo y pávido a una enfermedad crónica: En un alfeñique, anoréxico... (para defender tal diagnóstico, valga de historia clínica: extrema delgadez, mil alusiones a dietas, actitudes fóbicas o caprichosas ante ciertos alimentos, etc.) en un individuo defensor peregrino de quien hace de la vigilia una profesión: “Un artista del hambre”; hipocondríaco hasta en la manera obsesiva de paliar el trabajo intelectual con el ejercicio de bajar deprisa y corriendo las escaleras de su finca o el elegir un puñado de fresas como alimento único y aun indispensable para sentirse posteriormente tanto ágil como inspirado en su oficio de escritor o, también, el dormir siempre con el balcón de par en par, incluso si es noche de heladas... y además, como condición irrevocable para el matrimonio, decidido a imponer tales manías por carta a Felice; con escrúpulos hilarantes a la hora de mostrarse a juicio: reiterados envíos de sus mejores fotografías, con textos adjuntos, donde, sin embargo, son auto denigrados, aunque graciosamente, los mínimos detalles de sus facciones y atuendo... lo que demuestra a la postre que, para mejorar atributos propios, no hay como excederse en adjetivos detractores, con el fin maquiavélico de hacer de tu interlocutor abogado incondicional sobre aquello por ti criticado; en un individuo de tal carácter e idiosincrasia, sostengo, no resultaría extraño que símiles tan sórdidos partan de monstruosidades aún peores.
Si una familia, de las características de los Samsa, fuese dañada, en su componente correlativo a Gregorio, por una enfermedad incurable, ¿no se desarrollaría la trama de igual manera que en La Metamorfosis; no tendría tintes parecidos, cuando no más escabrosos, si una mañana, el elegido, postrado a merced de sus familiares, presentase el deplorable aspecto, propio del que otorgan ciertas enfermedades fulminantemente degenerativas; e igual desenlace, una vez los miembros restantes, extenuados tras soportar ímprobos suplicios, han sido al fin liberados por el fallecimiento del afectado...? Ahí tenemos como ejemplo el de Freud, que, a pesar de su celebridad, al final de su existencia y a consecuencia de un cáncer en el paladar, fue repudiado hasta por sus perros.
No obstante, debido a una fe indeleble, tocante a la exhaustiva y minuciosa manera de crear en Kafka, desecho radicalmente la idea de que, al inclinarse por tan horrible especie de artrópodos, desatendiera su característica más descollante: el fin trágico al que están abocados casi la totalidad de sus miembros machos... En cambio, no afino a detectar por qué propender hacia éste entre tantos seres repugnantes... so pena, deduzco al hilo, trátese de su ardid más hábil, erigido como símbolo excelso de ocultos demonios sexuales... habida cuenta, a los que cualquiera estamos sometidos en confesión sólo con nuestro particular Diantre. (Al recurrir a claves tan melifluas, temo presentar el perfil de quien, para sostener otra teoría más sobre Kafka, tergiversa o desecha el valor intrínseco y de mayores hallazgos innovadores que la obra de éste ha producido en la literatura moderna… en incluso desde su perspectiva haya salpicado incluso a aquellas que surgieron antes de que el naciera; sin embargo, tampoco ambiciono conjeturas con envergadura, contundencia y, por contra, vaguedad, como las defendidas por Milán Kundera en su artículo La sombra castradora de San Garta, las cuales se nutren de esta prima convicción: “En el origen de la imagen de Kafka que hoy comparten más o menos todo el mundo siquiera ilustrado hay una novela: Max Brod la escribió inmediatamente después de la muerte de Kafka y la publicó en 1926. Saboreen el título: El reino encantado del amor...”) Por qué, y a pesar de lo sostenido por Kundera… Por qué, me preguntaré siempre, hay ya una desvirtualización, prohibición expresa sobre la condición sexual de cada cual y en particular en individuos que acaso nos llegaron a nosotros sus físicos apergaminados sobre fotografía casi experimentales, son a posteriori sacados a la palestras para discutir (sea en un sentido u otro) su condición sexual; reitero la pregunta: qué necesidad o enfermedad psíquica o perversidad inconfesable se apodera de tales individuos para centrar en determinada condición la resplandina defensa, tesis, estudio… de un autor que sobresale por su intelecto, por el legado de su obra… Y sobre todo, amparándose en tesis de pacotilla, resulta obsceno… Dejen de una vez por todas o, acaso, siquiera discúnranlo en esos programas orquestados por profesionales de las revistas sobre farándula en toda su pluralidad de miembros… o más bien en todos los matices de los que se compone el folclore patrio, y centren su defensa abundando y con rigor en nuevos matices que la pudieran engrandecer o quizá esclarecer. Me arriesgaré con un juicio de valor: desde mi punto de vista, si un intelectual no ha dejado en su obra implícito aquello que atañe a su condición o indicios de los demonios que andaban magreándole, quizá sea porque fue un cobarde o, por el contrario alguien celoso de su intimidad hasta el paroxismo; aunque siempre existen maneras de solapar en el presente pautas para que en el futuro habilidades intelectuales de avispados lectores dispongan de información o pistas suficientes tocante a aquello que atañe exclusivamente a la sexualidad… y cómo, en su habilidad sin parangón y sin pistas, rastrear o especular sobre el pasado para sonsacar en despunte que el autor en discordia hasta cazaba moscas con el rabo. Y si fuera del todo necesario e imprescindible, sírvanse de intelectuales honestos y no de quienes defienden siempre una cata moral en la vereda de lo establecido por la sociedad de bien…y de no proceder así, se inventa. Por norma, en el caso al que nos referimos (sobre Kafka) existen pruebas, evidencias, reflejos que merecerían disponer de otros puntos más de reflexión que los propugnados por quienes… ¡no sé de cierto!, pero pretenden como Milán Kundera un empecinamiento ciego, estéril, unilateral. Se prendaba de una sonrisa tierna, “en torno a la boca de una judía”, mejor que de otro signo que denotase expectativas más escabrosas; o, en cartas posteriores, lejos ya en el tiempo al día que fue presentado a Felice, también optara por describir cómo de airosa revoloteaba una cinta rosa pálido junto a su hombro firme... En cambio, aquí, soslaya el más insignificante matiz de galanteo lúdico; un rasgo explícito, sutilmente grosero, que nos conduzca al menos hacia algo tangible, magro..., y no tan etéreo.
“Pasé ante un burdel como ante la casa de la amada” o “...ella había empezado a buscar entre sus piernas de un modo tan desagradable que él había sacudido la cabeza y el cuello fuera de la almohada...” Sobre la censura de estas frases del diario, y obra de Kafka en general, no considero elegante ni de rigor acusar solamente a Max Brod, barajándose también posibles sospechas sobre guillotinas de editoriales. Sin embargo, me pregunto por qué dichas frases censuradas no van a plantear más interpretaciones que las impuestas en el referido artículo de Kundera... Y, a no ser que éste quiera hacernos comulgar con ruedas de molino, cómo, palabras de connotaciones tan polémicas, iban, precisamente en un Sátiro, a no suscitar otras consideraciones al respecto… Salvedades aparte. Por último, sea aprovechado también para homenajear a quienes Kafka veneraba y reconocía aun como maestros, no debemos despreciar, concerniente al conflicto, la disyunción entre la prosa de Flaubert: tomemos los perfilados fetiches y detalles sobre o respecto al tobillo de Madame Bovary u otros que despiertan aún mayor prurito, y la suya: sirva como muestra la única y más bien gélida descripción en el grueso de La Metamorfosis: “... y un recuerdo amado y pasajero: el de la cajera de una sombrerería, a quién había formalmente pretendido, pero sin bastante apremio”; o la que dicta entre aquella otra, más estrambótica, y que Robert Walser, contra corriente, porfiaba de mancebos anárquicos y melancólicos... aunque en ésta celebrase generosamente, y compartiese también, signos de ironía rayanos en lo excepcional con lo poético, con la metáfora.
Y todo ello, siempre y cuando a Kafka, en la elección de tal insecto, no le achaquemos perversas inclinaciones hacia la muerte; sino que, supuestamente informado de los escrúpulos sexuales que los expertos atribuyen a las arañas, pudiera él, por mimetismo, intentar paralizar a su conquista con ardides de estilo, equivalentes al que ellas practican con saña atávica: en caso de la araña común brindar exquisiteces a la hembra, para que se distraiga deleitándose; en la Galeodes kaspicus turkestanus, tras haber localizado en su abdomen el punto sensible (denominado G en los humanos), procurar hipnotizarla; de no conseguirlo, tanto un macho como otro serían víctimas de los incondicionales atropellos, frecuentes entre las de su estirpe.
En cambio, considerando aun la otra disyuntiva “perversas inclinaciones hacia la muerte” (estos machos eligen como meta jugarse el tipo en el coito; y entre el grupo de aspirantes, nada más uno sale ileso del intento y además es quién consigue inseminar a la hembra), por confusión meramente alcanzaríamos respuestas extremadamente frágiles y a la par descabelladas... O, llegado a este punto, ¿no habría que afirmar tajantemente que Kafka no sólo contempló ambas opciones sino que de sus reflexiones, y con todas las consecuencias, surgió la bestia que él creía su igual? O, al contrario, desechar todo e inclinarse hacia lo fortuito: figuras, colores, temperaturas... en definitiva aciertos literarios y de maneras exquisitas sobre metáforas, giros y formas de “pensamiento”… Definitivamente alejarse lo más posible de Psicoanálisis de pacotilla.
Entonces pregunto: ¿cuáles son, trasparentes y precisos, los apetitos sexuales de Kafka…? ¿No serán falsas todas las propuestas, incluyendo la de Kundera; que lo absoluto y verdadero quede oculto… o explícito para quién siempre acometa su obra respetuosamente, enfrascándose en sus entrañas, pero sin prejuicios ni gazmoñerías; y aún menos que nadie: DEAMBULANTES FANTASMAS?.
El zumbido ensordecedor de millares de insectos, revoloteando entorno al fiambre (mosquitos, moscas, moscardas, tábanos, avispas, mariposas, polillas), suscitó mi curiosidad; hizo que levantase los ojos de la escritura y advirtiera al punto cómo, con porfía, la araña macho procuraba mi atención: Incitante y provocadora mostrábame una suculenta mosca, embadurnada con todo tipo de secreciones, jugos, salivas... Bueno, no sé si saben que, tanto a la araña como al ser humano, nos ganan por el yantar; que, una vez saciadas, quedamos desarmadas, desmembradas, derrengadas... proclives a todo tipo de juegos y perversiones. Mas, esta que me desafía, no del todo satisfecha con el meneo voluptuoso de sus patitas, pretende ir acercando el citado manjar hacia mí... Entonces, aquel estado de somnolencias y melancolía, en el cual sucumbimos siempre al ser seducidas, me ha provocado ¡y no miento! la visión fantasmal de un Paso de Semana Santa precipitándose hacia mí.
¡Estoy tremendamente cansada! Hoy..., después de no se sabe el tiempo (debieron advertir que acudían demasiados bichos a este lugar y que los periódicos y cartas amontonados en el umbral obstruían la entrada), he visto por primera vez la cara del cartero aplastada contra el cristal... Y me ha sorprendido que unos ojos tan diminutos pudieran ser tan canallas... A penas húbose marchado ese desvergonzado y meticón, acudieron ciertos individuos que, protegidos con trajes blancos y mascarillas en trompa, recordaban muchísimo a un tipo gigante de hormigas; con destreza y pulcritud envolvieron el cadáver en plástico negro y lo sacaron fuera de aquí. Seguidamente entró un grupo de mujeres muy ágiles y resueltas; cada una ataviada con traje distinto, sin embargo todas ellas lucían hermanos e implacables mandiles anaranjados y pinzas verdes de ropa sobre la nariz. Mientras en silencio acoplaban libros en cajas de cartón blanco, desalojaban cajones y fregaban la sangre ya seca del suelo, una de ellas (hombruna, mirada profunda y rictus amargo), sentenció: “¡Sin ánimo de oscurecer la desgracia...; pero no es de extrañar que la mayoría de los que piensan tanto acaben así!” Tras cerrar todas las ventanas, desde el umbral han fumigado con furiosa rabia el ambiente y han girado la llave... ¡dos vueltas!
ESCLAVOS DE LA BELLEZA
A Rosa Líndez… y en memoria de Brigitte; con quienes mejor conjugué el ritmo.
Recuerdo que de pequeñito debí sufrir una enfermiza fascinación por un Cristo que, lacerado y sangrante, yacía sobre sábanas de hilo fino, primorosamente bordadas en Brujas y festoneadas de exquisitos encajes de bolillos tejidos en Moral de Calatrava, dentro de un sarcófago transparente donde en cada lateral restallaban tres clavos en racimo, enjoyelados de brillantes perfectamente montados por expertos engastadores; las aristas, ocultas bajo un trenzado cilíndrico en hilo de oro y, ya como colofón, sobre la tapa, también transparente, un ramo de flores propias de la estación en curso. Pero mi atención sólo se detenía sobre su rostro que, el imaginero, en un alarde transgresor, creara… aun clamando al cielo después de muerto; también tuvo la osadía de esculpir unos rasgos inspirados acaso en los de etnia judía, manifiestamente alejados de aquellos otros que conformaron la mesura de la característica técnica de Zarcillo, acorde más con la utilizada por el renacentista Miguel Ángel para su Piedad en mármol, puesto que éste, para su Cristo desplomado en el regazo de María Niña (y siempre según la leyenda: me remito a un artículo de Sánchez Ferlosio), se inspirase en las facciones más armónicas y dulces de un noble y bello doncel Valenciano, por entonces prematuramente muerto por aquellas tierras. Esto viene a cuento para explicar el porqué de mi fascinación demente por la nariz de aquel Cristo arrogantemente judío, hasta hoy indeleble, quizá debido a que entonces anduviera a punto de perder la mía…, a consecuencia de una necrosis, provocada por mi empeño, sin anestesia y sólo valiéndome de una pinza de tender la ropa, y con el mero propósito de emular su atractivo. Si no os resultara chocante confesaría que el bello rostro de aquél, es copia fidedigna a la de mi hijo Andrés. Pero, sigamos: desde aquellos remostos días de mi infancia, empezó mi calvario en pos de la belleza; padecía delirios de todo tipo, entonces desconocidos, hoy ya como parte in aetérnum de las descripciones que especialistas de fama mundial van incluyendo sobre síntomas de ciertos Trastornos de Alimentación. Tras un periodo conflictivo en la educación respecto a mi entorno, fuera ya del mero transformismo, acaso más cercano a la urraca y al camaleón: a una, por su fijación obsesiva hacia todo lo que brilla en derredor, y al otro, por querer suplantar el mínimo matiz de quién o cuál ronde a su vera. Luego sufrí, ya de lleno en la adolescencia, las mayores controversias posibles tratando de que granase juicio y razón, sin abandonar ni un ápice mi inclinación al esclavismo de la belleza: el cine y la literatura no saciaron mis ansias, sino que las dislocaron aún más. Con ellas experimenté un nuevo desvarío, quise investigar in situ el porqué de los cánones de su esencia, qué suscitaba tales criterios para que nos decantásemos tanto por uno como por el contrario. Ante el espejo ejercitaba mañas con todas las herramientas posibles: terapia facial, aderezos, complementos, maquillaje, posturas, muecas… hasta alcanzar el paroxismo absoluto; me odiaba de tal forma que abandoné mi sospechosa inclinación al espejo; me alejaba temeroso creyéndolo reflejo del propio diablo. A lo que nunca me substraje, es al deleite que experimento mientras escudriño el rostro de todo aquel que cruza ante mí; y no debo despreciar, resumiendo, cuánto experimenté sobre la belleza, que sólo responde según quién, cómo y sin prejuicios, la analiza mientras la persigue: debo confesar que para mí resulta igualmente interesante un sapo que un bello doncel, Andrea Ferrol, Bete Davis, Marlene Dietrich, Julie Christie, Ava Gardner… que Edgard G. Robinson, Marlon Brando, John Garfield, Robert Ryan, Michael Caine… (todos ejemplos del cine, por su explicita popularidad), debido a que sólo vasta fijarse en el punto donde destella su atractivo. ¿Quién no cae redondo ante el encanto que provocan los hoyuelos de La Gardner, o la morbosidad e inteligencia, destacando boca y mirada, que destila el rostro de La Christie, o mezcla de sarcasmo y picardía que reverbera en el de Garfield y, por último, a quién no le temblarían las piernas si en vez de ser Vivien Leigh a quien visita Brando en camiseta sudada, fueses tú. Y no me refiero sólo al exceso de testosterona que segrega cada poro de su piel, sino a la conjunción en su rostro de todos los matices que se requieren para: ¡Rien ne va plus!
Ahora me pregunto:¿son los rasgos de belleza consecuencia indiscutible de la genética, pudieran ser acaso producto de la maestría con que se manejen los nervios faciales, más bien resultado de la combinación de gracia e inteligencia…? Seguro que moriré antes de concluir la tesis, de momento me conformo con el manojo de posibilidades que brotan, antes de decantarme por una aseveración de tal calibre; no me gustaría, como la iglesia, tener que rectificar en un futuro.
Recuerdo (no literalmente; soy incapaz) un piropo lanzado por Kafka en una carta a Felice, donde se explayaba más o menos de esta manera: “Soy esclavo del encanto que aflora entorno a tu boca cuando sonríes”.
BORGES
A Joaquín Lara, Escobedo y José Ángel
Pretendo con esta randa, decir que apuesto, de fijo o en intención al menos, y que entenderán mi arbitrariedad tocante a esto como a aquello; resumiendo, que no me tengan mucho en cuanta ya que soy bastante caprichoso, poco fiel a la exactitud... y veleta ¡aunque aun no sé cuál sería el canon preciso que la gobierna! Lo que sí pueden es porfiar que nunca defenderé de la misma manera aquello que ensalcé llevado por las circunstancias del momento; me aproximaré, simularé que pretendo precisar, que persigo alguna exactitud, pero, como con la verdad (Tolstoi intuyó que acaso se la comieron los cerdos) y otras entelequias, aunque no existan, con ahínco y embeleco no ceso en buscarlas, porque lo mismo están, pero en otra parte, en otra ámbito; a la que vas a agarrarlas, se desplazan, se escurren, saltan, se esconden… parecido a cuando de niños perseguíamos uno de los pilares del arco iris; jamás desistimos, aunque se vaya desplazando, incluso a mayor velocidad que nuestro ansia de atraparlo, y, siquiera, si una nube lo arropa haciéndolo desaparecer, detenemos incluso el aliento mientras nuestro corazón lo permita, por miedo a romper el hechizo.
Todo viene al hilo, por lo que opinaré de Borges a continuación; incidiendo especialmente en que soy víctima de las ideas de aquéllos a quién admiro; de algún modo me las corrigen, determinan, suplantan… no obstante, mi mente se encarga luego de agitarlas en coctelera de hueso para que después caigan a capricho, dislocadas, algo dementes; saltan a la opinión en escopetazo, prorrumpiendo sobre el orden lógico. Esnobismo quizá, afán de notoriedad; puede que sí, pero referente a Borges no se qué extraño efecto causó en mí cuando al descubrirlo, alrededor de cuando cumplía veinticinco años; por un tiempo oculté su lectura, no supe explicar que todo aquello que había leído no me terminaba de agradar, me parecía corriente, trasnochado, nada del otro jueves… incluso sospeché que podría conocerlo de antiguo. Pero, qué responder a tantos como lo encumbraban; no había tertulia, café, cine… donde alguien no señorease su genio transformado en libro bajo el brazo. Por aquel entonces ya le conocía en imágenes, porque le habían entrevistado años atrás en televisión; a mitad de aquella entrevista, tuve que dejar de verlo por mi impaciencia de entonces, mi ímpetu adolescente; cuando quién hablaba iba contra mis ideas, lo despreciaba sin más: ¡me pareció un facha de mil pares de cojones! Todo inducía a señalar, por tanto, que mi opinión estaba mediada por prejuicios; quizá por eso me callé. Mas tarde, cuando conocí a mi idolatrado Canetti, supe, por sus opiniones hacia escritores de fino pelaje o de renombre para el gran público, que él lo despreciaba; recuerdo cómo lo tachaba de mediocre: “¡el único mérito que se le puede otorgar al Sr. Borges es que ha dado a conocer un montón de literatura tan mediocre como la suya propia!” Mas o menos. Y, para no quedarme corto entendiendo o sospechando que intelectuales de culturas muy diferentes pudiesen tener opiniones algo excéntricas sobre literatos de habla y pluma hispana, me viene a la memoria las frases rotundas y no exentas desu gracejo e ironía característicos del sin par director de cine Don Luís Buñuel respecto al famosísimo literato en cuestión: Jorge Luís Borges, con quien estuve dos o tres veces hace sesenta años, me parece bastante presuntuoso y adorador de sí mismo. En todas sus declaraciones percibo un algo de doctoral (sienta cátedra) y de exhibicionista. No me gusta el tono reaccionario de sus palabras, ni tampoco su desprecio a España. Buen conversador como muchos ciegos, el premio Nobel retorna siempre como una obsesión en sus respuestas a los periodistas. Está absolutamente claro que sueña con él.
EL DOLOR DE LAS IMÁGENES
En memoria de Carmen, la hija del Rubio el Brasileño; e Isabel, la hija del Niño Lucena.
Al atardecer, mi ánimo decae, se derrumba sistemáticamente, cada punto de luz o color tal que luciérnagas moribundas se torna más débil y melancólico; acaso el aleteo de los pájaros díscolos y tercos en su recogida junto a mochuelos alerta, perdices espías, víboras travestidas en troncos, lagartos simulando inútilmente parecerse a pámpanos, gatas ronroneando orgullosas de sufrir el influjo de la luna… pujen por incidir desvirgando la armonía de cierto planear de manadas migratorias en batallón, en vector castrense, en pirámide feroz y arrogante hacia un destino que con denuedo, vehemencia se insinúa incierto, infinito, deslumbrador, aterrador… quizá en ese instante cuando el sol engaña quedarse quieto antes de sumergirse en un charco de sangre. Una ventana de mi cabaña encuadra con suma precisión y delicadeza, lo que ya por norma cada visitante que pudiera encontrarse conmigo a esta hora de estupor cree súbitamente descubrir; tras un brinco, un grito, un arrebato y sosteniendo el aliento mientras deja al descubierto su gesto pletórico de aguda fascinación, tartamudea: Me.ra.men.te… responde con esclava fidelidad a una pintura aun sangrante, viva… de Van Gogh: incluso el amarillo resulta aún más inquietante y áspero si cabe. Sin embargo, siquiera se trata de un trigal dorado, maduro, granado… por la rabia dañina y perversa del canalla poniente; mas levemente adiamantado por esa sensación ficticia que presume el endeble pelaje de sus espigas cuando aun se duelen después de retirarse el sol; a veces, si la brisa o el vaho del bochorno les procura cierto repelo, se arrebolan, llegan a estremecerse, a centellear como hopos de estrellas gatunas que se fugasen hacia la muerte. En una esquina de la ventana, las hojillas de una acacia se erizan, se enhiestan tal que si de un felino enfermo y aterido se tratase.
FLOR DE ALMENDRO
A Miguel de la Prida.
La mañana ha despertado con el cielo cubierto por una manita clarita de cal, de tal forma que algunas franjas, entre los brochazos más blanquecinos, por contraste, destacan aun más cerúleas; al entornar por un instante los párpados, se disfruta de la ilusión de estar protegido por una enorme malla, carpa gigante para que el sol se filtre debilitado, creando la fantasía de un paisaje apacible; más aún si advertimos que el aire se ha aquietado, quizá para otorgar a la estampa ilusiones difusas, ambivalentes, en equilibrio sobre la línea delgada entre melancolía y dulzura. La escarcha entonces se aprecia deslucida, envejecida, con aire de gravado; no espejea, acaso los contrastes se contagian, intercambian competencias, dejan que las lindes se estrechen con tal pasión que pareciese fueran a difuminarse, a eclosionar. En tales circunstancias, el espectador apenas se atreve a ojear el entorno; teme, por momentos, desarrollar el síndrome de Stendhal, desmayarse según aprecia cómo en derredor: profusión de ramajes granate de almendrales, pudiese, por juegos macabros de luces, trocar en exceso de blancos… que lo dejasen sin aliento ante tal tupido de florcillas tornasoladas.
CARNAVALES
A Rafa, Yoly, Llan, Paco, Lurditas y Jorgito
Al levantarme esta mañana salí al porche para ver cómo iba despuntando el día; sabiendo que, generalmente y tras una tormenta, el aire se limpia y por su efecto el horizonte se agranda, al menos lo suficiente para que tu respiración también se haga profunda y consoladora. Pero ese carácter insaciable mío ya comenzó a virar de lo grandioso (las nubes luchaban, alineadas a razón de la tonalidad de sus grises, por la supremacía de alcanzar una graduación descendente –según grado de oscuridad- hasta toparse con el escenario fastuoso del naciente) hacia lo incierto, a augurar de antemano que hoy, para mi desdicha, no iba a contemplar la salida del sol. Pero en contra de mi terco pesimismo y cuando ya desistía, volviendo a entrar en mi cabaña en penumbra, algo… quizá un lancetazo inesperado en el alma, impulsó a mis ojos a que mirasen de nuevo hacia donde antes presumiera que nunca más brotaría el sol. Justo entonces, advertí cómo una brecha en el gris marengo comenzaba a restallar, por su tonalidad púrpura… y cómo ese trazo se dilataba al ritmo brusco de mi respiración a galope. Entre tanto, el sol apareció tan amarillo y brillante… con tanto oropel en su entorno, que parecía la reina mayor de los Carnavales de Tenerife.
LOS NUEVOS PROSCRITOS
A Miguel Ángel de Rus
Por favor, amigo, ten en cuenta en la situación tanto geográfica como psicológica en la que, por mis pocas luces, me encuentro. Debes hacer oídos sordos a cuanto escuches que provenga de los Montes de Toledo; creo estar casi seguro que se ha instalado a la vera un loco que predica ser un nuevo San Francisco, al cual lo persiguen escuadras de pájaros de todas las especies y colorinches; no te extrañe el rumor de que a veces hasta le chistan los más pequeños y fogosos aún más diminutos que el colibrí de América; algunos de los más temerarios tratan de meterle el pico dentro de la oreja, como si pretendieran libar del cerumen que generosamente le chorrea. Además, al hallarse tan sólo, atiende a tertulias con conejos y perdices de todos los pelajes, aunque carezcan de pedigrí. Te advierto de tales singularidades, porque anda carente de amistades y con sólo escupirle ¡por ahí te pudras!, agarra el desgraciado y se engancha como si del brazo de un amigo íntimo se tratase. Y si fueses quebrantado, acaso, sólo simular que desprecias sus payasadas con cualquier excusa; recuerda que, si alguna vez tuviste contacto con alguien de parecida calaña, se trata en el fondo de un personajillo algo demente, pero con una ingenuidad rayana con ciertos síndromes genéticos; no suelen desarrollar maldad recurrente ni restañable… siquiera su manera al desenvolverse en tareas cotidianas pudiera resultar algo extravagante, puesto que no atiende bien a lo preciso, a pautas, a juegos sencillos propios de un adulto según las normas a seguir por lo establecido… o que acaso se empecina tercamente con bagatelas endebles que pareciesen más de un chalado de aquellos tan singulares y frecuentes en las primeras películas de Fellini; sí, un zangolotino de aquellos que tan maravillosamente interpretaba su esposa Julieta Massina; alguien con una moral discutible al menos, pues chismorrean los lugareños que anda pelándosela arriba de los árboles como si fuese un mandril albino: su pelaje, tal vez por el clima, se le ha decolorado como a Copito de Nieve.
Si me lo permites, te relataré la conversación o monólogo que me vino a declamar hace unos días, a eso de cuando rompe el día… porno relatarte otra de sus tropelías, esta vez según me recogía ya dispuesto para soñar un poco bajo esas auroras típicas de las grandes llanuras en época de temperaturas tan variables… repentinas o súbitas… de las que te resuelven cualquier dilema transportándote del brazo de un tornado a un nivel fuera de la razón lógica. Bueno, creo mi deber empezar relatándote primero lo que más ilusión pudiera primar en ti, según detectes mayor o menor ardor cuando comience el cuento; pero, acaso trátese de algo penoso o áspero o hasta exasperante; de resultar así, puedes optar, mientras rebinas en tus propias inquietudes, por seguir el orden de las frases, a las que súbitamente restallan al dictado de mi vecino loco. Éste, de pie junto a un cedro que pareciese su amante ocasional, con un ensimismamiento más propio de lechuza reflexiva, profiere o calla sin otra estructura o método que la simple arbitrariedad; mientras yo, en un sin vivir, le escucho agazapado tras un extraño árbol, de hojas parecidas a las manos que pintara siempre el famosísimo Miguel Ángel, pero salpicado con ramilletes de diminutas flores estrelladas y cerúleas… De hallarnos inmersos en la oscuridad más absoluta, creeríamos ver cómo entre el follaje se van filtrando retazos de esos días claros de primavera; mas sólo destacan los ramilletes de esas flores tan singulares:
Ayer, casi pierdes a un vecino; andaba tumbado en esa especie de hamaca que yo mismo me he fabricado con juncia y retama cuando, creyéndome ya en el hábitat donde reina la perversa y ácida armonía propia de las canciones que cantan a capela los negros en el corredor de la muerte, cuando vislumbro a lo lejos, como suspendida dentro de una atmósfera, aún más densa y amielada que el aceite de oliva, a una caracola perfectamente torneada, de esas con las que suelen traficar los turistas cuando regresan de unas vacaciones en las costas del Caribe... a las que siquiera describen como urnas donde reinan mares pequeñitos, sin cesar su batir de olas contra soñados acantilados. Aunque nunca me extraño de nada, en esta ocasión me avivó la curiosidad tamaña anfractuosidad cobaltosa de un horizonte que pareciera ficticio… y aquella manera ceremoniosa, cual nave de refinada gracia, de surcar el espacio, pero directa y sin vacilación alguna hacia el punto exacto donde yo, circunstancialmente, esperaba preso en este vicio propio de la soledad que me va acarrear, si no la muerte, al menos una anorexia como un demonio. Hasta dejé de maniobrar, pues sentía que era inminente la hora de que atracase; según el ritmo, la cadencia en el leve giro que comenzara a diseñar, no podía resolver otra faena que no fuese la de tensar amarras y voltear el ancla. Pero hete aquí lo curioso de la estampa, como si se tratara de una ánfora propia de alguna de esas dependencias, mil años cerradas a cal y canto por dementes Faraones… de aquellos que los esclavos le construían pirámides para amojamarse a la fresquita, tan sólo tomar tierra… y desintegrarse en miríadas de partículas bulliciosas y enloquecidas, fue sólo el principio. ¡Mi aliento debió actuar como viento corrosivo para tan delicado embalaje! Cada una de esas diminutas partículas me cercaron en manada y sin acallar su turbador y trovador zumbido, quedaron quietas formando una aureola brillante, propia de santos encantados. No obstante, demos gracias al alcohol; de no hallarme como una cuba, en esos precisos momentos estaría tal que un pájaro de plumón erizado, pues los miles de aguijones de la nómada colmena de abejas me hubiesen asaetado vivo… Cuentan, que son alérgicas a los estupefacientes. No sé si la anécdota que ha discurrido fue lo primero que relató mi vecino o si la que prosigue ahora nunca se debió mentar, puesto que al carecer éste de radio o televisor, que es donde se propagan tales noticias, no sé cómo pudo enterarse… sabiendo, además, que es un huraño excéntrico que siquiera despotrica cuando se le remonta el santo al cielo. Lo cierto es que en mitad de otra noche cualquiera me atajó, sin más, con una retahíla de preguntas sin concierto ni sentido: ¿Has oído que con esto de la democracia se han conchabado la psiquiatría y la justicia, para que no queden fuera de presidio ni siquiera aquellos locos que, de no demostrar fielmente, con radiografías o resonancias padecer una esquizofrenia del copón no servirá recurso de apelación posible… hasta pueden arremeter los propios fiscales argumentando con saña que si no es a modo de escáner o gráfico, se resuelve que el enfermo, sin amparo ni del Cristo del Gran Poder siquiera, fue consciente al cien por cien, acaso por el cuerpo del delito, ya que es físicamente imposible demostrar lo contrario? ¡No sabía yo que en Derecho se daba una asignatura donde se discerniera científica y fehacientemente cuándo se es o no consciente dentro del breve o dilatado periodo de la enajenación mental y dónde detectan ellos fidedignamente que al sicótico le ampara y apremia la cordura en tales momentos, justo en medio del episodio del brote… propio éste de tan demoníaca enfermedad; debe tratarse de, como siempre que le preguntan al reo si fue o no consciente cuando estaba apuñalando al hijo, estos infelices, hasta dentro del absurdo de su demencia y por mera inercia, es frecuente o posible que respondan que sí; pues, resuelto el dilema: debe ser recluido o recluida en una cárcel de extrema seguridad; además, según estadísticas, es probable que nunca pueda reintegrarse, puesto que ha quedado suficientemente demostrado que todos reinciden y además que aun no estamos seguros absolutamente de que no argumenten estar enfermos para escapar a La Justicia! ¡Tío, y se quedan tan anchos! No es de extrañar si cuando se resuelve un caso con el máximo de su pena el público enfurecido aplauda y aun voceen algunos la inclusión ¡ya! de la pena de muerte. Ahora, el no va más: sabes que el deporte, según van mediando las Feministas y más relativamente en el fútbol, se va convertido en algo así de la manera que ni…bueno, no sabría explicarme… más cosmopolita y algo así más como un evento social, del tipo ese de los grandes acontecimientos de campanillas… donde acuden las Infantas y toda la alta sociedad; así debieron de enseñárselo a todos los locutores del ente, aunque creo que nadie sería capaz nunca de resolver el porqué de tan grandioso acontecimiento. ¿Será tan significativa la aportación; serán ellas las causantes o el reclamo de que tras un gol se refrieguen ellos como felinos en celo… incluso a zarpazo limpio, con la rabia y ardor del sexo reprimido? ¡No se extrañen, si observan cómo se les envalentona el sexo mientras disputan un partido; que, como a niños enloquecidos entre riñas frecuentes más propias del juego y ronroneo del desarrollo, suelan dejar al descubierto ciertas actitudes a estudio para la ciencia en el juego de la representación; puesto que no hay cojones de llamar a las cosas por su nombre y dejarnos ya de enredar con falaces psicologías para ocultar realidades! ¿O acaso repriman ellas ocultos y oscuros ardores como antaño en la corte de los Césares a resguardo de los palcos del Coliseo cuando babeaban sus Emperadores mientras los gladiadores al desnudo y exultantes de músculos enhiestos… ejercían números de lucha tan violentos, más muerte en definitiva como fielmente sigue la tradición Patria en nuestra Fiesta Nacional, ésta heredada de la arena romana, la cual aun importada de Creta? Me viene a la memoria cuando en una ocasión me reconoció un adicto a las corridas de toros que su punto máximo casi de éxtasis lo alcanzaba justo cuando en tardes de luces, orejas, rabo y triunfos en general y mientras él con vicio y morbosidad jugaba con el grueso y típico puro entre su ensalivada lengua y el torero entonces se pringaba del frecuente trasiego con la sangre que tras las perrerías que se le asestaban al bello animal y aquél cada vez más perfilaba mejor su estampa... hasta rozar el zumo en su excelsa esencia; el aficionado ¡confesó! que rozaba o alcanzaba algo así como un éxtasis. Y apostillaba el gachó: ¡Y se empeñan en que no es arte! Yo, en cambio, achaco tal confusión y despropósito a la repugnancia que sufro con todo el fascismo que se genera dentro y fuera de eso que refinadamente se denominan clubes, logias taurinas, vestuarios, finanzas deportivas o taurinas, afición, hinchas… que tanto proceda en la más absoluta misoginia como en la más estricta y moderna parentalidad; acaso me duele aún más el que la mujer haya sucumbido a tonto despiporre… ¡no hay que perder la dignidad para seguir defendiendo valores esenciales! Recuerdo que Franco utilizaba todo eso para adormecer a las masas; pero todo ha cambiado… Ahora, aquello que entontecía a las consciencias del pueblo es lo que todo gobierno que se precie, fuera y dentro de lo dictatorial, considera indispensable para que la juventud no pierda lo que son los verdaderos valores… ¿Se podría aseverar a estas alturas que el Deporte de Elite sirve para una correcta disposición en pos de los buenos valores y propio proceder fuera del ámbito de la Drogadicción? ¡Te juro que me cortan las venas y no chorreo gota alguna! Cómo es posible que en el mismo Informativo y quizá dentro de mismo espacio, se pueda comentar impunemente sobre el capital que suelen recaudar en un año jugadores de elite, de cuánto ha costado el collar de una de las mujeres más elegantemente vestida de cuantas acuden a cualquier palco que se precie, de los desfalcos del los clubes, de cómo narcotizan al toro de lidia, del derroche que supone destrozar una ciudad a cuenta del haber de las mafias del ladrillo y bajo el consentimiento y paroxismo de sus políticos para que puedan ejecutarse unos Juegos Olímpicos de tronío o la circense visita del Santo Padre en candelero, de cómo se dopan a cobijo del club deportistas estrella… siquiera por el ardor que pudiera reportarles el triunfo mientras se autoinmolan pedaleando o conduciendo hacia la cumbre o meta, de cómo mueren cual pájaros en red aquellos emigrantes que desfallecidos por la inanición y por el desgaste que supone caminar sin rumbo bajo un sol de justicia atravesando mares bravíos o desiertos inmundos o inhóspitos o al prenderse macerados y sangrantes arriba de la randa… donde las púas, ante los gritos de unos ciudadanos adiestrados por las buenas consciencias de aquellas sociedades denominadas por intelectuales de ciencia como de primer mundo… para que les insulten a gritos, según vuelven a desplomarse cuando ya sus fuerzas los han abandonado definitivamente… ¡no ah de tardar que envalentonados patriotas defiendan la frontera a tiros como ya es un hecho al sur de EEUU! Y a reglón seguido, aun sin dejar el espacio de informativos, el mismo locutor estrella, con la misma sonrisa y talante osa advertirnos que el Santo Pontífice ubicado en algún punto exótico del planeta ha considerado necesario… ¡una de las mayores salvajadas que ningún ser humano en su sano juicio se atrevería nunca a proferir!
Siempre que desaparece mi vecino, maúllan las lechuzas; su eco se propaga dilatando la última nota, como si de Aria en garganta de Diva se tratase. Pero no siempre acaban aquí sus discursos ebrios, sicóticos, narcóticos… en ocasiones, después de ocultarme en mi cabaña, sigo oyendo sus delirios a voz en cuello:
Tengo la sensación o fascinación de estar imitando e incluso consintiendo sacarles el pan de la boca a los emigrantes, los sin techo, ocupas, drogadicto, zarrapastrosos y desfavorecidos que recorren a pie, sin aliento y sin alma tras las porterías de cualquier ciudad atiborrando buzones con mil fórmulas publicitarias en su mayoría réplicas o copias retocadas de la misma idea con la sana o perversa intención de saturar los posibles mercados aún no investigados ni localizados como sería de esperar… y de seguro suponer o adivinar cómo esos Expertísimos, Guapísimos y Avezados Publicistas llegan hasta disputarse o aferrarse (con conocimientos de marketing) sobre estos u otros ocultos lugares adonde habitan acaso viejecitas bajo entramados laberínticos, impenetrables, pero que los más agudos y ambiciosos entre esos que mejor portan y calzan su traje perfecto de alto ejecutivo, y que de suerte se le marque, ilusione, adhiera el conjunto a sus bien adiestrados y modelados músculos turgentes, podrían resolver victoriosamente que nunca fueran ellas las únicas, insólitas y relegadas al ostracismo por su idiosincrasia, miseria, presunta vejez… que siquiera aun por la fuerza alcanzasen a optar y reconocer aquellas otras fórmulas o pócimas también mágicas e irresistibles, calco de viejos edictos que los antiguos Ediles de ayuntamientos remotos voceaban entonces con megáfonos de cartón a los cuatro vientos allá al amanecer de dios... eso y más, supongo, se preguntarán los profesionales del ramo: ¿por qué no cubrirlo absolutamente todo, como simulacro de la novela de Orwell o Huxley?... luciría de rabiosa actualidad; acaso sólo fuese cuestión de poner en movimiento o acelerar otra fórmula de mercado aún más aguda para que ni siquiera bajo los cascotes que frecuentemente saturan cada rincón de mi Madrid ahora más y mejor debido al carácter de Emperador Liberalista que Gobierna con Aires de Grandeza Faraónica en el Ayuntamiento de tal Capital… O, sino, por qué no repetir y abundar en la fórmula mágica empleada desde los años 70 para acá, ya desde el comienzo con delirio demoníaco y sin apelación posible, para entontecer, aborregar o aborregando a todo el planeta sin opción ni siquiera a la saturación extrema de mercados hambrientos, en cada proclama hacia rincones remotísimos relativos, referidos, dirigidos a las más infalibles, resueltas, fáciles, apetecibles inclinaciones… sobre el Deporte de Competición y por supuesto el aglutinado en Mundiales de cualquier tipo y género… y con mayor razón si a la par que saturan, enajenan… ¡el más difícil todavía¡ ¡la apoteosis! agrupar, rejuntar, apretar todo sobre el mismo guión y en los diferentes e idénticos programas televisivos conseguir solapar, drapear, intercalar más y mejor mientras a la par continúan los mismos matando, masacrando, acribillando sin cesar y con todo tipo de bombarderos espectaculares, execrables, falleros, apoteósicos, con glamur… y con el fin perverso de condicionar y confundir al mundo con el mero ardid y propósito de que estén más pendientes aún por preocuparse de si la fuerza a motor que alimenta al generador que vierte luz a su Televisor no haya sido afectada, interferida, quemada por la bomba que le acaban de arrojar los amigos-enemigos… claro, según si te decantas por un bombardeo u otro… de ingleses, americanos o algún que otro que ande ayudando en misión de paz mientras los otros, los del otro mundo, lo proscritos, los diferentes ahora actuales o acaso enemigos modernos, fotogénicos para National Geoffrey e incluso apuestos disfrutan de idéntica afición tomando café o el té de las 5 y también, cómo no, si además y por suerte o magia o duende coincidieran o coinciden en el preciso instante contemplando el mismo partido, el mismo gol… ¡hay quién dé más! más perversión si cabe si percibes, disfrutas, te regocijas, te embelecas y consigues incluso que el enemigo se contagie alalimón, al unísono de tu propio entusiasmo deportivo, de un infarto súbito o desmayo o síncope si fuere preciso… en tanto las minas, morteros, misiles, balas… silban, rechinan, hienden a hachazos, a empellones, a mordiscos… arrebañando y decapitando piernas, manos…. mientras no se lleven hasta el final del tiempo que considere oportuno el árbitro dentro de su cabeza y así poder hasta la agonía, hasta el último aliento continuar disfrutando, degustando el Mundial.
DEAMBULANTE FANTASMA
A Luis Ron Román y a Milagros.
Es del todo vergonzoso ese auto de fe que promulga cierto sector (propondría: deambulante fantasma), difícil de clasificar por hallarse en un incierto pero estratégico puesto entre la escala completa donde están clasificadas por franjas de colores o siglas las modernas sociedades democráticas, según la tonalidad a la cual se decante su ideal, costumbres, religión, condición; sobre, la condición sexual, este sector podrá discutir, incluso exponer su condición y defenderla dentro de cualquiera inclinación política proclive al marco del consenso o acaso bajo la bula que toda la sociedad le otorga hipócrita-mente a tal grupo de individuos a quienes hemos resuelto subrayar deambulantes fantasmas: ¡siquiera ya, ni nos asombra encontrarnos con un negro! De moderarse esta hipocresía… (hypokrisía: de juego, a representar una indeleble mancha en la condición humana que tanto en el antiguo como en el nuevo testamento no se hartan de recurrir y acusar como de los peores y más deleznables ardides que, sistemáticamente, emplea el ser humano, desde que espiaron a Narciso -los mitos han sido siempre moneda de cambio entre civilizaciones y además las doctrinas, cualquiera que se precie, siquiera las interpretan- extasiado sobre una cristalina charca, descubriéndose así el espejo y su representación y cierta condición ambigua), traducida por tabú recurrente que, según los aires de la civilización en curso, con diferente intensidad, va metamorfoseándose, sin visos de solución final; o, tal vez, si la condición sexual se erradicara en sus vertientes más espinosas, ambiguas, escabrosas, diferentes, extramuros de las que marca a fuego o a agua bendita La Santa Madre Iglesia, acaso no dejaría de transformarse, camuflarse, propagarse, dejando que el aire de la razón alcanzase siquiera cierta nitidez de libertad per saécula seaculorum. Hoy, tras sufrir diferentes cambios y significados, este sector, abstracción, pronombre, metáfora: Los Hipócritas: deambulantes fantasmas, ha declinado representar el grado en clasificación o autocomplacencia por porcentajes que merecen o recaudan, como pecunia por la admiración de una supuesta o presunta audiencia snob; a cambio, cada miembro del mentado sector, permitir que aflore, sin ambages, para el pueblo llano, un ramillete variopinto de peculiaridades exclusivas en el juego de la representación, siempre que ninguna de ellas se decante afuera de las lindes de lo correctamente político (la última exhortación, sin comentarios): con tal de que todos, sin excepción, nos provoquen la risa fácil. Estaría por jurar que la reiterada condición sexual, a la que pretendo distinguir y desentrañar, desde el comienzo de los siglos, por este estereotípico grupo: deambulante fantasma, de suerte como excentricidades en el espectáculo mas hoy en televisión, ha sido sinónimo de todo tipo de especulaciones, de chanzas; no obstante, con resultados siempre vanos, puesto que algo o alguien o su hipocresía particular impide de raíz que se exonere de los estigmas prejudiciales, desviando, sistemáticamente, por la dirección del medio o por ellos mismos la atención hacia nimiedades estridentes, pero vacías del menor indicio de razón. La forma o manera de aceptar a los enanos fue acogerlos en Circos o como peles de chirigota en Cortes Reales; aunque, habida cuenta estos último no se les presentaba ni aún se les presenta otra opción salvo la miseria; los menos, dado que su limitada y exótica apariencia a priori los condenan, o ellos mismos se auto condenan, a no cobrar siquiera una limosna por la chanza provocada.
Resumiendo, para que una condición, en el caso que nos ocupa: la sexual, deje de causar revuelo alguno, tendría que desaparecer toda expectación; ni siquiera indicios de indiferencia. Qué representa el mero detalle de lucir un pelo lacio o rizado, de no despertar acaso peculiaridad en la pluralidad sin más, y nunca de significación para ser excluido, rechazado, o arrinconado a la picota de la condena. Algo que despierte siquiera el esbozo de una sonrisa con sorna, siempre denotará algún prejuicio aunque fuese de soslayo. Para llegar a toda normalidad indiscutible e irrefutable, cualquier condición sólo debe representar acaso peculiaridad en esencia, jamás distinción ni propugna a diferencias fóbicas. Hasta que no exista la opción de poder teñir caprichosamente el matiz de la condición, no quedaremos libres de estigmas sobre ella. Y más cuando el hipócrita (deambulante fantasma) a quién sigo refiriéndome se autoexcluye aduciendo que él no pertenece a tal o cual condición, pero que la defiende y la respeta. Nadie se autoexcluye de condición alguna si no intuyese una condena implícita… ¡Vamos a dejarnos ya de tonterías y contemplaciones!
ATARDECER EN SAN VALENTÍN
A la primera amiga que tuve en Madrid: Mayte Señor
Esta tarde, mientras me fumaba un cigarrillo, embelesado en las silueta de los Montes de Toledo, he presenciado cómo, arrastrado por el viento, llegaba junto a su falda un tul delicado y sutil, que se ha posado manteniendo al descubierto sólo la cumbre, algo más cobalto; atento sólo a esta franja, he descubierto unas ruinas que evocaban el recuerdo de algo no vivido, sin embargo, fiel a una imagen agazapada en alguno de mis sueños. Sin saber cómo, suspendida a unas cuartas sobre el pico más alto, se hallaba (en principio, al menos, no relucía) una nube manchada de jugo de cereza. Pero lo curioso ha sido ver que del tul del principio se había desprendido un jirón de aproximado tamaño a la nube en cuestión. El humo del cigarrillo se ha antepuesto a la imagen confiriéndole cierta textura de lienzo… con manchas de un relieve más irisado, de fiesta, de celebración. ¿No será que alguien me ha enviado con retraso una tarjeta de San Valentín? Si fuese así, aunque no soy dado a ciertas celebraciones, y sólo por respeto, la guardaré donde arrincono momentos de lujo para cuando estoy melancólico.
LADRIDOS
A los defensores de una muerte sin sufrimiento gratuito para todos los animales.
Mi lugar de residencia, un campo de almendrales donde de cuando en cuando, caprichosamente, surgen olivos centenarios, se halla lejos del mundanal ruido (subrayado éste como homenaje a una película de mi juventud, de corte folletinesco, pero que, debido al protagonismo de Julie Christie, aún aflora de vez en vez en mi memoria como una esencia sin determinar, aunque tremendamente sutil y embriagadora); el terreno es agreste y desquebrajado por la ausencia de lluvia, sin embargo, algunas primaveras como ésta se plaga de florcillas múltiples; contemplarlo al atardecer reporta cierta desazón, desatino, tanto lo identificas con la frondosidad de los cementerios, pues destaca tan exuberantemente que confundido, abotagado, sucumbes hasta postrarte a aspirar su aroma… o, y no es descabellado, podrías suponer también estar visionando uno de esos musicales algo empalagosos del Hollywood de los seventies. Cuando de anochecido rolan hasta aquí ecos de aullidos de algún perro guardián de granjas lejanas, sería insensible si no advirtiera repentinos escalofríos que recorren mi rabadilla soliviantando a mis instintos más primarios. Antes de llegar más lejos, debo aclarar el porqué de tal zarzuela de sensaciones rayana con una extrema sensiblería: No hace mucho tiempo, al oír el ladrido de un perro cercano, me aventuré a perseguir su rastro; no muy lejos, cercado por un randa de tela metálica, descubrí a un hermoso animal, espléndido, que me saludaba con alborozo de ladridos, meneo de rabo y carreras en espiral; mi hija, que vino a visitarme al día siguiente, amante en extremo de cualquier animal que se precie, acertó, nada más verlo, que se trataba de un cachorro de San Bernardo. Sin mediar palabra ni ladrido alguno, de repente, ambos rodaban abrazados cuesta abajo entre los setos: una maraña de júbilo, de brío, de belleza viva y en acción; cuando se levantó Claudia, después de la refriega, aún más destacaba su intensa mirada, exultante; el San Bernardo, prendado de ella como si identificara a un igual, la miraba enfebrecido: los ojos de ambos se habían eclipsado al unísono y, quizá, por el declive dorado del sol en retirada, por un instante parecían prestos a inflamarse. Otra tarde, pasados unos días, de nuevo volví solo a visitar al animal; sorpresivamente, encontré a su dueño y… ni rastro del San Bernardo. Para no faltar a la verdad y no edulcorar la conversación, tratando de describir hasta la prosodia en los acentos tanto del dueño como en los míos, pues soy andaluz y él de una zona que no viene al caso determinar, pero con su deje característico, trataré de transcribirla lo más literalmente posible:
De la manera que creí más campechana y amable me detuve y resoplé… y, para no levantar sospechas, pues mientras tanto continuaba faenando el vejete, le encajé una pregunta, con voz en exceso modulada:
_¿Qué tal… aquí dando una vuelta?
Él, acercándose hasta la verja tras dejar caer la azada sobre un montículo de tierra, me contestó amablemente:
_Trapicheando un poco… A matar el rato; llega una edad que no se está bien ni muerto. Vengo poco, pero hay que acercarse, si no, recubre todo la maleza y, luego.. ¡pasa lo que pasa! Además están los animales que, si te descuidas, llegas un día y los encuentras ya pudriéndose.
Después de un silencio prudencial, para resultar de lo más acorde ¡dadas las circunstancias¡, pues vengo de la ciudad y mi afán es no decantarme por ciertos ademanes y timbres demasiado evidentes, le contesté con suma delicadeza:
_¡Es que nos vamos a dar con todo lo que verdeguea…¡
Sin dejar que continuase con lo que, claramente, ya apuntaba por la disertación tópica sobre los continuos incendios forestales, se asió a dos barrotes de la verja y concluyó, enérgicamente, como una lapa:
_¡Con dos tiros lo arreglaba yo!
No sé por qué, pero me asaltó una curiosidad morbosa. Y envalentonado repliqué:
_O tres si no son suficientes… ¿no le parece?
Los dos esbozamos una amplia sonrisa, excusa eficaz para que transcurra el tiempo sin que nadie se incomode; cada cual preso del entorno que le había tocado en suerte. Mientras acertaba cómo continuar, saqué la cajetilla y encendí un cigarro. No ofrecí, como hubiese sido de cortesía apenas un año atrás, porque sospecho que medidas como ésta, de prohibiciones tan favorables, caritativas, diría yo, calan sin mayor esfuerzo hasta en los lugares más recónditos y despoblados… aunque sospecho que, sin más quebraderos de cabeza, consejeros del ramo, hayan recurrido a fórmulas primitivas, ingenuas (antaño ya produjeron su efecto: allá por los años cincuenta, lañaban o grapaban en los primeros postes eléctricos estampas… así como el típico ¡WANTED!, frecuente en las del Oeste, para que los niños de entonces, aterrados, quizá por su efecto ingenuo y chocante: ¡un desafío!, al tropezarse de frente con la muerte-sequilla _esqueleto andante_ representada allí, en trazos torpes sobre una cuartilla de papel, corriesen aquéllos pavoridos); o, tal vez, tampoco sería de extrañar, que las dichosas fórmulas fuesen producto del estudio exhaustivo y pródigo en sondeos y estadísticas de alguno de los más excelsos y laureados especialistas en fórmulas infalibles, en Universidades de Elite, punteras (¡apelativo eficaz, donde los haya!) en investigación; por tanto, después de meses reflexionando in extremis sobre el asunto de las esquelas mortuorias pegadas en las cajetillas, me pregunto: seguro que no es descabellado especular, quién sino iba a orquestar vía trastienda, en la variante política de Topo (ahora tan de moda), más que la iglesia, en su infinita caridad; por qué no va a tomar cartas en el asunto ¡una vez más!, y gestione ya desde su banco propio la transferencia de unos cuantos billones de euros, de manera altruista y anónima (característica en su proceder), para sufragar tanto gasto como generan tales estudios en tamañas Universidades… Pero ¡nada es bastante si triunfa la caridad de aquellos que se desviven para que no padezcamos Cáncer de Pulmón! Y no desespero, lleno de orgullo y denuedo doy fe, con dos cojones, de que deben existir estudios paralelos que en menos que canta un gallo estén ya dispuestos y verificados para erradicar pandemias y guerras en curso y por llegar. Para certificar que no ando muy desencaminado, seguro habrán advertido cómo han decrecido, escandalosamente, el boato en la última ceremonia que El Vaticano ha celebrado para elegir otro puñado de Cardenales, espulgando entre los más piadosos... De cualquier manera, si estuviese en mi mano, nunca dejaría que tales convocatorias perdieran un ápice de brillo y colorido; acaso para que los niños que superviven en poblados de adobe allá en África, disfruten del espectáculo por Televisión: el caritativo Primer Mundo no le ha sido posible llevarles comida y sí en cambio la Televisión; no olviden tampoco que algunos han sobrevivido soñando que si dios quiere, quizá fuera posible ¡por qué no! convertirse algún día en Ronaldiño; nunca en Beckham porque es muy rubio. Sin embargo, no dejo de preguntarme cómo puede alcanzar a brillar de tan mágico esplendor todo lo referente a la Santa Madre Iglesia… cómo un soldado, en su sano juicio (de no ser que ya estuviese infectado de alguna santidad), pudo disponer de la libertad, o enajenación suficiente para, apostado en la línea de tiro arreando ráfagas contra los que se oponían a un demente que en su delirio patológico no podía reprimir las ganas morbosas y caprichosas de gasear a cientos de infelices y, sin advertir siquiera, hasta concluida la guerra, un ápice del aliento de Quién después le fuera a erigir Sumo Pontífice ¡no osaría yo especular sobre algo aún peor!... al menos para advertirle entonces que quien dirigirá su Iglesia en un futuro, ya presente, quizá debería siquiera reprimirse la ventolera de matar, aunque sólo fuese para cumplir el Primer Mandamiento de la Ley del Padre de Dios al dictado desde el Firmamento o Cielo a nuestro famoso Moisés... Es por esto y por muchísimo más que no dejo de admirar tan fabulosos Misterios…¡En ascuas, en vilo, sin hallar suspiro para una ojeadita… desde que me infecté del misterio de La Santísima Trinidad; siempre me ha traído de cabeza tamaño Mito a desentrañar o parodiar, a darle salida con una receta tan magistral como la que utiliza genialmente James Joyce en su insuperable Ulises! Tengo que confesar, de rodillas, con el corazón en bandeja cual cabeza de San Juan Bautista, que también a mí me hubiese gustado descubrir la pólvora, aunque sólo escribí al respecto: Luna Árabe; por qué no soñar, si hasta una cancioncilla ligera reincide en que: soñar no cuesta dinero… Con estas tonterías de jubilado, no me extrañaría haberme desviado del asunto; que no es otro que proseguir con la conversación propuesta al principio:
_No todo en el campo es orégano ¡como aquél que dice!... según cree la gente de fuera; aquí hay que batallar con numerosos y desagradables asuntos… que tienen su aquél.
Lo soltó de corrido, en ráfaga; tanto que me vi forzado a retroceder para no darme de brucen y de un espasmo contra los barrotes. Con mejor perspectiva, admiré sus ojillos vivarachos, ahora encendidos. Más envalentonado, continuó mientras se hurgaba insistentemente en la calva:
_ Sin ir más lejos…
Y levantando la cara prendado del rastro de una pareja al vuelo de urracas en celo, que graznaban como posesas, contuvo el aliento:
_ Sin ir más lejos, repito, no paro de poner cepos, perchas, trampas; de no ser así, no podría mantener a salvo a las tres gallinas y otras tantas tomateras… Porque, aunque se dispone de dinero de sobra para comprarlo, siempre satisface que sea de uno, ¡dónde va a parar! Y fíjese en las contradicciones que tiene la vida: encima, estos malditos animales no sirven ni para carroña, hasta los demás animales los aborrecen… ¡Y aquí vine la gracia!: ¿Sabe qué estoy haciendo? Pues que parezco un enterrador; no termino de abrir más y más fosas: esto parece más un cementerio.
Para que no dejar de manifiesto que decrecía mi interés, interrumpí al quite:
_¡Luego dicen que los Andaluces somos exagerados…!
Pero acaso no debió oírme, porque saltó sobre mi tópico, sin mayor miramiento; sus ojos se habían acaramelado y su mano derecha (acaso todo su ser) representaba a esa figura recurrente en los pintores adictos a la exaltación de la imagen en blanco inmaculado de un Cristo repulido y bello, junto a unos niños que danzan airosos dentro de un entorno que pareciese diseñado por Savattini:
_Aunque en ésta, ahora mismo, acabo de enterrar a Kisly… ¡Pobre animal!; apenas ha disfrutado de la vida en el campo. Ya le dije a mi hijo, no creas que el campo es idóneo para un ejemplar de tales características… ¡Mire; me echaba las manos y era capaz de tirarme al suelo!; claro, lo hacía jugando, pero, con todo y eso, era un peligro. Los primeros días, por extrañeza, ni se movía el pobrecillo; pero fue cogiendo confianza, y, esta mañana, tuve que agarrar uno de esos hierros, que siempre tengo a mano por si baja alguna zorrilla y… no me quedó otra; tuve que arrearle en los hocicos… ¡Anda! ¡Coño! Y coge el sinvergüenza y se revuelve contra mí… Sí, ladrando como si quisiera morder. Pero yo, que soy resolutivo en demasía… no me lo pensé dos veces: ¡Este sultán, el mejor día comete cualquier tropelía!. Así que… cogí la escopeta de dos cañones… y ¡Zás! ¡Se acabó el problema! No crea; según lo enterraba, sentía congoja… ¡Es que era un animal muy hermoso! Yo, esbocé otra sonrisa; sospecho que idéntica a la de cualquier cobarde. Sin despedirme, di media vuelta y eché a andar… creyéndome pasar por un hermano en maneras y costumbres del medio rural.
INDICIOS DE ASESINATO
A mis primas, incluso las políticas.
El cielo despierta completamente raso, acaso una nube blanca, al alcance de la mano, vuela sin rumbo… ¡no se sabe adónde! Cuando más intento absorber y evaluar la limpieza de esta imagen, menos consigo ofrecerle acomodo en la memoria. Es imposible no ceder a la metáfora, cuando ésta te sorprende y demuestra, palpablemente, que su enjuiciamiento y sentido adquirirá la dimensión exacta cuando adviertas, nada más cerrar los párpados que, automática y eficientemente, aunque con distinta estructura, se auto clasifica y la maña de la memoria la arrinconará donde ya otras instantáneas, verificadas y contratadas de manera mnemotécnica, reposan con la alegoría que, a modo de etiqueta, pegaste al dorso por si alguna vez necesitasen de nuevo ser evocadas. Y tanto es así que, acaso, puedo detectar ya aquélla, sino otra: la imagen desgarradora de un espacio inmenso, árido, estéril, pedregoso, escarpado… un cielo aterradoramente impoluto donde el tul de una novia, salpicado de petequias aun vivas, la cual se me antoja recientemente despeñada tras un precipicio, remonta el vuelo propulsado por un remolino arisco y violento, pero que, una vez abandonado a su suerte, éste planea inflamado de sol, luminiscente… y sin rumbo. Ahora, mimosamente se arrulla contra el firmamento; ensimismado, sigo de nuevo su rastro sin norte, advierto la osadía de sus acrobacias, la inconsistencia de su envergadura: que se encoge y dilata de manera asombrosa… y por su incesante trasiego se despelucha. En un abrir y cerrar de ojos, se ha fugado, diluido, dispersado; el cielo se descubre ahora encapotado, saturado de gris, de blanco sucio. Ni rastro de realidad, ¿acaso alucinaciones?; o tal vez todo responda a esas estampas que desperdicia el duermevela, antes de alcanzar categoría de sueño.
Mas, los sueños no son siempre sueños ¡qué despropósito!, tal vez delaten el comienzo de la melancolía, el pico ascendente de una depresión, un atípico y repentino desorden mental. Me contaba mi hijo que él prefería padecer pesadillas mejor que sueños felices, Fellinianos; porque, de despertar fuera de la gracia de los últimos, le resultaba imposible remontar el día. No obstante, también auguran días magníficos.
En este ir y venir con la memoria a cuestas o a modo de ramo de novia, yendo hacia La Patrona a ofrecérselo en su altar mayor; sí, de tal fragilidad la presupongo, y aún con extremado esmero procuro protegerla: ¡como oro en paño!; tanto es así que, a veces, miedo me da utilizarla; avaricia de cómico sufriendo pavor mientras la acuna simulando abrillantar primorosamente su caparazón lujosísimo… parecido al de la tortuga novelesca en Bouvard y Pecuchet de Gustave Flaubert. Pero no todos los recuerdos se engastan como piedras preciosas en minerales nobles, cuando menos lo esperas se filtra alguno más prosaico, de quincalla:
Paredes renegridas por el incesante humo de cigarrillos u otros inciensos más narcotizantes, retratos en las paredes a punto de perder la dignidad bajo cristales esmerilados de mugre, muebles desvencijados que mantienen su equilibrio por suerte de una red de telarañas que los amalgaman; circunstancias propicias para que alguien, bajo el letargo y enajenación que desencadena el vértigo al precipitarse a los infiernos, repte de un lugar a otro con el mero propósito de no anquilosarse, de que sus articulaciones ateridas puedan, al menos, prestar ayuda para que sirvan como soporte a una mente que discurre en línea recta, a piñón fijo… cual si, detenidamente, observásemos al aparato clínico que reproduce el gráfico donde discurren los pálpitos finales, antes de que el último se fugue, expire… En ciertos lugares se advierte tal quietud, hasta en el espacio ambiental, que escamarías se hubiese detenido el aire; mas, si un haz de luz de atardecer hendiese la estancia, nos asombraría advertir cuántas musarañas han quedado presas en el cono… más que de luz, de oro candente.
¡AMANECE!
A Jesús y Paloma.
Es preciso estar prejubilado para experimentar los múltiples matices que puede derrochar un amanecer y contrastarlos sin prejuicios con una puesta de sol de esas típicas que en las expendedurías de Fhoto-Express llegan a saturar todos los archivos del cuarto trastero. Para no andarnos con morisquetas, describamos esta de hoy que sostengo aun en la retina; apenas, ni las lágrimas, podrían en un buen rato emborronar tal profusión de colores… ni tampoco desprender de ellos los puntos fugaces que hierran los pájaros tempraneros, sin despreciar, como subrayado de trazo sutil, la algarabía de sus trinos, por momentos, delirante… y algo escandalosos, teniendo en cuenta la hora que es. Lo que han determinado los científicos y poetas como el instante más oscuro de la noche (justo antes de que alumbre el día: la hora del lobo) no lo he podido contemplar con exactitud, por hallarme durmiendo a pata-suelta… fruto de los narcóticos que ingiero antes de desplomarme y tras unas cuantas hora de televisión. Entonces, no veo otro remedio que recurrir a la imaginación, casi siempre, más precisa y colorista que la realidad:
A esta hora temprana el cielo apenas se percibe, salvo los brillantes difuminados que nuestro deseo imprime sobre oscuro. No obstante, si conseguimos que nuestra vista vague sin concierto por su extraordinaria grandeza (no olviden que me hallo en Castilla-La Mancha), no tardaremos en descubrir que no es sólo ansias de luz lo que pinta a brochazos nuestro horizonte, acaso en segundos, alentado por la persistencia, comienza a destellar poniente: como un impreciso borrón o galaxia en un lienzo inmaculadamente negro… ¡Llega la hora de expandirnos, de levantar la mirada y recorrer la inmensidad!. Pero no siempre se consigue aquello que ansiamos, en demasiadas ocasiones siquiera se aprecian retazos de sueños que aun conservas adheridos en la retina; por más empeño y empecinamiento que derroches, acaso obtendrás aquello que tú mismo dibujes. Aunque no fue éste mi caso en el amanecer que nos ocupa; recorriendo palmo a palmo el firmamento, o cielo, comenzaron a competir grises sobre negros: tensas polutas de tonos cada vez más claros se filtraban por diminutos intersticios, de tal manera y con tal fuerza que pareciese que al otro lado anduviesen amorcillos intentando construir con chicle de nube, variopintas pompas. Pero no debemos distraernos demasiado porque sin darnos cuenta ya apuntan otros colores en la raya del horizonte, en mi caso sobre el entramado de los almendros aun sin brotes; finas pinceladas de ocres que con embeleco se tornan a cada instante más óxidos, amarillos y estos, a su vez, van virando hacia el más puro magenta. Sin apenas darnos cuenta, hemos asistido a un nuevo alumbramiento: la noche dolorosa, en esta fría mañana, se ha despatarrado para parir una especie de pomelo rosa salpicado de sangre.
MAS BLANCO QUE VERDE
A Álvaro Sanz Giménez
Esta mañana, aun se apreciaba en mi retina retazos, jirones, garabatos… de una sencilla imagen que, en panorámica frente a nosotros (Álvaro y yo, acercándonos al atardecer desde Dresdem, el nombre de mi cabaña, hacia S. Martín), destacaba por su estilizada y escueta composición, tanto de formas como de color: desde un punto de vista pictórico, apenas cuatro trazos en horizontal, jugando con un mínimo imprescindible de tonalidades. Según insistía en su reconstrucción, un debilitado haz de luz vespertina se anteponía jugando a filtrarse ente los bordados a mano de un lienzo portugués, a modo de estor, que cubre la ventana de mi cuarto, geométricamente cuadrada. Ahora, una imagen, luego otra, según persistía la somnolencia entre mis párpados; y al fin, bien enmarcada, la que podría ser copia fiel al paisaje de la tarde en cuestión: En el primer trazo, representado a un cielo de tormenta, resaltaban varios grises oscuros, donde destacaba como base el marengo; la densidad del óleo recientemente estampado, por su propia fluidez y frescura, chorreaba en flecos deshilachados, manchando al segundo nivel, menos firme, quizá en trazo tembloroso... que trataba de imitar a una cordillera escarpada, a picachos, de un tono muy parecido al tono cobalto. El tercer trazo… o, más bien, manchas alineadas en escuadra de parte a parte del paisaje, denotaban cierto relieve, como si con ello el artista pretendiera que al observarlo, uno quedase arrobado mágicamente por sensaciones de macizos exuberantes, ligeramente zaleados por brisas intermitentes… y, bajo crisis de sensibilidad, hasta percibir oleadas de diversos perfumes. Ya en la parte inferior, a modo de campo de labor, verdes saturados, brochazos que conseguían surcos sembrados de cereales, incipiente maizal, habar, garbanzal, yeral… y todo, sutilmente espurreado por diminutas gotas de amarillo alimonado. Sin embargo, debido a no sé qué juego de sombras, de besos robados, destellos, imágenes soñadas… un repentino vendaval azota de tal manera a los macizos que, en remolinos, a ráfagas como de temporal de nieve, todo ha quedado cubierto de pétalos de flor de almendro.
PSICOANÁLISIS
A Marimilla
Resumiendo cuanto he rastreado, reflexionado, especulado, sufrido en carne propia esa pulla que advertimos cuando los sentidos andan aletargados por la melancolía y frente a ti despunta una voz preclara, insuflada de esa autoridad que sustenta quiénes se sienten poseídos de verdades irrefutables… aquéllos que guardan en la chistera un tesoro de enunciados milagrosos para eclipsarte, de palabras mágicas, sospechosamente escogidas de cabalísticas o, acaso, representativas del infravalorado psicoanálisis; hay alguna, sobre todo de ésas más exclusivas dentro de tales escuelas, que sólo rozar la pleura de mi sensibilidad provocan un ardor fuera más allá de lo racional: la culpa. Siento mezquino que un judío como Freud se sumerja sin escafandra y luego, una vez extraída su proclama estrella: mezquina, perversa, nefasta, castradora… de una religión que ni siquiera frecuentaba: la cristiana, la convierta en centro neurálgico y adalid de algo que él promete como científico, cuando si sólo nos acercamos como ejemplo a una de sus variantes más famosas y frecuentadas por sus receptores más devotos, el complejo de Edipo, no hay que ser muy escrupuloso para descubrir en el acto que tuvo que apañar dicho mito ( y bastantes más) para que casase dentro de su investigación con resultados que sólo se pueden verificar bajo sus impuestas reglas, de corte estadístico (otras ciencia sospechosa) Si nos atenemos a que lo científico sólo responde a aquello que a posteriori no hay forma humana ni de cualquier índole de derrocar: irrefutable, es de ley defender que nunca una teoría científica se puede amañar para que se ajuste dentro de nuestro propósito… y menos crear con ello remedios milagrosos (en sus terapias psicoanalíticas) para enfermedades que pueden arrojarnos a la locura o a múltiples de sus variantes patológicos… como si nos estuviese regalando remedios en forma de ungüentos para uñeros. Luego… ¿serán ellos quienes nos defenderán ante un Fiscal Sibilino? Y lo nefasto, aun tratando de aceptar y defender su prolífera y desbocada imaginación (acaso si sólo hubiese caído en el ámbito entre ciencia y poesía: filosofía de salón, hoy de barbacoa), hubiese sido un mal menor a no ser por entusiastas seguidores, seudo-profesionales, sectarios, amorales… que lo fuesen aireado hacia las masas ávidas de esoterismo; acaso como fantasías o bromas, ahora tan de moda, tal que esos libritos de autoayuda tan rentables… Y ya como colofón, acudir a programas de tertulianos de todo pelaje a defenderlos.
LUNA LLENA
A mi amigo Cirilo
Cuando los transmisores del leguaje se disponen en ristre, por arte de la buena ventura, sin propinarles mayor intención o, acaso, sólo sufran de carfología, aparece una de las imágenes que tras mi retina acechaban en ese preciso momento. Se abre el objetivo y como cuando cae una china sobre un lago en calma, comienza a dilatarse un espacio en círculo que partía de un punto sin importancia. En mitad del plano, en tono marengo, destaca una luna pletórica y anillada de bruma; acaso no lucen estrellas… ¡es temprano aún! El sol se presiente si rotamos la cabeza a un lado u otro. Quizá al escudriñar hacia el oeste, no sería descabellado descubrir un estampado abigarrado de manchas y brochazos de tonalidades, aunque deslucidas ya, pero que recuerda a los rosáceos en toda su gama. Acaso le han vertido tinta negra en su fluido espumoso, ya que se advierten ciertas huellas negruzcas, garabatos que quedaron en proyecto bajo el flujo constante de las nubes. No obstante, siquiera fuese ilusión; el color se degrada paulatinamente dando paso a una oscuridad escalofriante, pues, no sabemos cómo, pero se siguen apreciando las siluetas de los árboles… incluso restallan aquéllos que antes lucían sus macizos de florcillas blancas, aun con auras más gaseosas. A lo lejos se escuchan lastimosos aullidos de Lobo; unos con otros van contagiándose, hasta alcanzar cierta armonía de orfeón. ¿Qué sentirán siempre que alumbra luna llena, para proyectar tales lamentos?
VOLVER… CON LA FRENTE MARCHITA
A José María García Montes
Esas muletillas, apéndices, manchas, hierros, chiribitas, síncopes… que calan dentro o entre frases que en la conformación del conjunto a veces se cuelan o filtran, atorando ciertas literaturas o filmes que a falta de rigor y rotundidad se valen de ellas como de monerías graciosas para que el corrector, lector, jurado, admirador… quede de sobra satisfecho: ahíto; de resultar un vestido algo desgarbado, el diseñador o modistilla, en un alarde de imaginación sin parangón, sembraría cualquier color austero, puro o sobrio, de bordados, lentejuelas, canutillos, apliques… en definitiva, adornos-trampa para desviar la atención de una pieza en apariencia sin salero, raída, adusta o regia; la gente, infectada cada vez más del valor del detalle superfluo, se siente arrobada por las minucias, mucho más que por lo que del contenido destile el empeño de aquellos autores que en su rigor de austeridad impedirían cualquier desatino o traspié aunque fuese de oropel, de atalaje; siempre, ya sea sobre la plástica, la imagen, las letras, la ciencia… se van drapeando, bajo las filigranas de la moda, autores serios y de pacotilla, valiéndose los unos de talento en rama y los otros de aquella maraña o señuelos que embadurnándolos de broza de lujo consiguen sin esfuerzo, como por buena ventura, encantar a este mundo que se arrastra o desliza, sin norte ni concierto, en pos de la mediocridad... para asestarle el beso de la mujer víbora.
Si eligiéramos una película al azar, por ejemplo, VOLVER, del laureado, premiado, aplaudido y hasta la saciedad ponderado… desde amas de casa, diplomáticos, locutores, periodistas, abogados, ministras, filósofos, médicos, barrenderas, paletas… allende los mares, hasta el rincón más lejano aún que allá a tomar “porculo”, y sólo atendiendo a lo que el marketing y la publicidad de pre-promoción derrochan sin tino, ya sea con desvaríos, chistes, malas intenciones, buenas intenciones, ecos lejanos sobre tacones de aguja… aunque sólo pretendieran manchar estos las conciencias inocentes, vírgenes, de manera solapada y pícara… ya, con eso solamente, habría despertado tal revuelo que de no disponer de película, acaso valdrían unas bromas sobre el escenario entre actores, director, productor… y algún crítico amigo, admirador y de renombre que, entre párvulas sonrisas, fuese argumentando los hallazgos que hubiesen sido posibles de haber ocurrido lo que nunca pudo ocurrir porque jamás se llegó a realizar. Pero, a qué especular sobre el vacío inmaculado, teniendo acaso la cinta ya estrenada, criticada y admirada hasta por aquellos que aún no la han degustado entre lágrimas y a mandíbula batiente. Valiéndome de aquello que en principio sí pretendía especulando, empezaremos por eso llamado títulos de crédito o, más arriesgaría yo, de apertura, como si de una gran ópera se tratase, para desmenuzar el oropel que enturbia, engrandece, desmesura y encanta al espectador vulnerable y ya contagiado de las miríadas de anécdotas que trascurrieron en un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… Pues, vamos al tajo; ni la gran matanza: una de las más grandilocuentes del cine de Hollywood, aquella donde según la leyenda se valieron de miles de extras andrajosos para que estuviesen cayaditos sobre la tierra pajiza o roja de TARA, en una de las más exageradas y delirantes producciones de los 50: Lo que el viento se llevó; sí, aun más espectacular y delirante si cabe se resuelve este comienzo del que algunos de los elegidos: escasísimos testigos de la benevolencia del director, en uno de sus momentos clave de distensión (esos de asueto entre una extrema concentración y otra, entre un encuadre y una toma), alcanzaron a resolver o resumir, de boca en boca, de éste a aquél, de una a la otra… como de una historia la mar de sencilla. Ahora pensarán que no me queda otro remedio que seguir desmenuzando cada punto, deslinde, entresijo, fotograma; pues más lejos de mi intención perder tiempo en lo que puedo resumir, como ¡aquél quien dijo!, de un plumazo. Si no hubiese visto jamás una película de este director, supondría que se trataba de la película de fin de carrera, donde, a troche moche, nos apresurásemos a saturar de cuanto, brillantemente, compilamos: todos, de pretender tal oficio, quisiéramos lucirnos impregnando el resumen de nuestro arduo trabajo con todo aquello que los doctos profesores (quiénes después te corregirán; ellos, también hasta el repurgo de satisfacción y regocijo) fueron capaces de disertar, declamando allá sobre las tarimas de nobles claustros, para que, ávido y rapaz, tú empollases a lo largo y ancho de tu carrera de Imagen… o, por qué no, de la exhaustiva acumulación de los millones de escenas de películas que contemplaste y estudiaste in situ, entre cinéfilos de pro y bajo esas tinieblas capaces de transportarte afuera de tu amarga realidad de adolescente, o de mocito-viejo… Esas tardes soporífera de verano… ¡Qué recuerdos aquellos! Sería imposible no sembrar nuestras creaciones con imágenes tantas veces revisadas y admiradas; por ejemplo, nuestra Sofía Loren (case o no con la historia o trama); aunque ahora que caigo, el director debió ensimismarse tanto con la estrella aludida, que olvidó quizá que nunca jamás lució ésta bajo los multicolores tendederos de attrezzo de no ser exageradamente piropeada ¡no es para menos! por las distintas cuadrillas de obreros que ocasionalmente o a propósito imponía con juicio su director fetiche: El gran Vittorio de Sica, y que suelen sembrar cualquier callejuela napolitana que se precie; además, dentro y centro de una película con tamaña hembra de reclamo: ¡no es para menos! Bueno, de que se arranque por flamenco la PE (vestida y peinada a la moda de los cincuenta en Italia) sin que nadie, ni la muerta, jamás la hubiese escuchado siquiera tararear, mejor ni comento por no dañar a la Niña de mis Ojos; tendría incluso que sacarle los colores acusándola, además, de cómo fue capaz, en un estado presumiblemente de una tensión rayana con la que suele ejercer las plañideras sicilianas o más austeramente lo coros griegos: de los denominados al borde de un ataque de nervios; puesto que acababa de matar al que, siempre y a la chita callando, le repitiera a la propia hija (por cierto, más avejentada incluso que la Penélope) que fuera su padre, de montar sin magia y al detalle un restaurante mejor dispuesto aún que el que regenta o restaura la famosa Maite Comodoro. Y de cierto que se trata de una ristra o rosario de singularidades o arbitrariedades sin rigor ni consistencia alguna, una de tales dio ¡de veras! el campanazo; que primó o privó en exceso mi atención ¡vamos!. Pero quizá, como en filosofía o ética, se trate de algo abstracto e implícitamente sugerido, lo de la ausencia absoluta del género masculino… y no sería descabellado suponer que estuviesen hasta los niños destinados como soldados en la guerra de Irak. No me olvido de la víctima-culpable, aunque por otro lado, muere antes siquiera de que rechiste. Sin embargo, originalidad y atrevimiento, a punto de rozar lo políticamente incorrecto, se alcanza al insertar fugazmente el personaje en cuestión, ahora que se alude al caso tanto y a diario en todos los informativos; debo de confesar que me provocó tal congoja, irritación y desconcierto, valga la contrariedad o barullo, que apunto me tienen que sacar del cine en angarillas. Otro insigne detalle o parche más que me sostiene en duermevela desde que disfrutase, entre sobresalto y sobresalto, chillido tras chillido, de la película a la que no dejamos de referirnos, es el de los sospechosos y reiterados encuentros (con toda la intriga del plano americano) de La Estrella de la película con el personaje fetiche que, tanto en teatro como en cine, bordara hasta la exasperación la sin par Lina Morgan. Y, para resumir, sólo advertir, si fueseis a verla, que la mitad de la última parte de película se la pasan tratando de aclarar el enigma central de tan original argumento: el de la muerta que no está muerta… ¡que estaba tomando cañas, leeré, leeré…! Por cierto… ¿no os recuerda el argumento a la famosa rumba catalana de Peré: ¡Y no estaba muerta…!? Ahora, no seré yo quien os prohíba rociar con margaritas todo aquello que resulte, indiscutiblemente: Una pequeña obra de arte…¡lo que cunde la prosodia, etimología, filosofía, literatura, psicología, mundología y ciencia en los Marías!; incluso otorgarle al intelectual de tan aclamadas pequeñas obras de arte el premio con mayor caché de cuantos nuestro Príncipe de Asturias a diestro y siniestro reparte cada año en éste, nuestro también democrático país… Esperemos rezando todos que este otoño pueda acudir también La Princesa Letizia.
IMÁGENES SANGRANTES
A María Luisa y sus hermanas
Tal vez insisto demasiado en las imágenes, a medias soñadas, que discurren por mi entorno, siempre dentro de unas horas precisas de la maña: acaso a la hora del lobo; yo mismo me solivianto cuando las releo, ya plasmadas, para depurar los miles de errores que cometo por la dislexia… Supongo que aun si pasara el resto de mi vida puliéndolas, siempre vendría algún experto en formas y disciplinas, que me reprendería con ese tonillo característico, entre arrogante y displicente (al observarles de soslayo, sus ojos restallan y sus labios apenas pueden reprimir tal regocijo, a no ser por el apunte de una delatadora y camuflada sonrisa) Ahora que está tan de moda exculpar a maestros en contraposición a cientos de niños que la mayoría de las veces siquiera sufren algún síndrome infantil de la conducta que fuere, romperé una lanza por tantos como han padecido y padecen bajo el yugo arrogante de punteros enhiestos… la mayoría de las veces acaso con el mezquino propósito del regocijo que provoca su apostura en la imagen reflejada en las retinas de unos ojos casi siempre anegados por el terror. Nunca he observado, en los que interiormente (vocación ciega) se consideran llamados a la enseñanza, desbaratar su arrogancia con un gesto de comprensión ante tanto desconsuelo. Tras delatar mi postura ante la crueldad que, de por sí, infringe la disciplina militarizada, trataré de concentrarme ¡ese era mi propósito! en la laya que embarga a mi alma según mi entorno va transformándose, solo con la impresión sufrida por las ráfagas de luz. Pero, antes, despunta en mi memoria ¡hiriéndola! esas imágenes que persistentemente, casi como una letanía, describía Bruno Schulz; saturaba de dolor y melancolía cada reflejo, cada intersticio, que, como lanzas incendiarías dañaban lugares y objetos de su cometido literario, de su intrínseco y ciego compromiso ético o estético. Acaso por todo el influjo ¡como suele ser habitual!, hoy, apenas se consigue contemplar el cielo… su fulgor deslumbrante, las nubes rotas a hachazos por una luz segadora huyen despavoridas a intentar reagruparse de nuevo aún con mayor obstinación y furia. El viento colabora, dotando a la escena de un rebote epiléptico que, con la intermitencia de los focos, pareciese que el conjunto fuera a eclosionar; a veces, nuestro aliento queda suspendido un instante a la espera de que todo reviente, que surjan miríadas de pavesas coloreadas. Sin embargo, regulado por la maestría de la puesta en escena ¡algo arriesgada!, los tempos, sus acordes… invitan a la calma de nuevo y cada objeto obstine magistralmente su primigenia postura, indeleble, de estatua… ¡salvo tonalidades!; el decorado, a base de ramas de almendro a punto de brotar, según los admiras, y sin saber dónde se halla la trampa, migran del granate más intenso al cobrizo de la sangriza cuando, al desparramarse y por efecto de la oxidación, se cuartea, empalidece… Entonces, el fondo reaviva su azul; con paciencia, sin desviar la mirada, no es extraño arrobarnos por las nubes blancas que se irán inflando a borbotones; nadie descubrirá jamás el esfuerzo de los técnicos… en pos solamente de la magia del circo.
FABULISTA
A mi madre
Esa manera, al detalle, demente, de pormenorizar, primero el marco, antesala donde después se desarrollarán sucesos ligeros o trágicos o, acaso, sin importancias; luego, el relato en sí, perverso hasta en la manera exhaustiva de rebuscar el mínimo deslinde. Y más aún, cuando la trama entronca con recuerdos de mi niñez… Me temo, si no estoy volviéndome loco, que, tanto lujo de detalles, debe responder a esquicios heredados de algún familiar, pues nuca recibí estudios académicos de tal índole, ni de la contraria. Pero haciendo un estudio exhaustivo, compilando datos más allá de toda duda razonable, hurgando en las entretelas de mi árbol genealógico, tampoco hallo mas información que la resultante de un puñado de analfabetos rayando la mendicidad. Sin embargo, sí entronca con lamanera peculiar que desarrolla mi madre cuando arranca y no para contado hazañas de cuando en su niñez fue explotada por terratenientes (hoy premiados y agasajados por nuestro gobierno SOCIATA), en las generosas tierras de mi bella y graciosa Andalucía. Ella lo achaca a que así lo recuerda de un cuentista guasón cuando en las noches que proseguían a la jornada de la recogida de aceituna (en un zaguán cedido por el manigero que dirigía a la cuadrilla, donde cada temporada pernoctaban a cobijo), y después de la cena a rescoldo de un fuego improvisado, aquél, sin mediar palabra ni libro ni papel alguno, acaso ensimismado tras las musarañas, acallaba el murmullo y, como cada noche, retomaba la retahíla de insólitos sucesos o cuentos, según avanzaba, más singulares si cabe, justo en el punto preciso adonde la madrugada anterior hubiese concluido. Al parecer, lo chocante, más aún que su prodigiosa retentiva referente al discurrir del relato, era la cantidad de adjetivos que derrochaba para describir cualquier objeto, personaje, lugar…; a lo que él, (quizá sin saberlo trapicheaba él solito con Filosofía del Lenguaje) antes de que algún despistado lo extrañase o soltase una gracia, aunque en tono soslayadamente enérgico, argumentaba que los sucesos debían ser desarrollados a manera y conjunción, como discurren las mentes, con las dubitaciones propias de la memoria cuando ésta elige un término al azar; declamaba entonces: Si imaginamos un lugar determinado, nunca acude solo un calificativo para dibujarlo, la mente se nubla saturada de montones de ellos, por tanto, sería de idiotas no utilizar unos cuantos… puesto que tampoco descubriríamos la identidad completa del hecho hasta haber escupido o arrojado cualquier minucia razonable fuera de la mente, a bocajarro sobre la mínima intención o propuesta…Por otra parte, nunca deberíamos despreciar o arrinconar la Ética imprescindible de todo aquél que se lanza a narrar o describir un hecho, fantasía, fábula, cuento…. Y ¡tenía toda la lógica! –reconoce mi madre al comentármelo sirviéndose, por encantamiento o posesión, de aquellas remotas palabras-; además, si te detienes en escatimar detalles, apelativos, adjetivos… las historias concluirían la primera noche… y ¿cómo amodorrarnos entonces?, hubiese sido penosísimo todo un mes entero durmiendo a pelo; además, sin el deleite de aquella melodía desgranándose como lluvia alegre o melancólica sobre nuestro duermevela; acaso un dulce y reparador chaparrón de letras a piano nos iba sumiendo en sueños ya pintados en lienzos del barroco… A lo que yo le contesté entonces: ¡Chiquilla… eres el colmo!
Esto, acudió a mi memoria hace unos días tras un sorprendente suceso; distraído, observaba a contertulios televisivos y, mientras entornaba siquiera un segundo los párpados, como si echase una cabezadita… ¡Sorpresa! Como en la literatura o en el cine moderno ,aparecí, sin más, dentro del sueño de otro sueño o, quizá, por arte de magia, en otra Galaxia remotísima. Al instante, conseguí espabilarme, pero, sorprendentemente, comprendí ¡al fin! estar perdiendo por completo el juicio; tanto locutores como tertulianos habían cambiado de cadena… ¡No!, sucedía algo peor, se trataba de tránsfuga entre profesionales, vendetta entre mafiosos de cadenas ambicionando raptar, a punta de pistola, a elocuentes competidores nada más ser expulsados de aquellos reality show todavía en antena… nuevos valores para que se explayen con la lingüística; acoso por contra resulten ya transidos, casinos, repetitivos, con betas propias de quienes en definitiva sólo les “pone” ese racimo de las bautizadas en el folclore patrio como La Más Grande, La Más Reina, La Mas Princesa, La Más Única, La Más Fina, La Más Faraona, La Mas Duquesa… La Más Algo que suene de lo Más Recalcitrante… O aún más estomagantes incluso resulten estos últimos, cuando sólo se les escucha hasta el hartazgo autodenominarse profesionales en la carrera del gremio al que nos referimos: periodistas del corazón titulados. ¿Conseguirán algún días éstos y aquéllos que el castellano se resuma a monosílabos, frases hechas, exclamaciones siempre de júbilo, apelativos superlativísimos… mientras siquiera en esencia sólo proclaman jactanciosamente y sin pudor alguno alardear y presumir de quién intimó más con aquel de la farándula ahora en la picota o en su lecho de muerte? ¡Cuánto desperdicio a la hora de extender certificados de Periodismo!
Entorno a mi cabaña, mientras me deleitaba aspirando el delicado perfume de mi cigarrillo superlargo, y admirando una de tantas maravillosas puestas de sol al estilo Castilla-La Mancha, ¡de milagro! y por sorpresa, se fueron desintegrando aquellas ideas descabelladas y discurriendo o ¿quizá solapándose? la historia queempecé contando al principio. Mas yo esperaba alguna explicación aclaratoria, una conclusión de esas que caen como del cielo en forma de pera. Pero siquiera arañaba la pleura de mi razón, y como quien padece adicciones de moderno perfil, afloraba sólo la imagen en fotografía de la cena que me esperaba adentro: revueltillo de verduras de temporada y gambas… ¡con vivísimos colores!.
EL COLECCIONISTA
A Antonio de las Heras
Cuando el cielo luce impoluto, de ese cerúleo característico, sutilmente decreciendo al nacarado según alcanza a rozar el horizonte, es difícil no desvariar creyendo asistir a una representación de cómicos; acaso no sería más razonable determinar que el zócalo satinado que degenera en azul, nos representará en algún momento y con otra calidez de sombras, reflujo de luz bajo una cancela tras la que se sospechan abismos. O sería descabellado si al entornar los párpados aflorara un manto saturado de florcillas y que éstas, según vamos paulatinamente abriendo los ojos, se delatasen, ramilletes en relieve unas, y sobrepuestas otras: colcha primorosamente borda que simulase uno de tantos campos soñados en pinturas orientales. El silencio, como si bajo una imperativa orden cada elemento quedase preso en la quietud de lo instantáneo… que hasta el aire hubiese acatado tal mandato, delata presunción de acordes de tragedia teatral; nos inunda un temor a que se resquebraje lo inmaculado, a la pureza del vacío. Se atenazan resuellos agónicos para que las briznas, adiamantadas por el rocío, representen fidedignamente esteras de púas donde los ángeles ¡si existiesen!, tendrían que quedar suspendidos, pero asaetados por alfileres como mariposas de coleccionista entomófilo.
EL ZARPAZO DE LA MÚSICA
A Florencio y Jesusón
Según la manía por la clasificación sine qua núm. sobre cualquier factor o cosa en general, es indiscutible no incluir en la tabla específica sobre las artes, a la música; mis sentidos (en proceso de expansión: rayanos con el séptimo) siempre anduvieron perplejos hacia adónde orientar el placer, admiración, determinación, inclinación sobre cómo y de qué manera enfrascarse en lo meramente musical. Desde que recuerdo, lo melodioso siempre palpitó en mí dentro de un apartado anejo al alma; un espacio de dimensiones abstractas donde ciertas sensaciones quedan suspendidas como hojas secas que acaso planeasen tan abstraídas que las creyésemos marginadas o imaginadas, quietas por la carencia de cualquier presión atmosférica o de un vacío absoluto; aun lo puedo detectar bajo el esternón, donde también anida la angustia. En la niñez fue penetrando en mí a través de soniquetes armónicos que expandía un aparato embelecador anclado sobre una repisa situada sobre un ventanal del comedor orientado hacia un patio salteado de docenas de maceta multicolores en torno a un limonero; el capricho me alerta que de aquel lugar siempre llegaban, trenzados, el fresquito, los aromas y las canciones. Nunca distinguí cuál melodía me gustaba o despreciaba más; acaso un filtro selector de ritmos, tempos y melodías entre las dependencias del alma y su cámara aneja se encargaba de la in admisión de cuantas me resultaban molestas provocando lapsos donde se eclipsaba el tiempo del reloj: cuando te acusan de estar preso en las musarañas. Destacar todas las que una vez dentro de mí paralizaban los demás sentidos provocando una sensación: mezcla de dolor, júbilo, éxtasis… que podría, a grosso modo, simplificar como un zarpazo en el alma, resultaría alto difícil; mas sí como ejemplo distinguir una: Torre de Arena de Marifé de Tríana… y por qué no también la voz más importante del siglo pasado: Bernarda de Utrera en su irrepetible y magistral versión ¡dónde va a parar! de Se nos rompió el amor; casi consigo revivir un momento sublime de éstas canciones, cuando la voz convertida en desgarro te atrapaba ciñendo a tus entrañas y, por instantes, éstas quedan suspendidas hasta el sofoco. Aquello debió hacer mella de tal manera en mis entresijos que de seguro marcó un regusto amargo por voces de ecléctico bouquet, no aterciopelas, ni con duende ni con garbo ni con magia, más bien de pana burda y con iconoclástico amargor. Es por su salvaje sensualidad, esa desidia oleaginosa que pringa cada nota, fluya del piano o de una voz, que en mí destacan mayormente las voces tintadas de negro, de oscuro… sin despreciar tampoco la orquestación subyugante de su música; nadie como éstas imprimen en mi ánimo tal complejo de sensaciones. Quiero hacer un inciso para saborear una frase de William Faulkner para la película Las Nieves de Kilimanjaro, donde Ava Gardner, en un tugurio de Jazz, y señalando al negro de la trompeta, que en ese instante ejecutaba un solo desgarrador, le suplica a Gregory Peck lo siguiente: ¡Sácame de aquí, que ese Africano no tiene corazón! Desconozco calidades dictadas por academicismos, por quiénes se pirran por sus normas, disciplinas, modas… ni siquiera las que exaltan sentimientos; respondo sólo a un sencillo alambique donde se destilan acaso sensaciones turbias. No obstante, hay excepciones que pueden ejercer idéntico efecto: el arrebato que infringe la ráfaga de una canción al cruzar tú bajo una ventana donde dentro se estarían desgranando sus notas.
GRISES
A Fernando Alba y esposa
Después de contemplar un ansiado chaparrón…¡tiene que llover, tiene que llover…!, mientras escuchaba música de esa que amansa a las fieras; voz nasal y aterciopelada de negra al borde del desmayo, porque la pobre ya no puede aguantar más la coca que lleva encima. Sí, aprovechando ese estado de embeleco que sólo se disfruta cuando ha cesado el chaparrón, voy a dejarme llevar, de nuevo en esta mañana, si no quiero que aún se enmarañen más los intrincados nervios de mi propio cerebro… Ya que no puedo devanarlos por carecer de unos brazos amigos que se presten a liar el ovillo… ¡qué lástima, mujer!
El cuadro de la ventana del que fluye una luz digna de aquellos lejanos y pintorescos cielos de París, apreciada por muchos y detestada por iconoclastas como E. M. Cioran… y yo mismo, colabora para que la estampa contenga un ápice del romanticismo de los dibujos de aquellas señoritas, hasta la saciedad descritas ya en el siglo XIX, y hoy por algún cursi. Sobre la neblina, algo ocre, se impronta, a modo de pecios, decenas de hojillas, que pareciesen flotar por el efecto de movilidad que producen las rachas de viento. Los pájaros deben haberse guarecido en sus nidos empapados y con olor a estiércol; hasta los conejos y perdices deben de haber huido; si me acerco a la ventana, la densa niebla envuelve el entorno de mi cabaña y a lo lejos se aprecian tasamente los esqueletos de los almendros. La vista nos juega a veces, como solemos decir, malas pasadas; ahora me doy cuenta que por unos momentos había dejado de apreciar un cedro que siempre se halla justo frente a mí; ¿tal vez porque había cambiado de fisonomía con el efecto de la lluvia? Siento, si hecho la vista atrás, que ciertas veces se arrastra hacia mí, serpenteando igual que un mendigo anciano, cargando con sus enseres como un caracol; otras se presenta desafiante, mirándome con descaro a través de su sombrero en cono a la manera de los campesinos chinos. Jamás le hablo ¡por respeto!, pues no deja de imponerme su atuendo fantasmagórico… en cambio él, cuando silba el viento en la madrugada, tararea canciones desgarradoras.
ESTOY HASTA LOS COJONES DE QUE ME MAGREE
ROQUE
Con perdón y respeto, a Ferlosio
Leído el artículo de Sánchez Ferlosio “Transgresores y ofendidos”, me viene a la memoria, como complemento, la ya olvidada teoría de Canetti: “Masa y Poder”, en su vertiente campechana y pedestre; la osmosis infecta que sufre la masa, según escucha ésta al vuelo cualquier consigna, sea cual fuere su intención o ideología (cuanto más peregrina y dañina, mejor); tocados en nuestro pundonor, ya tenemos excusa para agruparnos a hacer el ridículo bajo el dictado de aquellos elegidos por la cerrazón de la carga de la razón.
En el bando contrario, con mayor justificación aún, se levantan hordas de energúmenos dispuestos a ser aún más papista que el papa, aduciendo que sólo faltaba: esto. Pero, no conformes, luego prestan eco a los especialistas de los medios para que todo resuene a maraca histérica o a campanillas patrias, exasperante, irracional, paralizador… Atolondrados por la suma diarias de riadas de acontecimientos sin concierto ni sentido, saltamos de la cama y, antes de deslegañarnos, ojo avizor, antorcha al oído, y el semblante propio del alto ejecutivo que no llega a hora, de nuevo a la caza de otra consigna o réplica… ¡según en qué lado de la cama y con quién hayamos dormido!, antes que pierda muelle la anterior. Y me pregunto: cómo es posible que nos siga poniendo Roque, y que éste le siga dando gusto magrearnos. Quizá por inercia, sólo me queda pensar que tenemos el cerebro alicatado hasta el techo.
LUZ QUE AGONIZA
A Marisol García Montes
Palpo la pared, como invidente; pero quizá sea de noche. ¡No!, aunque oscuro, de un boquete al fondo, arriba justo en el centro de una pared desconchada, fluye esa típica luz inquietante que reina en los sueños; tanto se intensifica, como se va debilitando hasta transformarse en leve resplandor de luna, incoloro, exangüe, que sólo alcanza a delimitar aristas, espejear ciertos tramos de superficies pulidas, y hasta consigue verter el agua fuera del vaso, pero sin descomponer forma ni volumen ni destellos: queda flotando a un palmo de la mesa como un relumbrón. Esta luz cobarde e insegura, no deja de titilar, hostiga a los objetos a que salten de lugar, intercambien formas, texturas, dimensiones… No obstante, he debido pulsar el interruptor porque una luz indirecta acaba de manchar de pajizo al trío de señoras azuladas (tienen el descaro de haberse presentado de improviso y, además, disfrazadas con trajecitos estridentes y pelucas a juego; pero…, ¡si son ancianas!), que se agolpan más y más en el sofá situado a mi izquierda, como si la luz les fuese regando en caliente y de pajizo con una alcuza… a un paso de la pared del boquete de donde antes provenía la luz, pero que ahora se agota por momentos, cediendo lugar y espacio a un cuadro romántico y tenebroso que, aunque no sabría apostar ni por formas ni personajes, en cambio no fallaría si me aventurase por cualquier estampa del vía crucis. Sería de ley que todos acertásemos a manejar la fabulosa máquina del tiempo, intuiría al menos que antes del cuadro religioso existió el boquete que vertía luz a la estancia, pero acaso, y sólo exprimiéndome el cerebro, siquiera remedo la disciplina de su devenir; sin mirar atrás, travestido en la esposa de LOT y, ya desde el punto de vista de estatua salada, acaso percibo agónicos fogonazos y cómo las pavesas que desprenden aquéllos que fueran ¡tres mil años atrás! Pueblo Elegido, despavoridos, atropellándose, sin rumbo, inflamados… algunos, ya como pabilos, antorchas agotadas, con la mano que aun conservan, apenas sujetan a la otra que acaba de desprendérseles del hombro en llamas, llegan hasta mí provocándome conjuntivitis… ¡Cuán intolerante le resultó siempre a Dios la condición humana! Cuando vuelvo a abrir los ojos, acude Martirio (mi madre) por una puerta que brota frente a las viejitas de azul y, dirigiéndose a mí, fuera del tiempo anterior ¡de cata espectral!, despotrica: “¡No quiero repetir que tanto el queso como la sandía, se trocean sin egoísmo; que estoy harta de apurar cortezas!” Miguel (mi padre), que la sigue como un esclavo, refunfuña muy preocupado: “¡Hablar más bajo, que se despierta el muchacho!”. Martirio, sin dejar que termine, contesta condescendientemente, con voz queda, mientras conforma su figura con estilizada pos de pasarela: “En la cama de mis hijos está durmiendo un actor guapísimo, que me ha recomendado… ¡ella es así! mi nuera Carmen”. A lo que Miguel, acusando aún más una sonrisa de laya vengativa, replica: “Pero si es mucho más feo y enclenque que mi nieto, que ni siquiera es futbolista del Real Madrid”. Martirio sonríe, pletórica de júbilo y, alzando la cabeza en imitación a las sacudidas nerviosas que desfogan las yeguas, concluye: “ Si vamos a destacar, ¡tu nieta tiene un pelo precioso y con un rizado muy natural!”. No sé porqué, tratando de introducirme con insistencia y angustia, aparezco junto a mis hermanos (Marisol y José María) que sobre una encimera trocean, a juliana y muy afanosamente, cada uno una cebolla; aunque antes no aparecían, ni siquiera en intención, ahora aguardan ¡no sabemos a qué!, pero a cada segundo más exultantes si cabe; aunque yo, ajeno al conjunto de la representación, con la disciplina mental de quien espera ingerir la sagrada forma, trato, imprimiendo en la acción un esfuerzo sobre humano, de acoplar mi cráneo a nivel del de ambos, y argumento sin previo aviso, en éxtasis: “ Pues a mí, me gusta mucho más Marlon Brando… ¡dónde va a parar!. En éstas, ante la mirada de asentimiento, pero bañada en lágrimas, de mi hermana, se encara mi hermano y replica, fuera de sí: “¡Siempre tienes que argumentar lo mismo; te creerás muy gracioso!” Después de eso, el día transcurre de manera tranquila, sin altibajos, acaso cierto ardor en la boca del estómago y no menos en los ojos.
LA SAETA
A Soledad Montes Moreno
El sonido de la tala desgarra el silencio; su eco se propaga según el aire rola hacia la planicie o remonta pretendiendo alcanzar el cenit. El sol se expande, debilitado por una telaraña de nubes delgadas y sucias, arropando al paisaje para que a horas tempranas, cuando cristaliza el rocío en escarcha no consiga aterirse de frío; apenas se forman contornos, espirales, burbujas: relucientes grumos que pareciesen pletóricos, trenados con sustancias que se antojan apetecibles. El olor a estiércol se dilata ganando el pulso al aroma de los frutales en flor, como si fuese algo muy denso que avanzara reptando entre la hierba, devorando diminutas florcillas moradas, amarillas…; aún no brotaron los rojos, ¡más tardíos! Quizá sea la armonía de los tonos pastel lo que impulse al amor de las caricias, de pícaras miradas… y luego, cuando brotan arrogantes los magenta, se trueque éste en deseo desenfrenado, de torvos soslayos, preludio de ardor: ¡ansia de consumación, al fin y al cabo! Se barruntas próximas aquellas celebraciones paganas de la quema de todo cuanto estorba, que pudiera delatarnos… o que despreciamos porque deslucieron intenciones; dejaron de merecer encomio los placeres de lo armónico, abocándonos al estridente fragor de la tragedia:
Todo se nos antoja entonces como decorados de ópera donde la luz decrece hacia esa penumbra propia de los eclipses totales (apunta la leyenda urbana que Richard Fleischer aprovechó un eclipse real para rodar la toma de la muerte de Cristo en la cruz en la película Barrabás), la tierra desprende un vaho denso, oleoso, que nunca levantará el vuelo; errará sin sentido por la inmensidad, acaso abrazando fuertemente a un árbol, a un risco: recreación de legendarias despedidas a los muertos después de la orgía de la batalla, con cierta enajenación lasciva. Las cuerpos desnudos, desplomados, yertos sobre un lecho de pétalos de rosa, ya afligida y pegajosa o, por efecto de ciertos acordes de apoteosis, pareciese que ahí quedarán por los siglos arrojados a la intemperie, fosilizados; no sería extraño que, en un futuro remoto, fuesen confundidos con estatuas de mármol: ¡¡adamitas!!.
PARAFERNALIA
A Felina, Carlota , Pilas Bocos, Lonina…
Hace ya algún tiempo que contemplé por la tele, en una entrevista típica de las que suelen plantear a los que ya de por sí se auto-determinan famosos, donde el entrevistador, no sé a cuento de qué, preguntaba al entrevistado (éste presumía sin disimulo alguno en lo estupendo que podría resultar su rostro en pantalla; pues si no son demasiado jóvenes asentirán conmigo que hubo una época en la cual estaba de rabiosa actualidad parecerse, los más dulces al Che y a Trotsky los más avezados… sin lugar a dudas, nuestro entrevistado con exquisito acierto había procurado al detalle asemejarse al último casi como Pili a Mili, también de la época) si era frecuente que los literatos a la sazón también tuviesen estimulado, despierto, incentivado… el instinto de jefe de cocina: cocinillas; el mentado intelectual y político en retaguardia pareció ocultar entre su hermosa y picaruela sonrisa y bajo su plateado bigote, el inciso recurrente en la mayoría de quiénes son entrevistados con alarde de exclusividad en dicho medio: Esperaba que me hiciera usted esta pregunta, aunque por ventura se reprimió a tiempo; tras un síncope de reflexión, rebullirse mejor en la butaca y algo envalentonado, casi con hidalguía, procedió a responder (su traviesa sonrisa no cesaba un instante de jugar entre bigotes, bajo sus gafas, saltando a la par entre los destellos incisivos de su mirada audaz… incluso con un ademán impreciso con la mano izquierda parecía querer avivar aún más toda aquella compleja y estudiada apostura): He escuchado por ahí que es muy frecuente que surjan y discurran alalimón las dos disciplinas, las dos ciencias... Y responde a una explicación precisa; según he concluido después de oírlo en ciertos ámbitos intelectuales, resulta notoriamente frecuente que, de acudir a la cena dispuesta por un verdadero literato, te sorprenda el artista ¡en ambos casos!, gratamente: tanto unos con una frase brillante, como otros con una comida bien elaborada: pero siempre con cierta gracia en la elección de los elementos; bien especiadas y no exentas de un talento encomiable en su conjunto… más bien diría yo, brillante. Esto conlleva, como todo, una respuesta sencilla: de la misma manera que cuando escribes procuras ardua y generosamente que el fin último sea el de ofrecérselo al mundo en bandeja, no deja de tener cierta similitud, concomitancia… si te decantaras por elaborar un menú; tu instinto, de esa manera intrínseca que suele forzarse para ir seleccionando, escogiendo con mimo, esmero y genio, cada nombre, verbo, adjetivo… también se predispone de súbito a la ardua labor de elegir con sumo tino cualquiera de los elementos que vayan a componer los diferentes guisos de la cena en cuestión; de esta forma nunca se defraudará ni a lectores ni a comensales… ¡así lo aprendí yo!. Para no desmerecer, después de tamaña disertación, tengo que confesar que desde entonces no he cesado un instante en recabar cualquier detalle al respecto de todo cuanto han concluido en bautizar, tanto cocineras, mètres, rancheros, ventorreros, cabos chusqueros, cigarreras, loteras… como hasta la más insignificante pincha de taberna de puerto: Restauración. Hasta he adquirido la manía de aplicarme con verdadero ahínco y fervor, saltando de programa en programas (siempre y cuando ¡por supuesto! esté abalado por una estrella indiscutible de la restauración), para no desaprovechar siquiera la última moda de las estimulantes e indiscutibles especias en candelero… en particular la amplísima gama de la sal moldeen. Nunca deja uno de sorprenderse si con suma atención rebasas la gracia de quedar inmerso en el espectáculo que supone la representación in situ y en directo de la elaboración de estos platos estrella que no sé por qué no han resuelto denominarlos sencillamente salseruelas y se han decantado, llenos de orgullo y al unísono por fusión…¡su razones tendrán! Como venía sugiriendo, si consiguen concentrarse (papel en mano para anotar al detalle las doscientas hiervas aromática-mente frescas que debemos utilizar hasta para freír un boquerón) pueden descubrir con deleite a verdaderos genios de la interpretación; tanto consagradísimos como otros recientemente descubiertos y ya con un premio internacional revelación bajo el mandil, todos parecen responder a idénticos métodos dramáticos ¡como aquél que dice!; acaso vuelta y vuelta por ciertos amaneramientos muy cosmopolitas (Francia e Italia, preferentemente) Por no sé qué conjuro, quizá debido a magistrales “puesta en escena”, pero he venido observando que todos sin excepción responden a un prototipo muy varonil… moderno, pero muy viril; y estaría por jurar, a no ser que fuese necesario disponer de certificado de matrimonio incluso sólo para optar a la plaza, que todos alardean con insistencia manifiesta en poseer una esposa ejemplar. Tampoco se puede eludir su paso por la escuela circense en la asignatura “malabarismo”, es algo de todo punto relevante a la hora de “emplatar”; vasta quizá sugerir el detalle añadido tocante a la singular y genuina aportación de cada cual con su toque más chic culinariamente hablando... algunos consiguen que tanto frutas, hortalizas y verduras den varias trechas por los aires antes de desparramarse ya resueltas y dispuestas como arte en estado puro sobre la ensaladera. Y si dentro del lenguaje hubiese que resaltar algo, me inclinaría sin sonrojo alguno por la sutilidad y prosodia con que osan pronunciar jugo de aceituna; es mi obligación confesar que aquí el cámara debe estar siempre a la que salta para que en el momento preciso a la par que rompedor, resuelva un primerísimo plano, pero justo en el instante donde el restaurador entona el subrayado con su más encantadora y viril sonrisa.
Aunque muy brevemente, pues considero que mi disertación está resultando algo así tan alambicado y empalagoso como una tarta del sur de U.S.A…. ni que decir tiene que, dentro de tal parafernalia, bajo ningún concepto se debe prescindir de lo que de operístico y danzarín conlleva esta parte central y concluyente del evento: la selección acertada del Restaurante; aquí debemos esmerarnos aún más… cuando los insignes comensales alcancen la mesa deben ir, tanto por mètres como por asistentes, a medio vuelo: aleteando y dispuestos a degustar hasta la mierda confitada… en tanto quede de sobra esté demostrado el caché de la selecta clientela. Mas sería de buen gusto que la salita no fuese en exceso amplia, que puedan apretujarse unos con otros; insisto en la importancia añadida de esto, puesto que de no rozarte o magrearse con alguien famoso, de ninguna manera se saborean bien unos huevos fritos con patatas bien cocinados. Mi compromiso de que sé de qué estoy hablando lo resuelvo y revelo sin más dilación: En una ocasión mi pareja y yo asistimos, como celebración al logro milagroso después de quince años, peseta a peseta, de rejuntar para la entrada de un pisito…y tirando la casa por la ventana, a un restaurante de moda próximo a nuestra recién adquirida vivienda. Le mètres, un muchacho pulido y peinado con extrema pulcritud, sin mediar salvo un ¿qué desean los señores? mientras dirigía la sombría mirada hacia un busto en mármol que sobresalía de una los delas paredes, no esperó ni dos segundos en recomendarnos el plato estrella de la casa… y deslizase presto y sigilosamente en retirada. Mientras nos traían aquello que entre ambos (Carmen y yo) íbamos descartando de entre las decenas de posibles platos, quizá debido a título tan trasgresor, pues alcanzamos a suponer que se trataba de un truco de nouvell cuisine cuando en verdad sólo restauraron, y no precisamente los velazquianos, sino unos huevos fritos con patatas sin más, y en tanto que además no dejaba de sorprendernos tan ilustres comensales, pues rozando directamente el hombro desnudo de ella, Carmen, se hallaba nada más y nada menos que el hombro en blazer del famosísimo escritor Mario Vargas Llosa, que a punto estuvo de descomponer su característico peinado debido al incesante asentir entre carcajadas cuando de soslayo comprobaba cómo todo el estridente gentío le reconocía y discretamente le admiraba. De nuestra experiencia, deciros que acaso rozar nuestro paladar con el repetido manjar estrella alcanzamos el orgasmo; sí, nos desmayamos de gozo de la misma manera que el imam Bayaldi, en La Turquía del siglo XVII cuando le dieron a degustar las Berenjenas Rellenas que desde entonces llevan su nombre.
CON CALMA, EL LOBO DEVORA LA NOCHE
A Manuel Torres
¡Qué esfuerzo le está costando hoy al día reventar por algún lado! Deteniéndose en el naciente, aun pasando cierto tiempo prendido a él, sólo distingues un difuminado sobre negro, con el tono argentino de las fotos primigenias. No obstante, la silueta del camino, trazado en la estampa recreada, en gracioso serpenteo ascendente, o en diagonal desde su extremo suroriental hacia el horizonte del noroccidental, pareciese de tal forma iluminado, como si la propia arena ocre desprendiera un vaho fatuo, luminiscente, de artificio... También o debido a tal efecto, el cortijo, que siempre sale al encuentro siguiendo el trazo del camino en cuestión, hacia el final, cuando el entramado del ramaje del almendral espesa, a unos metros a la derecha, surge fluorescente por efecto de su encalado indeleble, a una cuarta suspendido, al vuelo… y ¡sabe Dios! expuesto a que un remolino traicionero lo remonte. Sin embargo, ahora, recuerda más a un remanso galáctico, itinerante, presto a fugarse al menor indicio de ser sorprendido, pero que vigila, que amenaza, que inquieta… Absorto en los detalle no he visto quién pudo hacer brecha sin que nada se inquietase; quén asestó un hachazo donde brota un libido vacío al otro lado de la noche. Y cómo detener ese flujo que va vertiéndose, denso, amenazante, de dimensiones que no hallo manera de prever. No obstante, preso del espectáculo, desde un punto indeterminado de naciente brotan miríadas de chispas de fragua.
TENDIDO DE SOMBRA
En memoria al Rubio el Brasileño y al Niño Lucena
La importancia que ejerce sobre mí el carácter la arrastro desde muy antiguo, recuerdo que en la novela clásica… (de súbito me asalta… ¡no sé por qué; así es la memoria!: Emma de Jane Austen), es frecuente entre sus páginas encontrarnos con apreciaciones de este tipo, aunque antes debo recalcar que debido a mi dislexia soy incapaz de trascribirlas fidedigna y literalmente: que si la prima fulana desarrolla un carácter terrible, que la hermana mengana disponía del más enérgico y a la vez delicado carácter de cuantas beldades se disponían a abrir el baile… Más tarde comencé a entender a Ferlosio ¡que mis años me costó! Pero sería presuntuoso defender que siempre hubo en mí, intelectualmente, una inclinación manifiesta por un determinado interés hacia la importancia del carácter, mas sí cierta concomitancia. En cambio, en la vida pedestre y campestre, desde muy atrás me rozaba todo este misterio de manera algo mitológica; siempre lo identificaba con el aire de Jefe Viquingo que irradiaba mi abuelo El Rubio, epicentro de mi existencia; pero no sólo a mí le provocaba tal efecto, recuerdo que voces de su entorno referían de él: ¡menudo carácter se gasta El Rubio! Los demás, por contrate, carecían completamente de aquella aureola que ostentaba mi abuelo. Pretendo esclarecer con ello que hasta no entender, en lo posible, a Don Rafael, no pude conjugar mejor los múltiples significados que, anárquicamente o de buena ventura, afloraban y se sumaban a mis apreciaciones; aunque tampoco pretendo aseverar con ello que ahora sí sujeto todas las riendas en lo relativo al complejísimo asunto que nos traemos entre manos; acaso sufro menos traspiés: ¡vehemencia!. El caso fue que, tras otros intereses, en principio olisqueando el rastro de averiguaciones exclusivamente sobre lenguaje, me pude contagiar, era de temer, sobre lo que éstas habían trascendido de lo meramente lingüístico hacia la forma de ser relativo a lo humano. Y de éstas inquietudes, hacia las de otros autores que ya al principio de siglo empezaron a disentir, con las otras propuestas que hacia entonces también, como dije, se daban a conocer; éstas últimas más proclives hacia lo que al individuo se le filtraba de afuera: traumas, educación y demás o, para aclararnos, dentro más de la pauta que orquestaba y propagaba el famosísimo Doctor Freud; quizá los otros se iban desmarcando cada vez más, por no considerar a las miríadas de teorías freudianas muy científicas y algo más proclives a un divertimento (porque también tienen su gracia, tanto o más que el horóscopo) Al parecer, uno de los mayores referentes en la materia que acabamos de zambullirnos, fue un erudito Psicólogo, Psiquiatra, Lingüista, etc., que con perspicacia y pluralidad de juicio se adentraba en la selva selvaggia del lenguaje y la psicología (incurriendo de soslayo o de frente en la Filosofía del Lenguaje), estimado y seguido por un gajo de la intelectualidad del grupo aquél famoso de Viena-Berlín-Frankfurt, llamado Kart Bühler. (éste, para orientarnos, fue profesor y referente de Schajowicz: Los nuevos Sofistas) En cierta medida, referente para Musil, Canetti, Ferlosio; después han prosperado también (aquí descartaremos otras materias para centrarnos sólo en lo referente a lo psicológico… y en connotación con lo literario) un sin fin de seguidores variopinto (destaco a Walter Benjamín, Cioran, Buñuel, George Steiner e incluso T. W. Adorno) al margen de La Psiquiatría y Psicología oficial: ésta, aun heredera de las proclamas, mezcla o fusión primera entre Freud, Melanie Klein, Lacan… Pero fue tal el impacto que produjeron, por su cariz quiromántico y circense que aun llevan las riendas de la oficialidad y siguen apadrinando cualquier escuela que en esencia derive de ellas: Luego, tras hornease en diferentes Universidades de Elite, entre las más punteras, se reparten por todo el continente americano… y luego en octavillas se expanden, ya sin freno, a lo ancho y largo del mundo. Pero nosotros vamos a fijarnos un poco mejor en su vertiente algo prosaica, campestre, de romería, lúdica y dicharachera: cercana a la que se ejerce en Aldeas Remotas de mi pinturera Andalucía.
Arriesguémonos primero con el carácter de El Matador: prototipo estrella del español chulesco, repeinado ya desde que comienza él solito a trazarse la raya a un lado; de niño seguramente ya pintando maneras (alguien que desde la niñez se decanta por la muleta dispone ya de por sí de arranques, plantes, fintas, requiebros y ademanes exentos de un mínimo rasgo siquiera de feminidad: acaso echando un vistazo al repertorio de Matadores, Ganaderos, Novilleros y Cuadrilla en general nos quede completamente resuelta cualquier duda) y no nos debería extrañar si saliese a la palestra televisiva algún amigo de la infancia acusando al Matador de que le tenía arrinconado, hasta impedirlo de pánico a no sacar los pies de casa. En cuanto a sexualidad, si no somos mojigatos (y ustedes saben a qué me refiero) de seguro practicó y muchísimo en las gayolas con los amigos… y, sin equivocarme, podría asegurar que hasta muy entrada la adolescencia o al menos hasta sustituirlas por esas típicas salidas nocturnas para, en luna llena de duende, soliviantar con la falda roja de alguna hermana a las asustadas y locuelas vaquillas de la dehesa. Tampoco sería de extrañar (tomo de referencia a mi propio padre que aún le quedan reductos de maletilla) que fuera el pinta salado que, entre su grupo, destacase por el más dicharachero e incluso se vistiese de mujer ya en el colmo del atrevimiento… una vez metidos en jarana, pero, claro, sin abandonar nunca su talante salerosamente torero. Ahora (quizá esto nos aclare otras singularidades), voy a relatar un hecho, marcado en carne propia; híbrido entre flirteo y quite torero que me lanzaran en mi juventud de parte de uno de los más aclamados, millonarios y famosos toreros aún vivos. Debía tener él veintitantos años a lo sumo, lucía una de esas facciones que de no ostentar ya un nombre de relumbrón en toda regla le hubiesen apodado Cara de Niño; no obstante (con esto centraré mejor su edad de entonces), a los pocos meses, hojeando una revista, me informé de que se había incorporado a filas. Sucedió una tarde, a primeros de verano, en la segunda planta y junto al mostrador del BAR del cine Capitol de Madrid, donde esperábamos a la proyección, sección de estreno, de Mad Max (filme australiano interpretado por el hoy director de la película más ortodoxa y fundamentalista de cuantas se hayan rodado sobre La Pasión de Cristo); a pesar del nerviosismo de ambos, tras sus insistentes envites, de la extrañeza de nuestras respectivas compañías: él acudía con su cuadrilla al completo, yo con mi entonces (ahora, jamás) amigo José María Marco y mi amiga Llan, y aunque hubiese sido sólo por el morbo que saturaba al ambiente, le hubiese seguido con mi chaqueta color pistacho y pantalones color cereza, hacia donde por señas trataba el Maestro de proponerme.
Al menos, este inciso, podría servir como soporte aleatorio para algunos apuntes, tanto sobre el carácter de padre en ciernes, como el de Hijo de Matador. En cambio, éste último, de no imitar al padre, ni en afición ni en luces, mas sí en los fetiches… fervores hacia la imaginería en miniatura de alguna Patrona Mayor, de las que derrochan buena esperanza, acaso para generaciones más actuales, repujada sobre oros ostentosos que tanto relumbran entre su morenez, suele pintar maneras periféricas muy entroncadas a las de su progenitor, acaso un poco sofisticadas, amaneradas y modernas, aunque pronto llegarán rumores, si no los arrastra desde la infancia ¡de tal palo tal astilla! de sus excéntricas prácticas amatorias, ¡resumiendo!: que a más de una ya le han atizado en las nalgas o, tal vez, en los hocicos y no porque recuerde cómo su padre maltrataba a la madre… o no pueda cerrar bien las piernas al andar debido a sus traumas infantiles, sino porque manifiesta los mismos malos ardides y redaños que el Matador. Tengo entendido que los niñatos (Hijos de Matadores de Casta y Tronío) suelen montar a caballo y regentar nada más y nada menos que Gimnasios u otros oficios de idéntica envergadura y características… y muy proclives a pirrarse por llevar las chivarras descuidadas, que denoten, tal vez, que acaban de bajar o de una gran moto o de un brioso caballo de carreras. No obstante, debemos subrayar lo que antes se denominaba oveja negra y hoy trastorno de la personalidad mezclado con estupefacientes; ni, si lo extrapolamos a nuestra aldea, la mía: Zambra, abundar…. ¡y aquí es adónde quiero ir a parar tocante al juego que me traigo entre carácter o vicios propios de la educación: sean todos animados por España Cañí o, ya metidos en músicas, por cualquier otro pasodoble; incluso un tango!:
Una familia que proviene de chatarras y fangos arrabaleros, oxidados de la miseria, pero que llega por méritos propios (ambición demente donde la esencia en sí, desnuda… según entendidos: “suerte de faenas en el arte de la lidia,” se destila y se culmina en muerte) y un pelín de mano izquierda al alcanzar y refregarse con lo más granado de su época en suerte (en el caso de El Matador de Clase, dado su endiosamiento… ¡quién a diario se juega la vida!, el trato preferente con Aristocracia y Derecha más radical, sin despreciar ¡es su deber…con dos cojones! el trapicheo y rastreo nocturno tras la farándula en todas su variantes: desde lo más chic hasta la familiaridad con proxenetas y bohemia en general, a los que ya muy borrachos se les agarra del pescuezo para dedicarles unos fandangos bien sentíos), no muy diferente a cualquier época que se precie si sabemos de qué estamos hablando (ejemplos mil saturan esa franja muy típica española donde no podemos olvidad, por su parecida impronta, a los Señoriítos de Postín, de Tronío de nuestra Andalucía.
Creo recordar que cualquier aldeano de donde provengo, sin herrar uno, opinaban, ya antes de que esposa o nodriza les introdujese a los hijos mejor o peor el chupete, que todos los Niñatos iban a resultar Niñatos; entre los que destacarían unos sobre otros, según se pareciesen más al abuelo tal, o al tío abuelo tal cual. De hecho, sobra apuntar, obviamente, debido a mi inclinación a la supremacía del carácter más que a normas de educación recurrentes, que más de algún elemento de éstas familias que nos ocupan, podrían optar por destacarse como miembros más o menos respetables de la sociedad, absolutamente fuera hasta de gradas y albero: ¡la lenteja blanca! Este último referente de familias me trae a la memoria similitudes con la antigua Roma, pero no sólo a la obviedad cantada del juego con la muerte, mas referidos a su estirpe: las casta; aquí en nuestro país, tanto en el toreo como en determinados círculos de la sociedad elitista, aun se pavonean del pedigrí, de la solera de su estirpe. Si mal no recuerdo, y como refuerzo o abundando sobre lo que defiendo, en mi aldea resaltaba uno de entre todos los que moceaban en mi infancia: El Niño –que no conoció a su padre-, era propio, mitad por mitad, tanto a la madre: aguerrida beata, como al Soldado voluntario de La División Azul, presunto padre de El Niño: pues nunca supo éste de aquél, puesto que y nada más alcanzar la primera línea de fuego sin apenas quitarse el traje de la ceremonia nupcial para defender a Hitler contra Rusia, fue acribillado a tiros. Y he llegado hasta aquí, porque creo encontrar cierta similitud o armonía de carácter: traslación de genes a lo largo de la historia, entre familias tan variopintas y a la vez hermanas de nuestra geografía. Pero si aún les queda confusa mi caprichosa sospecha al respecto de tales similitudes en la ya mencionada franja de nuestra sociedad elitista, observen cómo, unos y otros, lloran a moco tendido tras La Imagen en procesión de la cofradía a la que apadrinan; preferentemente en Semana Santa más incluso que tras su Patrona. Los Misterios se entrelazan, se hermanan, se argamasan y se intrincan de manera tal que ni la quiromancia sería capaz de desentrañar.
Como apostilla a tanta disertación referente al carácter singular de ciertos estereotipos muy Españoles, no quiero concluir sin esbozar (mero divertimento) el de otros posibles miembros del cuadro al cual nos referimos; sigamos derrochando imaginación con el de Hijas de Matador: A pesar de una quebrada aunque monocorde y disciplinada voz, ocultan ser más tercas que una mula y con una fe y denuedo a prueba de bomba; también muy propicias a integrarse en cualquier ONG, siempre y cuando ésta resuelva sus finanzas celebrando estruendosas fiestas para recaudar fondos y que estos, generosamente, sean ofrendados por damas de fino pelaje y de manos selectamente enjoyadas... a la par que del codo sean exquisitamente conducidas por algún Gay en el candelero del liberalismo más feroz… (perdón, yo también mariconeo, pero con ardides, ambiciones y condiciones de otra índole y diametralmente opuesta al Glamur: última falacia) ¿Acaso no se las imaginan también con arrogantes aires de Madre Superiora como la princesa de Éboli… prestas a dejar los candelabros limpios como la patena aunque fuese a latigazos? A eso le llamo yo Esencia de Carácter..
Para el reconocimiento de Madre y Esposa, sólo hay que subrayar mínimas fruslerías de su estampa para describirla; peinado inamovible, inquebrantable, a lo cartón piedra, de Señorita Andaluza (antaño moño bajo, quizá inspirado en la figura del cuadro “El Pelo” del célebre pintor cordobés Don Julio Romero de Torres), traje de chaqueta con un sencillo, a la par que finísimo detalle en la solapa (en verano manojo de jazmines); ese indeleble gesto bien estudiado entre resignación, austeridad, fingida modestia… en contraste con aquél otro de sus primeros días de noviazgo, de ilusión callada, pero muy resuelta a defender, temerariamente: contra viento y marea, aquellos rumores (“robados” con estrellas tanto de la copla como del celuloide: ¡ustedes piensen lo que quieran!; pero, precisamente ahora, por honestidad no puedo soslayar ocultas y ambiguas inclinaciones, es por eso que les brindo, y no sólo para picardearos la imaginación, otro ejemplo perturbador: según biografía sobre Don Antonio el Bailarín, noche de locura y desenfreno degustada junto a Gina Lollobrigida y nuestro insigne torero franquista el Cordobés, el cuál con bagatelas de ebriedad despidió a la estrella del celuloide para saborear o mordisquear mejor al bailarín) que frecuentemente El Matador trae aparejados junto a sus triunfos en la arena. Pero lo que siempre perdura de manera inquebrantable es su fe ciega en El de Arriba, de ahí su leve inclinación hacia adelante y hacia un lado: transida cual La Dolorosa… incluso ya envalentonada ¡un día es un día! al palo de sevillanas.
Y que conste que soy más proclive, fervoroso incluso, hacia estas figuras goyescas, por su pinturero perfil: romanticismo español en carne viva; más que a las picassianas sobre Matadores y otras deplorables estampas (aunque pintase El Guernica) que por mi escaso conocimiento pictórico sólo representan plástica en estado puro, desprovisto de otras enjundias, pero sí de un virtuosismo pocas veces desplegado y muchas reconocido y hasta adorado por admiradores de distintos pelajes y entendederas. Y para no entrar en materias desconocidas me decantaré, sin red, hacia la especulación psicológica, quizá por mi rechazo enfermizo hacia lo meramente varonil; es tan feroz y aguda mi repugnancia que, de estar en mi mano, ya habría condenado a más de uno a cadena perpetua para que todas las noches, en su celda a oscuras, le dieran una buena tunda después de haberlo violado… lo menos una docena de culturistas negros (la raza responde a la leyenda del miembro), madrugada tras madrugada.
Si estas estrafalarias reflexiones alcanzasen la luz, por alguna casualidad extraña, debo pensar que, al menos los doctos críticos taurinos: de sobresaliente consideración y prestigio entre lo más selecto de la intelectualidad patria, cuando estén desgranando mi desahogo sobre el crimen organizado y fragante contra el Toro Bravío, asomen el cuellos afuera de la ventana del café Gijón, debido al respeto que deben a cualquiera que le escuchase embobado, y espurreen la risa afuera, no vaya a ser que salpiquen de portillas o vitolas de Puros Habanos a rostros de contertulianos del gremio… e incluso si anduviese despistado por allí a El Famosísimo Sánchez Dragó: ¡siempre al quite respecto a animaladas ganaderas! Para curarme en salud, trataré de calcar una frases que Robert Musil a cuento de la esgrima (subrayo su importancia por tratarse de reflexiones plasmadas ya en el año 1.899): …se señalaba como característica de la décadence de la esgrima francesa su sobre valoración esteticista del detalle, del bello instante aislado, a costa de la totalidad más brutal y eficaz de la lucha. Si actualizásemos y tradujésemos este leguaje al taurino patrio no sería lícito soslayar una adjetivación aun más estridente y barroca si cabe: pongamos de ejemplo las miles de exaltaciones en prosa y verso sobre Verónicas. Mis reflexiones datan de principios del año 2.006. “¡Ahí queda eso!” Este último subrayado es a modo de homenaje a Ferlosio cuando en uno de sus magníficos e indiscutibles artículos refiriéndose al carácter típico andaluz resalta, como ya el colmo de la gracia andaluza, la apostilla entre admiraciones que estos suelen propinar una vez resuelto el chiste o la brillante exposición o réplica expresa de sus maneras de hablar. Ahora, que me perdone D. Rafael, pero tengo que regañarle por no haberse fijado en un detalle, aunque mínimo, sí relevante de la arrogante gracia andaluza; no se debe esquilmar que anterior o posteriormente a la guinda de la propina, se entona un JEJE muy gutural, para redondear el requiebro, la muletilla, la incisiva chirigota… En el panorama internacional de la cinematografía podemos reconocer este gracejo en la figura más en alza que nuestra Andalucía haya cedido al celuloide hollywoodiense; éste, quizá por su idiosincrasia como artista, aún lo subraya más insistentemente.
TORMENTA DE AIRE
A Jamád, Amed y Chocolatito
Algunas estampas parecen vacías, desprovistas de alma; acaso vaguen por ellas sólo espectros del pasado. Existe la posibilidad de que sean confundidas con esas fotografías donde, difuminado, nos sorprendiese uno de tantos estrafalarios familiares que antaño abandonaron la vida misteriosamente, pero que, al no ser acogidos bajo ninguno de los Reinos, anduviesen como locos, ¡los pobrecillos!, errando eternamente; acaso vislumbrados de soslayo a la que se esconden tras un biombo, o atrapados en celuloide por periodistas esotéricos:
Debía disfrutarse un día festivo, pues apenas circulaban transeúntes por aquella calle desierta, cegada al fondo por una de esas típicas iglesias rurales del territorio patrio. El viento debía zumbar con furia, procurando que algunos cortinones bandeasen como pendones de barco a la deriva. Bajo aquel clima inhóspito se introdujeron, paseándose, dos adolescentes; muy juntas, se inclinaban para no ser arrastradas, repelladas contra los barrotes de la reja más próxima. Antes de abandonar la calle por el extremo contrario, volví la cara; las siluetas de las muchachas se había detenido entrelazándose, una con otra, por la cintura; imaginé que amenazaban con levantar el vuelo debido al furioso aleteo de sus faldas. Aquella imagen trajo a mi menoría días parecidos de mi niñez, cuando, ensimismado, afrontaba la soledad de un atardecer idéntico al que describo... Siento cierta semejanza al recordarlos, se componen de coloridos de la misma gama, de arquitecturas tan poco imaginativas que podrían ser suplantables, arrancadas e intercambiadas por cualquier otras de un pueblo vecino. No sorprendería descubrir a los dueños franqueando otros umbrales sin advertir diferencias; creyendo acudir a la casa familiar, a la Iglesia parroquial. Debemos sospechar que, acaso, notasen extrañeza cuando en la más absoluta soledad añorasen entablar conversación con alguno de sus ancestros; aunque, quizá, también estos pudiesen ser sustituibles… arrancados e intercambiados por cualquier otras almas-fantasmas de un pueblo vecino. No sorprendería descubrir a los dueños franqueando otros umbrales sin advertir diferencias; creyendo acudir a la casa familiar. Debemos sospechar que, acaso, notasen extrañeza cuando en la más absoluta soledad añorasen entablar conversación con alguno de sus ancestros; aunque, quizá, también estos, los ancestros, pudiesen ser sustituibles de igual manera.
SUEÑOS EN EL CUMPLEAÑOS DE MI PADRE
A mi Padre
Esto de Internet, también tiene su guasa; después de hora y media tratando de describirte mi pesadilla de la noche pasada, por arte del birlibirloque ha desaparecido sin dejar huella…Fíjate que hasta me gustaba cómo me iba quedando. Y tú dirás: ¡Eso se lo dirás a todos! Pues así es, pero a nadie convenzo ya. Espero que a ti te haya engañado.
Voy a intentarlo de nuevo:
Es harto difícil relatar un sueño, debido a la profusión de escenas inconexas que se agolpan una vez te has despertado: sensaciones, colores, formas…adquieren una dimensión fuera de todo alcance, de toda realidad racional. Sólo he podido verlas lo más ajustadas posible en la genial película “Sacrificio” del prematuramente desaparecido cineasta ruso TARKOSKY, en ella conseguía el autor demostrar que hasta un ateo puede clamar al cielo dentro del entramado de un sueño. Y también hasta donde puede alcanzar cotas inimaginables el dolor que experimentamos dentro de dicho entramado surrealista y en escenas palpablemente ilógicas… Aún así, trataré de describir esto que bulle entorno a un recuerdo que se revela desconcertantemente antiguo, pero que también aflora, por instantes, tan reciente que parece que aun no ha acabado de discurrir, que siquiera hiere aún. Dentro del mediastino pelean historias superpuestas, drapeadas; a veces hasta tan nítidas que pretendieran seguir su proceso en otra dimensión o ámbito inalcanzable, evanescente: como aceite denso filtrándose por intersticios que se abren y cierran caprichosamente según fijas la vista en ellos. Ahora se me aparecen docenas de personas que pululan sin concierto dentro de un edificio alto, estrecho y bañado por una luz incierta que recuerda a la de esos bares donde despachan bocadillos de calamares. Su fisonomía no corresponde a la de nadie conocido, sin embargo, no me son del todo extraños, salvo mi jefe (él, de una relevancia fotográfica aunque sólo en primerísimo plano de la pesadilla, ése que surge aun sangrante y latente de tu propio celebro abierto de un hachazo), que representa a un personaje de mi adolescencia que en su día quiso abusar de mí en mi primer trabajo de recadero, recién llegado de mi aldea: Zambra; apenas contaba quince años y, siendo un paleto y no disponiendo de los conocimientos necesarios para pedir el finiquito, sólo esperé la ocasión primera para huir de allí sin dejar rastro. Pues bien, este individuo lo presiento en mi sueño… (porque tampoco es que sea una figura palpable) situado ora aquí, ora allí, aunque siempre tras un ventanal roñoso y rodeado de trastos desbocados y viejos. Yo intentaba, sin conseguirlo, pedir ayuda a quién pasaba a mi vera: profiriendo gritos tan agudos que me dejaban sin aliento y dolorido, pero sin respuesta alguna. Aunque, según gritaba era consciente entonces que nadie iba a replicarme jamás; pasaban junto a mí sin advertir no ya mi presencia, ni la de ellos mismos; acaso se arrastraban como sonámbulos. Mi llanto, que por momentos alcanzaba cotas que no es apropiado describir ya que ni los coros griegos ni las musulmanas con su característico ritual de duelo llegarán nunca a superar, herraba junto a mi espectro de una planta a otra, de un rincón al contrario, del día a la noche, del frío al calor. Mientras tanto pude reconocer una cara redonda, de expresión huidiza y mezquina, que sí parecía oírme, pero que era a la vez la menos presta a tenerme en cuenta: si quiero ser fiel a la realidad, respondía a esos rostros que al menos yo los asocio a aquellos inertes que esperan en el Limbo ¡no se sabe qué! Sabiendo de fijo que estaba durmiendo, aun debió pasar un largo rato hasta que me desperté bañado en sudor y con una angustia comparable a cuando se cierra la tapa de la caja mortuoria de un ser querido. Ahora, relataré otro sueño producido en la misma noche, aunque tal vez no recuerdo bien si éste fue anterior al que acabo de terminar; al recordarlos se me trastoca el orden:
A las cuatro de la mañana temía que la lluvia, una cortina tupida, copiosa y densa había conseguido que la escena o panorama que discurría ante mí, según oteaba desde arriba de un camión enorme conducido a gran velocidad (recapacité al instante: ¡el conductor teme por la tromba de agua!), desapareciera disuelta, arrasada y arrastrada por la tempestad. Pero desperté… o acaso desperecé en cierta postura; sólo se trataba de una copiosa lluvia sobre el tejado de mi cabaña. Salí a mirar afuera; aun era noche cerrada, acaso por naciente reverberaban franjas ilusorias de grises azulados. El fragor del agua sobre los árboles fantasmas; pues el vaho les confería un halo misterioso que la abundante lluvia consentía matizar, ampliar o diseminar a modo de negruzco gravado; se podría fabular estar inmerso en un entorno que se presiente quieto, viciado, cayado, alerta, en vilo… presto a que ocurra algo que quiebre cierto encantamiento donde la atmósfera intranspirable pudiera ser rota, quebrada, contaminada, enfebrecida, enfurecida… renovada por alguna corriente helada que ejerciera fuerza, presión al perímetro para que el conjunto saltase hecho añicos… y como estrellas fugaces huyeran despavoridas. Mientras observaba, no era del todo consiente que aun venía contaminado de reductos de sueños anteriores; aunque las imágenes se resolvían de manera diferente, el tiempo se trababa parecido, denso, apelmazado, exasperante y agotador. Entonces escuché tras de mí la voz en susurro de mi madre: ¡Fíjate, tu padre sigue ahí cazando alúas; para qué, si hasta los pájaros han desaparecido; es como una adicción, algo que por ventura lo tiene preso, ensimismado; no sabe la suerte que le ampara, seguramente es el único que no percibe el transcurso del tiempo; quién pasará a la otra orilla sin percatarse de nada, inmaculado… y éste pudiera ser ya el último umbral: bien aventurado sea! Entonces recapacité sobre la advertencia o así lo considero mientras lo recuerdo: se referirá con ello a que nuestra aldea se desintegra, se desgrana ante nuestros ojos y, mientras todos huimos pavoridos, aterrados, él espera inmerso en el suspiro de vida que le aguarda, tal que si el tiempo anduviese perezoso y él no percibiera su devenir. Aquella observación sin ser mentada siquiera hizo que el conductor lo advirtiera al punto y sin previo aviso retrocediera de nuevo al lugar de partida, dándome otra oportunidad para que viese a mi padre. Aunque continuaba lloviendo sobre el capó del camión, sin embargo, justo donde alcanzaba la vista, a unos doce pasos aproximadamente, el tiempo transcurría inmerso en una de esas aterradoras tormentas del desierto. Mas, misteriosamente, se podía observar con tal nitidez que de no saberme preso del pánico en una huida hacia ninguna parte hubiese sospechado disponer de unos magníficos prismáticos; se suplantaban o drapeaban planos de aquí y de allá. Atrás se alineaba hacia el infinito una especie de muralla o bardilla construida con adobe terracota; del caballete y a todo lo largo se desprendían fogonazos de arena iluminados por el fulgor de una luz que sólo podíamos suponer proyectada dentro de los propios remolinos que ya desprendidos de la propia valla ascendían cual farolillos de feria, pues el sol campaba por su ausencia; esto ascendían ante una oscuridad absoluta. Repentinamente, ante nosotros, se cortaba dicha muralla, se detenía de improviso dando paso a una extensión desértica, compuesta de escuetos terraplenes, como pequeñas dunas argamasadas, donde en unas no y en otras siquiera, se apreciaban ya sólo esqueletos de casas como de arena que a marchas agigantadas concluían desmoronándose. De sal sucia o de pedernal blando, pues surgían destellos de su composición, se alzaba una pequeña ermita milagrosamente sin apenas ser carcomida, acaso por escollos de la propia ruindad del transcurrir de los siglos. Justo enfrente se caló el motor del camión; y precisamente entonces fue cuando comenzó a derruirse el edificio; desde la copa a la base, gradualmente y como por erosión espontánea fue desplomándose, desprendiéndose grano a grano como castillo de arena. Y allí justo donde llegaban las olas de arena, se hallaba mi padre, ajeno al entorno, pero muy aferrado junto a un cono de tierra enorme de donde afluían hileras de alúas prestas a huir, pero que la suma destreza de sus manos, la de mi padre, conseguían que ninguna alzase el vuelo, que todas quedasen atrapadas en un tarro de cristal. Una vez despierto totalmente he descubierto que el único ruido que trascendía del sueño era el murmullo o zumbido atronador de los insectos atrapados en dicho tarro; algo exasperante.
Ahora veo necesario explicar que en mi niñez iba obligado por mi padre y de reata con él a cazar alúas; sencillamente consistía en acudir a los hormigueros y de entre las que afluyen los día que barruntan tormenta, escoger las haladas como señuelos para las trampas de cazar zorzales. Sin embargo, aunque fuese obligado de su mano prieta hasta fuera de la aldea, hoy lo más preciso y curioso que recuerdo de aquellos momentos quizás fuese la agradable temperatura y cómo mi padre junto a mí apenas respiraba.
Alúa, no es un saludo hawaiano ni un pájaro exótico, responde a la familia de los insectos, en particular a las hormigas; de entre ellas, aquéllas que sufren cierta metamorfosis o por uno de esos caprichos de la sabia naturaleza son dotadas de alas transparentes y espejeadas, cual libélulas pequeñitas. Justo en esta época, ahora en otoño y más en días cuando se sospechan lluvias, afloran en avalancha de boca de volcanes diminutos que ellas mismas, en un abrir y cerrar de ojos, fueren construido… o acaso sus obrera. Tales insectos se cazan para ajustarlos después de señuelo a unas trampas de alambre: artilugio con forma de soplillo o paleta de pimpón y que desplegado se transforma en un sencillo aro de acuarta de diámetro, el cual se oculta bajo la tierra con el fin de que aflore sólo el coleóptero; anteriormente prendido delicadamente por su cintura de avispa para así, vivito y aleteando, resulte aún más atractivo... pero sin eludir que tal vez sus alas de lustres iridiscentes, luz, fulgor, enjoyen el reclamo para que así los zorzales, pobres recién llegados, tocados por un arrebato, atracción fatal, o del genuino duende español se lancen a devorar. Estos sabrosos pajarillos, pueblan cada año la parte cálida de Europa, sobretodo lugares donde el olivo es su árbol autóctono; se chismorrea que son atraídos por la aceituna, propensos o adictos a su jugo. Consiguientemente, no es de extrañar que, recién venidos, emigrantes, paletos, confusos, despistados y quizá sin recordar bien las costumbre fulleras de estos hábiles y astutos tramperos y, por tanto, que tontamente o vencidos por el mono de su adicción a tan exquisito bocado, caigan atrapados sin apenas sacudirse el polvo del viaje. Tal vez sólo estén aferrados a la alúa un instante, hasta conseguir que la trampa salte y de un suspiro queden estos guillotinados; si tienen fortuna, ambos muren al instante: el zorzal y la alúa, pero si sólo fueron atrapados de las patas, fallecen lentamente... agotados por su aleteo desesperado, agonizante; incluso en determinadas ocasiones se zafan de la trampa dejando atrás sus patitas sangrantes, o jirones de su pequeña anatomía. No obstante, si como advirtiera anteriormente no espiran al instante, podemos pillar in fraganti a los mismos tramperos cómo posan sus choclos sobre sus cabecitas y, tal que a colillas de cigarro, cómo los intentan apagar.
MI HUIDA A LOS MONTES DE TOLEDO
En memoria de Roberto Cobos: protagonista de Los
Olvidados
Dejando atrás lo económico; pagaba un porrón de cuartos tocante al alquiler de la exigua vivienda donde me instalé después de mi separación, más todos los gastos subyacentes, intrínsecos y acaso imprescindibles en el devenir diario incluso de un jilguero, apostando o sumando al Debe renta de los hijos y otros varios que cualquiera puede imaginar… No podía despreciar, analizar, calibrar, rebinar… aunque nadie lo entienda ni tampoco por algo tan íntimo tuviese que dar tres cuartos al pregonero, el dilema que supuso cuando mi nueva pareja también cayó enfermo… y, producto de ello, su obsesión de querer arrejuntarse conmigo... para remedar el Santo Sacramento del Matrimonio con ridículas imitaciones abundando en las aún más estúpidas referencias tradicionalmente asumidas según el poder y la Santa Madre Iglesia como corderos de Dios… de ésas que aunque repudió, saboteó y maldijo la derecha y la iglesia y al parecer (siempre según la estadística y la casualidad) sin mayor reflexión ni sentido común acudieron y acuden desde entonces, aunque parezca algo irracional, sin cesar los mismos a solicitar fervorosa o hipócritamente ser aprisa incluidos en estas representaciones o ceremonias tan modernas y sectarias… y tal vez quiénes antes de su legalidad acudían en avalancha, entre risas, pancartas, rezos, himnos… devotamente junto a los Obispos y dirigentes de entre los más fascistas de nuestra sociedad a apoyar yseguir apoyando todo cuanto a este ganado gregario esté dispuesto hipócritamente tanto a defender como a reaccionar: sirva de muestra la ceremonia de los dos concejales gay del partido conservador gallego; quizá por eso… ¡a saber! siga prefiriendo a porfía, devota y ardientemente estar proscrito antes que pertenecer a nada donde se entremezclen individuos de dudosa reputación, condición, y dignidad; los de condición opuesta a la tradición huera y a lo establecido jamás deberían incluirse (salvo aquellos adictos patológicos a los sacramentos; aunque trátense de falsos rituales de chirigota en pos de diosecillos aun de corte más ridículo si cabe) bajo palios de ceremonias más bien execrables donde favorecer, a vista de pájaro, el ser contados, clasificados, ordenados y siempre dispuestos, bajo arrogantes ardides, a lo que el Orden, Iglesia, Justicia y Fiscalías se les pueda ocurrir por algún volunto patológico que súbitamente los pudiese infectar o contagiar; no obstante, jamás se debería malinterpretar una lucha pacífica, sin señuelos militaristas, civilizada, progresista, inteligente, terca e incesante por cualquier desigualdad que genere o pueda generar esta Santa y Piadosa Sociedad. También llevaba más de tres años que apenas salía de una casa… (entonces se había trocado su magia en mi infierno) soportando, sin hallar repuesta, día tras día, bajo la obsesiva y casi enfermiza dedicación de un amigo (a más de uno lo echaba yo tras ese galgo) que, por momentos, entre brotes propios de ciertas patologías, mis dosis de Litio, mis grandes dosis de antidepresivos, somníferos y algún que otro canuto… y ya a punto de una absoluta enajenación, sufría, soportaba, me resignaba… tal que si por sorpresa, magia, buena ventura o tras un periodo de amnesia total y absoluta, me encontrase dentro de un Centro de Salud o Geriátrico cerrado a cal y canto bajos normas algo ortodoxas. Es de agradecer las ofrendas desinteresadas de amigos, pero con cierta prescripción profesional y adecuado límite y fervor; otros muchos no soportaron tan generosa y exclusiva dedicación, como fue el caso fragante de cierto amigo común de ambos. Estas extravagancias parecen absurdas, delirantes, de teleserie experimental; no obstante, no saben cuántos las sufren, sin dar parte en comisaría, ni nada parecido. Tampoco había superado por qué si a duras penas soporté trabajando desde los catorce años aportando dinero y libertad para sufragar gastos derivados de una paupérrima situación familiar de entonces, hasta que hube huido sin volver la cara y a hurtadillas a compartir un sótano con Carmen, me sentía abandonado y sólo en mitad de la calle; sé que en estos casos la irracionalidad se apodera de la razón y todo se torna turbio, incierto, entre tinieblas… Y es de ahí de donde pueden surgir aciertos o errores garrafales o irreversibles; sin embargo, no queda más alternativa que soportar o disfrutar la gracia de la casualidad que nos toque a cada cual: yo opté por huir hacia Toledo.
Sin embargo, siempre pueden existir o surgir otras buenas o malas intenciones al respecto; aun coligiendo cuanto he derrochado en intenciones sobre qué pudo impulsarme a huir hacia lo incierto, siquiera contaríamos con suficiente material para acometer la tesis que nos aportase orgullo y satisfacción respecto a un tema tan recurrente como el que ciertas personas, en un momento de su vida, han realizado marchándose bajo el estupor de cuantas se quedaban o quedan argumentando, en tono de cuchicheo y por propia y desinteresada iniciativa y cuenta, otras tantas teorías opuestas radicalmente o, en ciertos aspectos, parecidas, idénticas… dado que entre miembros de una sociedad (o grupo) tan restringida como a la que pertenecía y acaso pertenezco no cabe, si no es mera especulación, más material... ¡podría estallarle a cualquiera la cabeza! Mas no seré yo ni menos capaz ni menos egocéntrico ni meno terco que cualquiera… incluso temerario ¡ya puestos!; así que rastrearé en mi cerebro a la búsqueda desesperada de cualquier otro apunte o prueba irrefutable que nos pueda servir como ampliación de “Mi huida a los montes de Toledo” Si no perdemos tampoco de vista ese rasgo de personalidad mío muy semejante o propio al de Antoñita la Fantástica, también hallaremos algunas esquirlas que completen nuestro cometido o estudio o tesis con brillantez y rigor científico. Y aquí me viene a la memoria los místicos y sus excentricidades; aquellos que en momentos de mayor crisis de FE se sintieron o sienten obligados a huir hacia la nada ansiando como al parecer es propio en los espíritus puros… en busca de arena del desierto como ya hiciera La Dietrich junto a una cabra en la extravagante película Moroco… a meditar o, si su delirio no se apaciguaba, tanto el de ellas como el de los místicos, pues, a reinventar ideas, crear Órdenes Nuevas, Religiones aún más auténticas y astutas que aquellas que habían profesado anteriormente en éxtasis o delirio… a agrupar peregrinos que, hechos manojos, en su aislamiento más excéntrico y radical pudiesen salvar al mundo de inminentes plagas y catástrofes: ya fuese con hábitos de arpillera, albarcas nuevas, capuchas que acaso les proporcionasen sólo visión suficiente para vigilar sus dedos gordos del pie, sangrantes, doloridos y mugrientos… o, en el de La Dietrich, un bonito vestido de mucho lujo que resaltase espectacularmente tanto con la arena como con su piernas de vértigo. Y algo muy importante que se me escapaba: imprescindible hablar de tú a tú con los pajarillos… en el caso de la actriz, con la cabra; a mi me ha proporcionando muy buen resultado, ya tengo algunas minúsculas criaturas de Dios que me cantan o gorjean a una distancia rayana con lo milagroso. Como no sería difícil de adivinar, a veces me siento arrastrado, sometido por la inercia de la redacción o tras cualquier pluma entintada o siquiera enhollinada; como un poseso me prostituyo tras la luz que surge en mi imaginación… ¿Hacia dónde? Tal vez huyendo de la locura, de la soledad, de las muchedumbre, de la falta de amor o comprensión… Siendo respetuoso, agradecido y consciente de que en los tres años que llevo aquí no puedo despreciar momentos cuajados de sensaciones que alcanzan el éxtasis o el orgasmo espiritual; estampas propias de aquellas pinturas orientales o meramente dibujos precisos de los sueños.
Y abundando o contradiciendo ¡ni sé ya qué me digo! cuanto he tratado en silencio o mandándolo a remitentes acaso desconocidos, inventados… o presentes en la restauradora memoria sobre viejos amigos, amores… sobre aquello que he desbrozado o clasificado relativo al pensamiento y maneras de cómo conformo mi espíritu, aun debo ampliar o festonear propuestas… tal vez abundando en pulidos sobre mi carácter: Me consideran las malas lenguas como excelente actor en la disciplina artística del día a día, pero, sin desmerecer a los críticos, sospecho quizá una exaltada opinión propia de desnortados entusiasmos y algún que otro fan o hincha o aficionado incondicional. Considero que a todo el mundo (asumo aquí el relevo de la antorcha) le es más cómodo virar hacia lo explícitamente evidente abundando sobre manierismos clave y reconocibles para despertar sobre el público hilaridad, clamor y reconocimiento; mas no hay que despreciar si nos aplicamos en descubrir la fácil propensión o trampa hacia el regusto y cobijo producto de los atronadores aplausos de falaces recompensas y, recíprocamente, otro tanto en quiénes al otro lado de la linde o del espejo admiran gozando entre delirios de tales espectáculos; mil carreras fueron abortadas, truncadas, o sencillamente han ídose al traste por incurrir en tan sospechosas recompensas… y muchas vidas, siquiera aún más, por incurrir en los mismos defectos o despropósitos. Pero la adicción es considerada, como proclaman y propagan los profesionales del ramo, una terrible y enajenante enfermedad de la mente; no es de extrañar entonces que desde las primeras actuaciones, ya en el Génesis, continuemos repitiendo o remedando los mismos fallos tocante a la interpretación en la vida o su representación. Además, no resultando tan buenos actores como cabría esperar, pues la mayoría optamos, salvo excepciones, por emulas mejor a Sir Laurens Oliver que a uno de esos templados y magníficos actores de reparto… habría que deducir o decantarnos o admitid que responden a ciertos reflejos imposibles de domar o solventar. Aunque para mi hubiese sido más cómodo disponer de una nueva vida fuera de aquella siniestra casa, pero en Madrid, y no padecer (quizá infundado, pero respondo así) el terror que me producía la posibilidad de carecer de medios y ánimo suficientes para afrontar todo aquello; pero siempre he actuado temerariamente ante el precipicio y me he lanzado al vacío sin red. Mas, tampoco puedo echar toda la culpa a los demás; sé que sólo mía es la responsabilidad y los gastos de la aventura. Esto que parece tan descabellado, responde también… ¡y volvemos a lo mismo!: a mi carácter, idiosincrasia, maneras de sentir y vivir: que sin responder absoluta y científicamente (comentan que sería imposible) al maníaco depresivo, sí, en cambio, reviste maneras y tintes de ciclotímico atípico: unas veces te comes el mundo en un tramo de tarde y al minuto siguiente sufres siniestramente visionas ir barrenando, a piñón fijo, sobre el núcleo del agujero negro, duro... percibes sin receso esa recurrente y perversa obsesión de preferir desaparecer del mapa.
ODA AL ARTE EN GENERAL
A Enrique Andrés y Ángel Díaz
Desprecio escribir; destaco más por mi incorregible pereza. Sin embargo, mi cabeza no cesa de provocar intrincadas imágenes que, ni a balazos, puedo arrinconar en el olvido, para que alineadas y asustadas se mantengan en el más estricto y sagrado anonimato. Tanto derroche de calificativos para describir lo que con uno sólo podría bastar, me inquieta, me confunde; envidio a aquéllos que redactan tan primorosamente, sin atropellos, proyectando lo que aprendieron de sus queridos profesores, dándole forma y precisión a cuanto pretenden trasmitirnos. Y más, cuando toda su producción se revisa sin apenas echar mano al intelecto; discurren por nuestra retentiva, disciplinadamente y en línea rectas, bien formadas las escuadras de acontecimientos silenciosos, para que cualquier versado en literatura, o en cualquier disciplina del ramo, las pueda reconocer a vista de pájaro. ¡Qué bien sienta después, qué regocijo cuando acudes a un amigo y sin apenas esfuerzo puedes recrear fidedignamente todo cuanto, embebido, leíste de aquel autor de escritura limpia y magistral! Además, tengo entendido que, al contrario que a mí, a ellos el escribir les reporta tal grado de satisfacción y gozo que apenas pueden cesar en el empeño, a no ser ¡válgame Dios! sustituyendo tales accesos de sensibilidad por aquellos otros ¡no menos apreciables! de la lectura (¡a la que, por cierto, cada vez detesto más!) o, ya en el colmo de la exquisitez, hacia esas otras conductas artísticas, acaso más selectas ¡si se pudiese!, que, a modo de aperitivo o relax, buscan y rebuscan exhaustivamente: en auditorios, en museos, en cines, en teatros…¡cuantas más mejor!, para que el néctar que extraen, o que ellos mismos ordeñan, penetre por aquellas oquedades aun no del todo atoradas.
Debo confesar con la mayor celeridad posible que algo que despunta en mi carácter responde a lo que muchos científicos del psicoanálisis determinan cómo algo propio de la psicología del ser humano e incluso detectar su germen en algún trauma infantil; en cuanto mis propias percepciones entran más en el terreno de lo patológico, que considero más próximas a las debilidades físicas o acaso discusión aún sobre si se considera o no más propensa a lo meramente genético… dentro de esa cadena recién descubierta donde como en una taja se viene marcando cada singularidad que tanto la memoria mimética, como lo propiamente físico heredado o compilado, sumado… desde cuando tus ancestros aun no respondían a la razón sino a un lenguaje quizás de chillidos y gestos algo exagerados: la pereza. Esto servirá para que puedas deducir mejor ciertos matices de mi personalidad que nada tienen que ver con lo caprichoso; quizá producto solamente de afecciones, no sabría explicar bien si propiamente infecciosas o como se suele achacar cuando no distinguimos bien su diagnóstico, o lo desconocemos: ¡si no me equivoco, debe ser hereditario!. Así que dicho lo cual, atente sin recelo ni acritud a lo que muchas veces podría responder a un coñazo de tío, como: ¡mira qué majo!. Esto responde a que ahora quizá esté en el periodo de:¡a este tío no lo entiende ni Dios! Te explico: Debido al otoño, una estación donde la naturaleza adquiere una relevancia fuera de todo pronóstico; más o menos intensa la inmigración de cualquier tipo, el paisaje, la temperatura tan variable que hasta el día de hoy y según y cómo científicamente nos advierte el satélite de turno, llevamos padecidos más de 10 veranillos de San Miguel, sin exagerar; o entrando en discusiones propiamente relativas a lo meramente animal, mi impronta este año no responde bien a la simplicidad del otoño anterior, acaso se ha tornado rojo fuego, producto de lo cual estoy que no me entiendo ni yo mismo. Concluyendo, que no debes tener en cuenta mi capricho infundado en lo psicológico, o inclinarte mejoro hacia el perdón eclesiástico mucho más acorde con la excentricidad en estado puro que a conclusiones que te meterían en un callejón sin salida.
SUMERGIRSE
A Carlos Díez Cuadrado
¡Sumergirse en el sueño…! Al menos se podría identificar con el recuerdo de aquellas vivencias infantiles cuando, dentro de la poza templada de un río (quién lo haya experimentado), retozas deleitándote entre cruces de corrientes a temperaturas distintas que, como culebrillas electrizadas, acarician tu cuerpo de maneras lascivas e intermitente. Conformado en cabeza de periscopios, y según te regocijas, vas observando en derredor cada brizna, junco, flor… y ¡con intensos escalofríos!, cómo se van posando sobre la película que, sutilmente, cubre las aguas turbias y quietas, especies variopintas de insectos sofisticados y amenazantes. La incertidumbre que se apodera de ti, por momentos discurre al margen (a duermevela), entre consciente y aletargado… y una sensualidad acuciante que a intervalos te embiste o lame o te ciñe estrechamente… hasta con intensos abrazos propios de una seducción descontrolada: en el contexto de enajenación, de shock… producto de una violenta crisis de ardor. En tamañas circunstancias… o por mera supervivencias, no queda otra opción que sumergirse: ¡apagar los ojos y deslízate hacia el abismo! No obstante, si contienes la respiración mientras frenas el atropello de tantos miles de terrores como te asaetan, puedes aflorar con cautela; de nuevo virgen, inmaculado, vehemente, temerario… a afrontar un despertar sorprendente y limpio. Entre el entramado de pestañas húmedas se aprecian destellos, explosiones de color, matices y formas insospechadas, dorados que renacen más pulidos, azules que daña mirarlos; el conjunto denota pulcritud, pureza, acaso, manchado de escamas luminiscentes que brotan y mueren sin cesar.
LA NIEVE
A Joan y Anna
Sería fácil adularos con el mezquino propósito de recibir, a cambio, alabanzas; tampoco pondría el grito en el cielo si yo mismo me sorprendiera, en plena enajenación, haciendo lo propio; no quiero ser tan hipócrita alardeando que nunca necesito encumbramiento de parte del entorno, ni tampoco que de algún modo postule a veces como las Chicas de la Cruz Roja, disfrazado con pieles, joyas y cierta sonrisa, propia de esos cadáveres embalsamados y groseramente maquillados: manojos de espectros entre fragores y brumas que de ellos mismos emanan, brotan para lucir mejor y más elegantemente el sutil destello nacarado de sus labios engastados sobre pieles muertas; de sobra es sabido el egocentrismo de todo aquel que se proclama artista… y también (aunque algo más disfrazado) que hasta los mediocres vienen con un látigo anejo para, siempre que juzgan ser artífices de las más mínima obras, flagelarse ritualmente en público y en soledad… ¡Quizá en ello radique parte del esperpéntico espectáculo! Pero, de algún modo secreto siempre agradezco cuando amigos y anónimos introducen en la ranura hambrienta de la hucha una moneda de gratitud y, rapazmente, disfruto de su sonido al chocar… como ecos a cencerro de cordero loco.
Sí amigos, también los anacoretas le hacemos trampas a Dios cazando al vuelo algún insecto para suplir el ayuno. Y en algún sitio recóndito de nuestra mezquindad los coleccionamos y como avaros de leyenda también los recontamos cada noche en soledad.
Sólo pretendo con estos escritos: ESTAMPAS, ejercitar la hipótaxis; y, acoso, orquestarla con historias simpáticas: retazos variopintos de ventoleras, sueños, recuerdos, deseos, impresiones… No me agradaría recibir algún día, envalentonados por ataques de academicismo, feroces críticas cargadas de razón, aleccionamientos sustentados con teorías peregrinas; atrapado como dato recabado para la estadística anónima de cualquier alumno aventajadillo, abundando en ejemplos de alguna teoría para su tesis Cum Lauden, y ser más tarde protagonista en simposios de cualquier calaña. No sería tampoco descabellado que alguien, infectado de generosidad especializada, le cundiese la prisa de atajar mi característica idiosincrasia, creyéndola encantada de traumas irreversibles de esos que se enquistan en la infancia. Para que nunca ocurra, osaré ofreceros un ejemplo práctico (¡mil disculpas anticipadas!); confío, arrodillado, que todos quedaréis satisfechos.
La tierra ha amanecido saturada de blanco; los árboles soportan, desacostumbrados, el peso de la nieve; y los cedros recuerdan a esos esquimales que nos muestran los reportajes: inmóviles, solitarios, cansados… atónitos al ser sorprendidos.
Aquí descubro el enigma: el párrafo responde sólo a una imagen; no pretendo con ella descargar ningún trauma infantil. De no haberos alertado, temería que alguien, en su inconsciente Freudiano, ya estuviese dando rienda suelta a sus fantasías:
¡La nieve representa a las sábana de hilo…!: “¡He manchado tus sábanas blancas; recordándote!” La pena es no disponer del conocimiento del pentagrama para ilustrar el estribillo con su música.
PRIMAVERA
A Begoña
¡Qué exuberancia de color, luces, brillos, filigranas, aromas…! El ambiente, tan saturado, denso, exhortante por las múltiples tonalidades de pólenes que cada variedad de florcilla dispersaban cuando la brisas la azota, la zalea… o acaso al ser molestada por el aguijón de uno de los zánganos de los cientos de enjambres que bullen furiosos, como abanderizadas comparsas festivas, contagiados de cierta ebriedad y ritmos atolondrados por el torviscal de acordes que nadie supo explicar cuál sintió el primer impulso o para qué… sin otra orientación que alcanzar la enajenación absoluta; o quizá se formasen y reinasen alegremente, dañando impunemente al éter. En el recuerdo quedan los grises, ocres, calderos… husmos, fruto de la putrefacción de montones dispersos de frutas despreciadas, secas, negrecidas, retorcidas, pero armoniosos junto a cientos de galgos (pianos en su jerga) que cuelgan de los árboles, ya amojamados, disecados… dispuestos para el arte: escultura o pintura contemporánea ¡según criterios!; desinteresadamente donados por aquellos que, con anterioridad, a sangre fría, y para no sufrir el desgarro del abandono, asesinaron… o acaso tuviesen sólo opción del sacrificio: rituales de logias del cazador; aunque, al final de la jornada, cuando agoniza la tarde, aprovechando tempos de armonía para que amalgamen sollozos, gemidos, aullidos… con aquellos otros lejanos de depredadores nocturnos: sus parientes, y mientras los apesadumbrados cazadores se alejan, sin dejar de virar la cara, pueden contemplar mejor sus escuálidas siluetas a contraluz: pianos… acaso, simulando lágrimas entre camaradas, relato tras relato, de aquellas hazañas más destacables de su entrañable y corta existencia de su alma perruna. No sé por qué incesantemente me atormentan maneras, estampas de cómo el cazador fuere del gremio que fuere siempre se defiende con una forma exclusiva de profesional de élite, que pudiese competir o epatar con cualquier número uno allende hasta Las Antípodas; patrocinaría… o tal vez me avergonzaría entre una muy singular, de estética rayana con lo sublimen, pero de cierta ética propensa a la vergüenza; y en tanto maridaje entre ética y estética sirvan aquí para representar polos opuestos ante la moral: de imaginarse la exultante belleza que puede dibujar el colorido de cualquier pájaro en su rolar caprichoso y armónico tiñendo el cerúleo cielo de un amanecer centelleante (de los que preferentemente suelen degustar los habilidosos profesionales de la escopeta y el deporte sangriento) con estelas instantáneas producto de su propio aleteo… o, si dibujásemos el preciso momento, sin perder lo esbozado anteriormente, aun conseguiríamos la esencia de la belleza en todo su esplendor: cuando la pólvora hace mella en el plumaje, todo se detiene, hasta el aire… al ser los presentes arrobados bajo la conjunción tanto de música como de colorido: éste se expande, el angustioso gorjeo descolla un momento antes de fundirse con la explosión del disparo, con el estallido de sangre, con el zarpazo de la pieza al desplomarse sobre la tierra seca…
JUGANDO CON LA ÉTICA
En recuerdo a Don Luís, mi primer maestro. Y a su hijo, también llamado Luis.
No considero que la ÉTICA sea, exactamente, idéntica, sustituta o intercambiable con la ESTÉTICA, y viceversa; más bien consecuente o armónica respecto una de otra. ¡Esclarezcámoslo!: Inseminado por el destello de un recuerdo sobre el final de la conferencia que impartió Wittgenstein en Cambridge, donde más o menos se alcanza contemplando ensimismado algo que nos reporta cierto parecido al perfecto estado de placer o éxtasis rayano con lo absoluto… ¡más o menos!, aunque considero o aventuro que con cierto matiz o diferencia en esencia, o quizá incomprensión por mi parte, pero en todo caso así lo sufro; así de esta manera y en este preciso momento, admirando cómo cae mansamente la lluvia sobre los árboles (parejas de Melisa y Pruno) que franquean mi cabaña. ¿No debería resultar perfecto; lindado con La Gloria Mariana? Me temo que no; no consigo eludir la locura, las patologías diversas, sencillamente, el que cada individuo respecto al carácter y consecuentemente a su arbitrariedad nunca consiga ese estado absolutamente perfecto de espíritu y entonces declamado por Wittgenstein. Y así es como honradamente debo expresarme antes de contaminarme de cualquier otro matiz que no se corresponda con aquellos otros que describiera el filósofo; lo que de reconsiderarlo me temo correspondan mejor y acertadamente dentro del ámbito de la espiritualidad en estado de Gloria. Porque si centro mi atención por un instante, tal vez en la lluvia (o miríadas de aromas, destellos, arrebatos exógenos y endógenos) siquiera consigo que aún más resulten diseminados los pronósticos del filósofo; meros pentimentos o garabatos difusos. Pues, retomemos el asunto. De la misma manera que dicho filósofo considera en la nombrada propuesta que cualquier estado ideal y absoluto del arma, de hallarnos sobrecogidos (el corazón en un puño) dentro de un estado cercano al éxtasis, a la fe, mas sencillamente ante lo que podría traducirse por el súmmum, perfectamente estético hacia donde miramos encandilados, ensimismados, ausentes… y dando a entender o resolviendo que aquello lo resumía o traducía él como ÉTICA (una estética del alma), considero oportuno traerlo a colación por mi estado de embeleco a la par que confuso en el cual me hallo… consecuentemente por quién me ha llevado hacia este discurso o de quién ha venido hasta aquí para, como ya dije, inseminarme con idénticas ideas en apariencia, pero diferentes según las paralizas y enmarcas frente a ti (a modo de pizarra) dado que una vez comenzado el ejercicio de la verificación advertimos que más que absolutas coincidencias resultan otras tantas fullerías y sólo, de referirnos a aquello que recuerdo y lo que acabo de experimentar y que en principio tanto se asemejaba (de ahí la traslación) a lo expuesto por el filósofo al que no dejamos de referirnos, pero que de multiplicarle aristas al prisma con que se argumente, imaginamos un sin fin de matices que como cualquier cuestión bajo diferente prisma nos lleva de reata al simple juego de la sofística. Resuelvo al fin (si no quiero caer en la enajenación) que tanto como es imposible atrapar el absoluto podríamos determinar que su representación podría responder de igual forma a la ÉTICA, y dado que de considerarlo como inalcanzable o dentro de una abstracción, nunca respondería a una ESTÉTICA (armonía de los sentidos), algo más referencial en sí misma. No obstante, sí deberíamos no alejarnos jamás de la senda que nos conduce hacia esa abstracción o a cualquiera que se precie para acaso no desviarnos de la honradez: estado más prosaico que la ÉTICA. En el ejercicio de la búsqueda es acaso donde nos amparen todas estas primorosas propuesta sofísticas. Y nunca en el marco de lo que parece más bien un teorema. Sin embargo, sí considero cierta semejanza dentro del absoluto, o incondicionalmente; aunque… dónde cristaliza tamaña abstracción. De desmenuzar el embrollo, sólo lo percibo tangible en un estado, más que de éxtasis o de fe, en el cataléptico… muy próximo o lindante al coma clínico, ese que relatan quiénes consideran que por unos instantes anduvieron fuera de la vida, en la senda entre desorden, vida y oscuridad. Es más, debo confesar que quizá no esté dentro de mi capacidad intelectual ese soplo divino, debido a que jamás he alcanzado algo que no fuese un laberinto de ideas, de sensaciones, de preguntas, de incógnitas; quizá esto explique los matices discordantes que hallo al considerar fidedigna e irrefutablemente semejanza absoluta entre ÉTICA y ESTÉTICA. Aunque redunde y me encapriche sobre que deberíamos abundar en el empeño, empecinarnos… porque el ejercicio sofístico, al menos para mí, reporta pequeños estados anímicos semejantes al éxtasis fingido, al orgasmo…, más que de enredarnos en complejas formulas científicas eludiendo que en principio partimos de mentiras (inexactitudes) tales como los número primos o la caprichosa , quizá sabiendo de antemano que nunca resolveremos el perímetro exacto de una circunferencia cualquiera. Coligiendo, que quizá debido a la psicología particular de cada cual, respondamos hacia uno u otro; acaso siempre resulten diferencia mínimas y nimias; o tal vez sea cuestión del tamaño de la manga de la moralidad: para unos estrecha y para otro demasiado holgada. Mas, debo confesar que siempre que me zambullo en disciplinas de especulación dentro o lindando entre razón, magia, humanidades, ciencia, ficción… no puedo despojarme de la tarantela que continuamente rampa dentro de mis aspiraciones o sueños sobre los misterios que aun guardan los imbricados sistema cerebrales, incluso aquellos donde se fija la espiritualidad… mientras no conozcamos al dedillo todas las funciones nerviosas… o esas llamadas disfunciones no específicas pasadas por alto al no hallar patologías clínicas que las expliquen ni sofisticados aparatos que las traduzcan; aunque por otro lado, de qué nos serviría tamaña información si acaso las ya palpables (o casi) son vapuleadas, manipuladas, pisoteadas… amparándonos en interpretaciones de libre albedrío o bajo inclinación hacia ideas religiosas o políticas… decantándonos hacia las más propicias y beneficiosas para el equilibrio de la balanza en pos del interés que más convenga; pongamos de ejemplo: si un fiscal, abogado, juez o cualquiera de quienes interpretan leyes, considera, ante una disertación médica (de por sí incompleta por su complejidad manifiesta) sobre un caso a juicio, aunque venga ampliamente documentado, que tal asesino (desde ahora deja de padecer cualquier patología y por la ley del birlibirloque pasan a representarlo, imputarlo o declararlo como simple reo con una razón y conciencia a prueba de bombas) sin dilación pudo en el momento de la tragedia manifestarse consciente, aunque fuese por escasos momentos, de adquirir juicio y responsabilidad para ejecutar la acción criminal: mera especulación de la justicia porque nadie porta un microchip para determinar cuándo un demente adquiere consciencia o no y siquiera si es posible que se conjugue la patología con la conciencia o que una u otras puedan actuar individualmente o a la limón… o hasta que una inmovilice a la otra, la suplante, la destruya; por tanto, por no sé que de la magia, la sinrazón, o para lavar conciencias, todo concluye al caer bajo la caritativas manos de Dios o en la influencia que ÉSTE ejerza sobre el juez en cuestión o sobre la MASA de la tropa de la justicia en general… también comentan que ya Pilatos se lavó en la palangana de la justicia para eludir culpas y que su perfil quedase niquelado para la historia: ¡siempre, claro, desde la perspectiva de la iglesia! Sin embargo hoy apunta datos clínicos donde situar dentro de la masa cerebral aquellos estados antes exclusivamente del alma, hoy zonas donde detectar esa fábrica de sueños. Por tanto, debo añadir que el tomo del proceso puede ser inverso según convenga a los que manosean las leyes: ¡es de rigor!; acaso no son intercambiable reos, jueces, por la sencilla y simple casualidad, la patología, la clínica... Me temo que jamás quedará resuelto tal embrollo hasta que la ciencia médica no halle en clínica o cirugía fórmulas infalibles para interferir o intervenir en los cerebros de aquellos proclives o adictos a las leyes dotándolos de absoluta imparcialidad: de la traída y llevada ÉTICA. Ahora deberíamos conducir de nuevo este afluente hacia el curso de su raíz, aunque debido a la profusión constante de las ideas y al remolino que conforman de soltarlas sin red ni bridas, sólo nos cabesospechar que precisamente en éste o cualquier juego que se precie todo asunto es concadenante; es tarea del lector trazar de nuevo su curso hacia la raíz, según le satisfaga: ¡no queda más remedio!. Pido perdón por mi atrevimiento, pero, no obstante, y amparándome en que a Wittgenstein lo perfilan como alguien ingenuamente místico y considerándome a mi prosaicamente pragmático (o quizá a la inversa), tal vez y consecuentemente de ahí surja el matiz que diferencia tal cuestión… Por último, una vez releído este embrollo, sólo me queda matizar que de no estar bajo el influjo o umbral de cierta obsesión peregrina hacia temas tan especulativos, desde otro ámbito cualquiera esto no es otra cosa, como ya refirió Sánchez Ferlosio en su entrevista con Sánchez Dragó, que una soberana cursilada.
EL BAILE DEL CISNE
A Ángeles, Almudena y Alejandra
Tal vez nuestro tiempo se derrocha buscando la clave de nuestra esencia, los engranajes que la deberían conformar; o acaso estos respondan a filigranas de su manejo para que, si fuera posible, algún día, antes del final, todo llegue a encajar… que discurra como la seda, aunque fuese sólo un instante. Recuerdo haber oído en cualquier parte que, cuando un bailarín ensaya bajo la batuta del maestro, éste le recomienda que para ejecutar una de las piruetas clásicas en la danza, aquella donde todo la figura, conformada en ganso durmiente, gira como un trompo sobre la punta de su zapatilla, no debe, bajo ningún concepto, apartar la mirada de un punto de referencia cualquiera; nunca así perdería pie, ni sufriría vahído alguno según va su silueta transformándose, por la dinámica, en algo etéreo como madeja de algodón de azúcar. En este trazo descrito, encuentro algo de similitud con mi manera torpe de proceder; pareciese que, como el bailarín girando en punta, tuviese que necesitar cierta referencia para no caer desparramado y dislocado sobre el suelo. Y, aun así, es tarea difícil; cualquier referente puede fugarse, abandonar de súbito el entorno, dejándote a la deriva en el vértigo del torbellino. No es locura temer que desaparezcan los referentes; acaso ¿no te abandonaron muchos de ellos mientras tan sólo ensayabas, antes de la representación...? o, tal vez, solamente disimularon su identidad o se corrieron de sitio, adrede para provocar tu derrumbe. Pareciese que toda nuestra existencia respondiera a un solo fragmento de una Pieza que, casualmente, como aquellos discos de vinilo ya gastados, nos mantuviésemos, reiterativa e infinitamente embelesados; meros botarates aparentando ser cisnes que bailan sobre la superficie espejeada de un lago.
ARGENTINA
A mi amiga Lola
Déjame que te dé las gracias; sé que este término se asocia con la formalidad de ciertas normas de educación algo ambivalentes, que proliferaron en exceso con la burguesía más convencional, arrogante, seudocultural… Sin embargo, ante determinados ejemplos, no sé qué pensar; de erradicarse aquellos manejos útiles para nuestro trato menos íntimo, ¿no estaríamos retrocediendo hacia fórmulas primitivas y hurañas, rayanas siquiera con instinto de supervivencia?: trocar de nuevo racionalidad por supremacía del más cachas, tipo guardaespaldas; no levantar el rostro para el saludo, acaso enrostrarnos mostrando cierta ferocidad para ahuyentar al posible enemigo. Ahora bien, el manejo en exceso de fórmulas de cortesía vana, la mayoría de la veces sirve o se utiliza mas para reprimir y coartar que para que fluyan sentimientos próximos a la amistad o de confianza. Si nos dirigimos a un centro hospitalario, siempre, incluso en el nivel más bajo según las jerarquías que el propio centro dicta inclinadas hacia las de régimen castrense, la reiteración del usted, dando a entender que brindan un exquisito compromiso hacia nosotros, siquiera responde a marcar una distancia infranqueable de superioridad, de miedo. Y es más, no hay que olvidar nunca, quizá por su ridícula idiosincrasia, y el daño irreparable que reporta de por sí el trato específico de enfermera paciente (de lógica, postrado y sometido éste a su voluntad… por el terror ancestral que tanto el dolor, proximidad a la muerte o soledad absoluta -esto último si no dispones de medios para ingresar en una clínica privada-, de estar condenado a acudir a estos centros), que no sintiéndose aquélla del todo satisfecha con el ejercicio del protocolo, abunda en disciplinas aún más humillantes, si cabe: si aprecian que pudieras padecer algún declive respecto a edad u otras inseguridades, entonces ¡échate a temblar!, alcanzan a tratarte con las típicas carantoñas ridículas que se emplean ante un bebé que carece por completo de otro conocimiento más allá de sus extremidades. Y no digamos ya, del usted de Señorita a criada, saltando a otro nivel donde se dictan y aun se practican con severidad dichas normas de buenos modales: eh aquí otro caso fragante; pero, hablaríamos de entramados que merecerían estudios minuciosos y complejísimos, quizá una tesis, que dejaremos en suspenso para otra ocasión… EL DISCRETO ENCANTO DE LA BURGUESÍA.
Tocante a la fotografía que me has hecho llegar de tu viaje a La Argentina, no sabes cuánto me han gustado: gracias. Pero quiero reseñarte una que para mi tiene un significado especial: “CAMINITO”. Y no me queda otro remedio que ser pedante de nuevo. Esa casa de colores, la calle repleta de gente tan variopinta, altiva; desde el perro, todos dispuesto a emprender una fiesta, dramatizar un entremés teatral, o concentrar espontáneamente una terapia de grupo… representa (fidedignamente) un trocito de Argentina como nunca me lo enseñaron antes. Y además me trae a la memoria (y aquí salta mi pedantería) el recuerdo de hace 21 años exactos (Playa San Geinjo, mi pareja embarazada, junto a un velador tomando café a la orilla del mar y discutiendo sobre qué colores son más o menos elegantes según las normas dictadas por La Europa Clásica, en contraposición al derroche de colorido que nos lanzan desde el otro lado del Atlántico), cuando acababa de leer unos diarios de Witold Gombrowicz donde expresaba la gran expectación, asombro, admiración y placer que le provocaba tal derroche de color… justo en el preciso instante, nada más bajar del Barco que le había trasportado desde Europa hasta Argentina; situación especial del momento aquél, puesto que, mientras hacían la travesía, se desencadenaba el comienzo de La Segunda Guerra Mundial. Luego, allí, se vio condenado a vivir toda su vida en el anonimato (en Europa empezaba a ser conocido por su libro FREDIDURQUE) más insólito y triste que nadie podría augurarle; dado que, en sus escritos y discusiones en los cafés de la bohemia argentina, jamás dejó de presumir y considerarse el mejor autor novel de Polonia, mientas entre el entorno siquiera era un emigrante más, muy pedante, jactancioso y con muy malos humos, que trabajaba en puestos de poca monta y en los más diversos oficios. Este preámbulo es solo exceso de palabrería que discurre por mi imaginación, sin pretenderlo, aunque sí consciente del abandono intencionado por un caudal de no sé qué corriente que me arrastra. Y ahora, viene la intención del principio; Carmen y yo nos dejamos por unas horas de hablar, a consecuencia de la discusión que mantuvimos sobre qué era más artístico: una combinación clásica del color o el derroche de colorido que expresaba el mencionado autor. Mi pertinaz y caprichosa vehemencia siempre me ha inducido a defender lo nuevo, sólo por aparecer aparentemente distinto; sin tener otra cosa en cuenta que ese discurso que siempre practico (Sánchez Ferlosio lo llama de predicador de púlpito de aldea) y que, en algunos casos y, ya fuera de mis casillas, tantos disgustos me ha dado siempre… y sigue acarreándome.
La peculiaridad de tu mariposa, en la otra fotografía, delata ese eco insonoro, propio de los sueños, que, sin proponérselo, por mero capricho, se posa en los umbrales del recuerdo; donde destella, intermitentemente, acaso para llamar la atención. No sería de extrañar que yo lo utilice sin que me percate de cómo, de cuándo acude… Quizá recuerde su color, la mano sobre la que se posaba, su distinguida manera de libar… ¡Quién sabe!
CALEIDOSCOPIO PSICOLÓGICO
A Jordi, Elena, Lulu
En el alumbramiento del día, suspendida justo adonde despuntará el sol, una nube, en apariencia indeleble, inmutable, exangüe, a carboncillo: mancha oscura sobre auroras aún lívidas, con cautela iremos advirtiendo cómo, sutil y paulatinamente, se arrebata su silueta; sin saber cuándo, todo se ha tornado de colores intensos, dañinos, hasta imaginar que provocasen asfixia. Estos juegos psicológicos, de intensidad tal que, acaso por su exigua impronta, no trascienden físicamente, sin embargo, parecen inducirnos a pensar que de cierto responden a reminiscencias del sueño; desprenden tal cerrazón que acaban trastornándonos, avocándonos sin retorno al juego equívoco del lindero del sueño de la razón. ¿Todo vale; por qué no arrasar alambradas para precisar realidades? Pero tampoco manejamos estas leyes, nunca seremos doctos en su aplicación… siquiera autómatas al dictado de sus normas. Así que, dejémonos herir por cada dardo que nos lancen, aunque solamente reflejen la confusión fisiológica del despertar: En este amanecer pude contemplar, de hito en hito, cómo una nube se inflamaba; la ferocidad de sus llamas alcanzó mi aliento, en ese instante proyectando roleos de niebla densa: volutas de cine.
DOS PUÑALADAS DE LUZ
A José Luis; quién me azuzó para que fuese al cine, pero mirando fijamente e implicándome con cualquier oferta ante mí proyectada: ¡Pon toda tu atención y criterio en cada imagen! Cuando le conocí ambos trabajábamos en Victo Sagy: una agenda de publicidad.
Ese gato lechoso que retoza recostado sobre un cojín de terciopelo rojo napolitano, distrae la mirada glauca de aquí allá, lánguidamente, con rubor, cierta miopía soñolienta: aires y maneras de mujer fatal; pareciese que hubiese irrumpido un canalla, truhán, de ademanes envarados, estudiados, con imprecisa suerte… sin rumbo, desnortado; la sonrisa desvergonzada, desmesurada, húmeda, a punto de tornarse huera. El gato le vigila como a una presencia, incluso se arisca, runrunea, levanta su patita de armiño tras un cono de musarañas deslumbradas por agónicos rayos de atardecer invernal. La luz se debilita paulatinamente, merma, se encoge… entonces, el entorno que ante destacaba arrobado de aguas doradas y sonrientes se torna lívido, penoso… todo resulta entumecido, rígido; no obstante, los visillos revolotean ligeros, se estremecen ajenos, alocados, arrogantes… ensayando cabriolas caprichosas de bandera en alta mar.
La penumbra se agota, agoniza y muere; por un ardid malicioso y macabro el entorno se zabulle en la nada, salvo dos tachas de espejo roto… tal que dos arañazos de luna sobre un manto tupido de noche cerrada.
FIN
De Antonio García Montes.
Muchas gracias por dejarnos leer tus libros!!
ResponderEliminarAunque a veces cuesta leerlos de una pantalla, merece la pena el esfuerzo. Actualmente es dificil encontrar personas que escriban literatura de este tipo.
¿Para cuando nuevos textos? espero que sigas escribiendo.
Lo dicho, MUCJHAS GRACIAS!