domingo, 29 de marzo de 2009

Bómbice

L A E X I G ü A E X I S T E N C I A
D E L B ó M B I C E








de Antonio García Montes
Madrid,21 diciembre l.989









El asfalto de la avenida que une la ciudad con el gran parque, en esta noche oscura y húmeda, parece un estera __trenzada con esparto de plata__ donde se posan, en hilera descendente, unos conos de polvo blanquecino. Bajo estas geometrías, que van difuminándose a medida que menguan en la lontananza, se guarecen a veces, aunque sólo un instante, como unas siluetas vivas..., sombras que flotan saltando de una a otra, tal vez con objeto de bañarse en la luz fluorescente que emana de ellas y así, inmaculadas, penetrar en la espesura del parque.
Al borde del alba, cuando una de las alocadas formas alcanzaba el último foco __a punto de haber completado el anhelado bautismo__, ocurrió un milagro; esta silueta, perdiéndose entre el capullo brillante que formaba la luz, comenzó a sufrir una extraña metamorfosis: unos trazos, surgidos de un pincel invisible, iban conformando los rasgos de una beldad. Y, es más, cuando estuvo concluida, ésta alzó el rostro ceremoniosamente; sus ojos glaucos e incrustrados en párpados abultados, como almendras en mazapán, perdieron brillo y se cerraron; el aliento, que tasamente afluía por entre sus labios carnosos y perfilados, se entretuvo acariciándole la dentadura perfecta; y también gozó del cosquilleo húmedo que el vaho le procuraba en las mejillas pálidas. Al abril de nuevo los ojos, un leve resplandor comenzaba a manchar la oscuridad; se presentían los árboles y, entre sus hojas amarillas y moribundas, un lago como de mercurio. Atraída por aquel espejo inmenso, apresuró el paso; su capa, ondulada y plomiza, comenzó a batir igual que alas gigantes de pajarraco; y un marabú violeta, hasta ahora oculto entre la ropa, también emprendió el vuelo, pero algo más cansado, desalentado..., parecido al humo denso de un cigarro de fantasía.
Cuando llegó a la orilla, sin siquiera mirarse en la superficie, terció la capa, junto con el marabú, sobre la baranda de hierro forjado, y se aferró a la balaustrada. Con los párpados medio entornados respiró profundamente, a la vez que atisbaba hacia las concavidades donde brota el piar tímido del amanecer; también aguzó el oído con esperanza de hallar significados prometedores a estos trinos. Al momento, una vez disipado el trance, con sigilo fue acercándose al embarcadero. Allí, en la postura de las sirenas al sol, comenzó a elegir, entre las mil barquichuelas, una bonita y cómoda que la botase aguas adentro. Pero, apenas enumerada la primera tanda, oyó la intensidad progresiva de unos pasos indefinidos. Alerta, se irguió con cierto ademán varonil al meterse las manos en los bolsillos del pantalón, quizá para enfrentarse con entereza a lo desconocido. Y esperó inmóvil, aún soportando la creciente algarabía del alba, hasta que la imagen de un joven musculoso comenzó a estallar de cara a la irisada luz del poniente. Éste, ignorando su presencia, siguió hacia la lancha, anclada en la punta del pantalán..., con la cabeza gacha y brazos de gorila. Ella, al sentir que la situación tomaba consistencia gelatinosa y temer que escapase de entre sus manos, no tuvo otra alternativa que instarle sin más:
__Al menos, podías saludar; a no ser que la presencia de una mujer, a horas intempestivas, te induzca a comportamientos mohínos.
Tras la reprimenda, con voz templada y amable, ella repuso el gesto: la mandíbula inferior tensa y levemente adelantada, fruncidos los labios y, a la vez, despojados de cualquier sensualidad... como dispuesta para lidiar toros bravos... cuando, llegado el caso, estos arremeten de forma equívoca. Sin embargo, el muchacho a penas remodeló el suyo; al frenar y quedar plantado a un palmo de tamaña altivez, tan sólo alcanzó a hostigar un ápice su indolencia..., pues la cuestión de honor en ella, para él sólo fue una anécdota dada la vuelta. Enajenado, aunque aprovechando el silencio que subraya siempre los momentos cumbre, brincó hacia la barra fija __dispuesta para cuando, provisionalmente y sólo en horas de sol plomizo, en verano se extienden los toldos__; tras una espectacular pirueta, se encajó perfectamente en el asiento... de tal forma que sin más movimientos pudo asirse a los remos correctamente. Sin embargo, su corazón se estremeció al observar cómo ella perdía la compostura sobre el bamboleante pantalán... Al tiempo, el agua dormida comenzaba a desperezarse, en oleadas, al compás del traqueteo de la barquichuela...; el entorno a ceder hasta los confines...; y, como si el MAESTRO levantase la batuta, todos los seres vivos a bullir jubilosos... ¡eran tantos y tan diversos los dardos estimulantes que trepanaban su cerebro!
Hasta que, de súbito, un chasquido acalló de nuevo al universo; con su precipitación al embarcar, a punto estuvo de arrojar al joven al agua..., a no ser porque los reflejos de éste, adiestrados con el deporte, actuaron sin tener en cuenta a su cerebro. Pero lo que no alcanzó fue a replegar sus sentimientos; con ellos a la intemperie asentía... a la vez que los dedos temblorosos y pálidos de la mujer, sentada irremediablemente enfrente, hurgaban la pelusa de sus mejillas.
__Me gustaría que tuvieses bigote __la señora hizo una pausa y un gesto displicente mientras apresaba, con una peina, los bucles volanderos que escapaban de su moño italiano__, pero, es mejor así; al fin y al cabo sólo llevan bigote... unos cuantos muy hombres y... los maricones de San Francisco... No obstante, ¡no sé cómo una mujer se puede acostumbrar a besar una boca en esas circunstancias...!
El muchacho enrojeció hasta las orejas. Ella, aparentemente ajena, apartó sus dedos de los labios de él y los introdujo en el agua helada, después, con ellos húmedos, le estampó en la frente el signo de la cruz. Como si aquella ceremonia fuese una señal, el muchacho echó manos a los remos, brindó un mohín de vana picardía a la señora __que no apartaba los ojos de sus labios palpitantes y tampoco los dedos de su pelo__ y tomó la salida. Ella, sin muestra alguna de extrañeza __tal vez un inapreciable enfriamiento en la mirada al apartar él, bruscamente, la frente por el impulso al remar__, giró la cara hacia el agua, con la mano rompió de nuevo la espejeada superficie y, aplicada en las filigranas que las uñas escarlata dibujaban, reemprendió lo que ya adquiría tono confidencial:
__...Una vez amé a un hombre con bigote..,. pero nunca le besé; aquellos labios, siempre ocultos tras el mostacho negro, me daban miedo... !era muy niña¡ Después, en el lecho de muerte, me reprochó que nunca lo había besado... ¿Quién sabe? tal vez esa carencia fue lo que le mantuvo fiel a mí.
Por un momento quedó callada, sorprendida de haber terminado aquella confidencia que tan sólo brotaba de sus labios en momentos de amor extremo. Y, es más, después se aterró al comprobar que sus manos seguían serenas: "Algo sucedía... ¿Por qué tal comportamiento? ¿Sufriría el influjo de lo sobrenatural?" De ser así, en el estado de euforia en que se hallaba, podía hasta cantar confidencias, aún más íntimas si cabe, sin inmutarse siquiera. Por suerte que unas apremiantes preguntas, aunque de índole distinta a las anteriores, vinieron del cielo a socorrerla: "¿por qué sólo se turba, palidece, construye muecas extravagantes e infantiles... y jamás pronuncia palabra alguna? ¿será sordomudo?" Al no encontrar respuesta, aun cuando recapitulaba sus elásticos ademanes, con las manos entrelazadas junto a la frente le preguntó a quemarropa:
__¿Si no te recordase a tu madre, te acostarías conmigo?
El muchacho, como respuesta alzó el rostro y dejó escapar una estruendosa carcajada. El cielo, hasta ahora denso y a colorines como gachas de macedonia, se quebró de parte a parte; por la grieta brotó un aire huracanado que fue aventando todo el contorno del lago; los añosos y rojizos árboles, esposados en cadena, parecían alazanes bailando en círculo una danza fúnebre, con sus penachos de plumas de oro viejo sobre las tozudas cabezas; y el agua, inerte, también comenzó a hervir y mostrar, por cada pompa, la boquita de un pez que quizá le faltara oxígeno. Aunque __no hay por qué ocultarlo__ existía una salvedad: por un ardid de la naturaleza, los gigantescos reyes de piedra, que asomaban tras las copas amarillas de los árboles, se mantuvieron tercos e inmóviles.
Tras varias marisquetas, la barquichuela quedó, ipso facto, anclada en el centro. Mientras, todo volvía a su ser: a la inquebrantable quietud de las pesadillas; como si el tiempo, detenido desde el comienzo, fuese un cangrejo asombrado que anduviera, si acaso, en remolino. La mujer, que mostraba el gesto interrogante por los extraños sucesos, al augurar que el muchacho podía decidirse por la palabra, compuso otro más huero... para no interferir el curso natural de un proceso que, dadas las circunstancias, parecía tan frágil como los prematuros capullos de un rosal en invierno. Pero, a la par, sospechó que pudiera él ¡tan zorro! estar percatándose de ello, ya que aún demoraba más la voz __chupándola como un caramelo__ y es más, ¡seguía desperdiciando demasiadas sonrisas! No obstante, el muchacho, cuando acabó de rumiar, dijo al fin:
__No me importa que hable conmigo como si yo fuera extranjero. Aunque naturalmente me molestaría que anduviese difundiendo por ahí falsos rumores y que, a la larga, estos llegasen a oídos de otros monitores.
Terminó exhausto, jadeante..., aún más que cuando remaba; tanto que ella temió por las venas palpitantes de sus sienes, cuello y brazos. Y fue por esto, y también por la ternura que le provocaba la torpeza de él, que ella se apresuró a tomar las riendas, no sin antes salpicarle la cara con agua:
__Creo, sinceramente, que estás siendo muy desconsiderado con quien sólo desea morir en paz y armonía __mientras hablaba fue endulzando el rostro, con prestancia, hasta endiosarlo__ ...De no ser así, tendrías alguna conmiseración, deferencia... __y comenzó a alzar la voz__ Yo que te escogí, pudiendo esperar a otro más competente, menos canalla... ¡Cobarde! ...y, encima, un mastodonte sin escrúpulos; incapaz de advertir los más elementales sentimientos en la mujer... ¡Dios bendito! Y, a pesar de ello, me he confiado a tí, que no desentonas ni siquiera en una zahurda. ¡Qué estúpida he sido! Pero me lo tengo bien merecido __quedó un instante con la vista perdida__ ...Si al menos albergaras la suficiente sensibilidad de discernir que, quien posee agallas para elegir el último trasporte que le alejará del mundo, también las tiene para enamorarse de su propio verdugo...
El muchacho, atónito, escudriñó en los ojos dementes de la mujer, luego, abandonando los remos, se replegó hacia proa. Allí, hecho un burujo en la tarima, le temblaban las rodillas de tal manera que no tuvo otro remedio que estrechárselas para no ver cómo saltaban, autónomas, por la borda. Sin embargo, a ella, esta situación le sirvió de reconstituyente para sus expectativas. Erguida, se atavió de valor y, a gatas, se fue aproximando..., mientras él, en la inopia y con la cara vuelta, observaba, algo más sereno, cómo una corona de peces afloraba entorno a la barca, igual que guirnalda de nenúfares... hasta que el balanceo, provocado por un movimiento brusco, le puso en alerta. Entonces, sacando fuerzas de flaqueza y estirando el brazo, exclamó:
__¡Atrás! No te muevas, porque soy capaz de... __la presión de un nudo en la garganta hizo que sus lágrimas brotasen, sin rumbo ni armonía, y que el aluvión de palabras, pasito a pasito desde sus entrañas, se diluyera con el afluir de una risa histérica. Pero no hay mal que por bien no venga, porque seguidamente le sobrevino un hipo que fue barriendo las impurezas de su cerebro, hasta dejarle un único y definitivo argumento: "el conjunto de estos acontecimientos es el equivalente a cuando eliges el ternero mejor para una ceremonia y, maliciosamente, el carnicero va y te vende el más podrido; pero, si al fin decides tirarlo, un experto aduce que el bicho más exquisito es el hediondo".
La mujer, tras el último fracaso __al pretender urdir contra el muchacho, aunque fuesen planes utópicos, y como respuesta encontrar en derredor una quietud tan exasperante como la que del cielo proclaman, ufanos, los creyentes__, optó por la desidia más patológica. Pero no quedó del todo satisfecha ya que, y a consecuencia de ello, en su cerebro comenzaron a indisponerse hasta los pensamientos más triviales. También pudo descubrir que todo lo que emanaba del joven tenía algo de falso y sublime a la vez..., algo de perverso: alternativamente le acudían unas irrefrenables ganas de tomarlo en brazos y, al momento siguiente ¡un disparate!: que, sin motivo, éste, sin piedad, le cruzara a ella la boca. Por todo, y porque independientemente su corazón la obligaba a tomar de inmediato una determinación, saltó al agua..., no sin antes brindar el gesto más cariñoso que pudo componer dadas las circunstancias. El, ajeno, ofreció un adiós implícito en una bonita sonrisa y, acto seguido, otro más intenso desde la borda. Luego se quedó inerte, contemplando cómo las algas se enredaban en el cabello de la señora __ahora esparcido__ y los peces la besaban el rostro apasionadamente. ¡Qué belleza! De súbito, algo le hirió la médula despertándole malos... o tal vez instintos equívocos; o quizá su afán irreprimible de perfeccionar la destreza lo motivó; porque, acto seguido, no pudo contener el acertar con el remo en la cabeza de la ahogada.
Nunca supo cuánto tardó el cuerpo en desaparecer y cuánto él en encontrarlo después en el fondo; ya sin vida, embadurnado en lodo y plagado de lombrices rojas. Pero lo único que sí advirtió, cuando la estrechaba entre los brazos, fue que ella había sido quien mejor sopesó su corazón; al fin y al cabo el amor de su vida. Luego, resueltas un par de reflexiones más, alcanzó la orilla con la vista:
Estaba por reventar el día y ya los primeros madrugadores recorrían la avenida que atraviesa el gran parque, justo detrás de los árboles añosos que circundan al lago. De entre la multitud, que se aglomeraba para recibirles, surgió la voz aguda del NEWSY irruyendo el silencio espeso que envolvía la barca... igual que el impacto de flecha en un cuerpo vivo: "¡Primeras noticias! Una puta ha aparecido flotando..."
A esta distancia, o tal vez por el balanceo, todo vibraba: las hojas, la luz de las farolas, el agua..., como ciertos paisajes pintados con artística torpeza.

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