jueves, 24 de septiembre de 2009

FRAGMENTOS ULCERADOS


FRAGMENTOS ULCERADOS

A Pepa Flores (Marisol); de las pocas personas, o la única, de quién recibo energía por su valentía, honradez, honestidad...; y de su gesto, al proponerla y rechazar sin pensárselo, una millonada: ¡No todo se compra con dinero!, del cual me aferro, para que en momentos de flaqueza pueda serguir atalantando...

El recuerdo del silencio pavoroso, quieto y de lívidos colores, de muchos atardeceres, sucedía alternativamente a la calurosa y trémula inquietud de una tarde de verano.
Robert Musil


El acometer tramos de la propia existencia, siempre me pareció un gesto de arrogancia y más teniendo en cuenta que al relatar _al menos en mi caso_, de alguna forma o por descuido o siempre, el resultado se manifiesta bien nutrido de visos delatores... y, aunque en lecturas íntimas o ya en la última vuelta del perfilado final ni siquiera se aprecie repunte alguno, por el mero trasiego y aun de no gozar lo informado de un minúsculo relumbro de claridad, de pistas, herméticamente cerrado, no es descabellado ni entonces que siempre afloren pentimentos, huellas de sangre reseca, resquicios inconexos; es por lo que en ocasiones, nos saltemos los principios, las reglas, los propósitos... lanzándonos hacia el mínimo intersticio para falagar vomitando algún que otro cuajarón de bilis.

Esta noche he soñado que un corrillo de expertos se abalanzaba sobre mi, para reprocharme: ¿Por qué coño me metía en camisas de once varas?; antes de quitarme siquiera las legañas he echado a correr hacia el ordenador con la lengua fuera y a pique de que me atice un yuyu o, de un traspié, salga despedido por la venta; no deseo ni querría ni pretendo que me confundan (bastante confundido ando yo hasta con la receta del gazpacho) con Ilustres Académicos aplicados en materias de índole tales como Honorífico en Historia, Químico Enólogo, Filósofos aplicados sólamante en Platón... en fin, Académicos varios, incluso Periodistas de Telediarios escrutando con espanto la Nada. Yo, más bien, podría responder como un perenne aprendiz de casi todo y casi nada... ¡ojeador de musarañas!; y lo de ciertos articulillos, acaso intento entre una cosa y la otra que se me despejen las migrañas, las ofuscaciones, las ventoleras, la mala leche... dado que ni intentado conversar o discutir con los animales autóctonos adonde habito me deja ni pizca de satisfecho; de ahí que me arranque por lo que más a mano encuentro: incluso por peteneras; a veces, tras ser despreciado hasta por los dichosos animales, meto la cabeza bajo el ala, aunque ni de coña cuente o responda como primo del avestruz.

De lo que a continuación intento desvelar, y antes de meterme en faena, de antemano y por decoro, imploro que reparen generosamente en ello... y ¡no alcen las manos al cielo!, porque, sólo el hecho de decidirme a desbaratarlo, ya me resulta penosísimo... y no sería una locura temer que me cueste un que otro berrinche; quizá acaricie, cual juglar sin fama ni méritos a la espalda, cantar hazañas o gestas propias para anticiparme a los rumores de especialistas en valores humanos; no obstante, siquiera querría dar pie a tan arduo dilema que, por la socarronería al ocultarlo, me da dentelladas en el alma y en las entrañas... ¡y sin saber de cierto por qué! Espero que me crean sin más, porque no es mi deseo explayarme en periodos de mi historia tan delicados y susceptibles de enconos y críticas que, precisamente en este momento, no me agradaría despertar: Síndrome de La Decisión de Sofie.
Mi titubeo, acaso se debe a que pocas personas conocen tal periodo de mi infancia, incluso ni los más íntimos del entorno familiar más estrecho; de ahí el apunte o disfraz del rebuscado síndrome, anteriormente señalado _sí, a resultas de aquél hecho o ficción donde una madre se ve obligada a elegir entre sus hijos; a quién debe abandonar para que lo exterminen y a quién elegir para que sobreviva; ahora bien, sé que, proyectado a cañonazos y de sopetón, resultaría una cruel extravagancia, aunque rebajando la intensión y el propósito considero que tampoco es para tanto, pues, por norma, una madre con varios hijos se siente en la diatriba de elegir a cada paso o en todo momento entre el conjunto de la camada... o, ahora con psicologías trasnochadas, equilibrar la balanza aunque a fuerza de falsas zalamerías_ Por tanto, y ya algo más despejados ¿quizá?, los tramos a juicio y a los que pretendo acercarme de puntillas, motivado por pudor o miedo de que se pasen de empolladura, comenzaré sin más, atancando directamente el meollo:

Me han contado que pronuncié las primeras palabras: Luna y Justa, según mis dos tías mayores _desgraciadamente fallecidas_ y mi madre aún viva y de muy buen ver, con 8 meses (vamos a dejarlo en diez, por si exageraron un poco) y que de seguido y sin emplear el gangueo propio de los Bebés, comencé de corrido a explicarme cual papagayo; y a los tres años [según me trasmitió, tarabilleando, Luis, Ingeniero e hijo de D. Luis el Maestro Escuela que entonces, cuando esto acaece y éste habitaba y servía en mi aldea de autoridad excelsa y de juicio inapelable, impartiendo... lo mínimo para que los paisanos aprendiesen siquiera a firmar; de natural o por mandato, aún formaba parte de las máximas figuras dentro del clásico triunvirato en cualquier aldea de entonces, en plena posguerra: Cura, Comandante en Puesto de la Benemérita y el Maestro] al parecer, ya recitaba el mapamundi de memoria, operaba divisiones por más de cuatro cifras y complejos problemas aritméticos; y que, en otra rama o disciplina, en la parroquial, ayudaba de monaguillo en latín; debió ser antes de los 9 años puesto que en esa fecha me trasladé al pueblo vecino adónde emprender cierto curso preparatorio para el acceso a Bachiller; entonces, un año antes se optaba a una especie de ingreso o primera reválida para conseguir, previo examen, la entrada a primero de Bachillerato; y así contar con nueve para diez en Primero; lo que explica, para que no sospechen que fanfarroneo o exagero la información expuesta _De seguro y con paciencia ya comprobarán que todo este tinglado al que pretendo siquiera devanar sólo ha supuesto para mí más una condena que un regalo o distinción... más un peñascazo que el choque iluminador de una manzana caída del cielo_, que con nueve años me sabía en latín y de carrerilla... ¡tengo pruebas irrefutables, pues aún recito el confíteo como La Niña del Exorcista! todo lo referente a los sacramentos... y tantos espectáculos dantescos dentro y fuera de la Iglesia: Misa, Misa especial de difuntos, Misa de Gloria, Misa del Gallo, Enlaces Matrimoniales, Bautizos, Funerales... y demás parafernalias con sus respectivos cantos a voces atónicas de gregorianos alborozados, adheridos estos a tamañas y delirantes representaciones; imagino que, instigado por el déspota, depredador, arrogante y cruel sacerdote: D. Paulino Cantero García.
Hasta aquí nada denota relevancia extraordinaria, porque los niños prodigios abundan en Holywood a docenas y los superdotados por miles en cualquier rincón del mudo... hasta donde Dios pintó a Perico; todo es cuestión, con un detector de talentos, dar con ellos y sellarlos o marcarlos a fuego para distinguirlos de la manada. Pero ni así alcanzan todos su sino; algunos, como de manera fragante delata este caso, el mío, se pierden desperdigados y prendidos entre las espinas de zarzas y hojarasca. Esto, al parecer, es propio o adyacente respecto al asunto en sí; mas en mi caso particular haya dado con el cuid de la cuestión demasiado tarde.

Antes de continuar debo intercalar que padezco _ aunque suene a irritante despropósito reiterar lo que ya no es ningún secreto... incluso obviedad por la insistencia cansina por mi parte; pero se debe a que cuando me reprochan mis prolijas faltas y atropellos, siento un dolor infinito_ una dislexia del copón bendito: Anomalía en la semántica que descubrí rondando la cincuentena; hasta entonces me consideré tonto del haba, pues a pesar de los detalles que dentro del remolino de las ensoñaciones que percibiera de tarde en tarde... o siempre, más que aliento o regusto como ¡más listo que el hambre!, descubría, sin embargo, cierto fulgor próximo a lo que desde mi supersticiosa ignorancia consideraba de chaladura, de desconcierto, de desvarío, de empeyones hacia los infiernos. El entorno, que nunca debemos despreciar, debió de ocupase y propiciar tal engendro; tengan en cuenta que provengo de una aldea que, aunque ahora aparente un progreso hortera, desmedido y ostentoso, entonces sólo existían casuchas de suelos de tierra y techos de cáñamo, esparto, pita... y el tomo apelmazado con tierra pajiza; la Iglesia, Cuartel de la Guardia Civil y algunas otras cuantas casas de postín, disponían de tejados de loza árabe. Aunque algo debió quedar preso aun en mentes tan poco doctas en la cultura o "el saber", porque un rescoldo de inquietud, quizá... pues mi madre, con una terquedad y furía propias de militar en campaña, entre una cosa y la otra y tal vez por instinto, se empeñó insistiendo, junto a mi abuelo paterno, en que nos trasladásemos a un lugar dónde yo pudiese dar rienda suelta a tanto como en un principio algunos auguraron; o la incertidumbre o curiosidad de qué albergaba o escondía aquel repipi y enclenque niño bajo la piojera.
Sin embargo, antes de que esto sucediese debo pararme o retroceder hasta cuando me vi obligado a trasladarme, solo, al pueblo vecino: Rute; adonde intentar, no ya despuntar (dado mi escaso nivel en el examen de ingreso) si no, a acceder con empeño vano a un mero ajuste para no responder como analfabeto. Allí, permanecí cuatro años. Y a base de palizas, de gritos, de amenazas sordas, conseguí (creo que por la intervención renuente de mi abuelo El Rubio respecto a sus incesantes recomendaciones sobre mi talento al Director del Centro... y a escondidas, para que yo no me percatase; aunque después de sus pesquisas, por costumbre, día sí, día también, esperaba pacientemente sobre el quicio del Portón del colegio a visitarme en el recreo y de paso regalarme algún dulce, que eran mi pasión) alcanzar, por los pelos, tercero de bachiller. De ahí, como antes he referido y por lo dicho de la terquedad ambiciosa de mi madre... y por que también élla apuntaba un carácter ¡que páa qué!, nos mudamos a los Madriles; tal vez allí, retirado de la influencia de los ruchos de la aldea, fuese el lugar idóneo en el cual yo pudiese levantar el vuelo; pero ni por ésas ni por ninguna otra casualidad, aquel niño (yo) tan sólo respondía como pésimo estudiante, apocado, atontado, indeciso, atrabiliario, torpe hasta decir basta en lo manual y hasta de ir al mercado por no retener la lista de la compra... y, de llevarla escrita, no encontrarla en su momento... a quién, por cojones: ¡no había otra! mandarlo a trabajar de lo que fuese: ¡Encima de trasladarnos, con todos lo bártulos _repetían sin cesar mis padres; mi ABUELO, recién llegados a Madrid fue atropellado por un taxi y falleció_, para que éste niñato estudiase y no fuese un rucho más... (como los de Zambra de donde habíamos emigrado, huido) ...No se va a quedar, ahora, dando planes y vueltas por las calles aplicado y embelesado sólo tras el eco del trinar de golondrinas chifladas; vamos, hasta ahí podíamos llegar! Así que, a trabajar que es adónde debieron pensar que debían de haberme encarrilado desde el principio.
Apenas un años después, ya asentados en Madrid supe _cuando contaba con 16 años y respondía como botones sin gorra repartiendo paquetes al hombro en unas oficinas de publicidad para TVE; creo que de las primeras en su género: Víctor Sagi_ que algunos resquicios de mis fabulaciones podían atender a cierta veracidad, aunque entonces aún me propiciaron mayor desconcierto; de cualquier manera, en este punto ya andaba agotada o frenada cualquier esperanza; y aún más por la sorpresa confusa que el circunspecto Ingeniero, hijo del mencionado maestro, me infringió; seguramente sin maldad alguna.

Ahora que viene a cuento, retomaremos el propósito del comienzo; pues, por estas fechas, rondando la Navidad, fue que se presentó sin previo aviso el hijo del Maestro de nuestra aldea, de nombre también Luis; éste, ingeniero, como ya he apuntado anteriormente y según supe después, venía a cerciorarse y comprobar qué había sido de aquel niño tan ensalzado como simiente de genio por su padre; pero en ese preciso instante sospeché, por su actitud incómoda y abántica ante tal situación (de lógica él debería adoptar más entereza dado que, a todas luces, era superior ante nosotros; meros palurdos perplejos) que algo subyacía bajo aquellas excesivas manifestaciones de aprecio, aun sin que él, por haber salido pronto de la aldea a estudiar a Barcelona, ni nos recordara lo más mínimo. De cualquier manera, tras un breve vistazo hacia mí, no pudo reprimir un ademán de azoramiento, solapando una exclamación confusa y desconcertante: ¡Así qué... éste es el famoso Antoñito!; hacia lo cual, mi madre se quedó de una pieza. Como pasmarotes refugiados ante la puerta entre abierta, acaso fuimos capaces de abundar en la pena infinita por la muerte de mi abuelo. Y por las circunstancias (me avergüenzo ahora) la torpeza de no invitarle siquiera a que pasase y se sentara después de haber subido cinco pisos a pata: resoplaba el pobrecillo como un caballo extenuado y, de su frente, afluía el sudor a chorros; situación incómoda y confusa, tal que nos empujó a despedirlo sin más, aunque, por el detalle insólito de su inesperada visita, mostrándole un agradecimiento desmesurado... incluso con aspavientos.

Más tarde, al entrelazar, plegar y unir esto sobre aquello, apenas si distinguía la verdad de la mentira; pues, El Ingeniero, al día siguiente o al otro, donde me citó de tapadillo, cuando le acompañé a abrirle la puerta de entra al edificio, sin preámbulos metió la mano en la candela: ¡Tienes que acercarte a mi oficina; que aún hay mucha tela que cortar!; se afianzó, acaso y sin haber atacado el conjunto de la información en el orden establecido o más idóneo para que un chaval impresionado comprendiese al menos algo de tan destacado intrínguli; lo que, por las expectativas para mí vertiginosas y en principio absurdas, todo se desplegaba ante mí como mera fantasía. Y con el agravante de, al día siguiente o al otro, como él me indicara, hallarme ante un lugar a primera vista desolador: una oficina prefabricada en medio de un descampado con trazas de vertedero (lo que más tarde se convertiría en AZCA, la zona financiera de más alto standing de Madrid); el interior de tal habitáculo se presentó, así como una estancia de proporciones destructuradas, deformes, desarmónicas... que si acaso daban impresión o visión imaginada de un escenario donde en instantes comenzaría la apertura de lo que podría apreciarse o resultar como mera imitación de un pieza trágico-musical-absurda dentro de una carpa certera o palpablemente calificada de teatrillo experimental: ¡sin comerlo ni beberlo! Tras los saludos de rigor, algo eufóricos y jactanciosos por su parte, dieron pistas, aunque confusas, de tanto y cuanto su padre aún albergaba sobre mí particular discernimiento. Lo que juzgaba, o yo así lo entendía entre el desconcierto atribulado del principio, como episodios sueltos de comentarios, observaciones sin sentido aparente... o que siquiera respondían, según él, a meros infundios o chocheces propios de la añoranza que se desboca por el propio trasiego andando aprisa hacia la vejez, de su propio padre... artífice de tamaña ensoñación y de disparates sin tino ni fin; o tal vez cierta exageración e incluso una traslación de endebles actitudes de él referente... o respecto a las de algún otro alumno; intercambiándolos, confundiéndolos con triquiñuelas a salto de mata... Mas, en el transcurso tenso de esta entrevista o visita, sin cesar flotaban resquicios de datos en los que su anciano padre debía no cesar de ponderar ¿?... aunque, contradiciéndolos de inmediato, su hijo, el Ingeniero, como si hablase solo: ¡Antoñito lo hubiese resuelto en un santiamén... y antes de cumplir los tres años!; mas, lo dicho por bueno, contradicho al minuto siguiente por él mismo...: que tal vez sólo fuesen simples impresiones por puro capricho de orgullo o improntas con disfraz carnavalesco. Así que, con la verdad en carne viva, a la puta mierda; para él no tenía sentido alguno dilatar manifiesto embrollo... y menos rebuscar o despejar más conjeturas obtusas, que ni delatan ni esclarecen mayor compostura, salvo incidir en heridas fantasmas. No obstante y según él mantenía la vista en círculo tras la mina del compás y en tanto _yo arrinconado en la puerta de salida cual pasmarote_, no cesaba de tartamudear, entonando sin música, simples murmuraciones: que sí pudo ocurrir que su Padre fuera quién convenció a mi abuelo El Rubio, con una recomendación, para considerar o descubrir si su nieto, yo, estaba o no dotado de talento... Pero... ¡Si tú no recuerdas nada, tal vez resulte todo este batiburrillo mera alucinación... una incógnita sin importancia o dada la vuelta e incrustada entre los recuerdos de un anciano profesor que intensase despejar el pasado, arañándolo con dedos torpes y sarmentosos! Sin embargo, cuando yo pretendía titubear un adiós sujeto al pomo de la puerta, El Ingeniero daba muestras o visos de que continuaba rastreando en ronroneo sobre aquel galimatías para mí interminable y exasperarte; para él quizá espinoso. Entonces, a mi recuerdo acudió una imagen de trazos deslumbrantes y que repentinamente se antepuso entre el fragor cobrizo, a raudales por un ventanal y propio del atardecer, tras filtrarse el sol ya en declive y presa y atenuada su fuerza entre la polvareda que despedían gigantes excavadoras en plena faena, y sobre la rizada cabellera en llamas del dichoso parlante... y cómo en un tramo de cristal flotante, en apariencia de espejo, nítidamente se representaba la parte ya insinuada, o no, de cuando su padre entregó una recomendación a mi abuelo. Y precisamente cuando éste, celosamente, la escondía en el interior del bolsillo de su americana... plegada perfectamente en su brazo doblado como en cabestrillo, para que, de mi mano _según imperativo firme de D. Luis_, ambos nos dirigiésemos a un Monasterio cerca de Puente Genil, en el cual adiestraban o disciplinaban a niños respondones y sabihondos, con el fin menesteroso y de gracia para que no se volviesen locos y poderlos encarrilar por o hacia una senda digna y prometedora..., previo examen ¡por supuesto! y, de seguido, el ingreso. Recordé además, cómo el eco de una voz de ultratumba declamaba : ¡...Mejor que acabar en chirona o en un manicomio en los cuales aún impera la moda de la argolla al pie; so pena que, como tengo entendido de allá en su aldea, por caridad le dejen suelto igual que aquél otro lince que, como cuentan rumores, incesantemente no para de perseguir muchachas en flor, con tal de que éstas hallan cumplido acaso cinco años!.
En tal institución, seguro formarían un hueco entre grupo tan selecto y bajo la calificación de la prueba y el beneplácito del Prior... y así acceder triunfante a la antesala de la gloria. Aún creo apreciar, en trazos difusos entres recuerdos y visiones que vagaban por la estancia... como saturada ésta de un magma ambarino dónde rolaban miriadas de polutas incandescentes: la impresionante cabeza del fraile o Prior que nos recibiera entonces; de la cara resaltaban unos rasgos enormes; rubicundo de tez, arrogante y colérico en ademanes, de gestos..., que vistos desde abajo _mi escasa altura_ impresionaban más que los típicos cabezudos: los que dan, tras el pistoletazo de salida, paso al comienzo de la festividad Mariana... y demás sacrificios crueles; ensañándose lo mozos más pintones contra algún noble animal tras la típica procesión de la Virgen que cada pueblo optaba o opte por distinguir: costumbre o tradición en cada lugar de España a trasmano y por recóndito que el pueblucho o aldea se hallasen, u hoy aún se hallen. De tal suerte que, yo de adulto, no respondiese a un cabestro sin jáquima como ostentan orgullosos casi todos los de la aldea; y, por contra, despuntar con el tiempo y una caña, según ¿vaticinio? del tal Maestro, como poco de Médico o Ministro.
El mencionado Ingeniero, quizá sin proponérselo, pero también contribuyó para que de una vez por todas los anhelos se rompiesen y los sueños se borrasen de mi pensamiento, tajantemente, con apenas un guiño extraviado, que sin querer o adrede se antepuso entre mi visión y su palabrería; no había más que comprobar el semblante de tan refinado invitado (días antes, como refiriera, allá en mi vivienda) cuando se dio de bruces con una realidad tan contradictoria y desconcertante a la mantenida de seguro antes de la vista: contemplar, sin anestesia, a un botones sudoroso, mugriento... recién llegado de repartir paquetes; en tanto él esperaba encontrarse con un muchacho, tarascando ya el Parnaso con las uñas. Sin embargo, y tras concertar una cita conmigo, a la chita callando como fuera juzgado anteriormente; ahora en la segunda visión, sin embargo, recordaba el conjunto y las formas, más encarnizados que en su momento; el mandato firme y autoritario _¡tal vez su encono respondiese a la pérdida de tiempo, quizá debida a confiar sin reservas en los desvaríos o suposiciones del padre ya rondando la chochez!_ en el descrito lugar, en el cual debía presentarme al día siguiente, o al otro... para sopesar ¡mejor solos allí! en su flamante oficina, ciertas incógnitas sobre mi niñez, trazadas y exaltadas constantemente por su padre; lo que, por contra, se convirtió en comentarme con el discurso caótico que he transcrito anteriormente, que yo no correspondía por descontado a quién, según recomendación expresa de su padre, debía él atender, implicarse, si fuera necesario, para que, in situ, refrendara logros tan plurales y distinguidos... ¡del niños aquél! O lo que, al contrario, su padre: D. Luis hubo, por anhelos prendidos en la tela de débiles ensoñaciones, hasta inventado!
No obstante, y mientras se aplicaba de nuevo sobre un plano en señal o forzando una nueva despedida, me insinuó que tras conocerme y una vez comprobadas las recomendaciones y sin preámbulos, él debería telefonear y contárselo, de pe a pa, a su padre. Mientras expresaba con desgana y algo de desaire tan categórica determinación... _en este preciso instantes cerró los ojos para, ceremoniosamente, quitarse las gafas y limpiarlas con primor desmesurado_, diametralmente opuesta a la que, antes de conocerme, albergara en respuesta a la propuesta imperativa de su padre; entonces, se le enturbiaron los ojos, a medida que volvía a ajustarse las gafas con cierto regodeo; ocasión que aprovechó para implorar que nunca comentase ni en confesión que tal encuentro tuvo lugar; pues él, eso le trasmitiría a su padre: D. Luis, para no infringirle un disgusto gratuito y absurdo: Sencillamente, le referiría que no había hallado a la familia de Zambreños, la mía.
Ya fuera, y dado que ya tenía asumido que acaso respondía a un mediocre elemento digno de la parte menos remunerada y considerado en una cuadrilla como peón sin mayores aspiraciones, siquiera me atormenté ni se alborotaron un ápice mis sueños; tal vez, advirtiera cierta melancolía, pero más proyectada en desgana al caminar de regroso a casa; aunque, ahora que lo recreo, sí descollaba en palpito cierta punzada de desasosiego por el agravante detalle de que lo hablado entre ambos, El Ingeniero y Yo, fuera un secreto que nunca se podría desvelar. Más tarde, rebinando por casualidad entre los pentimentos de mi absurda memoria me sorprendió algo parecido a una sentencia con todo su ardor implícito:
Por qué siempre andaba el Demonio bajo los faldones de los frailes, entre las ingles de maestros, de profesores, de jefes, de padres, de hermanos, de amigos, de parejas, de hijos... y siempre dispuesto a desplegar y alargar su jopo y atizar sin mayor reflexión un zurriagazo, al menos indicado; por qué con esa saña, cuando aquél niño sólo se sentía y aún recae aterrado o impresionado hasta con la visión tenebrosa de lugar tan sobrecogedoramente desproporcionado: aquel monasterio lúgubre, tasamente iluminado por la roseta allá en el centro de la bóveda de antesala tan fantasmal; por qué blandir con tanta furia y arrojo sus tajantes e indiscutibles calificaciones contra el semblante de víctima tan alfeñique... o ante la cabeza agachada de mi abuelo... humillado, ofendido. ¡Para que, lo juzgo ahora, entonces y después y por siempre jamás, nadie volviese a preguntar, ni proferir ni pío sobre trance tan esperpéntico; acaso, responder siempre con titubeos y tonterías de capirote: en verdad creo que _junto a mi abuelo el Rubio y ante aquel siniestro mastodonte convertido en Prior_ me quedé como quien ve al Diablo en persona por primera vez; hecho que dio al traste también con las ilusiones de mi abuelo...! Y de lo acaecido, acaso contase como mera anécdota que por su incongruencia ni se debería mentar jamás, si no es de guasa; ella solita se desintegraría entre los instantes tuertos del devenir.
Así, todo volvió a calmarse, el panorama se quedó quieto, sereno... latente entre o por alguna insignificancia... o acaso un deje o embeleco escondido en algún resquicio del sentido o sueño de alguien: ¿mi madre?; pues no sería de extrañar, puesto que recuerdo que Ella no cesaba de repetirme: ¡No quiero hijos con buenos principios! Expresión que a su vez soliviantaba otra condena: la sentenciada de manera cruel y manifiesta por el injusto e indecente Prior; con tal autoridad y arrogancia, imposible de superar jamás: ¡La cara se le debía caer a usted de vergüenza... _recuerdo ahora que entonces éste miraba fija e insidiosamente a mis ojos atónitos, aunque el insulto fuese dirigido a mi abuelo_, venirme a mí con tamaño mencal; pero si resulta que se trata de una broma, váyanse con viento fresco por donde han venido... Y sin rechistar... eh; ni media palabra!

Llegados a este punto, alguien se podría preguntar qué opinaba mi padre de todo esto, pues nada; creo que ni se enteró jamás de tales propósito fallidos... ni de disposición o duda alguna referente a mí; ¡miento!, acaso, con autocomplacencia y siempre y por norma, ha pensado de mí que, sí era hijo suyo, por cojones debería ser buena persona.

Nada de esto pudo nunca adquirir relevancia ni salir a la luz... (a pesar de las complejísimas y delirantes ensoñaciones de un adolescente que, ni clamando directamente al firmamento o cielo, fueron nunca atendidas y ni siquiera trazadas, delineadas; recorriendo, en contra de mi voluntad, incesantes incursiones dentro de aquel batiburrillo, en son recurrente en mi atolondrada cabeza...: ¡sólo conseguía refugiarme en las ardua batallas que libraban recuerdos agradables y otros no tanto; de ensoñaciones a muerte contra episodios de memoria, y tal vez todo como resultado de la charla discurso del susodicho Ingeniero... que seguramente sin proponérselo consiguió avivar u soliviantar aún más recuerdos inconcretos, inconcluso o respecto a mi infancia olvidada... o desde que tuviese los primero brotes de juicio!) de no presentarse de frente una insólita casualidad:
Cuando mi hijo Andrés contaba 15 años y por padecer éste afonías propias de la edad... me topé con D. Enrique E. R., Médico, Foníatra, Logopeda...; de no haber ocurrido tan fortuito encuentro, seguramente, nunca hubiese reparado en que igual no era sólo un mequetrefe... ¡con menos seso que un mosquito! Debo subrayar, para que diletantes quisquillos no pongan el grito en el cielo, que, sin saber porqué u por ardides varios, siempre he intentado confundir al prójimo ¿confundirme yo?, dando a entender por pura supervivencia que acaso daba el pego como un tipo algo singular y que escondía, o así lo procuraba, algún secretismo insondable; aunque nunca recibiera prebendas como fruto... y alivio para mi solad; lo que me lleva a juzgar ahora que para qué esfuerzo tan superfluo.
El mencionado Doctor, hijo éste de unos extravagantes terratenientes cordobeses _no era corriente entonces tal decisión_, que por un capricho altanero les dio por enviar al hijo a estudiar a las Américas; una vez terminó medicina, a emprender alguna especialidad que le otorgase más prestigio; pero ¡eh te aquí! que al tal muchacho o ya hombrecito: Enrique, le vino la chaladura a la cabeza de, por qué no experimentar e indagar dentro de otros derroteros (entonces no era frecuente denominarlos máster) en asuntos del lenguaje y derivados; lo que le introdujo por mera chiripa en lo que, entonces allí, andaba en sus primeros pasos, y aquí ni siquiera se amontonaba el abono adonde poner la semilla para que germinase tan curiosa disciplina en torno a un difunción extraña a la hora del aprendizaje en algunos niños de base raros, introvertidos... y atolondrados cual caracoles histéricos deslizándose por un cristal: la disléxica.

Para no andar enredando más al lector y porque al fin y al cabo este ha sido en verdad el imperante propósito: soltar así de sopetón tanto encono... Y también por haber sufrido ya una docena de veces el sueño de que con esta gripe (A...) u otra con la misma mala sangre, pero que, de cualquier manera o por un mero percance, pronto me van a sacar de patitas y de los pelos de este mundo... ¡nunca se sabe! Y por demás, aunque tal enredo parezca una sin razón, confieso haberme empecinado o empeñado sin conciencia y de una ataca o de un tirón, arrojar y dejar claro y conciso ciertas cosillas... ¡que luego vienen enteradillos a extraer indicios de pruebas falsas...! De donde, se trasluce o destaca que, acaso, hierbe y aún resiste un sufrimiento atroz por haber sido centro o cruce de dos contradictorias dotaciones, cualidades, atributos, factores... y además, al menos una, desconocida entonces... y más aún si se presentan intrincadas una con la otra; para mi y mi entorno debió resultar ¡como quien coge una castaña ardiendo con las manos!: proyecto de una inteligencia (según Don Luis y mi abuelo entonces y luego el Doctor Rayón) fuera de lo normal, más junto o en contrapunto con una disléxica del carajo...Y para concluir _si es que lo consigo_, aunque no sirva de nada, denunciar a grito pelao tanto sufrimiento como me han infringido por sostener unos que era un tontorrón con quién por mero divertimento cebarse a porrazo limpio, y otros difamarme o acusarme constantemente de canichón, de... ¡anda, que no tiene gachas el gachón! _expresión empleada en mi aldea como insulto de malcriado_, de terco, de chulo que no atiende a nada, zorruno, suavón, de malas intenciones reprimidas por cobardía... capaz de, por no trabajar, quedarse ensimismado tras el vuelo de cualquier mosca que rolase entorno a su cocorota, la mía.... ¡Y náa más!
Ahora bien, por pensar algunos y a ultranza que yo no respondía o despertaba tanto encono... o más bien fuese para ellos anguien peculiar respecto al discernimiento corriente; y aunque siempre y entorno a mí se percibiera una controvertida adversidad sin causa aparente, quiero dejar fuera de la denuncia, a mi abuelo el Rubio el Brasileño, a Carmen Ponce de León, a su padre Luis Ponce de León Ronquillo, a Pepe Góngora, a Mayte Señor, a Carmen Vega Miras, a mi compañera Maricruz, a Luis María Ron Román, a mi tía Carmen García Tejero, a mi prima Sole Montes, a Joan Sala Fusté, a Anna Bitriá, a LOLA, a Javier Montero, a LULU, a Sofía Fernández de Mesa, a Manuel Torres... (a mis hijos los descarto por la obviedad que engendra: ¡uno siempre resulta la reohostía para ellos!; y aún a los amantes, ya que estos conllevan intereses de otro matiz y encantamientos de calado a veces sin pizca de compostura ni sentido; resulta imposible juzgar qué ingredientes componían o componen tal anfractuosidad) y algún otro que ahora no distingo desde la nebulosa de mi memoria, ya apunto de comenzar a amojamarse; y no es un capricho de rencor enconado el que distinga precisamente a estas personas ante el resto de los demás, sino a la mera disposición de aquellos a considerarme alguien singular y no tonto de remate como me juzgaron muchos o la mayoría; o cuando respondía a un conglomerado entre irrisorio, de endeble, de mariquita y de rarezas algo disparatadas y graciosillas... susceptible alguna para que muchos me señoreasen ante los demás como una curiosidad circense. A aquéllos, los incondicionales, les agradezco que de entre la maraña de pelusa advirtieran que acaso dentro había algo que extraer y no arrojar como un cacho de carne sangrante a la puta mierda... o, acaso, alejarlo para que no hediese. Tengo que añadir que muchos otros me quisieron (no me estimaron) un barbaridad, pero ¡a lo loco; a dentelladas!...; algunos otros incluso sintieron curiosidad viéndome siempre con un libro bajo el brazo o entrando a un cine, o escribiendo a escondidas cuentecillos en el trabajo, pero nunca ahondaron más adentro; si acaso éste último grupo se arrimaron a mí porque, de joven, destacaba como guapote morboso y de adulto denotaba en el semblante cierta clase o distinción o de porte; vamos que para muchos he dado el pego como de alguien acaudalado y críado entre plumas de oca y vellones de algodón... y entre el conjunto, que algunos siempre me consideraron buena gente: ¡Y ustedes perdonen por la perorata! AGM.

3 comentarios:

  1. A pesar de lo que puedan opuinar, que bien te explicas. Sin duda este relato era necesario para tu "bibliografía". Confio que seguiras escribiendo el resto de tu vida pues, aún viendote en ocasiones cansado de ello, pienso que es innato de tu persona y jamas podras desprenderte de la palabra escrita como medio de expresión.

    Un saludo. A.S.G

    ResponderEliminar
  2. Enhorabuena al Escritor! (con mayúscula)
    Se nota que estos fragmentos úlcerados son "carne viva", creo que están sazonados por el tiempo,la distancia y las experiencias vividas, lo cual en mi opinión, les da, quizás más valor aún.
    Muchas gracias por compartirlos!! Tiene razón A.S.G. cuando encuenta algo innato en esta forma de expresarte
    No dejes de Escrvivir, un afectuoso saludo

    ResponderEliminar
  3. Sr. García Montes: Pocos comentarios de los que he leído, han despertado en mí,la curiosidad de leerlos tan detenídamente. Su enlazada narrativa,su candente denuncia a sus principios, su rebuscada gramatica (que me han llevado a diccionario para entender algunas palabras), sus dotes de dramaturgo y la impegnada literatuna, dicen de usted que tiene una cabeza bien amueblada para dedicaerse como escritor. Para mi, quisiera ese don, ya que me gusta escribir tanto o más que leer. Don Antonio, yo soy de Zagrilla Alta y tenemos varias cosas en común: cordobeses, de nombre antonios, de jovenes nos trasladamos a Madrid y la que más me ha llamado la antención es que yo también fuí monaguillo de Don Pulino Contero Garcia, natural de Priego de Córdoba. Quiero recordar que, de mi aldea se fué destinado a la suya. Mucho devió cambiar (salvo en el temperamento) para que usted le dirija tan ofensivos calificativos.
    En un sencillo y de estar por casa, tengo escrito un libro de 372 páginas, donde cuento lo que me tocó vivir en mi preciosa aldea. 1942/1960.
    Si sigue viviendo en Madrid, seria un honor para mí, el poder degustar con usted un café juntos. Mi teléfono movil es 669306567. mi correo, antoniopba51@yahoo.es. De todas formas reciba mi más sencera felicitación por su bien hecho trabajo de comunicar escribiéndo. Un cordial saludo. Antonio Pérez

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.